Una Fe inteligente

Sabiduría 18,6-9 | Salmo 32 | Hebreos 11,1-2.8-19 | Lucas 12,32-48

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

El evangelio de este domingo pertenece al capítulo doce de san Lucas, que no se expone en su totalidad como ocurre en general en la proclamación dominical, pero revisten importancia otros versículos que refuerzan el argumento central del texto propuesto. La Fe es el eje central que nos permite contemplar a la persona y Mensaje de JESÚS, pero no sólo el don de la Fe debe intervenir, sino también la observación y el análisis. JESÚS indica a los que lo siguen y escuchan: “fijaos en las aves del cielo”, “observad los lirios del campo”, o “analizad este tiempo, lo mismo que prevéis el tiempo atmosférico”. JESÚS señala el camino de su seguimiento con directrices bien definidas, pero al mismo tiempo realiza una pedagogía no directiva, pues el discípulo ha de descubrir verdaderamente la identidad de JESÚS y su Mensaje. La conversión personal no resulta de la credulidad, sino del reconocimiento personal del estado en el que uno mismo se encuentra y la acción salvadora de JESÚS. La conversión no es un sueño en el que la persona se ve transportada a otra dimensión, sino el reconocimiento evaluador de la propia vida que necesita ser perdonada y sanada para girar ciento ochenta grados hacia DIOS. Todo este proceso doloroso y complejo precisa de la Gracia de DIOS incuestionablemente, pero también de la toma de decisiones inteligentes, que obligan a la reflexión y al análisis. JESÚS nos pide a los cristianos que tengamos una Fe inteligente, y una inteligencia que descanse en los principios, preceptos, decretos o leyes subyacentes en el orden creado, que están dispuestas para ser reconocidas con prontitud por la inteligencia humana.

Desprestigio de la razón

Están sucediendo cosas de notable gravedad. Nos afecta de forma inmediata la inflación que cada día nos hace más pobres económicamente, y pone en serios apuros a muchas familias. El cambio climático en el planeta forma parte de sus distintas transformaciones en el tiempo, pero ahora se proponen medidas, obligaciones y prohibiciones como si de una religión se tratase, y todos devotamente estamos obligados a creer y obedecer. El principio fundamental de los predicadores del cambio climático reza así: el hombre es el agente principal del cambio climático del que el factor más grave está en el calentamiento global del planeta. Esta gran mentira no puede ser contestada racionalmente, pues los atajos de descalificaciones se precipitan como un alud en la nieve. Los agoreros y catastrofistas de las calamidades inminentes sobre la desertización de países como España, o el aumento del nivel del mar que se iba a engullir territorios enteros, han tenido que aplazar sus predicciones lo mismo que en décadas pasadas los grupos y sectas religiosas que daban fechas concretas para el fin del mundo y la Segunda Venida del SEÑOR. La razón, la inteligencia o la ciencia objetiva se silencian hasta hacerlas inaudibles cuando se trata de evidenciar que en el óvulo implantado está conformado un ser humano con todas las características genéticas que lo van acompañar durante toda su vida. A la mujer que se la induce o conduce al aborto se le niega que vea la ecografía del embrión o feto que lleva dentro. Objetivamente, de forma visible lo que está en el vientre es un ser humano, que además es su hijo; pero, ojo, de esto ni una palabra. La observación o la constatación evidente hay que borrarla del todo, en la medida que eso sea posible. Hay que desterrar a la razón del campo en el que declare por un momento que la biología dispone dos sexos: varón y mujer. Todas las células del organismo de una persona tienen un par de cromosomas XX o XY, que marcan la diferenciación sexual. La mujer está caracterizada por el par de cromosomas XX; y los hombres llevan el par XY. Esto ha sido así desde nuestros ancestros más lejanos, póngale usted los miles o millones de años a su gusto; pero ahora en determinados ambientes esto no se puede decir. Hace poco tiempo el sexo determinaba el género de una persona, masculina o femenina, pero ahora tal cosa es un anatema, pues el género no depende de datos empíricos, sino de la elección dictada por el estado de ánimo subjetivo, individual y momentáneo. Algunos pretendieron que la razón desplazase la Fe hasta, si fuera posible, erradicarla del horizonte social; y ahora nos encontramos que el sentimiento destierra a la propia razón científica del escenario que ella misma había creado en gran medida. La Fe y la razón habían caminado juntas, con más o menos tensiones, hasta hace poco tiempo y con ello forjamos la Civilización Occidental. El pensamiento griego y el judeocristianismo, junto con el derecho romano, dieron forma a nuestra manera de estar en el mundo; pero en estos momentos no sólo la Fe, sino también la razón se pretende enterrar o desterrar. No sólo está en fase de conquista la Fe, sino también la razón. Quién lo diría, que aquella razón del siglo de las luces se iba a quedar destronada y también guillotinada. Aquella diosa razón quiso reinar sola y no pudo, porque la razón sin DIOS termina en un espectro de sí misma. Los debates entre Fe y razón se mantuvieron hasta hace poco tiempo en el ámbito de la discusión intelectual, académica o eclesial; pero en estos momentos tal cosa afecta de lleno a la vida del común de los mortales. Vendrán las leyes a profundizar en el disparate anticientífico y antirracional: si la veleidad o ensoñación de un hijo varón de doce años empieza a decir a sus padres que se siente “pepita”, que no se le ocurra a los padres a llevar al niño a un profesional de la psiquiatría para que realice un estudio y diagnóstico serio para determinar la apreciación subjetiva del muchacho hasta hace pocas semanas. Si algún comisario político se llega a enterar, a los padres se les privará de la patria potestad, pues el sentimiento que el niño tiene de ser “pepita” hace urgente un tratamiento hormonal a tal efecto: hay que conseguir individuos transexuales como sea. Las pruebas diagnósticas pertinentes ya no tiene que llevarse a efecto, la razón o el examen objetivo no es necesario. Se dinamitó la Fe, la razón queda pulverizada y el hombre al final convertido en una masilla para ser moldeada al capricho o dictado de algunos que deciden lo que estrictamente hay que pensar y decir.

La noche

“Al amparo del ALTÍSIMO, no temo el espanto nocturno” (Cf. Slm 90,1.5). El libro de la Sabiduría en sus últimos capítulos da contenido a la novena plaga que YAHVEH trajo sobre Egipto en los días previos a la liberación del Pueblo. La plaga en cuestión fueron tres días de tinieblas y oscuridad, que impedían la visión de cualquier cosa alrededor. La noche, como dice el himno de la oración de Vísperas: “la noche es tiempo de Salvación”. La noche trae quietud para el espíritu de aquel que busca a DIOS. La noche puede ser tormentosa para el que padece mala conciencia. La noche es un tiempo propicio para que se desaten las fuerzas que agitan el desenfreno. La noche puede ser un tiempo de grandes y profundas transformaciones espirituales como ocurre  en la vida de los santos patriarcas especialmente en el caso de Jacob con el sueño de la escala (Cf. Gen 28,12); y la lucha con el Ángel (Cf. Gen 32,25-30), pues tras el combate espiritual Jacob pasó a llamarse Israel. El signo positivo o negativo de la noche lo ofrecen las presencias espirituales que en ella estén activas.

Las tinieblas de la noche

Egipto representa las fuerzas esclavizantes y oscuras. En la memoria de la Biblia, Egipto quedó como el signo de la opresión, la esclavitud y el pecado, pues el Pueblo elegido fue injustamente oprimido. El terror se apoderará del pueblo opresor cuando sobre él vinieron los tres días de tinieblas como novena plaga anticipo de la última en la que murieron todos los primogénitos. El miedo, el espanto, el terror o el pánico vienen de la mano de la violencia y la injusticia. Egipto cayó presa del miedo y del terror que trataba de infringir al Pueblo de YAHVEH; y el libro de la Sabiduría lo cuenta así: “Imaginaban los impíos que podían oprimir a una nación santa, y se encontraron prisioneros de tinieblas, recluidos en sus casas desterrados de la Providencia eterna. Se vieron presa del terrible espanto sobresaltados por apariciones. Y ningún escondrijo los libraba del miedo, pues también allí se oían sonidos escalofriantes y se aparecían espectros de lúgubre aspecto” (Cf. Sb 17,8-5). Las artes mágicas de los egipcios no obtenían resultado alguno para devolver a la normalidad la penosa situación. En aquellos días de tinieblas afloraron las fuerzas espirituales que los propios egipcios habían estado alimentando con su conducta y adoración. La Providencia Divina tuvo misericordia incluso de los egipcios y en su momento cesó el terror nocturno de los tres días de tinieblas. No debe resultarnos extraño que la inseguridad y el miedo vayan en aumento al disminuir la Fe cristiana y la recta razón que se orienta con sentido y finalidad. El episodio de la novena plaga sobre Egipto recogida por el libro de la Sabiduría es de aplicación permanente y de forma especial en nuestros tiempos. La irracionalidad convierte la ciencia en superstición, y la superstición genera todo tipo de miedos y terrores. El miedo y el terror es uno de los mejores vehículos para inocular cualquier idea manipuladora y conseguir que el inyectado de esta idea supersticiosa se convierta en defensor ardiente de la misma. Hoy el “poder” sabe cómo aplicar con toda eficacia el principio maquiavélico: “es preferible que el príncipe sea temido antes que amado”.  El miedo subyuga y fabrica esclavos; por otra parte, el camino del conocimiento ofrece cuotas de libertad. El Pueblo de YAHVEH no padeció en aquellos días las tinieblas que invadieron a los egipcios, que no eran capaces de distinguirse entre ellos, y los israelitas podían haberlos aniquilado. “La maldad a sí misma se condena, pues no es otra cosa el miedo que el abandono que presta la reflexión” (Cf. Sb 17,17,11-12).

La luz del día para el Pueblo de YAHVEH

El Pueblo del SEÑOR permaneció en la luz, al tiempo que el pueblo opresor experimentaba todo tipo de terrores y espantos. Las tinieblas adquirieron una densidad aún mayor cuando el SEÑOR envió sobre ellos la décima plaga a manos del Ángel exterminador y dio muerte a todos los primogénitos de los egipcios: “bien merecían verse privados de luz y prisioneros de tinieblas los que en prisión tuvieron a aquellos hijos tuyos que habrían de dar al mundo la luz incorruptible de la Ley. Por haber decretado matar a los hijos de tus santos, salvándose de los  hijos uno de los hijos, Moisés” (Cf.  Sb 18,4-5). El autor sagrado declara la Divina Justicia que en su momento actúa poniendo de manifiesto la trayectoria del pueblo opresor. Moisés se salvó de la matanza de los hijos varones decretada por el Faraón, con éste a la cabeza mantuvieron los egipcios la misma disposición hacia el Pueblo de YAHVEH, por lo que la actuación de DIOS estuvo justificada. 

Moisés tiene al Pueblo en vela

“Aquella noche fue conocida con antelación por nuestros padres, para que se comportasen y mantuvieran firmes en los juramentos que habían creído” (v.6). La noche de la gran liberación para el Pueblo de YAHVEH, fue por otra parte la gran calamidad para los egipcios que vieron morir a sus primogénitos, incluido el hijo del Faraón. Los israelitas, que llevaban cuatrocientos treinta años en Egipto estaban a punto de emprender la marcha hacia la Tierra Prometida. El Paso del SEÑOR, la Pascua, traería la liberación. Los israelitas para librarse del Ángel exterminador habrían de señalar sus puertas con la sangre del cordero pascual. El animal tenía que ser de un año, sin defecto, asado al fuego vivo, comido por toda la familia sin dejar restos; ceñida la cintura, con un bastón en la mano y a prisa porque es la Pascua del SEÑOR. Este cordero pascual lo comerían al atardecer en las primeras horas de la noche (Cf. Ex 12,1ss) En aquella noche se oiría un gran clamor en todo Egipto por la muerte de sus primogénitos, y sabrían sin la más mínima duda que no podían enfrentarse a YAHVEH. Las nueve plagas anteriores fueron las ocasiones repetidas y perdidas, por las que DIOS manifestó su poder contra los dioses de los egipcios con la finalidad de liberar a su Pueblo. Con cada plaga se repitió la misma secuencia: endurecimiento del corazón, amago de arrepentimiento, petición a Moisés para interceder ante YAHVEH y de nuevo el endurecimiento del corazón cuando la plaga cesaba. Atención a esta cadencia que se repitió hasta la tragedia final de la muerte de los primogénitos para los egipcios, que todavía volvieron a su cerrazón inicial para ser anegados totalmente por las aguas del Mar Rojo cuando quisieron capturar de nuevo al Pueblo liberado por YAHVEH. Aquella noche fue para los israelitas un acontecimiento que preludiaba la gran noche de la liberación del género humano: la noche de la Resurrección del SEÑOR. Y el SEÑOR volverá de forma inesperada “como ladrón en la noche” (Cf. Lc 12,39-40).

El rito y la realidad

El rito es algo más que pedagogía, pues establece un ámbito de acción espiritual que tiene su incidencia en la realidad creada por el hombre. El ritual nocturno de la cena pascual constituyó el entrenamiento debido para las huestes del SEÑOR que se disponían sin saberlo a librar la última batalla contra los ejércitos del faraón. Las promesas hechas a los padres, Abraham, Isaac y Jacob, estaban a punto de cumplirse; y la conciencia de todo ello con la firme confianza en YAHVEH les daría la victoria. El libro del Éxodo ofrece la cifra de seiscientos mil los que salieron liberados de Egipto como escuadrones del SEÑOR (Cf. Ex 12,37). La cantidad señalada es más bien un dato teológico y no tanto una cifra exacta; sin embargo lo que nos transmite es que los israelitas que celebraron la pascua del SEÑOR habían quedado constituidos como un gran ejército, y su potencia o capacidad de combate no estaba en ellos, sino en la fuerza que el mismo SEÑOR desplegaría. Después de aquella gesta del SEÑOR y victoria del Pueblo no cabía otra cosa que el agradecimiento expresado en el “Canto triunfal de Moisés”: “cantemos al SEÑOR, sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado en el mar…Tu diestra, YAHVEH, relumbra por su fuerza; tu diestra YAHVEH aplasta al enemigo…Mandaste tu soplo y los sepultó el mar… ¿Quién como TÚ entre los dioses? ¿Quién como TÚ en santidad, terrible en prodigios, autor de maravillas? Lo oyeron los pueblos y se turbaron. Los príncipes de Edón se estremecieron…, y todas las gentes de Canaán temblaron… TÚ llevas a tu Pueblo y lo plantas en tu Monte Santo, hasta tu morada, que TÚ mismo has preparado (Cf. Ex 15,1-20). María, la hermana de Aarón y Moisés encabezaba al grupo de mujeres que con instrumentos aclamaban al SEÑOR por su victoria. El  pueblo egipcio estaba siendo un obstáculo para el acercamiento del Pueblo elegido a su DIOS, y en cuanto éste se puso en manos de YAHVEH no se hizo esperar la sucesión de acontecimientos que culminaron con la liberación del mismo. Esta es una gran lección que los creyentes no podemos olvidar: los poderes humanos son siempre mucho más fuertes que los recursos de los creyentes, y sólo DIOS tiene el poder de reducir los obstáculos imponderables a simples anécdotas. La Biblia recoge pasajes abundantes que apoyan esta verdad. Actualmente la potencia de las fuerzas contrarias al Evangelio son mucho más poderosas que las posibilidades de los creyentes. Con los simples análisis sociológicos cabría decir, que en pocos años la desaparición del los católicos en Europa es inminente. Tal cosa sucederá, si el SEÑOR no encuentra en el viejo continente el “resto” que mantenga la antorcha de la Fe. David venció a Goliat sin armadura de hierro y con una honda; Gedeón venció con trescientos hombres a los madianitas, en la noche, y sin disparar una flecha (Cf. Jc 7,7ss). Algunos nos dicen que es necesario dar la batalla cultural, y es verdad; pero en primer término se debe librar la batalla espiritual, que pone al SEÑOR al frente de la batalla contra los poderes del Mal. No dudemos que vivimos tiempos apocalípticos, es decir, en los que cada contendiente espiritual esgrime su armamento más avanzado. JESUCRISTO tiene el Poder y todo el Poder.

Vigilancia y clandestinidad

“Los hijos santos de los buenos ofrecían sacrificios a escondidas, y se imponían unánimes esta ley divina: que los santos compartirían por igual los bienes y peligros; así empezaron a entonar los cantos de alabanza de los padres” (v.9). Los ritos de la Pascua se realizaron con la discreción suficiente para no despertar suspicacias en los egipcios. Mientras los judíos cumplían con las prescripciones rituales, dice el libro de la Sabiduría, los egipcios eran atormentados por los espectros y apariciones que les daban razón de las calamidades que estaban sufriendo: “los sueños que los habían perturbado les habían avisado a tiempo de la causa de su muerte, para no morir sin saber la causa de su desgracia” (Cf. Sb 18,19). Se es rehén de las fuerzas espirituales que se invocan; y la confusión puede llegar a extremos delirantes hasta el punto de aparentar iluminación aquellas fuerzas destructoras del hombre. El libro de la Sabiduría en estos últimos capítulos lleva la contienda espiritual al paroxismo, tomando como pretexto lo ocurrido por el Pueblo elegido en Egipto y narrado por el libro del Éxodo. Una vez más la Palabra de DIOS nos sorprende por la lectura de la historia de los hombres realizada desde la raíz. Los israelitas dan gracias a YAHVEH con los himnos y cánticos de los padres. La Última Cena de JESÚS con sus discípulos concluye con el “Hal-hel”, que comprende los Salmos del 113 al 118. La Última Cena que recogió la institución de la EUCARISTÍA también discurrió en la clandestinidad. Nadie supo del acto transcendente y renovador que JESÚS estaba realizando. Durante siglos las misas que actualizan aquella Cena del SEÑOR se han venido celebrando con toda publicidad. Las campanas anunciaban que la celebración de la Santa Misa se iba a producir. En muchos lugares las campanas no se oyen, los templos se van cerrando y podemos encaminarnos hacia la clandestinidad como ya sucede en bastantes lugares. Pero el SEÑOR es especialista en la Resurrección.

El Reino de DIOS

El Reino de DIOS lo pedimos en el Padrenuestro. El Reino de DIOS es motivo suficiente para posponerlo todo con respecto a él: “buscad primero el Reino de DIOS, y todo lo demás se os dará por añadidura” (v.31). El Reino de DIOS es un don que exige preparación para ser recibido: “no temas pequeño rebaño, porque el PADRE ha decidido daros el Reino” (v.32). El Reino de DIOS está cerca (Cf. Mc 1,15), y ha de ser anunciado y predicado. El Reino de DIOS se visibiliza con la expulsión del Mal: “si YO expulso los demonios con el Dedo de DIOS, es que el Reino de DIOS ha llegado a vosotros” (Cf. Lc 11,20). El Reino de DIOS está dentro o alrededor vuestro (Cf. Lc 17,20-21). “El Reino de DIOS no es comida ni bebida, sino paz y alegría en el ESPÍRITU” (Cf. Rm 14,17). Otras muchas palabras y expresiones de manera indirecta nos hablan del Reino de DIOS a lo largo de los evangelios, pero no encontraremos definición alguna del mismo. Será, posiblemente, porque el Reino de DIOS lo encarna el propio JESÚS de Nazaret con su Persona y Predicación o Palabra. A la presencia del Reino de DIOS asociamos la venida del SEÑOR. El SEÑOR vino hace dos mil años de forma distinta al modo presente como está llegando, y la manera de manifestarse definitivamente en la Segunda Venida. JESÚS nos afirmó sin la menor duda: “YO estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Cf. Mt 28,20). La EUCARISTÍA cumple objetivamente la promesa anterior: en cada Santa Misa y reserva en el Sagrario, JESÚS está con todo su cuerpo glorificado, sangre, alma y divinidad. JESÚS está, y eso equivale a decir que el Reino de DIOS sigue presente en este mundo. La extensión del mismo depende en parte de nuestra colaboración.

“El pequeño rebaño” (v.32)

JESÚS se vio rodeado de multitudes, pero no se dejó seducir por los halagos de las masas entusiasmadas, y no ofreció dólares por cinco céntimos la moneda. JESÚS puso los ojos en la autenticidad de los suyos. Conseguir un mínimo de progreso espiritual es una conquista que sobrepasa nuestros cálculos y DIOS ha de invertir para lograr nuestra transformación. JESÚS que era el MAESTRO le contentó con un “pequeño rebaño”, que lo considerase como verdadero MAESTRO y PASTOR: “mis ovejas escucharán mi voz” (Cf. Jn 10,16). Este “pequeño rebaño” es la levadura de DIOS que fermenta toda la masa. JESÚS tiene que llegar a todos con su Mensaje, pero con unos pocos se va arreglando. Todas las máximas que aparecen en este capítulo doce atañen a cualquier bautizado, pero no en la misma medida o intensidad. Acoger la Providencia Divina para un padre o madre de familia supone acudir temprano al trabajo para ganar un sueldo que sustente al núcleo familiar, echando una mano a otros miembros de la familia extensa en determinadas circunstancias. No es el caso del religioso o el sacerdote diocesano que se ven respaldados por la institución episcopal o la orden religiosa, y velan por su mínimo vital. Pero en cualquier caso, los cristianos estamos llamados a pasar por este mundo ligeros de equipaje, pues no llevamos al Cielo posesión material alguna. La máxima de JESÚS es todo un reto, que el libro de los Hechos de los Apóstoles recoge como planteamiento de vida en las primeras comunidades (Cf. Hch 4,32). Nos dice así JESÚS: “vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los Cielos, donde no llega el ladrón ni la polilla; porque donde está vuestro tesoro allí también está vuestro corazón” (v.33-34). La razón por la cual las posesiones materiales pueden constituir un obstáculo insalvable para la extensión del Reino de  DIOS está en la última afirmación de JESÚS: “donde está tu tesoro, allí está puesto el corazón”. El tesoro representa lo que valoramos de modo especial, orientando hacia su consecución acciones y planteamientos. No son pocos los reclamos que pueden llegar a arruinar la Fe. En “la parábola del Sembrador” se disponen tres tipos de malas hierbas que malogran la buena semilla: “el ansia de riquezas, el ansia de placeres y los agobios de la vida” (Cf. Mt 13,18-22; Mc 4,13-19). Recordemos la parábola del que se enriqueció de forma súbita, porque se vio con una gran cosecha y decidió agrandar sus graneros para almacenar bienes para muchos años. Este hombre se ahogó en la comodidad, la frivolidad y la despreocupación por la vida que DIOS le había regalado. En la gran riqueza material aquel hombre enterró el talento de su alma dada por DIOS. A los discípulos, JESÚS les dice que su tesoro está en los Cielos, y allí acumularán patrimonio en la medida que practiquen la caridad activa con los semejantes. Las disposiciones dirigidas a “los setenta y dos” (Cf. Lc 10,1ss) son válidas para todos los discípulos en el futuro.

Lámparas encendidas (v. 35)

“Tened ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como aquellos que esperan  que su amo vuelva de la boda, para que en cuanto llegue y llame, al instante le abran” (v.35-36). Cada término de la parábola tiene su correspondencia en la realidad espiritual y como un compendio se ofrece en imágenes. El discípulo no puede ceder a la molicie y debe estar en permanente actitud de servicio o “ceñidos los lomos” como el sirviente vigoroso y disciplinado. La lámpara interior de la Fe no se puede apagar, pues de otro modo nada podrá esperar, pues habrá perdido de vista al SEÑOR que viene. La Fe lúcida es vigilante y la ascesis contribuye a que esta lámpara permanezca ardiendo. El amo o el señor vuelve de la boda; y esto hace referencia a la nueva relación establecida por el SEÑOR con toda la humanidad: el SEÑOR está llegando de forma incesante al corazón de los hombres y al mundo en su conjunto. De forma renovada se realizan las palabras del Prólogo de san Juan: “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, pero a cuantos lo recibieron les dio el ser hijos de DIOS… El VERBO se hizo carne y acampó entre nosotros” (Cf. Jn 1,11-14). El VERBO de DIOS hace dos mil años que puso su tienda entre nosotros, y este hecho es incontrovertible para el hombre de Fe, pero al mismo tiempo el SEÑOR está llegando en una acción continuada y creciente hasta el final de los tiempos. El comportamiento de esta venida es como la del amo o el señor de la casa que espera ser recibido cuando llegue: “estoy a la puerta y llamo, si alguien me abre entraré y cenaremos juntos” (Cf. Ap 3,20).

Siervos que están despiertos (v.37)

“Dichosos los siervos, que el SEÑOR cuando llegue los encuentre despiertos. YO os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa, y llendo de uno a otro, los irá sirviendo. Si viene en la primera vigilia o en la segunda, y los encuentra así dichosos ellos” (v.37-38). Esta imagen es un anticipo del relato de la Última Cena en el evangelio de san Juan (Cf. Jn 13,4-5.16). Estas palabras señalan el acontecimiento histórico y concreto de la última Cena, las celebraciones en el tiempo de la Santa Misa y la comunión en el Cielo de todos los bienaventurados. DIOS es nuestra herencia y en el Cielo DIOS será nuestro alimento, del que en este mundo tenemos las primicias en el Sacramento de la EUCARISTÍA. El discípulo que anuncia el Reino de DIOS debe tener experiencia continuada de la condición esponsal de su SEÑOR con todos y cada uno de los hombres con los que establece una Nueva Alianza. El SEÑOR llega en la noche a eso de la segunda o tercera vigilia, y dichoso el siervo que está despierto para abrir la puerta de su corazón al SEÑOR. El cómputo de las vigilias podía diferir: cada tres horas contamos cuatro vigilias; si el tramo es de cuatro horas, la noche está fraccionada en tres vigilias, terminado siempre la última a las seis de la mañana.

Otra parábola (v.39)

“Si el dueño de la casa supiese a qué hora viene el ladrón no le dejaría abrir un boquete en su casa” (v.39). El siervo debe tener la misma vigilancia que el amo de la casa. El siervo ha de velar por las cosas de su amo como si fueran propias. Al evangelizador tiene que dolerle la suerte de los que le son encomendados. El dueño de la casa no dejará que el ladrón venga a robar para hacer daño a los que viven en la casa. De modo similar se expresa san Juan en la alegoría del BUEN PASTOR: “el vela para que el lobo no masacre a las ovejas” (Cf. Jn 10,12-13). Los ladrones de la Gracia dispensada son muchos y variados y el siervo fiel y prudente debe vigilar para que la casa no sea robada.

El momento menos pensado

“Vosotros estad preparados, porque en el momento que menos penséis viene el Hijo del hombre” (v.40). JESÚS se atribuye a sí mismo el título de “Hijo del hombre”, que era conocido por su contenido apocalíptico. El Hijo del hombre abarca la referencia al hombre primero o Adán y al hombre enviado para juzgar en el libro de Daniel (Cf. Dn 7,13-14). Cada hombre tendrá que medirse con el Hijo del hombre, y prescindir de ÉL es cerrar la puerta a la verdadera Vida. Los matices se conjugan y la Segunda Venida puede acontecer de forma amable e íntima, o su manifestación entraña el juicio definitivo de todos y de todo. Las consideraciones deben atender a las dos vertientes a la vez. 

JESÚS responde a Pedro

Los Apóstoles se intranquilizan ante las palabras de JESÚS, Pedro interviene y JESÚS le responde: “¿Quién es el administrador fiel y prudente, a quien el SEÑOR ha puesto al frente de su servidumbre, para que les reparta la ración a sus horas? Dicho el siervo a quien el SEÑOR al llegar lo encuentra comportándose así” (v.42-43). Todos nos podemos volver dispensadores de la Gracia para los que nos rodean, pero de forma especial los Apóstoles designados por el SEÑOR, y de esta forma quedaba claro que las palabras de JESÚS iban dirigidas especialmente a ellos como los más estrechos colaboradores. En las multiplicaciones de los panes y los peces el mandato es claro: “dadles vosotros de comer” (Cf. Mt 14,16; Mc 6,37). La expansión del Reino de DIOS es sacramental y por tanto necesitada de intermediarios que actúan en el nombre del SEÑOR. Investidos con las gracias necesarias para esos ministerios, los evangelizadores llevan en sus manos el poder de repartir los dones de la Redención. La inoperancia de los siervos encomendados para distribuir la Gracia causa muchos males y en los versículos finales de esta lectura JESÚS adopta un tono severo inusual por su exigencia.

Carta a los Hebreos 11,1-2,8-19

La Fe de los hombres de DIOS

“Todavía un poco, muy poco tiempo y el que ha de venir vendrá sin tardanza. El justo vivirá por la Fe, mas si es cobarde no se complacerá en él –dice el SEÑOR-; pero nosotros no somos cobardes para la perdición, sino creyentes para salvación del alma” (Cf. Hb 10,38-39). La Fe cristiana mantiene en todo tiempo la Segunda Venida del SEÑOR como línea de fuerza de la espiritualidad. La carta a los Hebreos en el texto de la segunda lectura nos sirve una afirmación clara y precisa sobre la Fe: “la Fe es garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven. Por ella fueron alabados nuestros mayores” (v.1-2). Por la Fe la acción del ESPÍRITU SANTO nos permite asegurar que JESÚS es SEÑOR (Cf. 1Cor 12,3). Por la Fe el ESPÍRITU SANTO nos permite llamar entre balbuceos ABBA a DIOS (Cf. Rm 8,15) Nuestras obras buenas, como a Abraham van siendo computadas como justificación que viene de la Fe (Cf. Gen 12,6; Rm 4,3). Las realidades eternas quedan selladas en nuestro corazón por la Fe en una certeza creciente de una vida eterna con el RESUCITADO al cual esperamos no por nuestros méritos, sino por los suyos: ÉL es el que viene a nuestro encuentro, para que donde ÉL está estemos también nosotros (Cf. Jn 12,26;14,3).

La Fe de Abraham

“Abraham, al ser llamado por DIOS, obedeció y salió para el lugar que habría de recibir en herencia, si saber a dónde iba” (v.8). La Fe en Abraham llega por la llamada de DIOS y la respuesta inmediata del patriarca. La Fe nace en un proceso de diálogo que no puede interrumpirse, y en el caso de Abraham la Escritura lo va siguiendo en sus grandes fases. La obediencia de Abraham es ejemplar y quedará como modelo para todas las generaciones y anuncio de la obediencia llevada a término por el propio JESÚS. La salida de la propia tierra y parentela, por parte de Abraham, es una consecuencia de la perfecta obediencia del patriarca. De Fe en Fe la vida religiosa de Abraham crece y se fortalece.

“Por la Fe caminó Abraham como peregrino en tierra extraña, habitando en tiendas como Isaac y Jacob, coherederos de las mismas promesas, pues esperaban la Ciudad edificada sobre cimientos, cuyo arquitecto y constructor es DIOS” (v.10). La condición itinerante forma parte del escenario en el que la Fe se va poniendo a prueba. Los distintos lugares los conforma principalmente las personas que en ellos nos encontramos. El territorio puede ser fértil o árido, pero lo que en realidad importa es el intercambio personal con los que vamos encontrando en el camino. Abraham llegará a Egipto, tendrá su episodio bélico con algunos jefes de clanes vecinos y resolverá factiblemente el asunto no menor del enterramiento de Sara; y en todo ese intervalo de tiempo tendrá lugar el nacimiento de Ismael e Isaac.

“Por la Fe también Sara recibió fuera de la edad apropiada vigor para ser madre, pues tuvo como digno de Fe al que se lo prometía; y de uno solo nacieron hijos numerosos como las estrellas del cielo” (v.11-12). El autor sagrado relaciona de manera especial en este versículo la Fe de Sara y la de Abraham, dando a entender la importancia del vínculo común fundamentado en la Fe para cumplir el objetivo divino de la decencia en Isaac. La solución humana de concebir un hijo mediante la esclava Agar no estaba en los planes de DIOS para la descendencia. Sabemos que la “descendencia” juega un papel principal en la Historia de la Salvación, que va desde el momento mismo de la caída (Cf. Gen 3,1ss); hasta el nacimiento del REDENTOR (Cf. Lc 1,26ss; 2,1ss). DIOS hizo reír a Sara (Cf. Gen 18,12) y concibió a Isaac, que significa precisamente “DIOS me ha sonreído”. 

“En la Fe murieron todos los patriarcas, sin haber conseguido el objeto de las promesas, viéndolas y saludándolas de lejos, confesándose extraños y forasteros sobre la tierra. Los que tal dicen van en busca de una patria” (v.13-14). La Fe de la Biblia es transmitida generacionalmente de persona a persona. La Escritura levanta acta notarial a lo que de forma oral los padres van narrando a sus hijos. La Fe patriarcal se nutre de promesas y de un cumplimiento futuro, que por Gracia el SEÑOR anticipó a los padres en la Fe: “Abraham se alegró al ver mi Día” (Cf. Jn 8,56). El contenido de fondo de la escala de Jacob es mesiánico (Cf. Gen 28,12; Jn 1,51). La mirada hacia la patria dejó de estar cifrada solamente en un territorio para convertirse en la “ciudad futura de sólidos cimientos, cuyo único arquitecto y constructor es DIOS mismo”. Ellos no tenían necesidad o intención de volver atrás, a la tierra de donde habían salido, pues su destino ya era otro. La Fe, por tanto, vive de lo que está por venir y esperamos alcanzar.

La cima de la Fe de Abraham la alcanza cuando se encamina al Monte Moria para sacrificar a su hijo, y su brazo es detenido por el Ángel. Abraham no realiza un simulacro de sacrificio: antes de clavar el puñal, Abraham había sacrificado a su hijo en su corazón. La ofrenda estaba realizada, y el Ángel podía detener el brazo del anciano patriarca en el momento justo, que estaba en el límite de la vida y la muerte. “Por la Fe Abraham presentó a Isaac ofrenda, y el que había recibido las promesas ofrecía a su unigénito, respecto del cual se le había dicho: por Isaac tendrás descendencia” (v.17-18). El autor sagrado de la carta a los Hebreos considera que Abraham albergaba el pensamiento de que “poderoso es DIOS para resucitar de entre los muertos” (v.19). En JESUCRISTO decimos con toda propiedad: esta es nuestra Fe.

Comparte: