Tumores en el cerebro

Editoria ACN N.48

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Reprobable y condenable, la vida del conductor y periodista Ciro Gómez Leyva pudo terminar trágicamente la noche del jueves 15 diciembre de no haber sido por una circunstancia providencial puesta por otra serie de reportajes. Nadie sabía que ese vehículo que, según el periodista, habría rechazado en su momento, sería su salvación ante este artero atentado.

Al momento, se han dado muchas especulaciones, pero nada se ha resuelto sobre los autores intelectuales y materiales que quisieron asesinar al periodista. Como siempre, decenas de cámaras de seguridad siguieron a los presuntos implicados; al final, todo se pierde cuando una línea divisoria estatal impidió conocer el paradero de los atacantes. Al final, el velo de misterio e impunidad aquejando siempre el debido proceso de las investigaciones es lo más conveniente, nadie puede decir que este sistema esté hecho para aplicar justicia efectiva.

Lo de Gómez Leyva es un eslabón más de la cadena atada al grillete del odio, polarización y encendidas diatribas, a la vez unidas por el amago constante del crimen organizado molesto por las denuncias de decenas de periodistas, reporteros, gráficos y profesionales de la comunicación quienes han perdido la vida bajo circunstancias lamentables y violentas.

Sin embargo, este sexenio, tiene una marca que le dejará una cicatriz perpetua. Utilizando todo el poder del Estado, las conferencias matutinas se han convertido en el perfecto emblema de la destrucción de un país cuando sólo han servido de plataforma de divisiones, enconos y odio. Se han creado secciones facciosas, deprimentes y arrogantes como esa de ¿Quién es quién en las mentiras?, conducida por un raro personaje que parece un bufón del poder haciendo malabares para agradar al rey. Sin duda, lamentable y muy difícil porque, entre todos los problemas que azotan al país, se llega al punto de usar y degradar uno de los más importantes derechos humanos, el de expresión y de la manifestación libre de las ideas.

El fondo parece ser simple, pero preocupante. Sin afirmar que la causa del atentado contra el periodista pudo ser desde el poder, los hechos muestran cómo el presidente es vulnerable a la crítica y eso le causado una herida que ya no puede lamer para mitigar su dolor. A eso, se suman los ataques constantes creando hordas fanáticas capaces de hacer lo indecible. AMLO ha manipulado la verdad de comunicar para hacerlo el megáfono de sus pretensiones incluso atreviéndose a decir qué es bueno o no escuchar.

A la condena se sumó la Conferencia del Episcopado Mexicanos. Los obispos de México no desconocen las terribles circunstancias de dolor del país y por eso lamentan este hecho. No es para menos. Saben muy bien que cuando se atenta contra una persona, y en especial al ir en contra de los comunicadores y periodistas, se pone al país en un peligro muy serio.

Como bien afirmó el Papa Benedicto XVI en ocasión de la XLII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 2008: “Cuando la comunicación pierde las raíces éticas y elude el control social, termina por olvidar la centralidad y la dignidad inviolable del ser humano, y corre el riesgo de influir negativamente sobre su conciencia y sus opciones, condicionando así, en definitiva, la libertad y la vida misma de las personas”.

Eso ha sucedido en México. AMLO dice que escuchar a tal o cual periodista puede dañar la salud e incluso provocar un tumor en el cerebro. Podría parecer inverosímil que un mandatario diga eso en una democracia, pero en México todo puede pasar. Incluso que desde la presidencia se le esté administrando al país un veneno mortal que lo hace convulsionar de dolor.

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