«Una opción preferencial por los santos» debe ser la nuestra, dice el padre Léthel, predicador de Benedicto XVI. La Iglesia debería utilizarlos más «en la predicación, en la catequesis, en la teología».

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El padre François-Marie Léthel es un sabio religioso carmelita francés. La sabiduría que destilan sus escritos no es la acumulación de datos y fechas, sino la del que saborea el misterio de Dios en la vida y escritos de los santos.

Escribió una afamada tesis de licencia bajo la dirección del padre Marie-Joseph Le Guillou, O.P. sobre un tema de gran envergadura cristológica: Teología de la agonía de Cristo. La libertad humana del Hijo de Dios y su importancia soteriológica a la luz de san Máximo el Confesor. Luego se doctoró en Friburgo bajo la dirección del padre Christoph Schönborn, O.P. (hoy cardenal arzobispo de Viena)  con una tesis titulada Conocer el Amor de Cristo que sobrepasa todo conocimiento. La Teología de los Santos.

Es secretario de la Pontificia Academia de Teología y profesor emérito de Teología dogmática y espiritual en la Pontificia Facultad Teológica Teresianum de Roma.

Entre sus muchos estudios sobre la teología de los santos se pueden indicar los libros sobre Teresa de Lisieux (El Amor de Jesús. La cristología de Santa Teresa del Niño Jesús), Luis María Grignion de Montfort (El amor de Jesus en María) y Gema Galgani (El Amor de Jesús Crucificado Redentor del hombre. Gemma Galgani). Fue fue uno de los redactores de la Positio para el Doctorado de la Iglesia de Santa Teresa de Lisieux en 1997.

El padre Léthel en una conferencia.

El padre Léthel en una ponencia en Madrid sobre la vida religiosa, el 22 de diciembre de 2015.

Aunque en España no es muy conocido, salvo por alguna intervención en temas de vida religiosa (El amor de Cristo Esposo en la vida consagrada), acaba de desembarcar en castellano una de sus grandes obras: La Luz de Cristo en el corazón de la Iglesia. Juan Pablo II y la teología de los santos (Ediciones Cor Iesu, Barcelona 2021). Se trata del texto de los Ejercicios Espirituales que dirigió al Papa Benedicto XVI y a la Curia Romana del 13 al 19 de marzo de 2011.

Quise publicarla hace años pero varios editores me dieron calabazas. Dios tiene sus tiempos. Como en Caná, el vino mejor para el final… Hoy la publican las recientemente creadas Ediciones Cor Iesu, de Toledo.

Lo hemos traducido mi secretaria de Redacción de MagnificatÁngela Pérez García, y yo y ambos hemos coincidido en que tras veinticinco años de traducciones es quizá uno de los libros más bellos que hayamos puesto en nuestra lengua.

Ojalá sea el primero de una serie de este autor.

Agradecemos al P. Léthel su disponibilidad para conversar con nosotros.

-Padre Léthel, su itinerario intelectual y de fe no ha sido fácil, por lo que he leído en alguno de sus libros…

-Ciertamente. Me uní a la Orden de los Carmelitas Descalzos en 1967 en Francia e hice mi profesión religiosa en 1968, el 3 de octubre, que era entonces la fiesta de Santa Teresa de Lisieux. Hice todos mis estudios de filosofía y teología en el clima de la gran crisis del 68. Pero todo es gracia. Esto me impulsó a hacer «una opción preferencial por los santos», únicos capaces de resistir a los «maestros de la sospecha» (Marx, Nietzsche, Freud y otros).

»En primer lugar estaban los santos doctores carmelitas: Teresa de JesúsJuan de la Cruz y Teresa de Lisieux que me habían hecho descubrir mi vocación. Luego vinieron todos los demás santos: Santo Tomás en compañía de los Padres de la Iglesia y de los místicos. Al mismo tiempo, la gran luz para mí fue el santo Papa Pablo VI. Leía todos sus documentos y especialmente sus catequesis de los miércoles, tan brillantes.

»Tuve un buen director espiritual carmelita y algunos excelentes profesores. En el noviciado descubrí el Tratado de Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, de San Luis María Grignion de Montfort, y fue fundamental para mí: hice su consagración a Jesús por María a principios del año 68, y ha sido para mí un arma espiritual invicible. Lo mismo había sido para el joven Karol Wojtyla, cuando descubrió este tesoro en 1940 en un contexto aún más dramático.

-La primera obra suya que conocí en mis estudios teológicos fue la Teología de la agonía de Cristo. ¿Qué estaba en juego sobre el misterio de la redención?

-Siempre me ha fascinado este Misterio de la Agonía de Jesús, el primero y más doloroso de los Misterios Dolorosos, «la Pasión Interior» en el alma, en el Corazón de Jesús. Es el Misterio de «Tristitia Christi», inmensamente mayor que todos los sufrimientos físicos de la Pasión. Cuando Jesús acepta «beber la copa», conscientemente toma en su alma todo el pecado del mundo, de cada uno de nosotros a los que conocía personalmente gracias a su visión beatífica. Fue contemplado por Santo Tomás de Aquino, y especialmente por Santo Tomás Moro en su preparación para el martirio.

»Todos los místicos más recientes han experimentado una profundísima comunión con este misterio: pienso especialmente en Teresa de Lisieux y Gema Galgani. El padre Marie-Joseph Le Guillou me indicó a Máximo el Confesor. Este excelente dominico dirigió el trabajo de todo un grupo de jóvenes teólogos sobre Máximo el Confesor, incluido el padre Christoph Schönborn, ahora cardenal arzobispo de Viena. Así, me sumergí en los escritos de Máximo el Confesor en el último período de su vida, cuando destaca la libre voluntad humana de Jesús negada por la herejía monoteleta. Me llamó la atención el hecho de que el texto central era el «fiat» de Jesús en Getsemaní: «Padre, hágase tu voluntad». Luego, profundicé el mismo tema con San Anselmo.

-Usted es conocido en el mundo entero por su quehacer teológico en  torno a los santos. Llama la atención, porque la pedagogía del héroe ha suplantado a los santos por cantantes, futbolistas… «santos-ídolos humanos». ¿De dónde surge su interés por la teología de los santos? ¿Por qué conocer y leer a los santos?

-Mi experiencia es muy positiva. Los santos siempre tocan los corazones de los hombres, incluso de los no creyentes, porque dan sobre todo un testimonio de amor, de amor verdadero e inmenso. Todo ser humano, como imagen y semejanza de Dios Amor, lleva en lo más profundo de su corazón el deseo de un gran amor, de un amor infinito y eterno que es Dios mismo.

»Creo que la Iglesia debería utilizar más los santos en la predicación, en la catequesis, en la teología. Tenemos un inmenso tesoro de santidad de hombres y mujeres de todas las edades, de todos los estados de la vida. Tenemos especialmente el ejemplo de Santa Teresa de Lisieux que es amada en todo el mundo, incluso por los no cristianos y por los no creyentes, debido a la luminosidad de su amor.

-Por primera vez vemos en la lengua de San Juan de la Cruz y Santa Teresa una de sus obras: Los Ejercicios a Benedicto XVI. ¿Qué se siente cuando a uno le llaman para esa tarea tan particular? ¿Cómo buscó el tema y lo preparó?

-Estoy muy contento de esta traducción al español. Sólo existía la traducción francesa hecho por mí. Debo decir que esta llamada a predicar los Ejercicios para Benedicto XVI y la Curia Romana fue una sorpresa total y una gran gracia, una de las más grandes de mi vida, como dije en la última página de agradecimiento al Papa.

Portada de La Luz de Cristo en el Corazón de la Iglesia.

«La luz de Cristo en el Corazón de la Iglesia» es la primera obra del padre François-Marie Léthel publicada en español.

»El cardenal Ratzinger me conocía desde hacía mucho tiempo. Era amigo del padre Le Guillou. Se encontraron en el Concilio: estaban entre los jóvenes teólogos, y se llevaban muy bien. EL padre Le Guillou me dijo: «Ratzinger es un santo».  Cuando terminé mi primera tesis sobre Máximo el Confesor, el padre Le Guillou quería que se publicara a toda costa. Como no teníamos dinero, pidió ayuda al cardenal Ratzinger, recién nombrado por Pablo VI arzobispo de Múnich. El cardenal pagó por la publicación, un hecho que luego recordaba con mucho gusto. Luego, en Roma, tuve varias ocasiones de volver a ver al cardenal Ratzinger, incluso dos veces con el Papa Juan Pablo II y un pequeño grupo de teólogos.

»Recuerdo la mañana del 31 de enero de 2011, fiesta de Don Bosco, cuando recibí una llamada telefónica del cardenal Bertone, salesiano, secretario de Estado de Benedicto XVI. Sus primeras palabras fueron: «Padre Léthel, ¡no puede decir que no! El Papa quiere que sea usted quien predique los ejercicios cuaresmales este año». Confiando en Nuestra Señora, pensando en su «sí», ¡yo también dije mi «sí»! El Cardenal me dijo que el Papa me dejaba plena libertad para la elección del tema.

»El mismo día, fui toda la tarde al Santuario de Nuestra Señora del Divino Amor, el santuario mariano más querido por los romanos. Y allí, en pocas horas, tuve toda la luz. Estos Ejercicios serían una preparación espiritual para la beatificación de Juan Pablo II, para la cual yo había trabajado. Ya estaba fijada para el 1 de mayo. Recordé la imagen del «corro de los santos» pintado por el beato Fray Angelico, que fue el ícono de los ejercicios. Luego, me vinieron los nombres de los santos que conocía bien y que eran cercanos a Juan Pablo II: en primer lugar San Luis María Grignion de Montfort, inspirador de su «Totus Tuus», y Teresa de Lisieux, declarada por él «Doctor de la Iglesia» en 1997 (yo había colaborado en la redacción de la Positio para su doctorado).

»La preparación fue intensa: tenía poco más de un mes para escribir 300 páginas, para dar el texto de las 17 meditaciones al Papa y a los participantes. Al igual que Juan Pablo II, trabajaba en la Capilla frente al Santísimo Sacramento, a partir de las 3 de la madrugada. Fue una experiencia de luz. Todo el mundo conocía mi tarea, inmediatamente anunciada en el L’Osservatore RomanoMe sentí llevado por la oración, especialmente por la de las carmelitas de todo el mundo.

-He comentado que tras 25 años traduciendo en muchas lenguas este libro es uno de los que más nos ha impactado (a ambos traductores). Hay algo muy vivo y actual en santos medievales o posteriores…

-Estoy convencido de que los santos siempre son actuales, aunque hayan vivido en otras épocas y en diferentes contextos. Agustín y Tomás siempre serán estudiados en la Iglesia, hasta el fin del mundo. La pequeña Teresa prometió «pasar su Cielo haciendo el bien en la tierra». Lo hace con su intercesión, pero también con la difusión de su maravillosa Historia de un Alma, que propone de manera convincente y atrayente todos los grandes contenidos de la fe católica y de la vida cristiana.

Francisco y el padre Léthel.

El padre Léthel entrega a Francisco una de sus obras sobre Santa Teresita de Lisieux.

»La teología de los santos también tiene una dimensión ecuménica, recientemente destacada por el Papa Francisco cuando declaró a San Gregorio de Narek como Doctor de la Iglesia. Fue en 2015, en el centenario del genocidio armenio. Tuve la gracia de trabajar para este doctorado. Este gran santo armenio del año 1000 no pertenecía visiblemente a la Iglesia católica, porque la Iglesia Armenia (como la Iglesia copta de Egipto) se había separado de la comunión con Roma después del Concilio de Calcedonia en 451, no aceptando la fórmula de las «dos naturalezas» de Cristo. Pero Pablo VI ya había superado esta dificultad en el diálogo con estas antiguas Iglesias cristianas, mostrando que teníamos la misma fe en Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre.

-¿Cuándo le tendremos habitualmente entre nuestras publicaciones? Los traductores formamos el consejo de redacción de Magnificat para España. Como ya le pedí, nos gustaría contar con su colaboración. Sería un honor y un lujo.

-Por supuesto, estaría encantado de colaborar, según mis fuerzas, porque ¡trabajo demasiado! Soy profesor emérito, ¡pero nunca he trabajado tanto como ahora!

 

Pablo Cervera Barranco / ReL.

P.D. DE LA «AGENCIA CATÓLICA DE NOTICIAS:

La carta que Su Santidad Benedicto XVl escribió al padre Léthel:

CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL RVDO. P. FRANÇOIS MARIE LÉTHEL O.C.D.
PREDICADOR DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES.

 

Reverendo padre
François Marie Léthel, o.c.d.
Prelado secretario de la Academia pontificia de teología

De corazón quiero expresarle mi más profunda gratitud por el valioso servicio que nos ha prestado a mí y a mis colaboradores de la Curia romana predicando, en los días pasados, los ejercicios espirituales. También gracias al empeño que ha puesto usted en esta circunstancia, hemos podido entrar en el tiempo de Cuaresma, siguiendo la Palabra divina como la madre Iglesia nos pide: estando más atentos a la voz del Señor.

Es motivo de especial reconocimiento el itinerario que usted, reverendo padre, nos ha impulsado a recorrer a través de las meditaciones: un camino espiritual inspirado en el testimonio de mi venerable predecesor Juan Pablo II, cuya próxima beatificación sugirió el tema de la santidad, para profundizarlo mediante el encuentro con las figuras vivas de algunos santos y santas, como estrellas luminosas que giran alrededor del Sol que es Cristo, Luz del mundo. Con este planteamiento, usted se ha ajustado muy bien al programa de catequesis que he desarrollado en estos años durante las audiencias generales, con el propósito de dar a conocer mejor y amar a la Iglesia, tal como se muestra en la vida, en las obras y en las enseñanzas de los santos: desde los Apóstoles, pasando por el amplio grupo formado por los Padres y los demás escritores antiguos, los teólogos y los místicos de la Edad Media, especialmente el nutrido grupo de mujeres, hasta llegar a la serie de doctores de la Iglesia, que estoy a punto de terminar. Esta línea de reflexión y de contemplación sobre el misterio de Cristo reflejado, por decirlo así, en la existencia de sus más fieles imitadores, constituye un elemento fundamental que heredé del Papa Juan Pablo II y que he continuado con plena convicción y con gran alegría.

Sé bien, querido hermano, que usted entiende mi agradecimiento como dirigido también a la Orden de los Carmelitas, de la que forma parte. Aprecio y comparto este sentimiento y lo extiendo a la más amplia dimensión eclesial, ya que estos ejercicios nos han hecho sentir más que nunca a la Iglesia como comunión de los santos. A la Iglesia, animada por la acción del Espíritu Santo, y a su Madre, la santísima Virgen María, vaya nuestro agradecimiento. La Virgen y san José, su esposo y patrono de la Iglesia universal, que hoy celebramos y al cual usted ha dedicado la meditación de esta mañana, le obtengan la abundancia de los dones celestiales, en prenda de los cuales le imparto de corazón una bendición apostólica especial, que de buen grado extiendo a sus seres queridos.

Vaticano, 19 de marzo de 2011

 

BENEDICTO PP. XVI

 

 

 

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