Un pontificado de poder

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El cortesano Austen Ivereigh ha escrito dos biografías muy útiles del Santo Padre y otro libro junto con él. Sería grosero negarle una medida de celebración del Papa Francisco en su décimo aniversario.

Sin embargo, la ocasión no requiere que se hagan afirmaciones cuestionables y, lamentablemente, Ivereigh ha hecho precisamente eso, al escribir que el Papa Francisco ha “buscado una transformación de la vida interna y la cultura de la Iglesia Católica, en el corazón de la cual es un conversión de poder”.

Ivereigh argumenta que “no hace mucho tiempo, el Vaticano era conocido por su actitud altiva, su centralismo y su autoritarismo”. Desde entonces, el cambio climático ha llegado al Vaticano, implica Ivereigh, con los vientos helados de Juan Pablo y Benedicto siendo reemplazados por la brisa suave y cálida del Papa Francisco.

Ivereigh es un hombre inteligente. Sabe que, contrario al argumento aprobado, éste ha sido un pontificado de poder. Estaba escribiendo una defensa preventiva.

Los críticos del estilo de gobierno del Santo Padre a veces recurren a la explicación de que el Papa Francisco ejerce un poder puro a la manera de un peronista argentino.

Es más bien que ejerce la autoridad a la manera de un superior jesuita que, después de oír a los que quiere oír, decide por sí mismo.

El Papa Francisco implementó el modelo jesuita inmediatamente después de la elección, convocando a su propio “consejo de cardenales” que tenían acceso privilegiado a él, sin pasar por todas las estructuras habituales de consulta. Los escuchaba y luego decidía lo que haría.

Recordemos Los Dos Papas, la película que colmó de elogios al Papa Francisco. Comienza con una escena encantadora del Santo Padre intentando reservar un vuelo a Lampedusa para su primer viaje. (Esa puede ser la única escena verdadera en un guión completamente imaginado). Era bastante inocente, pero el modus operandi ya estaba claro; cualquier asunto era demasiado trivial, incluida la logística del viaje, para que el Santo Padre no lo controlara personalmente.

Las canonizaciones no son triviales, implican el ejercicio más solemne de la autoridad papal; un acto infalible, de hecho. Por eso existe un procedimiento tan riguroso para las causas de santidad.

Poco después de la elección, el Papa Francisco decidió renunciar al requisito de un milagro para que el Beato Juan XXIII fuera canonizado, posiblemente para que el Beato Juan Pablo II no fuera canonizado solo. Haría lo mismo por su jesuita favorito, el Beato Pedro Fabro, y nuevamente por los Beatos Junípero Serra, Joseph Vaz, Francois de Laval, María de la Encarnación, Margarita Costello y otros. Más santos son una bendición, pero que tan pronto el Papa Francisco usara su autoridad suprema de una manera tan frecuente y extraordinaria fue una señal importante de cómo ejercería su autoridad.

El Papa Francisco eliminó la autoridad de los obispos locales para aprobar nuevas comunidades religiosas en sus diócesis, cambió la ley canónica para que tenga la autoridad de despedir a los obispos y, con respecto a la Misa Tradicional en latín, eliminó la autoridad de un obispo para determinar lo que sucede en sus iglesias parroquiales, incluyendo cómo se escriben sus boletines. Ahora, en lugar de la práctica de larga data del Vaticano de persuadir a los obispos locales para que renuncien voluntariamente, el Papa Francisco puede simplemente despedirlos, como lo ha hecho en ParaguayPuerto Rico y Memphis, Tennessee.

Más cerca de casa, en una nueva constitución para la Diócesis de Roma, el Papa Francisco hizo de lado al cardenal vicario y ordenó que un nuevo consejo pastoral se reuniera tres veces al mes en su presencia, con la agenda enviada por adelantado. Es difícil creer que el Sumo Pontífice realmente asistirá a tales reuniones, pero por ley esa es la posición predeterminada. El cardenal vicario ya no puede nombrar nuevos párrocos en Roma; el Papa ahora lo hará él mismo, así como también aprobará a los seminaristas para la ordenación.

Más ampliamente en Italia, el Papa Francisco reorganizó todos los tribunales matrimoniales del país. Ha nombrado comisarios especiales para gobernar las casas religiosas. Después de años de que los obispos italianos dejaran en claro que no veían ningún uso para un proceso sinodal nacional —como Alemania o Australia— el Papa Francisco los obligó a hacerlo de todos modos.

En la Curia romana, ha degradado o destituido sin contemplaciones a no menos de cinco cardenales curiales de sus cargos: los cardenales Raymond Burke, Gerhard Müller, Angelo Becciu, Fernando Filoni y Peter Turkson. Entre ellos bromean que son parte de la “Curia descartable”.

El poder papal ha sido derribado ferozmente para disminuir la Academia Pontificia para la Vida y el antiguo Instituto Juan Pablo II para el Matrimonio y la Familia. La Orden de Malta, la Soberana Orden de Malta, ha sido completamente asumida por el Papa Francisco, quien impuso una nueva constitución y altos funcionarios en ella.

La propia Curia romana es pasada por alto completamente en la mayoría de las iniciativas del Santo Padre, emitidas motu proprio, por “su propia iniciativa”. En más de una ocasión, los jefes de departamento correspondientes descubrieron cambios importantes en la jurisdicción leyendo el boletín diario de prensa de la Santa Sede.

Eso es particularmente cierto en términos de reforma financiera.

Cuando el Santo Padre creó la Secretaría para la Economía en 2014, el cardenal Pietro Parolin fue tomado por sorpresa. Dos años más tarde, cuando el departamento de economía fue despojado de la jurisdicción clave, el cardenal George Pell quedó igualmente sorprendido. La auditoría que había ordenado el departamento del cardenal Pell fue suspendida por el Papa; y, posteriormente, el Santo Padre destituyó al primer auditor general del Vaticano.

Recientemente, el Papa Francisco decretó que todos los activos de todas las entidades del Vaticano pertenecen a la Santa Sede, no a los distintos departamentos, algunos de los cuales han controlado los fondos durante siglos. Cada euro ahora, en teoría, está sujeto al directo control papal.

Cuando se trata de personal y dinero, la larga práctica de la Iglesia es que, cuando se necesita una reforma, Roma a menudo centraliza. Sin embargo, la doctrina es otro asunto, y en su exaltación del poder papal, Francisco ha decidido dejar de lado las enseñanzas del Concilio Vaticano II.

La nueva constitución de la Curia romana, Praedicate Evangelium, permite que cualquier persona pueda encabezar un dicasterio vaticano, ejerciendo el poder de gobierno en la Iglesia. ¿Qué hay, entonces, de la enseñanza del Vaticano II de que los obispos gobiernan en virtud de su ordenación y que son “vicarios de Cristo” por derecho propio?

En la conferencia de prensa que siguió a la promulgación de Praedicate Evangelium, uno de sus redactores, el erudito en derecho canónico, el padre jesuita Gianfranco Ghirlanda (ahora cardenal) declaró rotundamente una posición contraria al Vaticano II:

“El poder de gobierno en la Iglesia no proviene del sacramento del orden sagrado, sino de la misión canónica”.

El mensaje: El poder no es sacramental, sino papal. El poder proviene de un mandato papal, no de los sacramentos.

Ese desafío directo al Vaticano II es un tema grave, un tema abordado por teólogos y canonistas en trabajos académicos durante décadas. El Papa Francisco intentó zanjar el asunto por medio de una afirmación, respaldada por una sola conferencia de prensa. Como era de esperar, en el consistorio de cardenales en Agosto de 2022, hubo un rechazo significativo, y muchos cardenales argumentaron que el Papa no tenía el poder para hacer lo que acababa de hacer.

La paradoja de este pontificado es que, a pesar de que el poder se afirma siempre y en todas partes, hay un fracaso espectacular en las grandes crisis.

El Santo Padre es desafiado abiertamente en la Iglesia Siro-Malabar en India, donde sus directrices litúrgicas no han tenido resolución. En Nigeria, amenazó con la suspensión a todos los sacerdotes de una diócesis a menos que aceptaran un nuevo obispo. Se retractó y transfirió al obispo. Y en Alemania, con el Camino Sinodal, a pesar de las reiteradas iniciativas del Santo Padre para cerrarlo, los obispos desafiantes han producido una crisis que muy probablemente consumirá lo que quede del pontificado.

El pontificado de poder se ha mostrado extrañamente impotente en grandes asuntos.

Por P. Raymond J. de Souza.

National Catholic Register.

Traducción de Secretum Meum Mihi.

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