Un Cristo sin Iglesia es inconcebible; la fe se demuestra con las obras: monseñor Gustavo Rodríguez Vega.

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Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este domingo XXIV del Tiempo Ordinario, en este mes en que celebramos la Independencia de México, nuestra fiesta nacional.

La Palabra de Dios hoy gira en torno a la cruz de nuestro Señor Jesucristo. La primera lectura tomada del Libro del Profeta Isaías, presenta la figura de un hombre injustamente torturado, que se ofrece voluntariamente al martirio, reconociendo en esto la voluntad de Dios. Igualmente, Cristo se entregó al martirio que él mismo había profetizado.

Isaías describe el martirio con las siguientes palabras: “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos” (Is 50, 6). ¿Cómo pudo el profeta escribir con siglos de anticipación esta perfecta descripción de la pasión de Cristo, de la cual brinda más adelante otros pormenores proféticos? Luego el profeta continúa expresando que aquel hombre sufriente no perdía la confianza en el Señor que le hacía justicia.

El salmo 114 que hoy recitamos proclamando: “Caminaré en la presencia del Señor”, hace que cada hombre que sufre pueda tener la misma seguridad del mártir que profetizaba Isaías. Quien confía en el Señor, en las peores circunstancias podrá decir: “Amo al Señor porque escucha mi voz suplicante, porque me prestó atención cuando lo llamaba”. Es la fe en un Dios que no está lejos de quien sufre y deposita en Él su confianza, pues: “El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es compasivo. El Señor guarda a los sencillos, estando yo sin fuerzas me salvó”. Cada persona que sufre, que cree en Dios y confía en Él, es una verdadera figura del Mártir del Calvario.

En el santo evangelio de hoy, según san Marcos, los apóstoles le dan testimonio a Jesús de que la gente tiene ideas erráticas sobre su persona, diciéndole: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas” (Mc 8, 28). Hoy en día sigue habiendo ideas erráticas de la gente acerca de Jesús de parte de quienes jamás han leído los santos evangelios, de los que no frecuentan los sacramentos o de quienes ni siquiera hacen oración.

La idea más errática que está de moda en la actualidad es la de aquellos que dicen creer en Cristo, pero no en su Iglesia. Un Cristo sin Iglesia es inconcebible; esto es algo imposible, ya que Cristo fundó la Iglesia y anunció que las puertas del infierno no prevalecerían contra ella (cfr. Mt 16, 18). La Iglesia es el cuerpo de Cristo en la tierra, en el cielo y en el purgatorio, y aunque los cristianos cometemos pecados tan graves como los de cualquier persona, él sigue estando con nosotros tal como lo prometió (cfr. Mt 28, 20).

Las maravillas que suceden en la Iglesia no se pueden atribuir a nosotros, pecadores, sino a la Cabeza de la Iglesia que le comunica su santidad. Sin embargo, ni los graves pecados y escándalos provocados por algunos ministros de la Iglesia, ni los de todos los laicos, pueden destruir a la Iglesia y a las promesas de Cristo. De igual manera, nuestra santidad no es lo que da validez a los sacramentos que realizamos y a la Palabra que proclamamos, sino la presencia de Cristo en medio de nosotros, junto con la vida del Espíritu Santo que anima y vivifica al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

En nombre de todos, Pedro es el que confiesa la verdad: ¡Jesús es el Mesías!, es decir, el Cristo, el Ungido, el Elegido, el Consagrado del Padre. Luego Jesús les anuncia por primera vez su próxima pasión en la que morirá y después resucitará. Los judíos esperaban un mesianismo de tipo político que vendría a acabar con los romanos, así como con todos los enemigos de los judíos. También los apóstoles se imaginaban que Cristo iba a terminar como un rey triunfante en Israel, por lo que nunca hubieran pensado en la cruz para su Maestro. Pedro trata de disuadir a Jesús de esa idea, llevándoselo a parte, pero él lo reprende mirando a los demás discípulos, porque sabía que todos sentían y pensaban igual que Pedro.

Duras fueron las palabras de Jesús dirigidas a Pedro: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres” (Mc 8, 33). Todos ellos debieron escucharlo, porque ellos siendo buenos, estaban juzgando según los hombres, así como nosotros también ¡cuántas veces no juzgamos según Dios, sino según los hombres! Con criterios materialistas, egoístas y de todo tipo, alejados del juicio de Dios, aconsejamos de este modo a los hijos, hermanos, amigos, haciendo el servicio de Satanás y no el de los ángeles.

Después Jesús se dirigió a sus discípulos y a la multitud invitando a quien lo quiera seguir a renunciar a sí mismo, a tomar su propia cruz (pues no hay dos cruces iguales) y a ir en pos de él. Ante todo, nos asegura: “El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8, 35). Lo más seguro es que no nos toque morir mártires, pero perdemos la vida a cada paso cuando en vez de elegir lo que más nos agrada o conviene, hacemos lo que le agrada al Señor, así como lo que le hace bien a nuestro prójimo.

La segunda lectura de hoy tomada de la Carta del Apóstol Santiago, nos habla de la fe auténtica. La fe no puede reducirse a razonamientos inteligentes ni a sentimientos emotivos, ni mucho menos a palabras bonitas. Por una interpretación equivocada, sacada de contexto y por leer al pie de la letra la Carta a los Romanos, algunos creen que san Pablo enseñaba que las obras no sirven para nada, pues la sola fe es la que salva; pero la enseñanza de san Pablo queda muy clara cuando dice: “En Cristo Jesús no tienen valor, ni la circuncisión, ni la incircuncisión, sino la fe, que actúa por la caridad” (Gal 5, 6). Es lo mismo que enseña el apóstol Santiago al decir: “muéstrame tu fe sin obras, que yo por mis obras te mostraré mi fe (Sant 2, 18).

Oremos por nuestros gobernantes, para que sepan enfrentar la situación de la llegada de tantos miles de migrantes, evitando tratarlos con violencia, como ha estado sucediendo. Aunque no se descarta que entre ellos pueda venir alguno que otro maleante, la inmensa mayoría son gente sencilla, pobre y buena, que en su desesperación se vieron obligados a abandonar su lugar de origen, y ninguno de ellos merece ser maltratado como ha sucedido. Recordemos como cristianos lo que Jesús dijo: “Fui migrante y me recibieron” (Mt 25, 43).

El Pasado miércoles 8, en la celebración del nacimiento de la santísima Virgen María, la presidencia de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), en nombre de todos los obispos de México, emitió un comunicado que lleva por nombre: “A FAVOR DE LA MUJER Y DE LA VIDA”. Con este mensaje, los obispos manifestamos nuestra postura y enseñanza con motivo de la despenalización del aborto por parte de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). Entre otras cosas, dice nuestro comunicado “que la cárcel no es una solución a la problemática de la mujer que aborta y más bien puede ocasionar su revictimización”.

Más adelante dice el mensaje: “Por otra parte, la Iglesia, Madre de todos los seres humanos, incluyendo al ya concebido, pero aún no nacido, también debe proteger -por todos los medios lícitos- su dignidad fundamental como creación de Dios (cfr. Sal 139, 14-18) y asegurar que su derecho a la vida no se condicione, se discrimine o quede sujeto a la voluntad o decisión de un tercero. Este camino, tampoco constituye una alternativa de solución”. Como cristianos, debemos estar a favor de la mujer, pero sin atentar contra la vida de los inocentes que aún no han nacido (cfr. Comunicado “A favor de la mujer y de la vida).
https://www.cem.org.mx/Slider/828-A-FAVOR-DE-LA-MUJER-Y-DE-LA-VIDA.html

Estamos ahora en septiembre, el llamado mes de la Patria, porque en él confluyen fechas históricas de los grandes acontecimientos en torno a la Independencia de México. Ojalá que en las familias y en las escuelas se sepa infundir en los niños, adolescentes y jóvenes, el verdadero fervor patrio, para que más allá de banderitas, adornos y voladores, vayan desde ahora cobrando conciencia de su compromiso personal por el bien común.

En este mes de la Patria, olvidémonos de partidos y de ideologías, en cambio, pidámosle a Dios que nos dé a todos un auténtico fervor patrio.

¡Que viva México, tierra de Cristo Rey y de santa María de Guadalupe!, especialmente hoy en día, en una tierra plural en la que debemos aprender a convivir todos con todos, con verdadero respeto fraterno.

Que tengan felices fiestas. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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