“El celibato es testimonio vivo del carácter sobrenatural de la Iglesia, de que ella cuenta con la gracia de Dios para alcanzar sus fines”, explica el padre Arroyo, y asegura que es un signo con el que se “hace presente el amor de Dios en el mundo”.
¿Tiene futuro el celibato? ¿No terminará la Iglesia por eliminarlo de su lista de aspiraciones y requerimientos, rendida ante la evidencia de la drástica caída de las vocaciones, así como de los tristes casos de pederastia clerical? Para responder a estas preguntas, primero se debe aclarar una cuestión preliminar: ¿Cuál es el sentido de la disciplina del celibato sacerdotal? ¿Qué motiva esa difícil elección, claramente contracultural? ¿Qué interés tiene el seguirla manteniendo? ¿Qué ventajas reporta? Si no aclaramos el motivo que recomienda el celibato, es fácil desembarazarse de él de un plumazo, por decreto, eligiendo el camino más fácil, sin complicaciones, acorde con el espíritu de los tiempos. Pero, en ese caso, ¿bailaríamos al ritmo de Dios o al del mundo?
La persistencia del celibato significa muchas cosas, entre ellas que, a pesar de las debilidades y claudicaciones, todavía hay ideales que pueden colmar por completo el corazón del hombre. Es una bofetada con guante blanco a la visión pesimista de la naturaleza humana, a la resignada perspectiva que se regodea mostrando muchas veces la peor faceta del hombre. Todavía hay ideales grandes, todavía hay personas capaces de asumir el desafío, todavía existe algún bien que amerite renuncias grandes y definitivas. ¿Cuál sería ese motivo? “Hacer presente el amor de Dios en el mundo”. Es decir, mostrar con la propia existencia que el amor de Dios es real, y que a través de la propia vida se hace presente en medio del mundo.
Una objeción realista, de mayor profundidad, es señalar que no es natural. De hecho, eso mismo sostiene la propia Biblia: “dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne” (Génesis 2, 24). Efectivamente, lo natural es el matrimonio; el hombre y la mujer estamos incompletos, necesitamos de nuestro complemento, que nos abra una ventana a esa otra forma de ser persona caracterizada por el sexo opuesto. El celibato, es verdad, no es natural, pero tampoco es antinatural. Jesús lo abrazó conscientemente, y Jesús es hombre perfecto, la plenitud de lo humano. De hecho, explica que en la otra vida ya no habrá intercambio sexual, señalando que su forma de vivir adelanta y prefigura la forma de vida definitiva en la eternidad.
El celibato, en consecuencia, es sobrenatural. Solo se entiende con un motivo trascendente y es el testimonio vivo de que existe el reino de lo espiritual, porque no es una cuestión de solas fuerzas o solo empeño. Es un don que Dios da a quien quiere. Por eso san Pablo lo recomienda más no lo impone. La realidad de su existencia no solo testimonia vivamente que existe un más allá, una realidad sobrenatural por la que merece la pena la costosa renuncia que supone, sino que también deja constancia de cómo esa realidad espiritual puede actuar en nuestra vida, haciendo que pobres hombres, iguales a los demás, sean capaces de vivirlo con alegría. El celibato, aunque supone esfuerzo y renuncia, no implica ni frustración ni infelicidad por parte de quien lo acoge, sino todo lo contrario.
¿Pero y la pedofilia? No hay evidencia que señale un nexo necesario entre celibato y pedofilia. En primer lugar, porque, aunque es más escandaloso en los sacerdotes católicos, no tiene una mayor incidencia en ellos respecto de otro tipo de situaciones o profesiones. Y en el caso de los sacerdotes, el único indicador relevante, es que aquellos con tendencia homosexual han sido los más propensos estadísticamente a caer en tan horrible delito. Más bien debería culparse a la hipersexualización de la sociedad, pues finalmente los sacerdotes son hombres y están en medio del mundo.
Pero, ¿y la caída de vocaciones? La salida más fácil no siempre es la mejor opción. El celibato es testimonio vivo del carácter sobrenatural de la Iglesia, de que ella cuenta con la gracia de Dios para alcanzar sus fines. Es también una de las formas en las que hace presente ese amor de Dios en el mundo. De alguna manera testimonia su carácter sobrenatural y su razón de ser. La Iglesia no tiene que renunciar entonces a su misión y a su identidad, a pesar de que los números no ayuden. Con solo cinco panes y dos peces Jesús hizo un gran milagro; puede repetirlo con un número reducido de sacerdotes. Finalmente, hay que reconocer que no lo controlamos todo, estamos en las manos de Dios, confiemos en Él.
Con información de Zenit/Pbro. Mario Arroyo Martínez