En abril próximo, los obispos de México encontrarán al Santo Padre Francisco en la visita canónica ad limina apostolorum – etimología de Limen, limes, limitis, fin o extremo que indicaba el perímetro de la casa, prescrita por el derecho de la Iglesia quinquenalmente, tendrá por antecedente la intensa agenda que el consejo de la presidencia de la CEM desarrolló en Roma el pasado 21 de febrero.
No es el primera vez que la cúpula episcopal visita al Papa, pero la última, tuvo una intensa agenda en diversos dicasterios y al Colegio Mexicano, incubadora de los peritos eclesiásticos y de los futuros obispos, un importante antecedente que da cuenta del peso y, sobre todo, del interés de los prelados por estos acercamientos cuando la visita general se realice por un lapso de tres meses
La última ad limina fue en 2014 cuando el presidente de la CEM era el cardenal José Francisco Robles Ortega. Hoy, los encuentros previos no fueron encabezados por cardenal alguno; de hecho, México tienen más cardenales eméritos que en activo. Sólo dos, Guadalajara y México, siguen en el oficio pastoral, pero en las edades límite de la jubilación, Robles cumple 74 este mes y Aguiar tiene 73.
El actual presidente de la CEM, el arzobispo de Monterrey de 72 años, ha mostrado un liderazgo que hace pensar que la arquidiócesis que encabeza recupere el capelo que Robles Ortega se llevó a Guadalajara. Lo ostentó, por primera vez, Adolfo Antonio Suárez Rivera, arzobispo regiomontano a quien le fue impuesto para esa Iglesia particular en el lejano noviembre de 1994.
Pero independientemente de esos liderazgos, sin dejar de lado la del secretario de la CEM, Ramón Castro Castro, la Iglesia de México emerge del covid-19 afrontando desafíos y profundos problemas.
El variopinto panorama de la fe es de los más preocupante. Regiones del país profundamente devotas y muy violentas contrastan con las grandes ciudades del catolicismo envejecido. Mientras en occidente, las vocaciones abundan, en la capital del país hay una erosión de la fe rampante asestando un golpe de cual será difícil recuperarse.
Cuando los obispos mexicanos visitaron al Papa Francisco en 2014, la exposición de los problemas nacionales parecía ser los mismos a los actuales. Los escuchó con especial preocupación remarcando la vitalidad del catolicismo, “Veo que las Iglesias de ustedes están como consolidadas sobre un cimiento muy fuerte. En ustedes parece que es más fuerte la Madre del Señor…”, dijo a los prelados previo al mensaje que dejó al Episcopado Mexicano entregado al cardenal Robles.
A diferencia del aquel 2014, la visita previa del Consejo de la presidencia de la CEM en febrero último tiene además una avanzada lógica. El conjunto tan grande de obispos debe consolidar una presencia cuyos problemas no son los mismos de forma homogénea. Algunas diócesis son apabulladas por la pobreza y el crimen o son avasalladas por la secularización y las ideologías radicales; otras más tratan caminar frente a los embates del poder, sea oficial o de los grupos criminales, que controlan amplias zonas del país para lo que ya se ha implementado una estrategia por la paz.
Benedicto XVI lo recordó también. Era un momento distinto, pero la esencia invariable. Un memorable discurso de 2005 a un grupo en visita ad limina encabezados por Alberto Suárez Inda, arzobispo de Morelia, José Francisco Robles Ortega de Monterrey y Luis Morales Reyes, de San Luis Potosí, apuntó hacia el deterioro de la vida pública que había “incrementado además los fenómenos de la corrupción, impunidad, infiltración del narcotráfico y del crimen organizado”.
Dieciocho años después, las cosas no parecen mejor, pero el Episcopado Mexicano no se ha cruzado de brazos y toma partido en la vida política. Las últimas intervenciones sobre el asunto del INE han molestado al presidente de México amagando con acusar y denuncia ante el Papa a los curas que participaron en la primera marcha en favor del Instituto Nacional Electoral, pero además, de las acciones más destacadas, es que los obispos han impulsado el resarcimiento del tejido social y las jornadas de oración por la paz a raíz del asesinato sin resolver de los jesuitas de la Tarahumara. Además, los obispos se abren paso en foros que parecen impensables para un sacerdote en el estado laico. Carlos Garfias, arzobispo de Morelia, propuso un plan por la paz ante legisladores como parte de las soluciones en el marco de la implementación de la controvertida Agenda 2030.
Sin lugar a duda, la visita de los obispos llamará la atención especialmente en un momento de polarización incluso en lo religioso en la que insiste el gobierno de México para quien las cosas se ven en blanco y negro.
No obstante, la Iglesia católica también tiene pendiente un examen. Hacia afuera, las denuncias están hechas, ad intra, las cosas también deben ponerse al sol. Y para que la Iglesia sea creíble, su mea culpa debe reconocer igualmente que la sinodalidad que tanto se pregona marcha a ritmos disonantes. Seguro en la mesa del Papa estará la síntesis misma que reúne el diagnóstico de la Iglesia en México, así como diversos informes diocesanos sobre los asuntos particulares. Para el Papa, ver a diocesis pujantes será un alivio; sin embargo, por otro lado, constatará que hay arquidiócesis que están en un franco deterioro y han abdicado el evangelio a cambio de lo políticamente correcto sumiéndolas en una Babel de pastoralidades disonantes y poco eficientes.
Después del encuentro con el Papa, el 24 de febrero el obispo Castro Castro ofreció una entrevista a los medios vaticanos en la cual habló de los planes, desafíos y problemas de la Iglesia y la “crisis antropológica”, el secretario de la CEM admitió que la situación que se afronta en México es “bastante pesada”. No hay mejor calificativo ante una situación en la cual se juega mucho de nuestro futuro y de la fe misma, la cual se encamina al segundo milenio de la redención. Citando al inmortal GK Chesterton, “siempre que el catolicismo se ha visto apartado por considerarse cosa anticuada, se las ha ingeniado para volver como novedad… Y tiene sentido que así sea”.