Una semana después de la vergonzosa inauguración de los juegos olímpicos, la Santa Sede tiene, al fin, un pronunciamiento. Tibio, calculado, ominoso… en pocos párrafos, el 3 de agosto, un comunicado de la Santa Sede en francés, sin que nadie acepte su autoría, es puesto a la opinión pública como el posicionamiento que no quiere ofender a ninguna de las partes:
“La Santa Sede se ha entristecido por algunas escenas durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París y no puede sino unirse a las voces que se han alzado en los últimos días para deplorar la ofensa causada a muchos cristianos y creyentes de otras religiones.
En un evento prestigioso en el que todo el mundo se reúne para compartir valores comunes, no debe haber alusiones que ridiculicen las convicciones religiosas de muchas personas. La libertad de expresión, que claramente no se pone en tela de juicio aquí, está limitada por el respeto a los demás”.
Así, en pocas líneas, esa tristeza, que no condena ni deplora lo acontecido, va unida a “unir su voz” con quienes han hecho una denuncia enérgica de lo sucedido. Si bien “deplora” la ofensa, señala que la libertad de expresión sólo tiene como límite el respeto a los demás, una clara inferencia de que esto pudo haberse hecho de no haberse dado una indignación internacional.
El Papa Francisco no ha tomado partido al respecto; sin embargo, en el mundo católico, decenas de obispos han rechazado esta blasfemia apuntando a que, lo de París, tuvo un claro objetivo a pesar de que, posteriormente, quisieron enmendar la plana con eso del “Festín de los dioses”. Para los obispos franceses, la representación drag queen fue un escarnio y burla al cristianismo; por otro lado, 27 prelados, principalmente estadounidenses, dirigieron una carta al Comité Olímpico Internacional en la que exigieron, “en nombre de todos los cristianos que el Comité Olímpico repudie este acto blasfemo y pida disculpas a todos los hombres de fe. Es difícil imaginarse que cualquier otra religión habría sido deliberadamente expuesta a un escarnio tan odioso ante un público internacional. Sin embargo, este vil acto representa una amenaza para todos, incluidos los creyentes de otras religiones y de ninguna, porque anima a los poderosos a hacer lo que les plazca con quienes desprecien”.
En México, el cardenal Robles de Guadalajara y el obispo de Cuernavaca y secretario general de la CEM, Ramón Castro Castro, también manifestaron su rechazo, sin embargo, otros obispos no han seguido tal actitud obsequiando también un triste silencio que debería romperse porque lo sucedido no es poca cosa.
Que la Santa Sede haya hecho este tibio comunicado demuestra la tremenda presión que recibió ante la ola de indignación. Se trató de una acción deliberada, blasfema e indecente; ante tal demostración, sórdida y escandalosa, se necesitan voces igualmente estruendosas en la verdad. En otros tiempos, el Vaticano hubiera sido un referente moral indiscutible, hoy prefiere acomodarse en el ominoso silencio.