Una comunidad de perdón

Ezequiel 33,7-9 | Salmo 94 | Romanos 13,8-10 | Mateo 18,15-20

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

La comunidad cristiana es el grupo establecido en el Nombre de JESUCRISTO, en la que sus miembros perdonan y son perdonados. Esta es una de las notas características que derivan del capítulo dieciocho de san Mateo, del que se extrae el evangelio de este domingo. Las comunidades parroquiales no están formadas por los amigos con los que se dé por hecho una afinidad que evite o elimine toda fricción. Personas de distintas maneras de pensar, sentir y ver el mundo, nos congregamos en las comunidades parroquiales. Todavía las parroquias reúnen a personas de diversa mentalidad, cuyo vínculo de unión o coincidencia es JESUCRISTO. Este denominador común facilita la mínima o amplia convivencia que se pueda establecer en el seno de las comunidades, pues el objetivo de todos es el encuentro con el SEÑOR. No obstante, cada uno de nosotros llegamos a las distintas comunidades con nuestra historia accidentada y dolorida. De nuevo JESÚS se encuentra el grupo de los que buscan alivio para sus dolencias; y a ser posible la curación de las mismas. El perdón en las comunidades nace de la Misericordia, y resulta la medicina principal para el gran número de dolencias que presentamos. Para todos, la vida en medio de las comunidades cristianas es un camino de aprendizaje de la Divina Misericordia y ejercicio del perdón. El tiempo, la Gracia de DIOS y la acogida sincera, hacen milagros en muchas personas, que de otro modo no encontrarían un lugar de paz, recogimiento y comunicación fraterna.

Consejos para una vida cristiana

Mantienen plena actualidad las indicaciones que san Pablo ofrece a las comunidades de Roma, que no conocía personalmente, pero esperaba visitarlas en breve tiempo de camino hacia España.  Dice el Apóstol: “no os estiméis en más de lo que conviene, tened más bien una sobria estima según la medida de la Fe, que otorgó DIOS a cada cual” (Cf. Rm 12,3). La comunidad cristiana es el resultado de la comunión dada entre los creyentes, que reciben la Fe como don en la Caridad y la comparten con sencillez. Los protagonismos desmesurados impiden la comunión fraterna pues añaden elementos perturbadores a la convivencia. Como cualquier organismo vivo, la comunidad tendrá una cantidad de elementos nocivos soportables. El mal se metaboliza mediante la corrección, el perdón y la Misericordia. La propia estima, dice san Pablo, no puede superar el sentido común o la recta razón de las cosas. San Pablo emplea de nuevo en la carta a los Romanos la imagen del “cuerpo”, como en la carta primera a los Corintios (Cf. 1Cor 12,27-28), para hablar de la Iglesia, o de la comunidad cristiana. Dice el Apóstol: “así como nuestro cuerpo en su unidad posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así nosotros siendo muchos no formamos más que un solo cuerpo en CRISTO, siendo cada uno por su parte miembros de los otros” (Cf.  Rm 12,4-5). La mano se realiza como mano, porque el ojo que realiza su función de ver y percibir la realidad externa le muestra el campo de acción. El pie no se realizaría como tal, si no contase con la articulación de la rodilla. El desajuste o fallo de un órgano interno repercute en todo el organismo, como bien sabemos. San Pablo establece así de próximas las relaciones de los cristianos en la Iglesia o en la comunidad de referencia. El catequista en la parroquia puede realizar su ministerio porque otros catequistas han estado antes en ese servicio. Es posible impartir catequesis, porque se mantiene la liturgia y la predicación; y la predicación misma es entendida cuando se establece una formación parroquial con un cierto orden. Todas estas acciones no se ejecutan si no existen personas que las realicen.

Los dones y la comunidad

Para que una comunidad cristiana se forme tiene que estar asistida por el ESPÍRITU SANTO, que distribuye distintos dones, ministerios y carismas. Sin ánimo de agotar las distintas gracias dadas por el ESPÍRITU SANTO, san Pablo señala algunas, que ponen de relieve la presencia del SEÑOR y la mutua dependencia y colaboración de los hermanos dentro de la Iglesia o comunidad. “El don de profecía ejerzámoslo en la medida del don de nuestra Fe” (v.6). No puede faltar la profecía en las comunidades, para que la predicación del Mensaje tenga la unción, que requiere la presencia viva del SEÑOR a través de la Palabra proclamada. Para que se actualice el kerigma en las comunidades tiene que existir el don de profecía en medio de ellas. El kerigma proclama la Presencia del SEÑOR “aquí y ahora” actuando en la comunidad. La profecía del Nuevo Testamento proclama con certeza que JESUCRISTO es el SEÑOR (Cf. 1Cor 12,3), y está vivo y presente en medio de los hermanos. Si esta Fe cargada de unción y poder no se manifiesta, la comunidad irá perdiendo fuerza interior y decaerá su testimonio. Otros dones: “los dones ministeriales en el ministerio; si es la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando; el que da con sencillez; el que preside con solicitud; el que ejerce la misericordia con jovialidad” (v.7-8). Los distintos ministerios tienen un carácter estable y un reconocimiento público. Ministro es el que sirve y debe hacerlo con realismo. El reconocimiento público del ministro no está destinado a ningún timbre de gloria personal, que empezaría a deteriorar la idoneidad de la persona en cuestión. El don se visibiliza en la acción continuada. Si alguien está dotado de un don especial para enseñar, esta gracia se perfeccionará con el ejercicio de la misma. La perfección del don se establece en el bien producido en aquellos que reciben la enseñanza. Alguien en la comunidad hace como el padre de familia, que saca del arcón lo nuevo y lo antiguo y sabe exponerlo con sabiduría (Cf. Mt 13,52). “La enseñanza de los Apóstoles” (Cf. Hch 2,42) es una de las cuatro columnas que sostienen a la comunidad cristiana. También la exhortación visibiliza su efecto cuando es ejercida con unción. La exhortación es una modalidad del consejo expresado con tono enfático y ungido por el ESPÍRITU SANTO. La exhortación a la comunidad, o a la persona en particular, tiene un carácter de urgencia o inmediatez ante la gravedad del momento, por el que se pueda estar pasando. La exhortación actúa con un aviso enfático dado en el último momento, como si alguien se fuese a caer por un precipicio y otra persona que lo ve le grita para que se detenga. La exhortación profética tiene un añadido de autoridad, que le da también un efecto de denuncia, al tiempo que urge a la corrección. Este tipo de actuación ha desaparecido en general de las enseñanzas y las homilías y la muletilla que se repite, venga o no a cuento, es la de “el SEÑOR nos invita”. La urgencia evangélica que muestra JESÚS en su predicación se diluye como un azucarillo en agua para la mayoría. “El que da con sencillez”, porque en ese instante está siendo un brazo activo de la Divina Misericordia, y por ese motivo resulta el primer beneficiado. Al mismo tiempo, el que distribuye los bienes recogidos de la aportación de los hermanos está en el papel de buen administrador. Si los bienes que reparte son directamente personales, cuide entonces no dar cabida a la vanagloria o al menosprecio del hermano necesitado. No es nada fácil el ejercicio de la caridad activa. “El que preside con solicitud”, porque el lugar que ocupa no es para ser servido, sino para servir. El que preside con solicitud debe pedir al SEÑOR que “cada mañana le despierte el oído para escuchar como los discípulos, y dar después una palabra de aliento al abatido” (Cf. Is 50,4). El que preside y recae sobre él distintas responsabilidades tiene que economizar el ejercicio de su autoridad y dar las órdenes imprescindibles con la mayor discreción. Los que están alrededor quieren ser escuchados y obtener una palabra de aliento y comprensión. “El que ejerce la Misericordia con jovialidad”, porque es así como la realiza el padre del hijo despilfarrador y arrepentido que vuelve a la casa paterna (Cf. Lc 15,11ss). El padre de la parábola no establece un tribunal para juzgar la causa del hijo desmañado, y le bastó con su arrepentimiento sincero.

Otros dones

Una comunidad o Iglesia de Misericordia y perdón es reconocible en el conjunto de dones, ministerios y carismas, de los que san Pablo nos habla en sus cartas; por eso la simple enumeración de las gracias dadas por el ESPÍRITU SANTO nos puede dar una idea de la gravedad de la pérdida o disminución de esas mismas gracias. Las comunidades ungidas por el ESPÍRITU SANTO encarnan con propiedad las palabras de JESÚS: “vosotros sois la luz del mundo y la sal de la tierra” (Cf. Mt 5,13-16). No está mal atribuir esas palabras de JESÚS al discípulo particular, pero el plural “vosotros” ha de ponerse en un primer plano. La Iglesia, o la comunidad, es siempre un “nosotros” que adora, alaba, intercede y realiza la Acción de Gracias. Con los siguientes versículos nos daremos cuenta de las metas a las que hemos de aspirar, y las negligencias cultivadas en el camino: “vuestra Caridad sea sin fingimiento, detestando el mal, adhiriéndoos al bien. Amándoos cordialmente los unos a los otros, estimando en más cada uno a los otros. Con un celo sin negligencia, con espíritu fervoroso sirviendo al SEÑOR. Con la alegría de la Esperanza, constantes en la tribulación, perseverantes en la oración. Compartiendo las necesidades de los santos, practicando la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen, no maldigáis. Alegraos con los que se alegran, llorad con los que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los otros, sin complaceros en la altivez, atraídos más bien por lo humilde” (Rm 12,9-17). La comunidad cristiana, o la Iglesia, mantiene una proyección social porque existen en medio del mundo. Las relaciones internas de los componentes de la comunidad repercuten y son conocidas extramuros de la comunidad; y cada de los componentes de la misma mantiene directamente relaciones de distinta índole con otras personas de alrededor. La comunidad se ve influenciada e interpelada por la sociedad en la que está insertada. La comunidad cristiana debiera aparecer como esa edificación en lo alto del monte que atrae porque es lugar de paz, sanación, restaurador de los espíritus, que el mundo por su misma condición pone en desorden. “no os complazcáis en vuestra propia sabiduría. No devolváis a nadie mal por mal, procurando el bien a todos los hombres. Vivid en paz con todos los hombre, sin tomar la justicia por cuenta vuestra. Si tu enemigo tiene hambre dale de comer, si tiene sed dale de beber. No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien. “ (v 16-21).

El profeta Ezequiel

Ezequiel es uno de los profetas principales y conocido por su nombre, que acompañó a Israel al destierro de Babilonia. Su mensaje está recogido en el libro que lleva su nombre y ofrece grandes visiones y textos cuyo contenido aún hoy nos parece estar desentrañando. Ezequiel es uno de los grandes profetas, en quien reconocemos la actuación del ESPÍRITU SANTO, que “habló por los profetas”, como rezamos en el Credo Nicenoconstantinopolitano. La suerte de Ezequiel ofrece similitudes con su coetáneo Jeremías, pero a Ezequiel terminan dándole muerte. La actividad profética de Ezequiel y su repercusión es descrita de este modo: “tú eres para ellos como una canción de amor graciosamente cantada con acompañamiento de buena música. Escuchan tus palabras, pero nadie las cumple. Pero cuando todo esto llegue sabrán que había un profeta en medio de ellos” (Cf. Ez 33,32-33).

Centinela de la casa de Israel

Los grandes profetas de la Antigua Alianza son precursores del VERBO, que se habría de manifestar en la plenitud de los tiempos (Cf. Mc 1,15). El profeta es aquel que recibe el oráculo divino y lo transmite al Pueblo con toda la fidelidad posible. El profeta se debe a la Palabra recibida, de la que se lo ha nombrado enviado o mensajero. El profeta no es un policía político que denuncia infracciones con la intención de chantajear y oprimir a los semejantes; el profeta, sin embargo, ofrece una exhortación que previene la multitud de males que trae consigo apartarse del SEÑOR y sus mandamientos. El profeta se hace notorio y necesario en los tiempos de encrucijada y de forma especial en los cambios de época. El hombre, la humanidad en su conjunto y las comunidades, necesitamos hoy una voz profética. La Revelación, la Biblia, encierra un contenido de Revelación permanente y tendría que ser la voz autorizada de la Iglesia, la que diese la interpretación válida para los hombres de este momento. Es la Iglesia la que encarna en primer lugar las palabras del profeta Ezequiel recogidas, hoy, en la primera lectura: “A ti, hijo de hombre, te he hecho centinela de la Casa de Israel. Cuando digas una Palabra de mi boca, les advertirás de mi parte. Si YO digo al malvado: vas a morir sin remedio, y tú no le hablas al malvado para advertir su conducta, el malvado morirá por su culpa, pero de su sangre te pediré cuentas a ti. Si por el contrario adviertes al malvado que se convierta de su conducta y él no se convierte morirá él por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida” (Cf. Ez 33,7-9).

El pecado existe

El pecado es toda acción consciente y voluntaria contra DIOS, su Divina Voluntad o su obra creada. El pecado aparece en la acción del pecador. El pecado contra DIOS mismo es el odio de la criatura a DIOS, y el que genero esta reacción en sí mismo por primera vez fue Satanás. DIOS tiene un diseño de su obra, que en parte es conocido y compartido por sus hijos y las criaturas en general. El objetivo principal de Satanás está en sumergir al hombre en las distintas esferas del pecado y apartarlo definitivamente de DIOS. Con otras palabras, la Biblia contempla el escenario anterior desde el pecado de Adán y Eva (Cf. Gen 3). Satanás, que es el perfecto odiador, quiere eliminar o borrar a DIOS de la conciencia del hombre. Satanás procura que el hombre de nuestros días sienta profundo malestar cuando se habla de JESUCRISTO como el único SALVADOR. No soporta el reconocimiento de la VIRGEN como la MUJER elegida para que su DESCENDENCIA le pisara la cabeza (Cf. Gen 3,15) en el Gólgota -lugar de la calavera. No soporta la Vida en Gracia de los que escapan a sus insidias y tentaciones. El primer objetivo del generador del pecado, Satanás el odiador, es borrar las huellas que DIOS hace visibles. Si esta estrategia falla, puede hacer uso de sus tácticas de engaños, falsos entusiasmos y simulaciones. Unas gotas de vanagloria, frivolidad o envidia son suficientes para neutralizar alguna buena intención inicial, y crear a continuación estados de decepción, que puede acompañar de convincentes acusaciones contra DIOS, pues ÉL es su primer y verdadero enemigo. El odio del adversario nace en su inteligencia y voluntad y se proyecta directamente hacia DIOS. Esta pavorosa perversión de la naturaleza angélica está en la causa del pecado y de la muerte espiritual en el hombre. A los ojos de Satanás el hombre es insignificante y despreciable, y su repugnancia hacia los hombres se acentúa en la medida que somos importantes para DIOS, porque somos sus hijos.  De forma misteriosa hemos abierto puertas al pecado inducido por el odiador, y en el decir de san Pablo, “la muerte alcanzó a todos los hombres ya que todos pecaron, no con un pecado como el de Adán, pero todos estamos afectados por el pecado” (Cf. Rm 5,12-14). Con esta inclinación al pecado o al mal es más fácil caer en las redes externas que se tienden para dañar la propia condición personal y alejarnos de DIOS. El odiador que arrastró a un número importante de ángeles tras de sí al estado infernal también organiza planes que afectan a la estructura social. Es satánico llamar bien a lo que intrínsecamente es malo. JESÚS habló del pecado contra el ESPÍRITU SANTO, “que no alcanza perdón en esta vida ni en la otra” (Cf. Mt 12,31-32). Este pecado aparece en el relato evangélico de la negación por parte de algunos de lo que estaban comprobando: JESÚS echaba los demonios, decían, por el poder de Beelzebú. Es verdad, que el hombre mientras vive en este mundo tiene posibilidad de cambio, pero también puede persistir en una postura radical contra la Verdad, contra el Amor o contra DIOS. Es una terrible realidad, desconcertante, que nos remite al ámbito de la libertad personal. Satanás puede atrapar a muchas personas en las redes del afán de poseer cosas, en las redes del placer desmedido como único fin en la vida; y en las redes de las distintas cotas de poder, para endiosar al propio ego. Satanás existe y es el primer odiador, que rechaza con todo su ser a DIOS y su obra. El pecado como posibilidad objetiva de la acción humana es un hecho que se materializa con más frecuencia de la deseada. En un buen número de personas el arrepentimiento surge a raíz del pecado, convirtiéndose en el medio para que DIOS intervenga ofreciendo su ayuda y salvación.

 JESÚS habla sobre el pecado

Aunque DIOS busca al pecador, el pecado nos aleja de ÉL hasta el punto de no reconocer el camino de vuelta. JESÚS lo ejemplifica en este capítulo dieciocho de san Mateo con la imagen de “la oveja descarriada” (v.12). En esta versión de san Mateo la oveja de la parábola no se pierde por torpeza o debilidad, sino que se descarría voluntariamente; no obstante el SEÑOR se propone recuperarla, aunque el éxito no está garantizado.  Los hombres somos muy vulnerables y el pecado pone nuestra vida en riesgo.  JESÚS emplea imágenes impactantes para hablar de la radicalidad con la que el discípulo ha de enfrentarse al pecado, que a una cierta distancia se ve venir. Dice JESÚS: “si tu mano o tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo y arrójalo de ti; más te vale entrar en la Vida cojo o manco, que con las dos manos o los dos pies ser arrojado al fuego eterno” (v.8). Con el pecado no se dialoga o negocia, según JESÚS; y la postura correcta está en cortar de raíz toda la cadena de insinuaciones. JESÚS pretende asomarnos a la realidad del pecado cuya gravedad no percibimos con exactitud, pero sus consecuencias son nefastas. En la Vida Eterna cualquier minusvalía o deficiencia física o psíquica queda resuelta, pues allí sólo reina la perfección. Sin embargo JESÚS pone el acento en que más valdría entrar cojo, manco o ciego, que ser arrojado a un lugar de sufrimiento para siempre. La imagen utilizada en el versículo nueve es la “gehemna”, que era la hoguera donde se quemaban las basuras fuera de la ciudad y estaba ardiendo permanentemente. El pecado puede convertir al hombre en basura para arder en un infierno que no se acaba. El pecado existe y degrada al hombre, a la sociedad y atenta contra el Plan de DIOS, que tiene como principal objetivo establecer su Reino entre nosotros. Despreciar la existencia del pecado en el mundo es neutralizar la Redención de JESÚS, que cargó sobre SÍ los pecados de los hombres (Cf. Is 53,5-6). Especial gravedad encuentra JESÚS en el escándalo provocado a los niños, y las sentencias dadas sobrecogen y no dejan dudas sobre su gravedad: “el que escandalice a uno de estos pequeños que creen en MÍ, más le valdría que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino, que mueven los asnos, y lo hundan en lo profundo del mar” (v.6). JESÚS puede perdonar a cualquier pecador arrepentido, pero no deja de advertir de los efectos letales del pecado en el alma del hombre, que puede llegar a comprometer su Salvación Eterna.

Comunidad de sanación y perdón

El evangelio de este domingo está tomado de san Mateo, como corresponde al ciclo en el qué nos encontramos. Los versículos, del quince al veinte del capítulo dieciocho, completan “el poder de las llaves” propuesto en el capítulo dieciséis. “El poder de las llaves” afecta no sólo a las cuestiones de gobierno dentro de la Iglesia, sino también a la dispensación de la gracia. Sobresale en estos versículos “el perdón de los pecados”, y el papel de la comunidad y los hermanos a la hora de establecer una mediación en el otorgamiento del perdón. Los tesoros de Gracia de la Redención son infinitos, pero el SEÑOR deja su administración para los hombres a través de la Iglesia. Lo que aparece en los versículos de esta lectura hay que verlo como Palabra de JESÚS y práctica habitual de la comunidad de Antioquía, donde se concluyó el evangelio de san Mateo; por tanto, no solo tenemos la Palabra del MAESTRO, sino también la realización de la misma en la Iglesia. Los estudios bíblicos nos hablan de la redacción final de este evangelio unos cincuenta años después de la Resurrección de JESÚS. El intervalo de una generación es garantía de autenticidad, pues el Evangelio escrito confirma la tradición oral y la vida concreta de la Iglesia. El perfil de la comunidad de Antioquía se asimilaría al propuesto por san Pablo en Romanos doce, donde priman los dones que acentúan la Caridad fraterna, tales como considerar a los otros más que a uno mismo, dando con sencillez, ejerciendo la Misericordia con jovialidad, con una Caridad sin fingimiento, amándose con sinceridad los unos a los otros, constantes en la tribulación, con la alegría de la Esperanza, perseverantes en la oración (Cf. Rm 12,7-21). No se descartan los dones relacionados con los milagros y las curaciones, señaladas en la primera carta a los Corintios (Cf. 1Cor 12,1ss), pero la vida comunitaria en la Iglesia va a propiciar el camino de la transformación interior en primer lugar. La comunidad o la Iglesia será un recinto de regeneración y conversión, pues el Reino de DIOS se forja con los que se hacen pequeños: “JESÚS llamó a un niño, lo puso en medio de ellos, y les dijo, YO os aseguro, si no cambiáis y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos” (Cf. Mt 18,3).

La corrección fraterna

“Si tu hermano llega a pecar, repréndelo a solas tú con él. Si te hace caso habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía uno o dos para que el asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si los desoye a ellos, díselo a la comunidad; y si hasta a la comunidad desoye, entonces sepárate como del gentil o el publicano” (v.15-17). Tres eran los pecados graves que principalmente se tenían en cuenta en los primeros tiempos: la idolatría, el homicidio y el adulterio. En los primeros momentos se dio el caso de los “lapsi”, aquellos cristianos amenazados y coaccionados que renunciaban a la Fe volviendo a las prácticas paganas. La postura de las comunidades no fue uniforme con respecto a los “lapsi” y su posible reintegración al seno de la comunidad. El reingreso en las comunidades abiertas al perdón se hacia por la vía de los penitentes, pues después de haber recibido el Bautismo, que perdona todos los pecados, algunos creían que no había una segunda instancia para el perdón. Para las comunidades que consideraban que la reconciliación era posible, después de la comisión de los grandes pecados mencionados, entonces se establecía la vía penitencial, que podía durar varios años. Las bases espirituales y doctrinales quedaron puestas desde el principio, pero su aplicación sufrió un desarrollo a lo largo del tiempo, y la práctica sacramental con respecto al Sacramento de la confesión, varió notoriamente a lo largo de los siglos. La forma actual de acercamiento individual al Sacramento de la confesión se aproxima estrechamente con la práctica de JESÚS, que perdona los pecados a cada uno en particular, aunque es “el CORDERO de DIOS que quita el pecado del mundo” (Cf. Jn 1,29). JESÚS perdona particularmente a la Samaritana (Cf. Jn 4,7ss); a la mujer sorprendida en adulterio (Cf. Jn 8,1ss); a Zaqueo (Cf. Lc 19,1ss); al paralítico en Cafarnaum (Cf. Mc 2,1ss); o a su propio discípulo Mateo (Cf. Mt 9,9-13). La corrección fraterna, que estaría varios peldaños por debajo de las causas planteadas por los grandes pecados antes mencionados, supone no obstante un alto nivel de Caridad dentro de las comunidades. En otra parte el Evangelio advierte: “cómo pretendes decirle a tu hermano: hermano déjame quitarte la brizna que tienes en el ojo, ¿teniendo tú una viga en el tuyo?” (Cf. Mt 7,4; Lc 6,42). La ejemplaridad en las comunidades debe llegar por la conciencia de la propia vulnerabilidad, de la pobreza personal, de la incapacidad inicialmente para juzgar: “no juzguéis y no seréis juzgados” (Cf. Lc 6,37).

 Atar y desatar

“Todo lo que atéis en la tierra, quedará atado en el Cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, quedará desatado en el cielo” (v.18). De forma similar el Evangelio de san Juan refiere: “a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Cf.  Jn 20,23). “El poder de las llaves” dispone a la Iglesia como administradora de los bienes espirituales de la Redención en favor de los hombres. Velando por la Verdad del Evangelio, la Iglesia tiene que mirar hasta dónde alcanza su poder de atar y desatar. De ninguna forma las disposiciones eclesiales pueden extralimitarse mas allá de lo dispuesto por JESÚS. El depósito de la Fe es el marco en el que se mueven las actuaciones y pronunciamientos de la Iglesia en orden a la Salvación de los hombres. La Iglesia nunca podrá llamar matrimonio a algo distinto de la unión sacramental de un hombre y una mujer. Si por cualquier infortunio hiciere otra cosa, estaría alterando las bases bíblicas y la doctrina misma del Evangelio. La Iglesia no tiene poder para alterar los principios inmutables. Por otra parte, JESÚS le ha dado poder a la Iglesia para abrir de par en par las fuentes de la Misericordia y rehabilitar espiritualmente a los hombres en las gracias que nos revisten de CRISTO. Por la vía del arrepentimiento personal, el cristiano mediante la potestad de la Iglesia es capaz de obtener Misericordia infinita para todos sus pecados por el don de la indulgencia plenaria, que no sólo se recibe en ocasiones especiales, sino que está prevista para el momento de dejar este mundo, al recibir el Sacramento de la Unción de Enfermos. Al SEÑOR lo que le importa en primer lugar es nuestra Salvación eterna, y para ello ha dispuesto en su Iglesia todo lo necesario con sobreabundancia de gracias y dones especiales.

Dos discípulos orando

“Os aseguro también, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi PADRE que está en los cielos; porque donde están dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy YO en medio de ellos” (v.19-20). El poder de abrir el Cielo, para que las gracias desciendan sobre la comunidad, no sólo está reservada a los Apóstoles por su carisma recibido. También los fieles, los que creemos en JESÚS y hemos recibido el Sacramento del Bautismo, tenemos capacidad para abrir el cielo y favorecer con dones especiales a la comunidad cristiana y la sociedad en su conjunto.  JESÚS dio la capacidad de intercesión a todos los bautizados, para que podamos presentar al PADRE cualquier necesidad verdadera, que contribuya a establecer en el mundo el Reino de DIOS. El mismo evangelio de san Mateo concluye con esta verdad: “YO estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Cf. Mt 28,20). La aspiración central del cristiano, tanto en esta vida como en la Vida Eterna, debe ser “estar con JESÚS” (Cf. Flp 1,23). El propio JESÚS nos da el medio seguro de su presencia: “cuando dos o tres se ponen de acuerdo para pedir algo en mi Nombre”. Todo lo que se recoge en el Evangelio puede y debe ser pedido por los cristianos para el bien personal, de la Iglesia y la sociedad en general. El SEÑOR no hará caso de las peticiones insensatas, pero atenderá todo lo que contribuya a nuestra Salvación.

San Pablo, carta a los Romanos 13,8-10

En estos tres versículos san Pablo actualiza la regla de oro para el cristiano: ”a nadie debáis nada más que Amor. El que vive la Caridad cumple toda “la Ley”. Las Palabras del Decálogo quedan sintetizadas en la Caridad, porque en la doctrina de san Pablo la Caridad es más que dar limosna a los pobres, hacer milagros, favorecer con curaciones, e incluso entregar el propio cuerpo a las llamas para ser martirizado (Cf. 1Cor 13,1-3). Ante esta exposición nos preguntamos entonces, ¿qué es la Caridad? San Pablo responde que la Caridad es un carisma superior a todos los otros: la Caridad es un camino mejor (Cf. 1Cor 12,31). La Caridad es el mismo Amor de DIOS que nos es dado como Gracia especial. La presencia misma del ESPÍRITU SANTO en el corazón del creyente es el Amor del que disponemos para amar y forjar las relaciones fraternas: a nadie debáis nada más que el mutuo Amor (v.8), sin que ello dispense de las obligaciones sociales, que san Pablo menciona, como el pago de impuestos ( Cf Rm 13,6). La CARIDAD es la fuente de todos los dones, carismas, virtudes y cualquiera otro don espiritual o celestial (Cf. Ef 1,3). La CARIDAD es la sobreabundancia de la Vida Divina dada por JESÚS como fruto principal de la Redención.

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