Tu fe te ha salvado

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

Jesús cura a dos mujeres, mostrando así el papel tan importante que tienen ellas en su plan de salvación. La mujer tiene fe, juventud, decisión y valentía, eso le hace estar cerca de Jesús y ser parte de su proyecto salvador.

  1. «Ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva»

Jesucristo no solo curaba, también sanaba y salvaba. Curó a muchos de sus enfermedades, sanó a muchos de sus dolencias y salvó a muchos de sus pecados (Cf. Hech 10,38). La salud es importante para mantenerse vivo o viva; pero la sanación es más fuerte porque llega al alma, al espíritu. El jefe de la sinagoga se acerca a Jesús, se arrodilla y humildemente le pide que lo acompañe a salvar a su hija. Es una petición de fe, de esperanza y consuelo. Imponer las manos es un gesto de trasmitir una bendición o un buen deseo. El sacerdote impone las manos como signo de la presencia del Espíritu Santo tanto en la consagración como en la absolución. Jesucristo decide acompañarlo para salvar a su hija, viendo la fe de aquel hombre.

 

  1. «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré»

Por su parte, la mujer hemorroísa, que había sufrido flujo de sangre por más de 12 años, se acerca a Jesús para poder tocarlo. Ella ya había oído hablar de Jesús, de su proyecto de salvación del Reino y confiaba en la misericordia divina. Sin embargo, no confía en la reacción de la gente y decide acercarse por detrás. Es una mujer llena de dolor, tristeza y angustia pero con un corazón desbordante de confianza y seguridad en el amor de Dios. Ella decide valientemente tocarlo, sabiendo que Jesús era el Mesías, el Salvador. Confía en que con sólo tocar sus vestidos quedaría sana. Y lo hace venciendo cualquier barrera u obstáculo humano. Logra su cometido a base de decisión, confianza, firmeza y astucia.

 

  1. «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad»

Jesucristo, que conoce el dolor y el sufrimiento humano, no le reprocha ni le reprende; al contrario, la ensalza y le dice que esa fe, que es grande, le dio la salvación. Es un acercamiento cara a cara, de frente, no de espaldas; es así como debemos acercarnos a Jesús en cualquier situación de enfermedad o angustia en que nos encontremos. La misericordia de Dios es tan grande que sobrepasa cualquier falta humana, la cual es perdonada si nos acercamos a él con humildad y hablándole con la verdad. Esa curación y ese perdón nos dan la paz, que es gozo y armonía en el Espíritu santo. Acerquémonos con confianza a Jesús como a un hermano y dejemos que el cargue con nuestros dolores y sufrimientos (Cf. Is 53,4).

 

  1. «Muchacha, a ti te digo, levántate»

A Jesucristo le quedan fuerzas y deseos de curar, por eso, aunque se detiene por el camino en ese dialogo con la hemorroisa, continúa con su misión de ir a la casa del jefe de la sinagoga. Al llegar, se acerca a la niña, de la cual afirma que está dormida, recibiendo burlas de la gente. Sabiendo cual es la Gloria de Dios, ora ante Él y obtiene la curación: “Niña, yo te lo digo, levántate.” Su palabra, que es tan poderosa, hace que regrese a la vida; es la Palabra creadora, la que dijo: “Hágase la luz…hágase la tierra…hagamos al ser humano”; es esa misma Palabra quien da la vida. A Jesucristo le obedecen hasta los muertos, pues para Dios todos viven. ¡Que la Palabra de Dios nos llene de vida y nos levante de nuestro estado de inmovilidad, para hacer der este mundo un mundo mejor, lleno de amor y paz! ¡Dejemos que Jesús nos tome de la mano y nos haga pasar de la muerte de la indiferencia a la vida del amor!

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