“¡Deprisa! Estás en peligro. Mete en una mochila lo que necesitas para tres días. En unos minutos volveremos a por ti”. El portugués José Santos es médico del hospital de Niederwenigern y cooperador del Opus Dei. Ha sobrevivido a las inundaciones que han asolado Alemania. En aquellos días atendió a varios medios de comunicación de su país.
Su dramática historia, similar a la de tantas personas en Alemania, Países Bajos y Bélgica, apareció en diversos medios de comunicación de Portugal, como TSF, Noticias SIC y Nuevo semanal. Unas semanas más tarde ha relatado aquel suceso en la página web de la Obra en Portugal.
A las 3 de la madrugada del 15 de junio, unos fuertes golpes en la puerta del dormitorio me despiertan con un sobresalto. Es el cuerpo de bomberos de Hattingen.
Atónito, pregunto qué sucede, a qué viene tanto alboroto. El río Ruhr, me dicen, se ha desbordado y ha invadido nuestra zona residencial.
El día anterior había llamado a las autoridades para preguntar si había algún peligro tras varios días de lluvias torrenciales. Están vigilando la situación, me contestaron, pero por el momento no le podemos dar ninguna recomendación especial. Tendrá que esperar.
En el barco de los bomberos
Seis horas más tarde, los bomberos me daban cinco minutos para salir de mi casa.
Cerca de mí, la fuerza del agua había derribado varias casas. En ese momento cientos de personas ya habían desaparecido. Desde la ventana vi que se había formado delante de mí un enorme lago con coches, contenedores, mesas, sillas y lámparas.
La situación era muy grave. Bajé a la planta inferior de mi casa y no podía creerlo: la nevera y la lavadora, los bancos, sofás y la bicicleta flotaban silenciosamente en un mar de agua que me llegaba hasta la cintura.
Volví a la planta superior, y desde la ventana vi que se acercaban los bomberos en una barca. Les dije con una sonrisa que al menos esto se parecía a Venecia. A los bomberos no les pareció un comentario divertido. Lo entiendo. Durante varios días corrieron detrás de la esperanza y huyendo de la muerte, rescatando personas y enjugando muchas lágrimas, sintiendo el peso de las casas destruidas que son vidas inundadas, derribadas.
Hay gente en los tejados, que esperan. Vuelvo a bajar por las escaleras: el agua hasta la cintura, con la mochila en la cabeza, intento pero no puedo abrir la puerta. El agua del exterior la cierra obstinadamente. No me hace ninguna gracia, pero tengo que salir por la ventana. Entrego mi mochila y mi teléfono móvil y salto por la ventana al barco, y me acomodo con otras personas y familias.
Los rostros están desencajados y somnolientos, la gente llora; lo han perdido todo. No sé por qué, pero yo estoy tranquilo y sereno y me preguntan cómo puedo estar así. ¿Qué puedo hacer?, les contesto: estoy vivo y con salud, el resto lo dejo en manos de Dios». Me fruncen el ceño, pero también hay quien sonríe. Me preguntan si he estado en situaciones similares. La verdad es que, aunque cada situación es única, he vivido otras peores cuando estuve en la India y en Kenia.
En residencias de Portugal, España, Alemania, Brasil, Irlanda…
¿Qué hace un portugués trabajando en un hospital psiquiátrico de un pueblo de Renania del Norte-Westfalia? Todo empezó 12 años antes, cuando dejé Portugal. Tenía 19 años, después de un año de ingeniería biomédica en el Instituto Superior Técnico, tiempo en el que viví en la Residencia Universitaria Montes Claros de Lisboa.
Después me trasladé a Zaragoza para estudiar Medicina. Allí residí en el Colegio Mayor Miraflores. Después de tres años en aquella ciudad decidí marcharme a Alemania para estudiar en las universidades de Bonn y Colonia, viviendo en otra de las residencias de la Obra: Schweidt. Tras esta primera etapa en Alemania, volví a Lisboa para trabajar seis meses en el Hospital Universitario de Santa María, y allí fui de nuevo residente en Montes Claros.
Pero ahí no finalizó mi periplo. América del Sur me llamó y me fui a Brasil, para tener una nueva experiencia de seis meses en la Universidad de São Paulo, y, traten de adivinar… me hospedé en la Residencia Universitaria Pinheiros, también de la Obra. Volví a Alemania donde terminé el curso y volví a Zaragoza para preparar el examen de la especialidad de medicina.
He mencionado las residencias universitarias porque para mí fueron hogares donde estudié intensamente, mientras realizaba actividades extracurriculares interesantes, voluntariado social, además de conocer a gente de todo el mundo. Incluso participé en un campo de trabajo en Kenia, que fue extraordinario.
La protección de Nuestra Señora de la Concepción
Pero volvamos al barco de los bomberos. Teníamos que recorrer más de 500 metros hasta tierra firme, pues estábamos justo en medio del río. Nos llevaron a un refugio de protección civil, que tenía una pequeña sala donde nos sirvieron el desayuno. Mi principal preocupación era tranquilizar a mi familia y a mi prometida con quien me casaría dos meses más tarde. Les conté que estaba bien, les pedí que rezaran por los bomberos y por todos los que estaban sufriendo.
Después evalué cómo podía llegar al hospital psiquiátrico donde trabajo, pero las carreteras estaban inundadas. No puedes salir, me dijeron. Los compañeros del turno de noche, al parecer, van a trabajar 48 horas. Incluso llamé al hospital para preguntar por alguna alternativa: sólo se puede llegar en helicóptero, me explicaron. Pero los helicópteros están todos ocupados en operaciones de rescate. Sin nada más que hacer que esperar noticias, me puse a rezar.
La familia, amigos y la gente de mi ciudad natal, Moita dos Ferreiros, son incansables y estuvieron en contacto permanente conmigo. Incluso el presidente de la Junta me envió un mensaje de fuerza, afirmando que la patrona, Nuestra Señora de la Concepción, siempre protege a los moitenses allá donde vayan y en cualquier circunstancia.
A las 15:00 horas las autoridades nos indicaron el hotel donde nos alojaríamos durante las próximas noches. La incertidumbre me invadió… ¿Qué ha pasado con mi casa, con mis cosas?, ¿cuándo podré volver? A partir de ese momento comprendí más crudamente la realidad que me rodeaba. Intenté relajarme y buscar una iglesia abierta donde meditar. Me calmé. Siempre es bueno escuchar el susurro de nuestro corazón.
La primera noche fue complicada. Apenas pude dormir y tuve pesadillas. Al día siguiente, después de trece horas sin lluvia, el nivel de la inundación disminuyó y pude volver al trabajo. Allí me ofrecieron cinco días de vacaciones, pero los rechace con vehemencia: tenía un deber con mis pacientes y, además, sabía que el trabajo me tranquilizaría.
Lo que iban a ser tres días se convirtieron en diez. Durante los primeros fue imposible llegar a casa, pues todo seguía inundado. Las autoridades habían precintado las casas hasta que un ingeniero o arquitecto confirmara que era posible habitarla sin riesgo.
La electricidad tardó una semana en restaurarse. Mientras tanto, en casa, comencé con los trabajos de mantenimiento y limpieza. La planta baja estaba muy dañada y tuve que retirar todo, incluso el suelo. No se podía utilizar nada: la nevera, la caldera, la lavadora, todo estaba estropeado.
Ahora lo peor ya ha pasado. La esperanza nunca me abandonó, pero fue una prueba. Además, me voy a casar este mes de agosto y sabía que no me iba a perder un momento tan importante. El futuro empieza hoy y la alegría del mañana me mantiene centrado y feliz.
OpusDei.