La violencia hacia las mujeres y niñas, de acuerdo a lo expresado por el gobierno mexicano, representa una de las violaciones a los derechos humanos más sistemáticas y extendidas. Está presente en todos los países, culturas y clases sociales, y en efecto, en México esta situación lamentablemente se presenta con mucha frecuencia, estamos tan acostumbrados a llevar a cabo ciertas conductas que pesamos por normales y hasta correctas, por lo que no creemos que pueda ser violencia contra la mujer.
En febrero del 2021, su Santidad, el Papa Francisco, se pronunció al respecto dejando, desde mi punto de vista, un mensaje claro sobre el tema y lo que significa la violencia hacia las mujeres en sus diversas modalidades y ámbitos en los cuales esta se presenta; por tanto, de este mensaje me parece prudente destacar las siguientes frases:
«Hoy, sigue habiendo mujeres que sufren violencia. Violencia psicológica, violencia verbal, violencia física, violencia sexual. Es impresionante el número de mujeres golpeadas, ofendidas, violadas. Las distintas formas de malos tratos que sufren muchas mujeres son una cobardía y una degradación para toda la humanidad. Para los hombres y para toda la humanidad. Los testimonios de las víctimas que se atreven a romper su silencio son un grito de socorro que no podemos ignorar. No podemos mirar para otro lado. Recemos por las mujeres que son víctimas de la violencia, para que sean protegidas por la sociedad y para que su sufrimiento sea considerado y sea escuchado por todos.»
Sin embargo, dentro de la Iglesia católica mexicana, lamentablemente, este llamado no ha sido escuchado y podemos encontrar muchas acciones de violencia de parte tanto de autoridades, ministros de culto o de sus propios miembros que la conforman. Aún y cuando estas acciones se denuncian a las instancias correspondientes dentro de la Iglesia, lo único que podemos observar son acciones similares a las que se presentan en la llamada sociedad civil y de las cuales por los medios de comunicación o casos conocidos sabemos que suceden como por ejemplo, la revictimización de la persona denunciante, el encubrimiento de los denunciados, la normalización de conductas violentas, la no respuesta a denuncias, la dilación en su atención, entre otros aspectos.
Otra referencia que podemos tener sobre la violencia dentro de la Iglesia católica de la Ciudad de México son los propios resultados presentados en la Escucha Sinodal del 2022. En el apartado de Escucha a los alejados y a la pregunta ¿Por quién te sentiste discriminado o con maltrato? La respuesta fue: Por sacerdote, un 33%; por la secretaria en un 12%, por el sacristán en un 4% y por algún miembro de un grupo, un 51%. Recordemos que la discriminación es considerada como un acto de violencia; sin embargo, aun conociendo estos resultados la arquidiócesis primada de México (APM) no se ha preocupado y mucho menos ocupado de hacer algo al respecto.
Por otra parte, a lo largo de varios años he estado en contacto con personas que han sufrido de estas situaciones en la APM y quienes, para evadir posteriores problemas, por no ser señaladas o simplemente, como me lo indican, por saber que decir algo es inputil, “si denuncio, no va a pasar nada”, no han querido hacer públicas las acciones de violencia al interior de templos por parte párrocos o sacerdotes, provocadas por alguna persona de los grupos parroquiales o simplemente por laicos que asisten a la parroquia. Por parte de la APM, hoy en día no existe ningún protocolo para atender este tipo de situaciones y nadie es capaz de gestionarlas, yo misma pregunté por esto en varias oficinas curiales recibiendo la misma respuesta “no hay nada para eso”.
Para quien sea escéptico al respecto, si me lo permite amable lector(a), daré cuenta de algunas acciones de violencia contra mi persona, no es una simple apreciación o victimización mía, cada uno de estos hechos los he tratado con personal de la Secretaria de las Mujeres de la Ciudad de México el cual, con una visión imparcial, analizó los hechos identificando que, en efecto, estas conductas son hechos de violencia bajo diversas vertientes que van desde lainstitucional hasta la violencia psicoemocional.
Mencionaré algunas de estas acciones como las realizadas por el sacerdote Juan Carlos Ávila Reza, responsable de Ecología dentro de la Pastoral de Ambientes de la APM y los miembros del Consejo de Asuntos Económicos de la parroquia del apóstol San Simón Ticumán, alcaldía Benito Juárez de la Ciudad de México, donde también fue párroco y quienes durante el 2020, por medio de redes sociales, proporcionaron información dolosa en contra mía generándose acciones de violencia de la comunidad sin que mi derecho de réplica fuera atendido, a pesar de las múltiples solicitudes efectuadas por escrito al propio párroco y a las autoridades de la APM – Violencia Institucional.
Otra acción de violencia fue de parte de funcionarios del Tribunal Eclesiástico Metropolitano. Durante una reunión que sostuve con ellos, una de sus funcionarias comentó: “Es que usted tuvo la culpa por confiar en el sacerdote y tener una relación de amistad…” Eso trajo a mi mente la analogía de algunos jueces en México y la cual por años se ha tratado de erradicar: “¡Cómo no quería ser violada si se vestía de ese modo!”, en ese momento me pregunté: “Eso quiere decir que los sacerdotes no son personas de confianza, un sacerdote no es un ser humano como cualquier otro que simplemente ejerce una profesión dentro de la iglesia como sacerdote” – Violencia institucional.
De no creerse que, incluso un obispo, quienes dicen estar cercanos a la gente y atentos a las necesidades de todos los que profesamos la religión católica, instruya que una persona no se le acerque. ¿Cuando nos “conviene” estamos dispuestos y cuando no, hasta piden que alejen a esa persona? ¿Esto es un comportamiento cristiano? ¿Así fue Jesús?
Por último, la violencia desde un altar que tenemos en el sacerdote Carlos Rivas Gutiérrez, encargado de la Pastoral Juvenil Vocacional, quien públicamente inventó situaciones contra mi persona en el momento de la celebración de la eucaristía. Para la Secretaria de las Mujeres, esto fue una clara muestra de violencia psicoemocional que generó posteriores amenazas y amagos de otras personas de la comunidad.
De hecho, los funcionarios de la Secretaría de las Mujeres me cuestionaron respecto a cómo me habían apoyado las mujeres. Lamentablemente su apoyo fue nulo y, por el contrario, varias de ellas directamente me han agredido, acosado, hostigado, incluso al interior del templo sin que nadie hiciera nada; en la Secretaría lamentaron la situación dado que,entre mujeres, sobre todo, debemos escucharnos y ayudarnos, hacer sororidad y no agredirnos, más aun sin conocer cómo se han dado los hechos realmente y cometer acciones azuzadas por ideas erróneas acerca de la figura de un sacerdote para protegerlo.
Así podemos continuar con otros tantos casos de violencia, no sólo en la sociedad en general, también de personas con supuestos valores humanos y católicos, pero contradictorios en la realidad, contrarios a lo que su profesión les exige. Todoesto ha sido denunciado, al momento sin respuesta contundente, eso sí con evasivas, muchas evasivas, de parte de la APM, aun cuando se evidenciaron hasta amenazas de muerte por parte de familiares directos del sacerdote Ávila Reza. De esto fue enterado el cardenal Aguiar Retes a través de una carta que le entregué de propia mano hace más de un año. Él sabe y es consciente de la violencia contra las mujeres en la Iglesia de la arquidiócesis primada de México.
La declaración sobre la eliminación de la Violencia contra la Mujer de la ONU define la violencia contra la mujer como “todo acto de violencia que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer”. Cada 25 de noviembre, en el que se conmemora el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, confío en que su propósito pronto se realice y la violencia se acabe para hacer verdad los deseos y palabras del Papa Francisco, para que sean escuchadas, entendidas y atendidas por todos, católicos y no católicos.