Vino no es lo mismo que vinagre

Pbro. Hugo Valdemar Romero

La semana pasada, con la celebración del bautismo del Señor, terminó la fiesta litúrgica de la Navidad. En este domingo la Iglesia da inicio al tiempo ordinario. El Evangelio es tomado de San Juan y es un pasaje que seguramente todos conocemos.

Jesús, sus discípulos y su madre asisten como invitados a una boda en Caná de Galilea. En el Antiguo Testamento Dios usa diversas imágenes humanas para dar a conocer el amor a su pueblo, pero las más comunes son la de un padre amoroso con su hijo y la de esposo amante y fiel. Así pues, Dios es el esposo de su pueblo e Israel es la esposa amada que no siempre ha sido fiel ni ha correspondido a su amor.

Pese a eso, Él una y otra vez la perdona y la vuelve a amar. El pasaje de las bodas de Caná viene a significar la relación de Dios con su pueblo, en la cual se acaba el vino, y el vino significa el amor y la alegría. Sin amor y sin alegría no puede haber una verdadera relación de esposos.

Amar a Dios no consiste solo en cumplir ciertas obligaciones y normas, sino es ante todo una relación personal, profunda y confiada que suscita en el creyente la alegría de vivir, la alegría de saberse amado y destinado a una vida eterna al lado de Dios. El Evangelio te obliga a hacer una pregunta. ¿En tu relación con Dios falta el vino? Es decir, ¿no hay amor sincero y profundo y solo cumples normas y costumbres sin tener una unión personal con Él que llene de alegría tu vida? ¿Cómo son las relaciones con tus seres queridos, con tu esposa, tu esposo, tus hijos, tus amigos? ¿Existe un verdadero amor? ¿Son relaciones personales e íntimas que se caracterizan por la alegría? Si no es así, recuerda que es María quien intercede y pide a su Hijo Jesús que llene las tinajas de vino, es decir, que ponga amor y alegría allí donde solo hay un recipiente frío de piedra.

No eres tú quien pone el vino, es Dios. Pero Él pide que seas un recipiente abierto, que pueda recibir todo el vino, todo el amor con el que te quiere colmar. Pero ese vino no lo puedes recibir si tu recipiente, es decir, tu corazón, está lleno de ti mismo, de resentimiento y odio.

No puedes llenar lo que ya está lleno. Para recibir el vino de Dios es preciso que te vacíes de todo aquel vinagre que es el egoísmo, la maldad y el odio. No te olvides de esa frase de San Pablo: Si no tengo amor, no soy nada.

El amor auténtico, todo amor verdadero, viene de Dios y termina por llevarnos a Él y a nuestro prójimo. Feliz domingo, ¡Dios te bendiga!

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