Una buena cosecha

Editorial ACN Nº71

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Domingo de Pentecostés. La tradición e historia marcan la nueva era de la Iglesia con la presencia del Paráclito, el Abogado, el Espíritu. No se trata de un cuento. El cumplimiento de la promesa de Cristo en la Pascua desemboca al nacimiento de la Iglesia cuando los apóstoles son privilegiados con la presencia del “Gran Desconocido”, el Espíritu Santo. Según las Escrituras, llegó en forma de leguas de fuego y derrama los dones de su amor.

La Iglesia vive por el Espíritu Santo. Cada vez que los sacramentos se realizan, se constata Su presencia. Hay la certeza de una misión. Desde hace casi dos mil años, el Espíritu dio el arrojo y valentía a los apóstoles y discípulos para anunciar al mundo la nueva fe en el resucitado. Su destino no fue el mejor. Destrozados, torturados y martirizados, su sangre fue fecunda, Dios Espíritu Santo modeló la Iglesia y ahora es Quien nos anima a dar testimonio de lo que creemos.

En víspera de Pentecostés, es costumbre que los fieles se reúnan en retiros y vigilias para renovar los siete dones y recordar aquel momento que vio el nacimiento de la Iglesia. Y quizá no haya eventos significativos más elocuentes de la presencia del Espíritu como cuando los obispos claman por Él al momento de ordenar a nuevos sacerdotes que actualizarán el sacrificio de Cristo y el mensaje de Salvación.

No se ignora que la Iglesia vive una crisis. Relativismo de la fe, escasez de sacerdotes, comunidades enteras sin celebrar la eucaristía, penetración gradual de extrañas y nefastas ideologías, cultura de la muerte, desgaste pastoral, división que quebranta la unidad, hechos que no son propios del Espíritu; sin embargo, medir la vitalidad de una Iglesia a través de signos puede constatar efectivamente su vigor o el franco estado de agonía. En México, ¿cómo es que vive la Iglesia esta acción del Espíritu?

Para nadie es desconocido que la Iglesia de México es variopinta. No obstante, no deja de llamar la atención cómo en algunas arquidiócesis, la fecundidad del Espíritu y las acciones pastorales bien realizadas están dando frutos envidiables. Tomemos, por ejemplo, el caso de la arquidiócesis de Guadalajara. En vísperas del domingo de la Ascensión, el cardenal Robles Ortega ordenó a 33 presbíteros y 14 diáconos en lo que constituye un “récord” en la historia de esa Iglesia al sumar 107 los ordenados entre junio de 2022 y mayo de 2023. Mientras, en otras arquidiócesis, el pronóstico de ordenaciones es lamentable como sucede en la arquidiócesis de México cuando, este año, sólo dos candidatos del Seminario Conciliar de México firmaron su promesa de celibato, paso previo a la recepción de las órdenes sagradas.

Y así puede decirse de otras diócesis más pequeñas en cuanto al número de católicos que constata cómo el Espíritu ha sido bueno dando sacerdotes, diáconos y religiosas, mientras que otras cruzan por un río oscuro de crisis vocacionales que los ponen en un franco estado de urgencia.

Esta muestra sólo es un botón. Las acciones de Dios Espíritu Santo son un don pascual que se da a todos, pero depende de cada uno cómo se aprovechan para ser mejor invertidas. Seamos laicos o sacerdotes, los dones del Espíritu son reflejo de la armonía que la Iglesia puede dar a los demás con esa audacia profética de anunciar y denunciar.

En el caso de la arquidiócesis de Guadalajara, se ha dado una buena cosecha de dones espirituales; sin embargo, como afirma el Papa Francisco, “el Espíritu crea armonía, nos invita a dejar que su amor y sus dones, que están presentes en los demás, nos sorprendan”. Y esto vale para un país donde parece que el catolicismo necesita “resucitar” los dones del Divino Abogado, el Espíritu de la Verdad.

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