Una vez salió un sembrador a sembrar

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el XV Domingo del tiempo Ordinario

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

En este domingo nos encontramos a Jesús predicando a la gente en la orilla del mar, como es tanta la multitud, tiene que hacerlo desde una barca y da inicio a enseñar con parábolas; desea iniciar a los oyentes en el misterio del Reino de Dios, lo hace con imágenes o comparaciones que invitan a la reflexión, imágenes sencillas que todos pueden entender. Hoy escuchamos la Parábola del Sembrador.

Jesús les habla a pescadores, artesanos, agricultores, y la parábola que hoy escuchamos es muy entendible para todos; lo hace en un lenguaje sencillo pero que conduce a la reflexión; desea dejar claro en sus oyentes la “suerte que corre la semilla”. En cada siembra existen una serie de fracasos, y no es poca la cantidad de semilla que se pierde debido a la esterilidad del suelo, pero no por eso la siembra resulta infructuosa.

Jesús muy pronto se encuentra con obstáculos hacia su proyecto; se encontró con críticas y un rechazo directo por los dirigentes del pueblo. Entre sus seguidores cercanos empieza a despertarse el desaliento y la desconfianza. Surgen dudas o preguntas: ¿Merecía la pena seguir junto a Jesús? ¿Aquel proyecto no era una hermosa utopía? Jesús los conoce y les cuenta lo que piensa y a través de la Parábola del Sembrador desea dejarles claro con qué realismo trabaja y la fe inquebrantable que le anima. Existe un trabajo infructuoso que se puede echar a perder, pero el proyecto final no fracasará. No hay tiempo para el desaliento, se debe seguir sembrando, al final habrá cosecha abundante.

Así era Jesús, sembraba su palabra en cualquier parte que miraba una pizca de esperanza; sembraba gestos de bondad y misericordia en ambientes difíciles, entre gente alejada de la religión. Jesús siembra como aquellos sembradores de Galilea, que sabían que mucha semilla se echaría a perder en aquellas tierras desiguales, pero eso no desalentaba a nadie, no por eso se dejaría de sembrar.

Hermanos, Jesús nos sigue invitando a sembrar, es el primer trabajo arduo y que ha de ir acompañado de la esperanza; se necesitan sembradores y no tanto cosechadores. Lo nuestro no es cosechar éxitos, conquistar corazones para nosotros mismos, llenar las iglesias de adeptos, imponer una doctrina; debemos pasar de la obsesión por ver frutos o cosechar, a la paciente labor del sembrador. Recordemos que Jesús nos deja esta Parábola del Sembrador y no una del cosechador. La Parábola del Sembrador es una invitación pues a la esperanza. A pesar de todos los obstáculos y dificultades, con resultados muy diversos, la siembra termina en cosecha fecunda y debe llevarnos a olvidar ciertos fracasos que nos desaniman.

Hermanos, nos encontramos en un mundo donde fácilmente podemos desanimarnos; así en nuestra diócesis pensábamos que la violencia iba desapareciendo y de pronto vuelve la tempestad. Es un mundo donde nos cuesta caminar en la incertidumbre y nos cuesta poner la confianza en Dios. Que la indiferencia de muchos no nos lleve al desaliento, debemos sembrar la semilla en este mundo, en esta sociedad violenta, la Palabra de Dios es esa fuerza interior que crece en el corazón de los creyentes, y permitamos que sea Dios el que siga dando ese crecimiento, nosotros hagamos lo que nos toca, sembrar con el Sembrador.

Nuestra cultura está marcada por ciertos factores que ahogan el Evangelio; una cultura de consumo, materialista, individualista; una cultura que nos empuja a alejarnos de los centros de culto, o mejor dicho, de los centros del encuentro con Jesucristo y que nos empuja a que expresemos nuestra “fe” al gusto de cada quien. El Evangelio sigue siendo exigente, exige una acogida sincera y una disponibilidad total.

La Iglesia sigue contando con una basta doctrina que ha querido dar respuestas a los interrogantes de cada época; quizá falta analizar lo que vuelve estéril la tierra donde cae la buena semilla o falta encontrar la manera propicia para saber remover la tierra e insertarle los ingredientes necesarios para que pueda ser tierra productiva.

Somos sembradores los sacerdotes, religiosos, laicos y al mismo tiempo somos terreno; animadores del mensaje y al mismo tiempo destinatarios. ¿Escuchamos la Palabra de Dios o sólo la oímos? ¿Cuántas veces me limito a estar en Misa y salir de allí completamente igual? Cuando Dios habla, el hombre no puede permanecer indiferente porque con esa misma Palabra fuimos creados. Como personas de la Palabra, hemos de ser personas de esperanza. No tenemos derecho a seleccionar los terrenos y decir de antemano cuál es el bueno, el receptivo, el merecedor, el que ofrece perspectivas alentadoras. A veces se tiene la impresión que ciertos mensajeros de la Palabra, estamos ya descontentos, amargados, insatisfechos a priori, desilusionados de antemano, sin esperanza.

Hermanos, sobre todo, me dirijo a los agentes de pastoral, no es tiempo de desanimarnos o dejarnos vencer por esta cultura, es tiempo de seguir sembrando con alegría, como diría el gran Cardenal Newman: “La semilla es de calidad, de eso no hay duda; se siembra con alegría, tampoco debemos dudar; faltaría ver la manera de preparar esa tierra donde será sembrada la semilla”. Porque ya escuchamos en el Evangelio cómo el sembrador tropezaba con una serie de dificultades que parecían ahogar toda humana esperanza por la superficialidad indiferente de los oyentes, su positiva adversidad frente al Reino, su inconstancia ante las exigencias de la fe, o con otras palabras, las fuerzas enemigas, la inconstancia, los afanes ajenos al Evangelio.

De allí que nos surjan interrogantes: ¿Cómo preparar el corazón del ser humano para que acoja la Palabra de Dios? ¿Qué ramas o piedras debemos quitar? ¿Cómo podemos abonar esa tierra?.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan