Tú eres el Mesías

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

Las lecturas de este Domingo nos hablan de la fe, de la presencia de Dios en nuestra vida y de la identidad mesiánica de Jesús. Jesucristo confronta a sus discípulos acerca del conocimiento de su persona: algunos dudan, otros dan respuestas erróneas y Pedro es quien responde con la verdad.

 

  1. «¿Quién dice la gente que soy yo?»

Es una pregunta sobre la identidad de Cristo, que se responde a lo largo de los 4 evangelios. Creemos que para poder conocer su misión y ser parte de su proyecto, necesitamos conocer su identidad: ¿quién es Jesús? ¿era sacerdote? ¿era rey? ¿era profeta? ¿era el Hijo de Dios? ¿Era el mesías? ¿quién es? La respuesta clara y verídica la dice su Padre: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo puestas mis complacencias” Mt 3,17. Después Él mismo se va auto llamando: “Yo soy el Buen Pastor”, “Yo soy la puerta” “Yo soy el Pan de vida”, “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, “Yo soy la Resurrección y la vida”. Pero Cristo quería saber si la gente ya sabía sobre su identidad divina, lo cual, queda poco claro con las respuestas que dan los discípulos. A lo mucho, lo comparan con un profeta, nada más. Pero sus discípulos, después de convivir con él algún tiempo, dan una respuesta acertada: “Tú eres el Mesías”

 

  1. «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga»

Para Jesús, no es suficiente que lo reconozcan como Mesías, sino que es absolutamente necesaria la condición del Discipulado, es decir, la opción de seguirlo en su proyecto del Reino. Para esto bastan dos exigencias radicales: negarse a sí mismo y cargar con su cruz. Esto quiere decir: dejar de pensar en sí mismo, dejar de ser el centro de atención, dejar los propios proyectos y su estilo de vida; además, hacerse responsable de su vida, de su actuar y sus consecuencias (pecado). La cruz de cada día es el proyecto de vida con todo lo que implica: responsabilidades, compromisos, aspiraciones, virtudes, defectos, aciertos, errores, angustias, dolores, sufrimientos, alegrías, gozos, esperanzas, sueños, ilusiones, pensamientos y actitudes. Al negarse, se está afirmando en un nuevo ser, una nueva creatura, un discípulo, con una nueva misión. Dejarán de ser pescadores, para ser Apóstoles, es decir, enviados a predicar las Buenas noticias de Dios. Para ello, debemos estar alegres y seguros de “caminar en la presencia del Señor” (Sal 114).

  1. «El que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»

Este proyecto que presenta Jesucristo no es nada fácil ni cómodo ni seguro. Si alguien decide seguirlo, tendrá que aceptar en su vida esto: «los tomarán a ustedes presos, los perseguirán, los entregarán a los tribunales judíos y los meterán en sus cárceles. Los harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre» Lc 21,12. Pero de eso se trata la vida: de arriesgarla, de entregarla, de donarla a los demás; no guardarse para sí lo que ha recibido de Dios. Y en eso consiste la verdadera fe: en las obras (cf. St 2,18). Es importante entonces saber que Dios nos llama no para asegurar la vida terrena sino la celestial, que Él nos llama no para vivir de comodidades sino en persecuciones, que no nos llama a ser una Iglesia museo sino una Iglesia hospital, que nos invita a perder la vida para volverla a recuperar de una manera plena, como Jesucristo (cf. Jn 10,18). El Evangelio es la buena nueva sobre el amor de Dios, sobre Cristo Salvador y Mesías, sobre la muerte vencida, sobre la paz y la reconciliación obrada por Cristo, sobre la Resurrección de Cristo, sobre el nacimiento de lo alto. Seamos mensajeros de este Evangelio de Dios: el evangelio de la vida, del amor y la paz.

Comparte: