Velad y orad

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Todo en el Adviento debe contribuir a la Esperanza. Los años acumulados no representan obstáculo alguno para esperar vivamente el encuentro con el SALVADOR, que el SEÑOR va a presentar ante todos los pueblos (Cf. Lc 2,29-31). Estas últimas palabras pertenecen al anciano Simeón, que no dejaba de  acudir al Templo, porque había recibido una moción del ESPÍRITU SANTO, por la que tenía la certeza de ver al MESÍAS en este mundo antes de morir (Cf. Lc 2,29-32). Faltaban las fuerzas físicas, pero el espíritu del anciano Simeón estaba pronto y ágil para mirar y buscar, sin decaer, entre las multitudes apiñadas en el Templo. En un instante, Simeón reconoce un NIÑO que no es como los otros y sus padres lo traen para ofrecerlo al SEÑOR por razón de ser el primogénito. Años después, en aquel mismo lugar, unos griegos querrán ver de cerca a JESÚS, y ÉL los remitirá a la Cruz para reconocerlo (Cf. Jn 12,20-26). Hace falta una guía especial para encontrar a JESÚS en el Templo, y no ocurre lo mismo  cuando las gentes encuentran a JESÚS  por los caminos y descampados de Galilea.

 

Los santos profetas

Los tiempos del anciano Simeón y de Zacarías, el padre de Juan Bautista, tenían el aliciente  de la gran inquietud religiosa y social, y eso favorecía la lectura de las Escrituras y de los profetas en particular con renovado interés. Las profecías comienzan a cumplirse y Zacarías, el sacerdote mayor del turno de Abías, es testigo de excepción de lo se está preparando: “bendito sea el SEÑOR, DIOS de Israel, porque ha visitado y redimido a su Pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación, en la Casa de David su siervo, según lo había predicho por boca de sus santos profetas” (Cf. Lc 1,68-70). Los turnos de servicio en el Templo no habían sido en vano, y las promesas estaban abriéndose paso con toda discreción, pero de manera firme y segura.  De nuevo DIOS muestra su presencia a los sencillos de corazón. Lo más grande está sucediendo y DIOS no tiene una urgencia especial en decirlo a los cuatro vientos. La Encarnación se había producido, pues MARÍA estaba encinta y la cosa estaba pasando casi desapercibida. Unos ancianos, fuera de cualquier cálculo normal para la paternidad eran padres de un niño marcado por el SELLO de DIOS. En el círculo familiar y de amistad más próximo había una alegría especial: Isabel formaba parte de las grandes mujeres del Pueblo de Israel gracias al nacimiento de Juan. La consideración hacia Zacarías podía mejorar de forma notoria pues era la prueba inapelable de que el anciano sacerdote era un hombre bendecido por DIOS. Las oraciones y súplicas de aquel matrimonio a lo largo de toda su vida tuvieron su respuesta visible cuando humanamente no había esperanza alguna de que Isabel pudiera  engendrar un hijo. La obra era de DIOS en su totalidad. Desde un comienzo se podía haber confundido a Juan con el MESÍAS esperado y anunciado por los profetas; pero las dos mujeres, MARÍA e Isabel, tenían el conocimiento preciso sobre los hechos. Isabel reconoce que MARÍA, su joven prima de quince años, lleva en su seno a su SEÑOR (Cf. Lc 1,42). Sobre Juan la gente empezó a preguntarse: “¿qué va a ser este niño?” (Cf. Lc 1,66). Pasarán tres décadas antes de evidenciar la identidad y misión de Juan ya nacido y JESÚS aún gestándose  en el vientre de su joven MADRE. La visita de DIOS a su Pueblo se había producido y la alegría inundó los corazones de algunas personas, pero aquella bendición estaba dispuesta  para las gentes de cualquier época.

 

¿Una venida sin Cruz?

Velad y mantened despierta la inteligencia; y orad incesantemente con el corazón. La vigilancia de la razón que escudriña las Escrituras, ayuda que la oración del corazón mantenga su calidez. Hay que orar sabiendo al que se espera. La mayor parte de las gentes del tiempo de JESÚS esperaban un MESÍAS libertador de todas las coacciones sociales y políticas soportadas por el Pueblo, y para nada relacionado con la más mínima sombra de fracaso personal. La espera se cifraba en un MESÍAS líder, fuerte y con mucho poder. El MESÍAS llegó con capacidad de liderazgo, pero negándose al ejercicio de cualquier tipo de fuerza o coacción; y totalmente alejado del poder político, incluso negándose a utilizar la coartada religiosa institucional para ostentar un poder político teocrático. El choque de la visión preconcebida del MESÍAS con la línea marcada por JESÚS fue lo que originó el desenlace de rechazo total.

 

El SEÑOR viene

En la misma medida que permanecemos en vela y oración, nos damos cuenta que el SEÑOR es el VIENE (Cf. Ap 1,4). El Adviento, por tanto, se convierte en el tiempo litúrgico privilegiado, en el que nos damos cuenta de esta capital revelación: el SEÑOR es el que VIENE. En estas sus venidas sucesivas e incesantes, habrá un último momento e instante, se bajará el telón del drama histórico y tendrá lugar la recapitulación de todas las cosas e instauración definitiva en CRISTO. Pero con demasiada frecuencia se acelera el proceso en los cálculos humanos, fomentando algunas patologías espirituales, que presentan miedo, zozobra e incluso pánico en quienes viven presa de los asaltos de Satanás. El Adviento es un tiempo para la Esperanza y la profunda alegría del corazón, que deposita toda su confianza en el SEÑOR que está llegando. Tenemos certeza total de nuestro fin particular en un tiempo, que siempre será muy breve. Noventa o cien años constituyen una insignificancia con respecto a la eternidad. Alguna atención añadida debiéramos dedicar a mantenernos esperanzados a un encuentro gozoso con el SEÑOR que viene, pues nos ha demostrado habernos visitado innumerables veces con su Misericordia. El cierre de nuestra historia personal tendrá el mismo carácter de acogida y Misericordia que los sucesivos encuentros vividos, pero ahora con el rasgo especial de arrancarnos de la tribulación de lo temporal para darnos la herencia prometida. DIOS es fiel a sus promesas; y, a pesar de nuestras infidelidades, ÉL se mantiene fiel, porque no puede negarse a SÍ mismo (Cf.2Tm 2,13).

 

Deshacer el pesado lastre

Nadie vive con realismo si pretende levitar en todo momento. Tampoco es realista quien vive sumido en la tristeza o el continuo pesimismo. La persona normal sentirá el peso de la vida. Estamos llamados a integrar experiencias difíciles, a crecer bajo condiciones complejas marcadas por la dificultad; la herencia recibida juega un papel que desconocemos en gran medida; los acondicionamientos sociales ejercen una influencia que cuenta como factor educativo en línea positiva o perjudicial: el ambiente que nos rodea es muy poderoso. El crecimiento personal y el logro de metas a lo largo de los años es una heroicidad anónima en un buen número de casos. Por todo ello, estamos necesitados de sanción espiritual por parte de DIOS: “el SEÑOR vendrá y nos salvará” (Cf. Is 35,4). La sanación espiritual cuenta como uno de los estadios iniciales de la Salvación. En un acto de íntima comunión el SEÑOR entra en el corazón enfermo para sanarlo, llenarlo de luz y ofrecerle la libertad. Esto es lo que nos viene a decir el SEÑOR que viene en el mensaje a la Iglesia de Laodicea: “mirad, que estoy a la puerta y llamo. Si alguien me abre, entraré y cenaremos juntos” (Cf. Ap 3,20). Lo que dice el VIVIENTE a la Iglesia de Laodicea es aplicable a todas las iglesias, y a cada uno de los cristianos en particular.

 

La hora del “Marana-tha” o “¡Ven SEÑOR JESÚS!”

La invocación, la alabanza y la adoración están vigentes en cualquier momento para el cristiano, pero en el tiempo de Adviento de forma especial. Invocar quiere decir llamar a alguien  con intención y de corazón; y en este caso se trata de invocar el Nombre de DIOS. Llamamos al SEÑOR porque deseamos notar su Presencia. No invocamos al vacío para terminar en la decepción: “cuando te invoqué me escuchaste y acreciste el valor en mi alma” (Cf. Slm 137,3).  Dice el libro de la Sabiduría, que DIOS se deja encontrar a los que no exigen pruebas o lo ponen a prueba (Cf. Sb 1,2). La invocación confiada es un acto de Fe de gran nobleza, pues exige volverse confiado como el niño en los brazos de su madre (Cf. Slm 131,2). La invocación por parte del creyente es una meta parcial en el itinerario a seguir. El apóstol lo esquematiza así: “como van a invocar, si no creen, como van a creer, si no han oído hablar de ÉL; como van a oír hablar de ÉL, si nadie les ha predicado; como les van a predicar, si no los han enviado” (Cf. Rm 10,14-15). El corazón y la mente están preparados cuando la Fe ha llegado a través de la predicación por alguien ungido por el ESPÍRITU SANTO. Pero el término del envío es la invocación al SEÑOR del destinatario del Mensaje y la predicación. El apóstol san Pablo nos está diciendo, que al SEÑOR se le llama y reclama para que se haga presente a su forma, en el momento que cada creyente le toca vivir. La ausencia de DIOS en nuestra vida coincide con  la ausencia de invocación por nuestra parte. Bartimeo, el ciego orillado en el camino, insistió en la llamada a JESÚS por encima de las voces disuasorias, que lo conminaban al silencio; él no hacía caso y gritaba con más fuerza: “!JESÚS, hijo de David, ten compasión de mí!” (Cf. Mc 10,47). Bartimeo quería salir de la ceguera, invocó al SEÑOR y fue escuchado. La alabanza representa otro tipo de invocación al SEÑOR con unas características especiales, pues la alabanza no reclama gracia alguna para solventar algún problema personal. La alabanza se dirige a DIOS en un acto de manifestación abierta de las maravillas realizadas por DIOS en los distintos ámbitos de la Creación. La alabanza es la oración jubilosa que toca en este mundo la Gloria de DIOS, y el Cielo se abaja para hacernos partícipes de una paz y alegría, que llegan a ser desbordantes: “DIOS mora en la alabanza de su Pueblo” (Slm 22,4). Pocas cosas resultan tan poderosas como la alabanza entregada y unánime de una comunidad, pues se percibe, entonces, que por allí pasa un viento nuevo que viene del Cielo y conmueve los cimientos de los corazones y conciencias. Cuando estas imágenes dejan de ser formales metáforas surge  la adoración del creyente que ha tocado la orla del MISTERIO y se rinde ante ÉL.

 

Profecía de Baruc (Ba 5,1-9)

Según el historiador Flavio Josefo, Baruc pertenecía a la clase aristocrática de Israel, y vivió  en el tiempo del profeta Jeremías. Parece que ejerció tareas de secretario del propio profeta Jeremías y se le atribuye el libro de las Lamentaciones y la profecía que lleva su nombre. Este escrito consta de cuatro capítulos iniciales que constituyen una larga oración de petición de perdón. El profeta pone en labios del pueblo algunas palabras dadas por el SEÑOR, que apoyan y dan sentido a esta larga oración de petición de perdón: Israel había estado dando culto a los demonios y se había procurado todos los males sin cuento sobrevenido (Ba 4,7). El capítulo cinco de Baruc da lugar a la primera lectura de este domingo, y ofrece un canto de esperanza y alabanza con un contenido profético, anunciando la restauración del Pueblo de Israel. El capítulo seis, que es el más largo, ofrece una diatriba contra los ídolos presentes en Babilonia su lugar de cautiverio. Los ídolos en sí mismos no son nada, pero detrás de los ídolos están los demonios, a los que Israel debe rechazar para no agravar su dolorosa situación. Como queda señalado, fueron las fuerzas demoniacas, las que precipitaron la ruina temporal del Pueblo elegido, pues los cultos idolátricos con la consiguiente degradación moral y espiritual pusieron en suspenso el Pacto con el SEÑOR. El arrepentimiento y la súplica al SEÑOR describen el camino de conversión, por el que es posible el reencuentro con DIOS; y, entonces, la Alianza cobrará de nuevo vigencia. Todavía setenta años en medio de sus deportadores y opresores, aunque no faltarán las palabras de aliento y Esperanza con la promesa de vuelta a la Tierra Prometida. En Babilonia surgirán nuevos escritos bíblicos con añoranza de la Ciudad Santa, Jerusalén, y en especial se intensificará la añoranza del Templo, que reconstruirán en cuanto les sea posible. Una de las grandes lecciones para nosotros de este tiempo de destierro, y de la profecía de Baruc, es la fuerza que imprime la palabra profética en el corazón del creyente y el cumplimiento de esa misma Palabra en el tiempo previsto por DIOS en su Providencia. Nuestro tiempo de Adviento  mantiene coincidencias con el tiempo de espera de los israelitas en Babilonia para volver a la Tierra Prometida. De momento, para nosotros, la fuerza renovadora de la Palabra está destinada a renovarnos para hacer más nueva la tierra que pisa cada cristiano, a la espera de los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra (Cf. Ap 21,1), que señalan el horizonte final, donde en realidad todo empieza para nosotros en la eternidad de DIOS.

 

Realeza del Pueblo elegido

“Jerusalén quítate para siempre tu ropa de duelo y aflicción; y vístete para siempre del esplendor de la Gloria que viene de DIOS” (v.1). Jerusalén es la Ciudad cantada en los Salmos y reconocida como el centro espiritual por excelencia, en el que YAHVEH reunirá a todos sus  hijos. YAHVEH es el REY y sus hijos son hijos del REY, y han de participar del esplendor y realeza del DIOS que los ha elegido. A pesar de todas las infidelidades, la profecía de Baruc no rebaja en nada la Promesa: DIOS mantiene su Palabra e Israel puede ser restaurado totalmente.

 

De vuelta al espíritu de la Ley

“Envuelve en el manto de la Justicia que proviene de DIOS. Pon en tu cabeza la diadema de gloria del ETERNO” (v.5). Por haber perdido el manto o el ropaje protector de las Diez Palabras acaecieron toda suerte de desgracias. Por haber perdido la conciencia de la adopción filial por parte de YAHVEH se ven ahora en la esclavitud. Es preciso tomar de nuevo el manto de la Justicia y el Derecho de YAHVEH y fijar bien en la conciencia, como diadema real, la condición de hijos elegidos en virtud de la Alianza establecida.

 

La tierra contemplará la Gloria de DIOS

“DIOS mostrará su esplendor a todo lo que hay bajo el Cielo. Pues tu nombre se llamará de parte de DIOS para siempre: Paz de la Justicia y Gloria de la Piedad” (v.3-4). Dos rasgos nos caracterizan a los hombres: la insignificancia y la lentitud, aunque para nuestras mínimas medidas las fuerzas nos falten y todo nos resulte grande, exagerado y estresante. Los ritmos lentos están en la prehistoria de las cosas y el libro de la naturaleza nos lo muestra en cada una de sus páginas. Estas consideraciones son necesarias para asomarnos al cumplimiento de las palabras recogidas en las Escrituras. Parece que nada se mueve y las promesas no se cumplen; sin embargo todo cambia y camina hacia la perfección. No perdamos de vista esta afirmación: “DIOS mostrará su esplendor a todo lo que hay bajo el Cielo”. Esto es una profecía por cumplir, aunque se haya iniciado hace dos mil años con el nacimiento de JESÚS, ¿y cuántos lo han visto o reconocido? El esplendor de la Gloria de DIOS fue reconocible para unos pastores y unos Magos de Oriente (Cf. Lc 2,8-11; Mt 2,1-2).; pero existen miles de millones de personas, en este momento, bajo el Cielo que no reconocen el esplendor de la Gloria de DIOS manifestada en JESUCRISTO. Por tanto, la palabra de la profecía de Baruc está parcialmente cumplida como otras muchas palabras dadas en la Biblia. DIOS no tiene prisa y cuenta con recursos inéditos, que se disponen según las necesidades específicas de la iglesia; por lo que podemos prever que a este drama humano le quedan bastantes capítulos por entregar. El Pueblo que resulte de la manifestación de la Gloria de DIOS llevará el sello de Paz en la Justicia y Gloria de la Piedad; pues la convivencia pacífica será el resultado de la aplicación de la Sabiduría Divina, que dispondrá a los hombres al culto verdadero. El hombre será capaz de vivir en el ejercicio vivo, responsable y consciente de ser hijo de DIOS. Una mirada a nuestro alrededor y la cosa nos resulta del todo imposible en estos momentos, pero la promesa está escrita y la Palabra se cumple, aunque la actuación humana condicione el momento.

 

Reunidos de oriente a occidente

“Levántate, Jerusalén, sube a la altura y tiende tu vista hacia oriente y ve a tus hijos reunidos de oriente a occidente, a la voz del SANTO, alegres del recuerdo de DIOS. Salieron de ti llevados por enemigos; pero DIOS te los devuelve traídos con Gloria como un trono real” (v.5-6). Expresiones de este tipo encontramos en el Evangelio: “vendrán de oriente y occidente, y se sentarán a la mesa en el Reino de los Cielos” (Cf. Mt 8,11). El texto de Baruc da un carácter geográfico a la convocatoria: DIOS devuelve a los israelitas a su Tierra como signo manifiesto de su elección y vigencia de la Alianza establecida. Pero con el cambio de Alianza en el Cristianismo, la dispersión se transforma en envío del cristiano a otros lugares, por lo que la circunscripción geográfica pierde del todo su importancia: “Id, y haced discípulos de todos los  pueblos” (Cf. Mt 82,19). Al mismo tiempo sigue con toda actualidad en el Plan de DIOS la  unidad espiritual de los cristianos en CRISTO: “que todos sean uno para que el mundo crea” (Cf. Jn 17,21). La Navidad y el Adviento como preámbulo de la celebración del nacimiento de JESÚS, confieren a las fechas últimas del calendario gregoriano un carácter especial, que percibe tanto el creyente como el agnóstico o los de otras religiones. Algo cambia en estas fechas para bien y debemos reconocerlo y atribuirlo al carácter marcado por la Liturgia, que en definitiva es una acción muy especial del ESPÍRITU SANTO. En Occidente, donde todavía predomina el Cristianismo, los nacimientos y los motivos navideños, prolongan en gran medida la Liturgia institucional de las distintas iglesias. Los motivos y símbolos navideños son lugares comunes de los cristianos, que no debemos estar dispuestos a perder, aunque la corriente laicista sea muy fuerte y disolvente. Nos descubrimos todos en estas fechas con tonos más cálidos y cercanos en las relaciones personales y familiares; y tal cosa tiene un valor en sí mismo. Las cosas podrían ser mejores en el resto del año, sin lugar a dudas, pero lo que hay de significativo cristiano en estos días debe permanecer para bien de todos.

 

Todo se va disponiendo al servicio de su Pueblo

”Ha ordenado DIOS que sean rebajados todo monte elevado y los collados, y colmados los valles, para que todo se allane, e Israel marche seguro bajo la Gloria de DIOS. Y hasta las selvas y todo árbol aromático darán sombra a Israel por orden de  DIOS” (v.7-8). DIOS no tiene intención de modificar la geografía de los territorios, pues las montañas ejercen su papel sirviendo de almacenes a las nieves y hielos que proveen de agua en el verano por el deshielo; o los valles más cálidos que favorecen los cultivos necesarios al hombre. Pero la profecía de Baruc refiere así la buena vecindad de todo lo que rodea al Israel redimido por el SEÑOR. Los procesos de expulsión están acompañados de todo tipo de rechazos: la tierra se vuelve árida  como el páramo sin agua y las siembras se tornan trabajo inútil, que no dan cosecha.  Cuando DIOS decreta la restauración de Israel, todas las cosas se ponen al servicio del Decreto Divino. La naturaleza exhala sus mejores aromas como señal de la Bendición Divina. Sabemos que son muy valorados los inciensos en sus distintos tipos aromáticos, y los que estaban destinados al Templo pertenecían al grupo de fórmulas reservadas al culto junto con los aceites destinados a las unciones.

 

La experiencia de la Misericordia de DIOS

”DIOS guiará a Israel con alegría a la luz de su Gloria con la Misericordia y la Justicia que vienen de ÉL” (v.9). Nosotros, después de la plena manifestación de DIOS en JESUCRISTO, sabemos que DIOS es MISERICORDIA, pues de otro modo no se habría producido la Encarnación, la inserción de JESUCRISTO en la historia de los hombres, su muerte y Resurrección. DIOS en cuanto MISERICORDIA es infinitamente más que el atributo divino de la Misericordia. Un orden justo por parte de DIOS le permite manifestarse como DIOS de  MISERICORIDIA, sin desnaturalizar su SANTIDAD. La profecía de Baruc formula un anticipo de la gran revelación que se asentará en el Nuevo Testamento. Como ocurre con otros textos  y autores sagrados, las palabras de esta profecía no sospecharon el alcance real de lo que se estaba expresando; pero eso nos muestra que el profeta es un instrumento real en el curso de la Divina Revelación.

 

Ministerio de Juan Bautista

Al Bautista se le encarga la misión de señalar quién es JESÚS. Nosotros después de veinte siglos tenemos la gran ventaja de la retrospectiva, y al mirar recopilando datos obtenemos una visión más precisa, si cabe, de las personas y las cosas. Juan Bautista es el eslabón último de la serie de profetas que vinieron anunciando al MESÍAS. Juan Bautista tiene conciencia de su misión: “AQUEL sobre quien veas reposar el ESPÍRITU SANTO ese es el que os bautizará en ESPÍRITU SANTO y fuego” (Cf. Jn 1,33). Juan Bautista fue testigo del acontecimiento y con ello se certificó su misión. Juan Bautista habla en futuro, pero con un plazo corto de tiempo. El MESÍAS está para manifestarse y con ÉL el Día de YAHVEH, en el que tendrá lugar un ajuste de cuentas de carácter universal, pues así lo vislumbraron los profetas anteriores a él.

 

Datos históricos

En el año quince del emperador Tiberio comienza Juan Bautista su ministerio público. Al realizar los ajustes oportunos de acuerdo con el desfase de cálculo de Dionisio el Exiguo, y los del término del mandato del emperador Octavio Augusto, se puede calcular, que Juan Bautista comienza su misión sobre el año veinticinco del cómputo cristiano. En este capítulo tres de Lucas recoge también que JESÚS inicia su predicación hacia los treinta años (Cf. Lc 3,23). Por el mismo defecto de cálculo, JESÚS habría nacido entre el seis y el cuatro antes de la datación cristiana. Coinciden así los dos datos cronológicos aportados por san Lucas. La cuestión añade poco argumento a la Fe, pero es un aspecto que sirve para dar contenido al hecho del momento histórico en el que tanto Juan como JESÚS aparecieron en la vida pública. Otros actores, que seguirán apareciendo en el Nuevo Testamento son: Poncio Pilato, Herodes Antipas; y en la institución religiosa, Anás y Caifás. Dos personajes de menos relevancia, Filipo, el hermano de Herodes Antipas; y Lisanias, del que prácticamente no se sabe nada. Filipo se lo menciona por su mujer Salomé que cambió de domicilio conyugal y se fue a vivir  con el hermano de éste, Herodes Antipas. La Ley judía, recogida en el Pentateuco permitía el divorcio, pero la misma Ley impide que la divorciada se vuelva a casar con el hermano del marido anterior. Esta circunstancia denunciada con insistencia por el Bautista es la que se  ofrece como motivo de su encarcelamiento y muerte posterior. Parece ser que Juan Bautista no fue motivo de preocupación para Pilato, que manteniéndose informado de los movimientos que se producían se mantenía tranquilo en la ciudad romanizada de Cesarea marítima, a unos cien  Kilómetros de Jerusalén. Los que veían la cosa con cierta inquietud eran los sacerdotes Anás y Caifás, que con frecuencia enviaban a sus emisarios los miembros del Sanedrín, al lugar donde Juan bautizaba. Con estos nombres, Lucas ofrece confianza a su discípulo Teófilo (Cf. Lc 1,1), que nos representa a todos nosotros.

 

El profeta Juan

El profeta queda constituido cuando la Palabra llega a él con una específica misión. La Palabra que el profeta anuncia no es posesión suya, sino su servidor: el profeta queda constituido en ministro de la Palabra a la que ha de servir. “En el pontificado de Anás y Caifás fue dirigida la Palabra de DIOS a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto” (v.2). Hasta entonces, sobre la vida de Juan Bautista sólo existen especulaciones que lo llegan a asociar con los mismos esenios por la coincidencia parcial de los ritos en los que se emplea el agua. Lo cierto es que Juan dedica el agua a un signo externo de conversión, en el que el receptor confiesa sus pecados  como signo exterior de arrepentimiento. Juan es un hombre tocado por el Dedo de DIOS, al que la Palabra, al modo de Jeremías, impregnan toda su vida y lo impulsa a predicar anunciando al MESÍAS. Juan está en el desierto vestido con pieles de camello y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre (Cf. Mt 3,4). La alimentación de Juan es en extremo austera y fuera de los cánones de pureza ritual ligada a los alimentos, lo cual es un punto a tener en cuenta, pues se sitúa un tanto al margen de la disciplina rabínica. Pero este estilo de vida austero y penitente llama la atención de todos en la región. Juan, en el desierto, llega a rodearse de un círculo de discípulos que lo siguen incluso cuando es encarcelado y JESÚS  llevaba a término su ministerio público en Galilea. Algunos de los discípulos de JESÚS lo fueron antes de Juan, y otros permanecieron con él hasta el final de su vida degollado en la cárcel de maqueronte por Herodes Antipas, que recibió de JESÚS el calificativo de “zorro” (Cf. Lc 13,32).

 

A orillas del río Jordán

El Jordán es un río que conecta dos grandes lagos: el Mar de Galilea y desemboca en el Mar Muerto. Cuando el río Jordán llega a la altura del desierto de Judea el caudal baja notoriamente y se hacía fácil permanecer en el río para la inmersión y ser bautizado por Juan. El texto de Lucas da la impresión de una itinerancia, que contrasta con la localización permanente dada por el evangelista san Juan. Juan debía estar apartado de la vida de las ciudades, pero con una cierta proximidad y el punto estratégico quedaba cerca de Jericó, a pocos kilómetros de Jerusalén y próximo, también, a la región del Mar Muerto.

 

Predicando la conversión

La predicación de la conversión cabe perfectamente en el tiempo de Adviento. Entendida la conversión como el giro que experimenta la persona hacia DIOS, se puede decir que el Adviento sólo es posible si de nuevo realizamos el cambio correspondiente que oriente la mirada hacia el SEÑOR que está a la puerta y llama. Juan Bautista establece este llamamiento  fuera de los muros del Templo, donde se realizaban los ritos oficiales para las ofrendas y los sacrificios por los pecados. El ministerio del Bautista comenzaba a ser inquietante para las autoridades religiosas, que veían peligrar el orden por ellos establecido. Juan era el Precursor de la verdadera revolución espiritual que sucedería por la predicación de JESÚS. El bautismo en el Jordán estaba lejos del Bautismo cristiano, pero representaba unos grados de perfección con respecto a los sacrificios realizados en el Templo, pues el Bautismo en el Jordán implicaba arrepentimiento y confesión pública de los propios pecados. Este acto de humillación ante  DIOS de forma pública estaba a las puertas de abrir la fuente de la Misericordia Divina, pero faltaba el Don del ESPÍRITU SANTO que significa la absolución y amnistía de los pecados  cometidos. En este punto capital se mueve el Sacramento del Bautismo cristiano y el Sacramento de la Penitencia o Reconciliación. Pensemos que a este sacramento se le llamó durante bastante tiempo el segundo Bautismo. Por el Sacramento de la Reconciliación muchas personas experimentaron cambios en su vida tomando conciencia clara de la acción de la Gracia, que opera el giro hacia DIOS o conversión. Esto no quiere decir que el Sacramento de  la Confesión sea imprescindible para la conversión, pues la Gracia tiene otros cauces por los cuales opera, en la persona o el cristiano, un giro imprevisto que inaugura una nueva relación con DIOS.

 

Estaba dicho

Los evangelios ven en los profetas, y de modo especial en Isaías, la revelación de lo que al cabo del tiempo va a protagonizar Juan Bautista. De nuevo la anticipación del Fondo de la Palabra revelada ofrece un signo claro de la actuación del ESPÍRITU SANTO en todo el proceso que conduce a la Redención de los hombres. ”Voz que clama en el desierto. Preparad el camino al SEÑOR, enderezad sus sendas. Todo barranco será rellenado, toda colina rebajada; lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos rectos. Todos verán la Salvación de  DIOS” (v.5-6). La naturaleza se presta a ser utilizada en un lenguaje metafórico, que trasciende el propio tiempo y llega a expresar en otro momento lo que DIOS esta dispuesto a realizar. Entendemos lo que Isaías quiere decir aplicado a Juan Bautista, pero en los momentos presentes distintas personas o comunidades encontrarán en este texto una descripción de la situación que están viviendo.

 

San Pablo, carta a los Filipenses 1,4-6,8-11

Por lo que san Pablo refleja en sus cartas, la comunidad de Filipo es la que aporta más alegrías al apóstol, que en el momento de escribir esta carta permanece en la cárcel de Éfeso probablemente, aunque otros opinan que escribe desde el segundo encarcelamiento en Roma. Pero ahora nos interesa incidir en el tono de profunda alegría espiritual, que la fraternidad cristiana emanada de aquella comunidad reporta a san Pablo: “doy gracias a DIOS cada vez que me acuerdo de vosotros; rogando siempre a DIOS con alegría por todos vosotros” (v.3-4). Siendo una comunidad de pocos recursos materiales, san Pablo da constancia de las ayudas recibidas para su sostenimiento. No ocurrió así con los corintios o los efesios, pues entre ellos compatibilizó el trabajo manual de tejedor de tiendas con la evangelización.

 

Colaboración con el Evangelio

La evangelización discurre dentro de los procesos de diálogo y encuentro, en los que la acogida y la aceptación del Mensaje es el inicio de un camino con diversas etapas. El final del proceso alcanza su consumación en “el Día de CRISTO JESÚS” (v.6). En todo el proceso evangelizador es el SEÑOR quien está presente y conduciendo a los suyos como discípulos  auténticos. Existen personas que trabajan como intermediarios en la misión, pues “uno es el que planta, otro el que riega, pero es el SEÑOR quien da el crecimiento” (Cf. 1Cor 3,7).

 

Afecto especial del Apóstol

“Testigo me es DIOS de cuánto os quiero a todos vosotros en el Corazón de CRISTO JESÚS” (v.8). La evangelización no es la exposición de un formulario que una persona o grupo debe aceptar para salvarse. El Reino de DIOS es un entramado de relaciones personales que están presididas por la CARIDAD de DIOS. DIOS es AMOR (Cf. 1Jn 4,8) y todo lo que sea construido en su Nombre deberá  tener este sello. El evangelizador manifestará su Amor especial por los que le han sido confiados en una oración presidida por la CARIDAD, o lo que es lo mismo en el Corazón de CRISTO como señala san Pablo. Esta última expresión añade al Amor que DIOS nos tiene el afecto humano del Corazón de CRISTO. Tanto los evangelizadores como los evangelizados están llamados a ir mutando sus afectos personales en los afectos y sentimientos de CRISTO (Cf. Flp 2,5).

 

Petición principal

“Lo que pido en mi oración es que vuestro Amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento” (v.9). El Amor que viene de DIOS siente afinidad por lo que es semejante y se convierte, a su vez, en una fuente de luz y discernimiento. El apóstol no ama al margen de un profundo sentido del bien y la verdad, por lo que sus palabras, y decisiones  presentan calidez y claridad, reconocible por los que están a su alrededor.

 

El Día de CRISTO

A estas alturas, el apóstol es posible que hubiese variado su perspectiva sobre el encuentro final con el SEÑOR, según lo había planteado años antes a los Tesalonicenses (Cf. 1Tes 4,17). “Conocimiento perfecto y discernimiento”(v.10) con el fin de presentarse “puros y sin tacha en el Día de CRISTO” (v.10). Ese Día tendrá lugar cuando al final de nuestros días el cristiano se encuentre con el MAESTRO que ha deseado seguir con todo esmero. Sin duda será un Día de juicio, en el que el SEÑOR juzgara con todas las posibilidades de la Misericordia, pues ÉL conoce de los innumerables condicionamientos que nos acompañan en nuestro mundo interno y externo. Hace bien san Pablo plantear con seriedad el encuentro definitivo con el SEÑOR, pues no es una trivialidad: el destino eterno se ventila en ese encuentro, para el que el Amor  dado y recibido en este mundo debe conseguir la preparación adecuada.

 

Dones y carismas

El cristiano puede presentarse ante el SEÑOR “lleno de los frutos de Gracia que vienen por JESUCRISTO para gloria y alabanza de DIOS” (v.11). A lo largo de la vida vamos recibiendo “talentos” (Cf. Mt 25,14ss), siguiendo la imagen de la parábola, que en definitiva son los bienes espirituales y celestiales (Cf. Ef 1,3), con los que DIOS nos reviste en este mundo. También en el encuentro con el SEÑOR aparecerán las virtudes, los dones del ESPÍRITU SANTO y los carismas; las acciones buenas realizadas presididas por la Caridad, el bien y la verdad. Puede ser que en algún momento deseemos ser juzgados por el SEÑOR, pues si nos encuentra humildes ÉL mostrará toda su benevolencia y manifestará su infinita MISERICORIDIA.

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