Unión Civil Anti Natural y la Destrucción de la Civilización Occidental

acTÚa Hispanidad

Por: Jeffrey M. Kihien-Palza

El Perú es una creación de la Iglesia Católica. Toda América lo es. Al encontrar una población, los conquistadores españoles primero, de acuerdo con la ley, realizaban el Requerimiento —anotado por el escribano que los acompañaba—, mediante el que solicitaban a su líder que reconozca y jure lealtad a la Reina de España y a la religión católica, de manera que esta, en contraprestación, brindaría protección y la religión les abriría el camino hacia la vida eterna. El cura, que también acompañaba a los conquistadores, se encargada de evangelizar, nunca por la fuerza, solo por la persuasión: evangelizar es civilizar. Luego vendrían las órdenes religiosas, curas soldados, duros como el hierro que exploraron todo lugar en donde existiera un alma para salvar. Una tarea de titanes.

Pizarro, el conquistador y fundador del Perú y Sudamérica, atendía misa y se confesaba todos los días. A ese paso, el Virreinato del Perú se convirtió en tierra de santos: Santa Rosa de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo, San Martin de Porres. En la Villa de Santa Catalina de Guadalcázar, del Valle de Moquegua en el Virreinato del Perú —en donde cada una de las haciendas contaba con una capilla o iglesia y un cura en planilla—, en 1796 los feligreses hicieron colecta pública y consiguieron traer en una santa (Santa Fortunata) nacida en Palestina, desde la Catatumbas de Roma. Querían tener una santa para venerar en el pueblo.

Era una civilización católica, en extremo próspera, la más próspera del mundo en esa época, porque en la cristiandad el trabajo y el honor es una virtud. Es que, para desarrollar una civilización con prosperidad económica, primero hay que formar al hombre, y, en una civilización en donde se sigue la doctrina católica y sus mandamientos, el éxito está asegurado. No hay que confundir esto con el folklorismo católico (celebraciones cristianas sin cumplimiento del dogma) que se observa hoy en día. No basta con persignarse, hay que cumplir y seguir la doctrina, encontrar la verdad y defenderla. 

Este plan civilizador terminó violentamente con las guerras de revolución emancipadora, mal llamadas “de independencia”. Estas guerras destruyeron desde la raíz la base espiritual, moral y ética de la civilización hispana en las Américas. Por la fuerza se introdujo el pecado del liberalismo, que se basa en la negación de la doctrina católica. El liberalismo busca la libertad sin verdad, la igualdad sin Dios y razón, y la fraternidad sin hermandad católica. Los valores de la Revolución Francesa se trasladaron al Nuevo Mundo y se introdujeron a sangre y fuego. Las guerras post emancipación fueron largas: sesenta años de guerras acompañadas de genocidios contra indios y cristianos. Fue una revolución que, al parecer, doscientos años después no ha terminado.

Luego del liberalismo, introdujeron otra herejía mucho peor. El comunismo terminó por destruir la base espiritual de la hispanidad. Ahora, esta civilización amenaza con volver al paganismo, al invento del indigenismo new age y hippie.

En la actualidad, Perú, la matriz del mundo, tierra de santos, la continuación de Roma, mestiza como ella, se aleja más de sus raíces cristianas. Sus políticos liberales continúan con la moda global de la libertad sin verdad, y promueven por la fuerza la unión homosexual, eufemismo de “matrimonio homosexual” y una forma de introducirla por la puerta falsa. Aquellos que han sido convencidos de que la ley no tendrá  consecuencias, requieren analizarlo más. Solo les basta observar al Occidente post cristiano luego de la destrucción del matrimonio natural hombre-mujer. Porque eso es lo que es: aprobar otra forma de matrimonio es la cancelación del natural, y con ello, la destrucción de la familia, de la mujer, del hombre, de la niñez y —por último— de la civilización.

En Estados Unidos, luego de la aprobación de la unión civil homosexual, la locura comenzó: hombres que se autoperciben como mujeres y exigen que se les trate como tal —de otra forma, quien defiende la realidad podría ir preso por delito de odio—, que exigen utilizar baños de mujeres, que compiten contra mujeres en ligas de deportes femeninos, y niños que demandan ser mutilados (genitales o senos) y hormonados para evitar su pubertad, etapa natural de desarrollo. Solo imaginen un ser humano sin experimentar la pubertad, un periodo hermoso de la vida humana. A esto se añaden los clubs de homosexuales en las escuelas, las cuotas de empleo exclusivas para quienes se perciben transexuales… y la locura más grande: hombres que compiten contra mujeres en concursos de belleza ¡y los ganan! Imagino que el jurado debe sufrir algún grado de alteración también al preferir una copia de mujer en vez de una dama de verdad.

Estos últimos cuatro años, en los Estados Unidos, el gobierno de Biden se dedicó a promover el antihumanismo. Devastaron al país en todos los aspectos —desde el económico hasta el moral—, lo que provocó la conversión masiva al cristianismo, como respuesta a las ideologías modernas. El pueblo norteamericano se dio cuenta de que el dogma cristiano es la única protección válida. Así lo demostró en las elecciones.

Solo una simple ley (la unión civil), aunque la vendan como no dañina, por ser antinatural tendrá consecuencias devastadoras en la sociedad peruana, la destruirá con confusión. Sin embargo, esta es la oportunidad para recuperar la raíz de la moral hispana, su fortaleza, que es la religión católica y sus dogmas que forman virtudes. La base de una sociedad no es la economía, sino las virtudes; sin estas no hay economía, se destruye la civilización. Perú, tierra de santos, tiene que castigar a los políticos que promueven esta ley antinatural, llamarlos, escribirles, denunciarlos y no votar por ellos nunca más. Recordemos que fue la resistencia pasiva católica la que conquistó Roma y luego Occidente. Es el paso a dar. Sabemos que funciona muy bien.

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