Hoy el Evangelio nos presenta la figura del bautista y su mensaje de conversión. El Evangelista San Mateo presenta a Juan el Bautista sin preámbulos, diciendo, un profeta aparece en el desierto predicando: “Conviértanse, porque ya se acerca el Reino de los Cielos”. Juan es toda una vida hecha palabra profética, o mejor, es la palabra hecha vida, revestida de vida. En los profetas habla la voz, pero sobre todo, habla la vida. Este profeta no predica en Jerusalén, vive apartado de la élite del templo; no es un profeta de la corte, vive apartado del palacio de Antipas. Su voz clama en el desierto, es el lugar propicio, es el lugar para el encuentro con Dios. En el desierto no se escucha el bullicio del templo, tampoco se escuchan las discusiones de los letrados, es el lugar donde se puede escuchar la voz de Dios e iniciar la conversión. Sin duda, el camino de Dios no son los senderos que llevan al templo de Jerusalén, ni las calzadas donde se mueven las legiones romanas, ni los lugares donde reina el poder terreno, la invitación es a abrir caminos que conduzcan a Dios, a ese Dios que llega con Jesús.
Mateo no nos cuenta de la infancia de Juan el Bautista, aparece en el desierto con una fuerte voz; su testimonio de vida hace que muchos vayan a verlo, a escucharlo, quizá se han cansado de las explicaciones de los doctores de la ley junto al templo; la sociedad está en decadencia, por más sacrificios y ritos en el templo, se abandona a los pobres a su suerte; los jóvenes dejan las tradiciones, no se respeta a los ancianos; las injusticias están al orden del día, la violencia, la explotación, la ausencia de amor, eran el fruto más visible de aquellos tiempos, muy semejantes a los nuestros. Herodes Antipas vive con la esposa de su hermano en abierto adulterio. Juan anuncia una conversión, no se puede seguir así, ya que la ira de Dios está cerca: “Ya el hacha está puesta en la raíz de los árboles, y todo árbol que no de fruto, será cortado y arrojado al fuego”. Juan tiene clara la imagen de un Dios que hace justicia.
Juan tiene claro que él es el mensajero, que él prepara el camino a quien bautizará con fuego, su bautismo es de preparación, sin embargo, la conversión debe ser sincera para prepararse al verdadero Bautismo en el Espíritu Santo. Su bautismo implica conversión, ya que de nada sirve recibirlo si se va a vivir como antes, hay que dar frutos dignos de la conversión. Juan descubre que fariseos y saduceos se acercan, han ido a escucharlo y reciben el bautismo, cargados de hipocresías lo reciben sin ninguna conversión, como participando en un rito más, de allí que les diga: “¡Raza de víboras!, hagan ver con obras su conversión”. No se trata de palabras o ritos, implica un cambio de vida que debe mostrarse en las obras.
Hermanos, el grito del Bautista sigue llegando a nuestros oídos y la invitación a la conversión sigue teniendo sentido en nuestro tiempo. Nuestra sociedad también le ha dado la espalda a Dios, los caminos del individualismo, del egoísmo, de la búsqueda del poder, del deseo desenfrenado por poseer, no son caminos que conduzcan a Dios, son caminos que han llevado al ser humano a endiosarse a ponerse en el centro de todo.
Hermanos, éste es un momento propicio para analizar nuestros caminos ordinarios de vivir, darnos cuenta si participamos de una religión sólo centrada en ritos y ver si dichos ritos nos conducen a Dios o son sólo prácticas religiosas que nos conducen a calmar la conciencia, pero seguimos viviendo de la manera que más nos complace.
Ante esta llamada ¿de qué tenemos que convertirnos? Nos encontramos ante una invitación que hemos escuchado muchas veces, tanto en el Adviento como en la Cuaresma, ojalá no quede en invitación solamente. El Señor nos sigue invitando para que demos frutos y lo dice muy claro: “Todo árbol que no dé fruto será cortado”. Es momento pues de reflexionar: ¿Qué frutos espera Dios de nosotros? La respuesta debe surgir de analizar nuestra vida, nuestro entorno, nuestro oficio en la vida ordinaria. Como padre de familia ¿Qué frutos espera Dios de ti? Como profesor ¿qué frutos espera Dios de ti? Como servidor público ¿qué frutos espera Dios de ti? Como consagrado, como Obispo ¿qué frutos espera Dios de nosotros?
Cuando demos una respuesta reflexionada, podremos darnos cuenta que vamos por el camino correcto o debemos enderezar ese camino, es lo que llamamos conversión. La conversión es individual y colectiva. Como Iglesia debemos reflexionar si llevamos el rumbo que Jesús quiere de esta comunidad. Los servidores públicos deben reflexionar si el rumbo que impulsan está marcado por el bien común, el bien del pueblo o deben intentar otro camino. Como profesores se debe analizar si la educación está acorde al tiempo que vivimos, ¿se está educando o sólo informando? El llamado a la conversión nos compete a todos. El Mesías necesita personas que se acerquen al desierto o que sientan desierto en su corazón, Él trae palabras que sólo se pueden entender si se está en el desierto, no en el ruido o en el pozo de la abundancia.
Concluyamos nuestra reflexión con esta súplica: «Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo, porque como la mayoría de las personas, casi siempre pienso en cómo cambiar a los demás y poco proyecto cómo cambiarme a mí mismo».
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
¡Feliz domingo para todos!