Tiempo de Cuaresma

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Cuaresma y Pascua constituyen el tiempo especial más largo dentro del año litúrgico. Las celebraciones de tono penitencial en la Cuaresma, dan paso a las celebraciones de la Pascua que representan la victoria de JESUCRISTO sobre el pecado y la muerte. La mirada de nuevo hacia la Cruz se realiza con la certeza de la victoria, pues la muerte fue vencida: “¿dónde está muerte tu victoria?” (Cf. 1Cor 15,55). Con una nueva intensidad la Gracia de DIOS busca los cauces establecidos para alcanzarnos y renovarnos en la Vida de DIOS mismo. Durante todo este tiempo vamos considerando, que DIOS, nuestro Creador, se vuelve también el Redentor. Los hombres somos reos, estamos verdaderamente encadenados por odios y egoísmos, de los que no quedamos liberados por nosotros mismos. Con grandes dificultades la humanidad va avanzando a lo largo de los siglos, y entramos en fases donde  pudiera dar la impresión que se viven procesos de clara involución. Poderosas fuerzas malignas aprisionan al hombre, que tipificamos en los siete pecados capitales. Estas fuerzas destructivas no tienen otro antídoto que la acción de DIOS, que llegue al corazón de la persona  singular. Mientras dure la vida en este mundo, el cristiano sólo puede caminar en modo de conversión. El hombre en general tiene cada día la oportunidad de escribir algo nuevo, dar un giro y mejorar; pero esas historias se cuentan escasas veces. Por otra parte, no bastan los buenos propósitos o los cambios momentáneos: la perdurabilidad en el tiempo ofrece la garantía de los cambios realizados. Dice JESÚS: “la Gloria de mi PADRE está en que deis fruto, y que vuestro fruto dure” (Cf. Jn 15,8.16).

 

Ayuno, limosna y oración 

Al comienzo de la Cuaresma, en la Santa Misa propia del Miércoles de Ceniza, se nos recuerda año tras año las tres líneas de ascesis, que el cristiano debe cuidar para recorrer con provecho el tiempo de Cuaresma. Son cuarenta días que nos acercan a la celebración de la  Pascua del SEÑOR: el paso de JESÚS de este mundo al PADRE (Cf. Jn 13,3). Los tres recursos ascéticos ofrecidos por san Mateo son conocidos: el ayuno, la limosna y la oración. El ayuno nos ayuda a desprendernos de lo superfluo. Tiene, además, una vertiente muy personal: nadie puede ayunar por otra persona; sin embargo, sí podemos orar por otro; y, por supuesto, practicar la solidaridad fraterna con los otros. Por tanto, el ayuno viene en ayuda de aligerar el equipaje que llevamos, pues con el tiempo se van formando adherencias que no son buenas. No será difícil que encontremos cosas que nos sobran, y un gran beneficio en el desprendimiento de las mismas. No podemos desligarnos del todo de la sociedad en la que vivimos, que nos ofrece el papel de productores y consumidores. El trabajo está ligado en su práctica totalidad a la productividad; y un porcentaje mucho menor a la creatividad, que por definición no apunta de forma directa a la productividad. Lo anterior no es malo en sí mismo, puede volverse negativo cuando la productividad se vuelve un factor de alineación y el hombre se ha convertido en una pieza del mecanismo o sistema deshumanizado. Las principales adherencias provienen de la cesión al consumo. La inmensa mayoría de los ciudadanos disponemos de bajos sueldos o pensiones de jubilación, por lo que en general casi nadie se puede permitir grandes dispendios, pero resulta este campo donde el cristiano de modo casi simbólico puede establecer algún tipo de renuncia que materialmente es insignificante, pero  puede alcanzar un gran valor personal. A una persona le gusta mucho el chocolate, y el prescindir un día sin  probarlo puede significar un buen acto de renuncia. Si pasamos al campo de los fumadores o aquellos acostumbrados al vaso de cerveza o vino en las comidas. Hay consumos que no se pueden eliminar, pero en algunos casos es posible distanciarlos. El ayuno  religioso no es un ejercicio de autocontrol, sino el desprendimiento de nuestros apegos para acercarnos a DIOS. La sentencia de JESÚS es clara: “cuando ayunes, lávate la cara, perfúmate la cabeza, para que tu ayuno no lo noten los hombres, sino tu PADRE que está en el Cielo, y ÉL te recompensará” (Cf. Mt 6,16-17). El ayuno es la parte personal que debo llevar a término para desprenderme de aquello que me impide el encuentro con DIOS.

 

La limosna

Según la carta del apóstol Santiago, “la religión perfecta consiste en atender a huérfanos y viudas en sus necesidades” (Cf. St 1,27). Este mismo autor sagrado nos avisa que el mayor pecado del hombre es la codicia, que arrastra a la muerte (Cf. St 1,14-15) San Ignacio de Loyola habla de lo importante que es descubrir en uno mismo “la pasión dominante”, a la que se van uniendo como ramas otras malas tendencias. Tanto el ayuno como la limosna no se pueden prescribir solamente para el tiempo de Cuaresma, pues vemos que atañen a todo el recorrido de la vida cristiana. Con la limosna, el desprendimiento personal encuentra una justificación inmediata: prescindo de algo que remedia al prójimo seguidamente. La cuantía de la limosna tiene un valor relativo, que depende de un conjunto de circunstancias; por lo que JESÚS señaló a los discípulos que “una viuda pobre había echado en el cepillo del Templo dos reales, y por su necesidad echó más que todos los que dieron sus donativos” (Cf. Lc 21,1-4).Las personas que han experimentado graves necesidades en su infancia o juventud pueden tener graves dificultades para el desprendimiento o la limosna. La limosna contribuye al bien del que es ayudado y resulta un ejercicio para confiar un poco más en la Divina Providencia, que provee a los hombres. Por distintos motivos los bienes de la tierra tienen por administradores a los mismos hombres que somos los beneficiarios de los mismos. Por razones complejas, también, algunos hombres tienen la capacidad de distribuir las riquezas producidas; y no siempre se hace buscando el bien común, sino el provecho egoísta. No es necesario que lleguen al altruismo los que distribuyen los bienes de la tierra, tan sólo bastaría con que fuesen justos. La injusticia resulta escandalosa cuando provoca el hambre en una parte de la población mundial.

 

La oración

Si el secreto debe revestir el ayuno y la limosna, de forma especial la oración. La verdadera oración sólo puede producirse desde el corazón del hombre, que permanece lejos de las miradas externas. La propia celebración litúrgica está en función de la interioridad de la experiencia religiosa que se vive en ese momento. El mayor provecho para todos se da cuando las palabras, los gestos o los cantos de la Liturgia conducen al corazón de los presentes. Dice JESÚS: “cuando vayas a orar, entra en tu aposento interior, cierra todas las puertas; y ora a tu PADRE que está en lo más secreto de ti mismo; y tu PADRE que te mira en lo secreto, te recompensará” (Cf. Mt 6,6). El recogimiento es un gran don dentro de la oración misma. Aunque la oración no es un ejercicio de concentración, sin embargo las distracciones pueden inutilizar la oración. Orar es hablar con DIOS que nos ve y nos sostiene; nos ama y nos protege. Debemos orar con agradecimiento, alegría, profunda admiración, o con gran arrepentimiento. Debemos pedir por todas las necesidades de la Iglesia, del mundo, de nuestra patria, de nuestras familias, y cuando lleguemos a pedir por las necesidades propias casi seguro que las veamos solucionadas en las manos del DIOS que nos ama. Dentro de la Comunión de los Santos, verdad que confesamos en el Credo, debemos pedir por los hermanos fallecidos que en el Purgatorio tienen muy disminuida la capacidad del merecimiento, pues ellos viven la certeza absoluta de su salvación y del Amor de DIOS que los consume sin mayor satisfacción. La oscuridad de la Fe, que opera en nuestro caso, genera un caudal de méritos mucho mayor que el de las personas a las puertas de la Bienaventuranza eterna. Lo referido aquí sobre el Purgatorio se puede encontrar en los escritos de cualquier místico, y la coincidencia en el fondo es unánime.

 

El tiempo y la Tierra

Los cuarenta días empleados por Moisés en la Montaña para recibir la Ley, también fue un tiempo de transformación personal, que los israelitas comprobaron al verlo después de este largo retiro. La Ley fue dada para preparar los corazones a la religión de YAHVEH, el único DIOS al que los israelitas deberían rendir culto. DIOS quería llevar a su Pueblo a una tierra con rasgos paradisíacos, “una tierra que mana leche y miel” (Cf. Ex 3,17). Durante el tiempo de desierto, el Pueblo elegido mantuvo una lucha constante contra Amalec del que YAHVEH ordeno enterrar su recuerdo cuando llegue a la tierra que ÉL les va a dar (Cf. Dt 25,19). La batalla contra Amalec aparece descrita en el libro del Éxodo (Cf. Ex 17,8ss), pero la lucha contra Amalec se mantiene a lo largo del tiempo, en cuanto que representa a las fuerzas del mal, que operan de modo permanente. La Tierra Prometida no se obtiene principalmente por la fuerza de las armas, sino por la adhesión a la voluntad de DIOS, que se manifiesta de modo preciso en la Ley. En aquellos tiempos las generaciones se contaban por tiempos de cuarenta años, y fue necesario permanecer cuarenta años en el desierto para entrar en la Tierra Prometida. Nosotros podemos aplicar estos términos a nuestra condición cristiana. Para nosotros la Tierra Prometida ha dejado de ser una superficie geográfica, y la entendemos como el estado de vida espiritual conseguido para nosotros por JESÚS con su muerte y Resurrección. Pero DIOS nos regala esta existencia para verificar una gran transformación que va de hombre a cristiano. DIOS quiere ver en cada hombre la imagen grabada de su HIJO.

 

Declaración de Fe

“Cuando llegues a la Tierra que YAHVEH tu DIOS te da en herencia; cuando la poseas y habites en ella, tomarás las primicias de los productos que cosechas en ella, la Tierra que YAHVEH tu DIOS te da, las pondrás en una cesta y las llevarás al lugar elegido por DIOS como morada de su Nombre. Te presentarás al sacerdote que esté en funciones y le dirás…” (Cf. Dt 26,7-3). El objetivo de este acto de culto tiene como finalidad recordar que la Tierra disponible está dada para ser administrada en el Nombre de YAHVEH, pues a ÉL le pertenece. Los primeros frutos de la Tierra son de DIOS, y el reconocimiento es un acto de carácter religioso. La enseñanza religiosa de la Biblia mantiene que YAHVEH es el primero en todos los órdenes, pues si este eje se desvía son grandes los perjuicios para el hombre. Estos versículos se expresan como si en el tiempo que son escritos todavía no existiera el Templo, que un día iba a reunir las principales  fiestas y celebraciones.

 

El Credo Histórico

El devoto israelita lleva su cesta con las ofrendas, que el sacerdote de turno pone sobre el altar, mientras tanto el devoto israelita confiesa: mi padre fue en arameo errante, pues se refiere a Abraham que recibió el mandato del SEÑOR: “sal de tu tierra y de tu parentela y vete a la tierra que YO te mostraré” (Cf. Gen 12,1). Abraham recibió la Promesa de la Tierra y la Descendencia, pero ninguna de las promesas vio cumplida. “Bajo a Egipto y residió allí como emigrante y se hizo allí una nación grande, fuerte y numerosa”. Fue Jacob con sus hijos, quienes se establecieron en la región de Gosén, en Egipto, con la total aprobación del Faraón, pues José, el hijo predilecto de Jacob, era el gobernador de todo Egipto en unos años de gran escasez y hambre. Cuatrocientos treinta años en Egipto fueron necesarios para que el grupo de setenta personas que había seguido a Jacob se convirtiese en un pueblo con la suficiente entidad. Los egipcios nos maltrataron nos oprimieron y nos impusieron dura esclavitud. La etapa final resultó penosa, pero es la condición creada por los propios acontecimientos, que provocan un cambio con rasgos dramáticos y en otros violentos. La región de Gosén al norte de Egipto suponía una zona aislada del resto de la nación, por lo que durante unos cuatrocientos años pudieron vivir con toda tranquilidad; pero el crecimiento del Pueblo levantó sospechas, y el faraón de entonces, que no se sentía ligado a los compromisos de los tiempos de José, pasó a imponer un régimen de gran dureza y esclavitud. Nosotros clamamos a YAHVEH, DIOS de nuestros padres, y YAHVEH escuchó nuestra voz, nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión. Este punto sigue presentando una gran  importancia, porque se convierte en una condición singular para todos los tiempos: DIOS escucha siempre el clamor de su Pueblo. Si los israelitas a lo largo de los años tuvieron la tentación de desviarse hacia los ídolos de los egipcios, ahora se había despertado la memoria colectiva sobre el único DIOS que había hablado a Abraham, Isaac y Jacob. DIOS escuchó el clamor de su Pueblo y decide liberarlo por medio de Moisés. YAHVEH nos sacó de Egipto con mano fuerte y tenso brazo en medio de gran terror, señales y prodigios. Es el libro del Éxodo el que relata la salida del Pueblo hebreo de la esclavitud egipcia. DIOS elige a Moisés para liberar al Pueblo, y se muestra a él cuando es una persona adulta, casado y con dos hijos de su esposa Séfora. Pero el libro del Éxodo nos cuenta como la Providencia de DIOS comenzó a actuar desde el mismo nacimiento de Moisés, sobre el que pesaba una inminente amenaza de muerte como hacia todos los niños hebreos. DIOS se manifiesta a Moisés y con su hermano Aarón acuden al Faraón para que deje salir al Pueblo. La resistencia dura hasta la décima plaga que es la muerte de los primogénitos. El Pueblo hebreo era el Primogénito de YAHVEH por pura elección providencial, y el Faraón no tenía derecho alguno sobre ese Pueblo.

 

En cada Pascua

En la Cena de Pascua judía celebrada cada año, el más pequeño de la casa con capacidad para hacerlo, recita el Credo Histórico en términos similares a los expuestos en el libro del Deuteronomio. Las nuevas generaciones judías reciben memoria e identidad por parte de sus padres. No estaría nada mal que cundiese el ejemplo entre las familias cristianas especialmente las católicas.

 

La tentaciones de JESÚS

El apóstol Santiago en su carta dice con energía que “DIOS no tienta a nadie” (Cf. St 1,13). Pero en las primeras líneas de los evangelios sinópticos encontramos el episodio de las tentaciones de JESÚS en el desierto. Se podrá discutir indefinidamente, pero la Biblia y de forma especial los evangelios presentan el mal como algo proveniente de una mente maligna pensante; es decir, de Satanás. No hace falta establecer de forma maniquea dos deidades opuestas con un poder equivalente, pues ese no es el planteamiento bíblico. A Satanás se le da su lugar en rango de ángel caído, por tanto, no se puede comparar con DIOS en ningún momento. DIOS no tienta al hombre, porque no precisa de poner trampas para comprobar la bondad o maldad del ser humano. Pero el tentador está entre las causas segundas de todo lo creado y actúa entre nosotros tratando en lo posible de desviar a los hombres de su fin último, que es el encuentro definitivo con DIOS. Nuestras actuaciones abren o cierran puertas a las influencias y poder de Satanás. El campo de juego presentó sus actores desde el principio como nos recogen los primeros capítulos del Génesis: DIOS, el hombre y la mujer, los Ángeles y la serpiente o Satanás. El pecado va a instalarse en el corazón del hombre de forma remisible, pues la condición humana no permite tomar opciones totales o radicales en un instante. Nosotros estamos sujetos al paso del tiempo, que permite acrecentar el mal o ahondar en el camino del bien. La misma opción fundamental es objeto de ratificación o rectificación; es decir, estamos en condiciones de perseverar en el camino hacia DIOS o  desviar nuestra actuación según los propios criterios. El mal que el hombre acarrea no sólo se debe considerar por la suma de los males o  errores cometidos, sino por la influencia espiritual satánica a la que la actuación humana abrió el paso. A la inversa se puede afirmar, que las obras buenas de las personas en Gracia de DIOS atraen sobre el mundo mayor presencia de DIOS y sus  Ángeles. A este campo de batalla vino JESÚS a redimirnos: no sólo se tuvo que enfrentar con los poderes despóticos de este mundo, sino con las fuerzas espirituales que buscan implantarse para obstruir en lo posible la presencia del Reino de DIOS.

 

El ESPÍRITU SANTO

“JESÚS lleno del ESPÍRITU SANTO se volvió del Jordán y era conducido por el ESPÍRITU SANTO en el desierto, durante cuarenta días siendo tentado por el Diablo” (Cf. Lc 4,1-2). San Marcos introduce la estancia de JESÚS en el desierto con la presencia de los Ángeles que asistían al SEÑOR (Cf. Mc 1,12-13) Los cuarenta días en el desierto señalan un tiempo de frontera en la vida de JESÚS: era la recta final de una preparación que había durado unos treinta años, según el mismo san Lucas (Cf. Lc 3,23). El desierto devuelve al hombre a sus límites personales, y Elías tuvo que ser reconfortado al principio de la travesía por el desierto con un alimento especial de pan y agua, que el Ángel le ofreció (Cf. 1Re 19,6-8). JESÚS vive en el desierto con la presencia espiritual de los Ángeles, que no aportan alimento material alguno. JESÚS se somete a la primera prueba conocida en la que va a experimentar la fuerza hostil del espíritu satánico; y por supuesto, el desierto es el lugar donde la persona predestinada por DIOS establece una comunicación especial. Sólo DIOS puede asistir válidamente al hombre que está pasando la prueba en el desierto. “Las aves del cielo tienen nidos y las zorras cuevas; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Cf. Lc 9,58). El ministerio de evangelización que le espera a JESÚS tendrá un componente especial en la lucha  contra las fuerzas del Malo como lo designa san Mateo (Cf. Mt 6,13).

 

Tres tentaciones

Las tres tentaciones giran en torno al poder, que es una de las pasiones dominantes dentro de la condición humana. “Después de cuarenta días sin comer, JESÚS sintió hambre, y el tentador le dijo; si eres Hijo de DIOS haz a que estas piedras se conviertan en panes” (Cf. Lc 4,3). JESÚS multiplicaría en el futuro panes para que comieran las multitudes; o lo más importante, se quedaría en el PAN de la EUCARISTÍA, pero en ese momento no era la ocasión de manifestarlo. El poder no podía supeditarse a sus necesidades inmediatas, pues el milagro tenía otra finalidad. JESÚS responde con la Escritura: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de DIOS” (Cf. Lc 4,4; Dt 8,3). El poder de JESÚS proviene de DIOS y para sus causas debe ser empleado.

 

El poder temporal

El tentador, llevándolo a una altura, le mostró todos los reinos de la tierra; y el tentador le dijo: te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada y se la doy a quien quiero; si, pues, me adoras, toda será tuya” (Cf. Lc 4,5-7). Preguntamos muchas veces sobre las intenciones de los que ostentan las mayores fortunas del planeta; ¿qué es lo que les falta, o qué más quieren?, la respuesta es sencilla: poder. Es cierto, llega un momento que lo mismo da tener cincuenta mil millones que cien mil, el umbral de satisfacción por el dinero acumulado es el mismo; pero la sensación de poder es ilimitada y es un añadido al dinero, que en realidad no tiene precio y todos buscan, algunos con desesperación. La sensación de poder activa en el ser humano registros inéditos que lo hacen vivir la ilusión de un dios. ¿Merece la pena vender el alma al diablo para adquirir esta sensación de dominio plenipotenciario? El diablo le está proponiendo a JESÚS exactamente eso: la venta de su alma. “Si me adoras, si te postras ante mí, yo te daré poder. El diablo o satanás miente, porque eso está en su misma naturaleza: dice algo de verdad, pero no toda la verdad. Lo que posee de manera efímera, lo ha adquirido por dominar las conductas pecaminosas del hombre; y exige cada día cotas de pecados mayores para seguir otorgando poder en sus dominios. Pero en absoluto son de Satanás todos los reinos de la tierra: el único verdadero SEÑOR es DIOS. Pero la mentira y la manipulación pertenecen a la escuela de satanás, que las sabe administrar con maestría.

 

El poder religioso

San Lucas sitúa la tercera tentación donde san Mateo la dispone en segundo término. La tentación del poder podría alcanzar un mayor rango de perversión cuando se utiliza lo religioso para ostentarlo. Las dignidades eclesiásticas son bien recibidas cuando están presididas por la humildad y caridad evangélicas. El caso de la tercera tentación es de rango diferente: se trata de ejercer un poder temporal en línea de mesianismo político pero impulsado por un carácter religioso del hecho. Puede servirnos el caso actual de la guerra en Ucrania. Rusia está invadiendo el país y en su legítima defensa, los ucranianos tienen todo el derecho a rechazar la invasión. El obispo y el sacerdote, en este caso, están para acompañar espiritualmente al pueblo que sufre; y los civiles y padres de familia deben coger las armas para defender a los suyos, a sus familiares e hijos. Lo que no podrá hacer nunca el obispo o el sacerdote es liderar el enfrentamiento armado en nombre de la religión. La legítima defensa está contemplada en toda la doctrina de la iglesia hasta nuestros días. En Ucrania debe haber la paz que los ucranianos quieran, y no la paz impuesta por las armas rusas. JESÚS en el desierto también tiene que tomar una decisión de gran calado en el modo de realizar su mesianismo. La vía que ÉL tenía que seguir estaba anunciada en los cánticos del “Siervo de YAHVEH” recogidos en el profeta Isaías, que vemos a lo largo de este tiempo de Cuaresma. A JESÚS no le toca aproximarse siquiera al sacerdocio del Templo, y tendrá que mantenerse en la Galilea alejado de todos los centros de poder. “El tentador llevó a JESÚS a Jerusalén y lo puso sobre el alero del Templo y le dijo, si eres Hijo de DIOS tírate de aquí abajo; porque está escrito, a sus Ángeles mandará para que te guarden, y en sus manos te llevarán  para que tu pie no tropiece en piedra alguna” (Cf. Lc 4,9-10). Está claro que, como en el caso de la tentación anterior, no debemos pensar en desplazamientos físicos que el diablo realizase con la persona de JESÚS, sino de experiencias interiores con una gran impronta realista, poniendo de manifiesto la fortaleza espiritual de JESÚS, que es capaz de sostener el pulso al diablo en grado superlativo. Las manifestaciones religiosas en el Templo de Jerusalén estaban acompañadas de gran parafernalia y ostentación, que es el mejor caldo de cultivo para personalidades histriónicas. La condición humana de JESÚS no padecía de aquellos males. Por otra parte JESÚS sabía que los medios para realizar la Redención nada tenían que ver con rituales, vacíos por otra parte. La Redención era algo de verdadero riesgo y total compromiso con una causa que  no aparecía en la superficialidad de unas formas externas. JESÚS sabía al drama que se enfrentaba con todas sus consecuencias, y en su mano estaba que no terminase en tragedia para toda la humanidad, por eso los pasos iniciales eran decisivos para culminar con éxito la misión encomendada. La conclusión de este texto nos dice que el diablo completadas las tentaciones por el momento se alejó hasta que llegase un tiempo oportuno (Cf. Lc 4,13). El tentador es traidor y seductor; y no tiene nada que hacer con alguien cuya firme voluntad se afianza en DIOS. Conviene saber que satanás también deambuló de un lugar a otro buscando la ocasión propicia. De forma especial reconoceremos en los momentos de la crucifixión frases cargadas con los retos planteados inicialmente en el desierto: “si eres el HIJO de DIOS baja de la Cruz y creeremos”.

 

San Pablo, carta a los Romanos 10,8-13

La carta a los Romanos va dirigida a las comunidades cristianas de Roma, donde parece haber una mayoría de hermanos provenientes del Judaísmo. Algunos judíos de Roma, donde había un número importante, habían abrazado la Fe en JESUCRISTO. San Pablo sabía lo difícil y extraordinario de este paso, porque una vez producido por una gracia especial de conversión quedaba el largo camino de la maduración cristiana de una Fe apoyada sólo en JESUCRISTO y no en la Ley.  La Fe antes y ahora es una verdadera travesía por el desierto. La tentación de una vuelta a las prácticas rituales de la Ley en busca de pureza y santificación eran muy fuertes. El símbolo y el rito en el hombre religioso pueden ejercer una atracción muy poderosa. Las prácticas externas se ven y se tocan; sin embargo las acciones que el ESPÍRITU SANTO realiza permanecen fuera del alcance sensible. La carta a los Romanos junto con la dirigida a los Gálatas mantienen como eje doctrinal la “Justificación por la Fe”, que se convierte en la columna vertebral de todo el edificio cristiano. En los versículos de esta segunda lectura el Apóstol centra la mirada en la predicación como el medio por el que nos llega la Fe. No es el único lugar, y en otras cartas san Pablo dejará doctrina fundamental sobre la predicación y su papel en la extensión del Evangelio.

 

El preámbulo de la Ley

“El fin de la Ley es CRISTO” (v.4). San Pablo no duda del “celo de DIOS” que tiene sus hermanos judíos que rechazan el Cristianismo, pero insisten en “desconocer la Justicia de DIOS y se empeñan en mantener la suya” (v.3). Los hermanos judíos están a las puertas de la gran revelación, pero se niegan a dar el paso, por cuanto no reconocen el fondo de la Ley que conduce a JESUCRISTO. San Pablo vivió esto de forma extraordinaria tras la conversión camino de  Damasco, y su testimonio refuerza el argumento de su doctrina. La Gracia que justifica viene por JESUCRISTO que “bajó del Cielo y redimió de las regiones infernales a los que allí se encontraban” (v.6-7). La Ley no tiene eficacia frente al descenso irremediable al Seol, ni proporciona las condiciones para ascender a regiones espirituales superiores. La Ley, en el mejor de los casos, prepara los corazones para despertar el deseo de encuentro con el MESÍAS.

 

Una Palabra de Gracia

Una Palabra ofrecida gratuitamente por la predicación, que lleva consigo la Gracia, o lo que es lo mismo, la salvación gratuita de DIOS. Si ha llegado la Palabra al corazón del creyente, éste puede responder y comenzar una experiencia personal de salvación: ”cerca de ti está la Palabra, en tu boca y en tu corazón” (v.8). Esta Palabra está ungida por el ESPÍRITU SANTO y ”hace lo que dice” (Cf. Hb 4,12); por lo que el creyente dará los primeros pasos en una experiencia de Fe trascendental: “si confiesas con tu boca que JESÚS es el SEÑOR, y crees en tu corazón que DIOS lo resucitó de entre los muertos, serás salvo” (v.9) La experiencia religiosa que irradia desde el corazón del creyente ofrece la convicción para ser testigo. En principio el testigo se manifiesta por la Palabra. En realidad, la boca y el corazón concuerdan en la confesión del señorío de CRISTO: “Nadie puede decir que JESÚS es SEÑOR, si no es bajo la acción del ESPÍRITU SANTO” (Cf. 1Cor 12,3). Podemos decirlo de otra forma: el corazón que ha recibido la Paz del RESUCITADO lo sabe porque lo ve. Esa Paz no la puede dar el mundo, porque sencillamente no la tiene: “mi Paz os dejo, mi paz os doy. No doy mi Paz como la da el mundo” (Cf. Jn 14,27). La Paz que vive en el corazón del discípulo no es la ausencia de guerra. La Paz de JESUCRISTO transmite una nueva vida y forma de estar, que la persona percibe como única y distinta de todas las vivencias anteriores. La experiencia de la Paz del SEÑOR es la del RESUCITADO, por el que el hombre es salvado: “si crees en tu corazón que DIOS lo resucitó de entre los muertos, serás salvo” (v.9b).

 

La invocación

Se salva quien llama al SEÑOR. Invocar al SEÑOR es llamar a JESUCRISTO de muchas formas de acuerdo con la situación en la que cada uno se encuentre. El medio ordinario por el que una persona llega a invocar al SEÑOR viene dado por la predicación, y estos son los pasos que el Apóstol considera que están establecidos:”todo el que invoque el Nombre del SEÑOR se salvará, ¿pero cómo invocarán a AQUEL en quien no han creído?, ¿cómo creerán  en AQUEL a quien no han oído?, ¿cómo oirán sin que se les predique?,y ¿cómo predicarán, si no son enviados? (v.14). Debe acogerse una predicación con la autoridad espiritual del que es enviado, pues éste tiene la unción del ESPÍRITU SANTO, que confiere a la Palabra el don específico que la hace eficaz.

 

La predicación en Cuaresma

El fondo de la victoria de la Resurrección va a estar presente en todas las predicaciones del tiempo cuaresmal; no obstante, este tiempo litúrgico va marcar los acentos penitenciales que acompañan a los procesos de conversión que deben ser revividos para una actualización del Bautismo recibido. De esta manera acompañamos mejor a los catecúmenos que se van preparando para recibir los Sacramentos de la Iniciación Cristiana, en la solemne Vigilia Pascual.

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