Un dogma, como el de la Asunción de María, no puede ser derogado ni negado por un Papa; y los obispos no dejan de ser sacerdotes: monseñor Díaz Díaz

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Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en Señor, en este domingo 15 de agosto en el que celebramos la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María en cuerpo y alma al cielo.

Este hecho de la Asunción de María está clasificado como un “dogma de fe”, es decir, como una verdad esencial de nuestra fe católica. Este dogma fue definido como tal, el 1º de noviembre de 1950, por el Papa Pío XII; pero desde los primeros siglos de la Iglesia esta afirmación sobre María ya estaba en el corazón del pueblo, y de hecho ya se celebraba una liturgia dedicada a la Asunción desde la antigüedad.

La primera referencia oficial a la Asunción se halla en la liturgia oriental; en el siglo IV se celebraba la fiesta de “El Recuerdo de María”, que conmemoraba la entrada al cielo de la Virgen y donde se hacía referencia a su asunción. Esta fiesta en siglo VI fue llamada “La Dormición de María”, donde se celebraba el fin de la vida terrena y la asunción de María al cielo. En el siglo VII el nombre pasó de “Dormición” a “Asunción”.

Desde los siglos IV y V se escribieron algunos relatos apócrifos sobre la asunción de la Virgen María. Si bien no tenían, ni tienen, carácter histórico, la Iglesia católica vio en estos escritos el fondo teológico que existía y del cual los relatos eran expresiones adornadas.

En 1849 llegaron las primeras peticiones a la Santa Sede de parte de los obispos para que la Asunción fuera declarada como doctrina de fe. Estas peticiones aumentaron conforme pasaron los años. Cuando el papa Pío XII consultó a todo el episcopado en 1946, la afirmación de que fuera declarada dogma fue casi unánime. El 1º de noviembre de 1950 se publicó la Constitución Apostólica “Munificentissimus Deus”, en la cual el Papa, basado en la tradición de la Iglesia católica, tomando en cuenta los testimonios de la liturgia, la creencia de los fieles guiados por sus pastores, los testimonios de los Padres y Doctores de la Iglesia, y con el consenso de los obispos del mundo, declaraba como dogma de fe la Asunción de la Virgen María.

Los otros tres dogmas sobre la Virgen María son, su “Inmaculada Concepción”, su “Virginidad” y su “Maternidad Divina”. Estos cuatro dogmas sobre María son parte de la fe de la Iglesia Católica, de la Ortodoxa y de la Anglicana. Todo lo que se refiere a otras devociones o apariciones de María no obligan a la fe. Por tanto, se espera que todo bautizado sea respetuoso de la sensibilidad católica mariana de nuestro pueblo y que todos se adhieran a los cuatro dogmas sobre María.

Es importante tener claridad en lo que es un dogma. Un dogma es una verdad de fe absoluta, definitiva, infalible, irrevocable e incuestionable, revelada por Dios a través de la Biblia y/o la Sagrada Tradición. Luego de ser proclamado no se puede derogar o negar, ni por el Papa ni por decisión conciliar. Para que una verdad se torne en dogma, es necesario que sea propuesta de manera directa por la Iglesia Católica a los fieles como parte de su fe y de su doctrina, a través de una definición solemne e infalible por el Supremo Magisterio de la Iglesia.

También es importante definir muy bien lo que significa la Asunción de María. La Escritura no da detalles sobre los últimos años de María sobre la tierra. Desde Pentecostés hasta la Asunción, sólo sabemos que la Virgen fue confiada por Jesús a san Juan y que María acompañó a los discípulos en la espera del Espíritu Santo. Al declarar el dogma de la Asunción de María, Pío XII no quiso dirimir si la Virgen murió y resucitó enseguida o si marchó directamente al cielo.

Muchos teólogos piensan que la Virgen murió para asemejarse más a Jesús, pero otros sostienen que ocurrió el “Tránsito de María”’ o “Dormición”, que se celebra en Oriente desde los primeros siglos. En lo que ambas posiciones coinciden es que la Virgen María, por un privilegio especial de Dios, no experimentó la corrupción de su cuerpo y fue asunta al cielo, donde reina viva y gloriosa, junto a Jesús. Es por eso que con el Salmo 44 hoy hemos proclamado: “De pie, a tu derecha, está la reina”.

El texto de la primera lectura, tomado del Libro del Apocalipsis del apóstol san Juan, nos trae una visión que experimentó Juan en su destierro, y dice:

Apareció entonces en el cielo una figura prodigiosa: una mujer envuelta por el sol, con la luna bajo sus pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza”.

La Mujer que él vio dio a luz “un hijo varón, destinado a gobernar todas las naciones con cetro de hierro” (Apoc 12, 1. 5).

Esta Mujer fue librada de la acción del demonio, que no pudo nada contra ella. Este pasaje avala nuestra fe en la inmaculada concepción de María y en su reinado en el cielo en cuerpo y alma junto a Jesús.

La segunda lectura, tomada de la Primera Carta a los Corintios, nos trae la enseñanza de san Pablo, afirmando que nuestro destino como cristianos es revestirnos de incorruptibilidad. Entonces la Asunción de María es anticipo de lo que pasará con todos nosotros al llegar a la meta del Reino.

El evangelio según san Lucas, nos presenta la razón de la grandeza de María, en los labios de santa Isabel, inspirada por el Espíritu Santo, quien dice:

¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno” (Lc 1, 42-44). También la misma María en su Magnificat declara que el Señor: “puso sus ojos en la humildad de su esclava”. Honremos, pues, a María, aprendiendo de su entrega y sumisión total a la voluntad de Dios.

El día de ayer, sábado 14 de agosto, cumplí 20 años de haber sido ordenado obispo. Quise ser ordenado el día de la Asunción, pero el Sr. Nuncio tenía que acompañar el día 15 a otros tres nuevos obispos en la ciudad de México, y nos pusimos de acuerdo para que yo me ordenara el día 14 por la tarde, tomando ya la liturgia de la Asunción. Estaba entonces cumpliendo 21 años de sacerdote cuando me ordené obispo.

Y el día de hoy estoy cumpliendo 41 años de ordenación sacerdotal. Fui ordenado en 1980, en la fiesta de la Asunción de María por la imposición de las manos de mi Arzobispo, Don José de Jesús Tirado y Pedraza, junto con otros dos compañeros, uno de los cuales ya fue llamado por nuestro Señor al cielo.

El obispo no deja de ser sacerdote, al contrario, alcanza el primer grado de este ministerio sacerdotal. Algunas personas se revuelven buscando el título con el que me deben llamar, así como otros se traban y piden perdón por haberme llamado “padre”. Sin embargo, un obispo no deja de ser padre, y este es el título es más evangélico que puede haber para un pastor de la Iglesia. De hecho, algunas personas en Nuevo Laredo me llamaban “Padre Obispo”.

Los primeros seis años como sacerdote trabajé en el Seminario de Monterrey, en diferentes cargos. Luego fui enviado a Roma a estudiar Doctrina Social de la Iglesia durante tres años. Al regresar me encomendaron el Secretariado de Catequesis, la Escuela Bíblica y la Teología a Distancia, durante seis años. Al mismo tiempo atendí una rectoría durante tres años; luego fui párroco durante dos más; y uno más como Director Espiritual en el Seminario. Los últimos seis años me desempeñé como Rector del Seminario de Monterrey.

Fui ordenado obispo en el año 2001, y serví como Obispo Auxiliar en Monterrey durante siete años, elegido por San Juan Pablo II. Luego fui nombrado Obispo de Nuevo Laredo por el Papa Benedicto XVI, y allá serví durante otros siete años. Finalmente, el Papa Francisco me eligió Arzobispo de Yucatán en el 2015. En estos veinte años, al mismo tiempo, he venido realizando algunos servicios nacionales y latinoamericanos en el área de la Pastoral Social y la Cáritas.

Por favor, ayúdenme a pedir perdón a Dios por todas mis fallas a lo largo de estos 41 años de sacerdocio, pero también ayúdenme a darle gracias por todo lo que Él ha querido repartir a sus hijos a través de mi humilde persona. Finalmente, ayúdenme a pedir el don del Espíritu Santo para seguir conduciendo esta Iglesia de Yucatán que se me ha encomendado.

¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega.
Arzobispo de Yucatán.

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