Continuando con la reflexión de la semana pasada, sigo exponiendo como pauta de consideración lo que el obispo emérito de Argentina, Mons Aguer, argumenta como causas no ya de una crisis de la Iglesia, sino de una decadencia que la está llevando a su ruina y destrucción.
Un escándalo que ha caído como bomba en la Iglesia Católica ha sido el abuso de menores y el encubrimiento de los sacerdotes criminales con el fin de evitar el desprestigio de la Iglesia y el desprecio de las víctimas, lo que ha sido absolutamente contraproducente, pues como dice Jesús en el evangelio: no hay nada oculto que no se llegue a descubrir. La verdad ha salido a luz y miles de fieles, escandalizados y asqueados han abandonado la Iglesia y no se termina por hacer justicia a las víctimas.
Asimismo, preocupa el desequilibrio en la presentación del papel de la mujer en la Iglesia, ignorando las pautas claras que dejó en su enseñanza Juan Pablo II y el Papa Benedicto, dando lugar a la infiltración malévola y enferma de la ideología de género, abriendo peligrosamente la posibilidad de la promoción femenina a los ministerios ordenados, como lo vienen haciendo los obispos alemanes que están al borde del cisma.
El Cardenal Robert Sarah, en su libro “La noche se acerca y cae el día” afirma sin tapujos hablando de la decadencia de la Iglesia: “es como un cáncer que corroe el cuerpo desde el interior y que ha entrado en una nueva etapa: la crisis del magisterio (es decir, de lo que enseña la Iglesia desde el Papa, los obispos y sacerdotes), de ello resulta una situación de confusión, de ambigüedad y apostasía”. Y continúa: “el activismo atrofia el alma del sacerdote y le impide dejar lugar de Cristo en él”; la fe, entonces, no puede animar su ministerio y desgraciadamente la mundanización le atrae el agrado del mundo y lo hace popular”.
El Cardenal Sarah cita en su libro una cruda reflexión del pensador católico francés Péguy:
“Los párrocos no creen en nada, no creen más en nada… Ellos dicen: es la adversidad de los tiempos… No existe la adversidad de los tiempos, existe la de los clérigos. Todos los tiempos pertenecen a Dios. Todos los clérigos desgraciadamente no le pertenecen. …No es un secreto para nadie … que toda descristianización ha venido del clero. Todo el debilitamiento del tronco, la sequía de la espiritualidad, no viene de ninguna manera de los laicos. Viene únicamente de los clérigos. Y concluía Péguy: Ellos quieren hacer progresos al cristianismo. Que no se confíen, …El cristianismo no es de ninguna manera una religión de progreso: ni del progreso. Es la religión de la salvación”.
Pero si la Iglesia no está para la salvación de las almas, entonces se avoca solo al bienestar del cuerpo, y se convierte en una ONG preocupada por el cambio climático, la ecología, los inmigrantes, la economía, y como tristemente nos ha demostrado la pandemia, es más valiosa la salud corporal, el cuidado de esta vida terrena, que los bienes espirituales, lo que demuestra la gran decadencia de una Iglesia que no piensa más en las realidades eternas y que ha perdido la fe sobrenatural, la esperanza de la salvación y la caridad pastoral. Bien dijo el poeta Claudel: “El evangelio es sal y ustedes lo han convertido en azúcar”.
Con información de Contra Replica/P. Hugo Valdemar