Tiempo de Cuaresma

Deuteronomio 26,4-10 Salmo 90 Romanos 10,8-13 Lucas 4,1-13

Pablo Garrido Sánchez

La Cuaresma es un tiempo litúrgico que abarca desde el Miércoles de Ceniza hasta el día de Jueves Santo por la tarde, en el que celebramos la Cena del SEÑOR y con ella damos comienzo al Triduo Pascual. La Cuaresma es la recta final de los que se están preparando para recibir los Sacramentos de la Iniciación Cristiana en la solemne Vigilia Pascual. Por tanto al referirnos a personas que se están preparando, se da a entender que son adultos los catecúmenos aspirantes al Sacramento del Bautismo y los otros dos sacramentos que completan la Iniciación Cristiana: Confirmación y EUCARISTÍA. La libertad religiosa traída por Constantino (313 d.C) permitió una expansión creciente del Cristianismo con sus luces y sombras. Entre las luces de los tiempos posteriores estuvo el afianzamiento del Catecumenado y el establecimiento del tiempo de Cuaresma como recta final para la recepción de los sacramentos de la Iniciación Cristiana. Varias figuras fueron determinantes en el buen hacer de la Iglesia en aquellos tiempos: el papa san Silvestre, san Cirilo de Jerusalén ((315-386). No estuvieron solos, pues fueron los años de los santos padres, san Basilio el Grande, san Gregorio de Nisa, san Gregorio Nacianceno, san Juan Crisóstomo o san Jerónimo. Iniciando el siglo quinto, la Iglesia contó con las aportaciones de san Agustín (354-430). No faltaron tensiones y serios problemas en ese periodo de la Iglesia, pero se pusieron unas bases en la doctrina, la lectura de la Escritura y la pastoral, que permanecen en el tiempo. El actual Catecismo de la Iglesia Católica recoge e integra en su excelente exposición una base patrística proveniente de los santos teólogos antes mencionados. La Cuaresma es el tiempo litúrgico para releer y profundizar un poco más en los sacramentos que hemos recibido y nos señalan como cristianos o seguidores de JESÚS.

Un tiempo de Gracia

La acción de la Gracia es para la libertad, porque la Gracia de DIOS es todo lo contrario al pecado y todas sus derivadas. El tiempo de Cuaresma es un tiempo de Gracia, por tanto para acoger las acciones liberadoras, con las que el SEÑOR rompe ataduras o saca de ámbitos sombríos y deprimentes. La Gracia de la Cuaresma va en consonancia con la ascesis o ejercicio espiritual, que incluye un poco de renuncia, algo de retiro o silencio, una parte de servicio desinteresado al margen de los propios intereses y la intención en todo ello de aproximarnos al SEÑOR: “acercaos a DIOS y DIOS se acercará a vosotros” (Cf. St 4,8). El tiempo de Cuaresma con sus prácticas religiosas se dispone enfrentado al carnaval, o el desenfado que llega al cinismo. El tiempo de Cuaresma sugiere que nos pongamos serios en algún momento y demos razones de lo que hemos recibido por parte del SEÑOR, en los años de andadura por este mundo. Los que llevamos años o décadas con la Iniciación Cristiana realizada nos conviene considerar las características de los sacramentos o gracias recibidas y ponerlas en relación con la opción fundamental por JESUCRISTO. Nuestra religión no nos lleva a la superación extática de lo que nos rodea para confundirnos con una totalidad anónima de impasibilidad como lo propone el nirvana budista. Los cristianos vivimos religados -unidos- a DIOS por medio de JESUCRISTO para el que tiene valor cada instante de la historia humana, porque ÉL se encarnó y nos vamos configurando con ÉL en esta historia que ÉL mismo asumió. La fórmula habitual con la que participamos en el sacramental de la ceniza, dice: “convertíos y creed en el Evangelio” (Cf. Mc 1,15b). Con insistencia oiremos la palabra “conversión” a lo largo de la Cuaresma, y bien entendida nos hará un gran bien espiritual, porque tendemos a mantener las situaciones cómodas, hoy decimos, las zonas de confort. La conversión sugiere cambio, movimiento o giro. Notamos un repliegue hacia los propios intereses, y de forma especial a satisfacer el propio ego. La conversión señala en dirección distinta de la anterior y mueve a mirar hacia DIOS. La conversión delata el peso del lastre que arrastra hacia las cosas de aquí abajo, que se pueden volver nocivas cuando se hacen exclusivas. La conversión avisa de la vigilancia y proporciona recursos para permanecer despierto y a la espera del SEÑOR que se puede presentar en cualquier momento (Cf. Lc  12,37). El giro corrector lo hacemos hacia JESUCRISTO y su Evangelio como reclama la prudencia evangélica: “el que escucha estas palabras y las pone en práctica edifica sobre roca…” (Cf. Lc 6,43ss). Las cenizas que nos imponen en este Miércoles de Ceniza, para iniciar la Cuaresma, pudieron proceder de las palmas y ramos de la Semana Santa anterior y simbolizan muy bien el orden de cosas a las que debemos atender. Seguimos al SEÑOR en su camino a Jerusalén donde pasará por la Cruz para devolvernos la verdadera Vida en la Resurrección.

Oración, limosna y ayuno

Debemos recordar con frecuencia las tres acciones de carácter moral y espiritual, que engloban la ascesis cristiana. La oración dirige el corazón del creyente a DIOS, la limosna incluye el servicio a los otros y el ayuno marca un estilo de desprendimiento personal que va más allá de prescindir de la comida. Las tres actividades ascéticas tienen, en el evangelio de san Mateo, un factor común: han de ser realizadas en secreto o de forma discreta, evitando el aplauso de los demás y la propia vanagloria (Cf. Mt 6,1ss). El evangelio de san Lucas, que nos acompaña durante este año, es abundante en ofrecer motivos para la oración. Los dos capítulos iniciales cuentan con tres oraciones fundamentales dadas por tres personas distintas: el “Magnificat” recitado por la santísima VIRGEN MARÍA (Cf Lc 1, 46-55), el “Benedictus” del anciano sacerdote Zacarías, padre de Juan Bautista (Cf. Lc 1,68-79), y el “Nunc dimitis” que pronunció el anciano Simeón (Cf. Lc 2,29-32) en el Templo de Jerusalén. Después de ser bautizado, JESÚS oraba, se abrió el Cielo y oyó la voz del PADRE al tiempo que el ESPÍRITU SANTO descendía sobre JESÚS en forma de paloma (Cf. Lc 3,22) Después de este acontecimiento, JESÚS fue conducido al desierto para una verdadera batalla espiritual, que duró cuarenta días con sus noches (Cf. Lc 4,2ss) Estos cuarenta días fueron una intensa preparación para la obra misionera. De vuelta y en plena actividad es san Marcos quien señala el tiempo de oración diaria de JESÚS, al amanecer y en lugares solitarios (Cf. Mc 1,35) San Lucas tan sólo lo deja entrever (Cf. Lc 5,16). La elección de los doce la hace JESÚS después de una noche en la montaña -en oración- y da paso al “Sermón de la llanura” (Cf. Lc 6,20-23). Tres de los Doce son llevados a una montaña en la que JESÚS se transfiguró mientras oraba (Cf. Lc 9,28). Viendo orar los discípulos a JESÚS, le dijeron: “enséñanos a orar…” (Cf. Lc 11,1). Es el evangelista quien aclara la finalidad sobre la oración encerrada en la parábola de la viuda que insiste para que el juez inicuo le haga justicia (Cf. Lc 18,1ss). Los tres sinópticos recogen la oración límite y agónica de JESÚS en Getsemaní, en la que Lucas detalla la sudoración de gotas de sangre por la extrema deshidratación (Cf. Lc 22,44). Mateo y Marcos dan cuenta de la dramática experiencia de abandono espiritual que padece JESÚS en la Cruz: “DIOS mío, DIOS mío, ¿por qué me has abandonado?” (Cf. Mt 27,46; Mc 15,34). Los evangelios son susceptibles de realizar una lectura orante de las personas que intervienen. La oración cristiana va dirigida al PADRE por JESUCRISTO en el ESPÍRITU SANTO. Las súplicas de los que se dirigen a JESÚS son las nuestras, lo mismo que las acciones de gracias y las alabanzas. Un buen ejercicio puede ser extraer alguna frase de los evangelios como jaculatoria -oración breve y repetitiva- para la oración diaria en medio de las ocupaciones. Si la oración personal y comunitaria, que incluye la EUCARISTÍA, es un hecho; entonces puede ser fácil una mayor actitud de servicio, incluyendo una dimensión evangelizadora. Las catorce Obras de Misericordia nos dan una orientación. La primera, considerada espiritual, dice: enseñar al que no sabe. La enseñanza capital está relacionada con el conocimiento de JESÚS. DIOS ha puesto en su HIJO todo lo que es bueno para nosotros y conocerlo es nuestra salvación. La limosna es el donativo que se ofrece al pobre, pero en sentido amplio la pobreza nos afecta a todos y se va solventando mediante el desprendimiento y el servicio ofrecido y recibido. Poco a poco la acción de la Gracia nos ayuda a entender que parte de “lo mío” empieza a ser “nuestro” como decimos de forma explícita en el Padrenuestro: “nuestro pan, de cada día…” (Cf. Mt 6,11). La compasión es la fuerza que mueve a JESÚS para acercarse a los más necesitados, pobres o débiles. JESÚS nos sirve y ayuda, porque se une al “pathos” -muerte, enfermedad, dolencia- de los hombres. JESÚS comparte el dolor y el sufrimiento de los hombres y lo cambia en paz, fortaleza y alegría. La limosna es una pequeña aportación, porque normalmente se da entre alguien menos pobre y otro más desfavorecido. Cuidado con no desprender aires de superioridad o demandas de agradecimiento. El ayuno es el ejercicio del renunciante. Algo de privación favorece un carácter sobrio y temperado. No todo se puede tener. Tenemos cualidades y nos caracterizan, pero también lo hacen las carencias que nos limitan. En principio no se nos piden grandes ayunos o renuncias. Si la oración y la limosna deben realizarse discretamente, el ayuno con más motivo, en cuanto que puede hinchar el propio ego, cayendo en el orgullo espiritual, que es el peor de los orgullos. El SEÑOR quiere nuestras pequeñas renuncias con alegría. Del todo inútiles las acciones austeras o de renuncia, que buscan el aplauso de los otros. Nadie se entera de una pequeña renuncia ocasional, pero queda patente ante el SEÑOR, y se da un paso firme en el camino de la virtud.

El don de la Tierra Prometida

En el presente ciclo litúrgico, la primera lectura de este domingo recoge el “Credo Histórico”, por el que se reconoce la liberación de Egipto y la entrega de la Tierra Prometida. Desde las primeras líneas de la Biblia, la importancia de la tierra para el hombre es un argumento capital, pues de hecho el SEÑOR prepara el Jardín del Edén para que el hombre viva en paz con sus semejantes, la naturaleza que lo rodea y en una estrecha comunión con DIOS, que se encuentra con el hombre diariamente al atardecer (Cf. Gen 3,8). Los pactos sucesivos entre DIOS y los hombres cuentan con la posesión de una tierra, pues pertenece al Orden de la Creación, que es el primer don de DIOS. El Divino Proyecto se mantiene y se modifican las circunstancias que lo llevan a efecto. La Tierra que da sus frutos para el sostenimiento del hombre ofrece al mismo tiempo la prueba del cumplimiento de su idoneidad: esa es la Tierra en la que se debe habitar. Los frutos de la Tierra constituyen la prueba inmediata de que dicho lugar es el previsto por DIOS para habitar. “Cuando llegues a la Tierra, que el SEÑOR tu DIOS te da en herencia, cuando la poseas y habites en ella, tomarás las primicias de todos los productos que coseches en la Tierra, los pondrás en una cesta y las llevarás al lugar elegido por DIOS para morada de su nombre” (Cf. Dt 26,1-2). La Tierra ha dado su frutos y es el signo de la bendición del SEÑOR (Cf. Slm 66,7). El pecado expulsa al hombre del Jardín del Edén, pues la tierra queda maldecida por el pecado del hombre: “maldita, Adán, la tierra por tu causa” (Cf. Gen 3,17b). El pecado maldijo la tierra y ésta comenzó a ser hostil al hombre, y sólo la vuelta a DIOS podía lograr de nuevo la prosperidad y abundancia. Al seguir las secuencias de los pasajes bíblicos nos encontramos con periodos de cientos de años, que preceden al cumplimiento de las promesas, sin embargo no dejan de ser periodos relativamente cortos si los comparamos con los grandes tramos o periodos de tiempo que dispone la ciencia para el desenvolvimiento del hombre en el planeta. La Biblia acerca el foco a sucesos más próximos, que se alejan de nosotros unos tres mil setecientos años hasta encontrarnos con el patriarca Abraham nuestro padre en la Fe.

Una profesión de Fe personal

El devoto israelita recogidos los primeros frutos de la tierra se ha de presentar ante el sacerdote en el lugar elegido -el Templo-, y le dirá al sacerdote: “declaro hoy a YAHVEH, que he llegado a la Tierra que YAHVEH juró a nuestros padres, que nos daría” (v.3). YAHVEH prometió en el Monte Sinaí a Moisés, que liberaría y conduciría por su medio, al Pueblo para llevarlo a una tierra que “mana  leche y miel” (Cf. Ex 3,8) La tierra forma parte de la bendición al hombre y de forma especial los frutos de la misma. El agradecimiento al SEÑOR mediante la ofrenda y el acto de culto en el lugar señalado, completan el movimiento del favor divino: DIOS concede a los hombres una nueva oportunidad de restablecer el orden perdido y éste reconoce que DIOS lo bendice de forma tangible. “El sacerdote tomará de tu mano la cesta y la depositará ante el altar de YAHVEH tu DIOS. Tú pronunciarás estas palabras…” (v.4-5a). Esta ofrenda no era posible en el desierto, por eso estaba prevista para el momento en el que tomada la posesión de la tierra Prometida, los campos con sus cultivos comenzasen a producir sus frutos. La fecundidad de la tierra para el sustento del hombre está vinculada en estas líneas a la estrecha comunión con DIOS. La tierra es benéfica, si  el hombre bendice a DIOS y le agradece los dones recibidos. El duro trabajo para obtener los frutos de la tierra no es suficiente, pues cualquier inconveniente climático o plaga da al traste con la cosecha más prometedora. El hombre de cualquier religión ha intuido siempre que la fecundidad de la tierra depende del favor de sus divinidades. La doctrina del Deuteronomio no desmiente en parte esa convicción, pero existe una gran diferencia: los dioses paganos son malignos espíritus que provocan la ruina del hombre, mientras que la acción de YAHVEH bendice las actividades del hombre y la tierra a él encomendada.

Declaración junto con la ofrenda

“Cuando el sacerdote ponga la ofrenda en el altar, tú pronunciarás estas palabras ante YAHVEH tu DIOS: mi padre fue un arameo errante…” (v.4c-5a). La ofrenda presente tiene una historia y los dones recibidos vienen del SEÑOR, pero también han tenido su participación los antepasados, que son los padres en la Fe. Pasarían quinientos años desde que Abraham, el arameo errante, saliera del territorio de Aarán, en Mesopotamia, movido por la moción interna, que de forma imperativa le ordenaba: “sal de tu tierra y de tu parentela, y vete a la tierra que YO te mostraré” (Cf. Gen 12,1) Abraham pasaría por muchas pruebas hasta acreditarse como el padre en la Fe del Pueblo elegido. La salida de su tierra patria, dejando a sus parientes, lo alejaba también de los cultos mesopotámicos, que se interponían al culto del único DIOS. Sólo Lot siguió a Abraham, que era tío suyo. En aquel tiempo la nueva tierra por la que caminaba Abraham era de los cananeos. Abraham va recibiendo la revelación de la descendencia y la posesión de la Tierra. La Palabra de DIOS se cumple pero a su modo y en el tiempo oportuno, y ambas cosas a menudo son desconcertantes. La prueba de la Fe se realiza en la perseverancia o permanencia en la confianza en DIOS, al entender sólo algo de lo que va marcando con sus mociones y signos visibles, que son siempre interpretables.

Estancia en Egipto

“Mi padre era un arameo errante, que bajó a Egipto, y residió allí como emigrante” (v.5a). Quien baja a Egipto y se queda es Jacob con sus hijos cuando José era el gobernador de la nación en tiempos de gran escasez y hambre. Jacob con setenta personas recibió el territorio de Gosén al norte del país, donde tuvieron libertad para realizar su estilo de vida y criar sus rebaños y cultivar aquellas tierras, que eran especialmente fértiles. No sabemos exactamente cuánto duró aquella buena situación, precisamente en años difíciles para la mayoría, pues fueron años de sequía y hambruna por muchos lugares. El SEÑOR se estaba manifestando como el DIOS de Abraham, de Isaac y de Jacob (Cf. Ex 3,6).

Nación grande

“En Egipto aquellos setenta iniciales, se hicieron una nación grande fuerte y numerosa” (v.5b). Después de cuatrocientos treinta años, el grupo de los setenta había crecido y multiplicado hasta convertirse en una nación étnica a parte de la nación receptora egipcia. Entre los hebreos continuaban las promesas hechas a Abraham, y aquellas otras dadas en el origen: “creced, multiplicaos; llenad la tierra y sometedla” (Cf. Gen 1,28). Debemos suponer algún tipo de códigos propios, religiosos, civiles y morales, para crecer en una nación extranjera como grupo étnico singular. Algunas de las pautas establecidas en los libros de la Ley debían estar vigentes durante todo aquel tiempo prolongado en Egipto.

Opresión

“Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre” (v.6). El cálculo del Faraón que no había conocido a José, dice el Éxodo, fue: “este Pueblo es ya muy numeroso, en algún momento podrá aliarse con un invasor extranjero y nos derrotarán. Por tanto se propuso eliminar a los niños varones que nacieran y reducir a esclavitud a los adultos” (Cf. Ex 1-15ss). Los hebreos en Egipto empezaban a ver que la situación había cambiado y no se vislumbraba una solución. Por otra parte se veían abocados a la extinción, pues sin hijos varones, sus hijas terminarían en los brazos de los egipcios y el mestizaje acabaría con su raza y religión.

YAHVEH escucha a su Pueblo

“Nosotros clamamos a YAHVEH, DIOS de nuestros padres, y YAHVEH escuchó nuestra voz, nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión” (v.7). El libro del Éxodo da cumplida cuenta de este versículo cuando YAHVEH le dice a Moisés: “he escuchado el clamor de mi Pueblo oprimido y vengo a liberarlo” (Cf. Ex 3,7-8). YAHVEH había entrado en la línea familiar de Abraham y los hebreos en Egipto reconocían la singularidad del DIOS que los protegía. Ante la opresión el Pueblo en su conjunto eleva su clamor al SEÑOR y es escuchado. DIOS es compasivo y misericordioso (Cf. Slm 103,8), como rezamos es distintos salmos. La unidad del Pueblo en la súplica ante la necesidad apremiante desencadena la actuación por parte de DIOS, que encuentra en Moisés su instrumento para ir al frente de un proceso de liberación y transformación en el paso por el desierto. Estamos ante unos acontecimientos vividos por el Pueblo elegido, que son un anticipo de la obra redentora de JESÚS: liberación del pecado, transformación por la Gracia y Vida eterna definitiva tras la Resurrección.

Signos de Poder

“YAHVEH nos sacó de Egipto con mano fuerte y tenso brazo, en medio de gran terror, señales y prodigios” (v.8) El terror llegó a apoderarse de los egipcios que después de haber padecido ocho plagas iniciales, padecieron la agonía de los tres días de oscuridad (Cf. Ex10,21-22; Sb 17,2; 18,4 ), que el libro de la Sabiduría resalta de modo especial, pues pocas cosas anulan más que el miedo. Antes de la decisiva última plaga, los signos de Poder por parte de YAHVEH fueron marcando distintas oportunidades para que el Pueblo elegido pudiese salir de Egipto. Tras la muerte de los primogénitos los egipcios deseaban ardientemente la marcha de los hebreos a los que compensaron con toda clase de joyas y piezas de oro y plata (Cf. Ex 12,31-36).

La Tierra Prometida

“Nos trajo aquí, nos dio esta Tierra, que mana leche y miel” (v.9) DIOS estaba cumpliendo su parte del Pacto hecho a los padres de la nación judía. Este Credo Histórico se expone en el Deuteronomio, quinto libro de la Ley de Moisés, y representa la actualización de la Ley dada antes de entrar en la Tierra Prometida. El Deuteronomio se ubica antes de cruzar el Jordán y a las puertas de la ciudad de Jericó, que será la primera ciudad en ser conquistada con un marcado carácter ceremonial y litúrgico. Siete días tendrán para dar una vuelta cada día con el Arca de la Alianza cayendo las murallas de la ciudad al séptimo después de siete vueltas (Cf. Jos 6,3ss). La Tierra Prometida conquistada y bendecida produce frutos abundantes como signo elocuente de la Divina Providencia, que espera ser reconocida y evitar así la soberbia y autosuficiencia propia de los que se decidían por los cultos idolátricos. Aquella tierra será especialmente fecunda y fértil, en la medida que los israelitas sean fieles al culto de adoración a YAHVEH. De muchas formas con gran pedagogía las repeticiones dadas en este libro sagrado avisan de no deslizarse por el culto a otros dioses. YAHVEH es el artífice del Pueblo elegido y va a desposeer a los allí residentes por sus cultos aberrantes. YAHVEH procede de esa forma, “porque toda la tierra es suya y la da a quien quiere” (Cf. Dt 12,29-31).

Las primicias

“Ahora yo traigo las primicias de los productos del suelo que TÚ, YAHVEH, me has dado.” (v. 10). La recitación del Credo Histórico termina con un acto de adoración o postración: “Depositarás las primicias ante YAHVEH y te postrarás ante YAHVEH tu DIOS” (v.40b). La adoración recorre toda la Biblia, ya que representa el reconocimiento de la Divina Providencia interviniendo de hecho en todos los movimientos de la actividad humana: “YAHVEH se mueve por el campamento de los israelitas y no puede encontrar nada impuro o indigno” (Cf. Dt 23,14). Esta profesión de Fe y acto de culto tiene que terminar con un final festivo agradeciendo al SEÑOR los bienes recibidos: “luego te regocijarás por todos los bienes que YAHVEH tu DIOS te haya dado, a ti y a tu casa…” (v.11). Es muy significativo este final que está en la línea de las parábolas de la Misericordia y la reacción de los que son sanados por JESÚS. La fiesta cristiana se fundamenta en la Resurrección y se hace visible de modo especial en Pentecostés, donde se profesa la Fe en medio de la alegría y el júbilo del ESPÍRITU SANTO.

El desierto

La lucha por la supervivencia se hace especialmente dura en el desierto no obstante el desierto de Judá cuenta con algunos oasis como el de Engadí, mencionado en el Cantar de los Cantares (Cf. Cc 1,14). Hacia el sur del desierto de Judá se extiende el desierto del Negueb con su zona de grandes cañones de piedra que ofrecen un panorama más árido. Tanto Lucas como Marcos nos dicen que JESÚS fue llevado durante cuarenta días por el desierto movido por el ESPÍRITU SANTO (Cf. Mc 1,12-13; Lc 4,1). Entendemos que JESÚS quería iniciar su misión con un tiempo de preparación espiritual y para ello se retira un tiempo prolongado al desierto. Recordamos los cuarenta días de Moisés en el Monte Sinaí para recibir las Diez Palabras escritas en piedra (Cf. Ex 24,18;34,28). Elías necesita marchar por el desierto cuarenta días con sus noches para evitar la represalia de Jezabel (Cf. 1Re 19,8). Terminadas las persecuciones oficiales a los cristianos, en el siglo cuarto, muchos se retirarán al desierto para no ceder ante la comodidad y mantener una vida austera y vigilante mediante la oración. A estos hombres los conocemos como los padres del desierto, que dieron lugar a las distintas formas de vida religiosa eremítica y comunitaria. El desierto es el lugar del combate espiritual, en el que está Azazel el espíritu del mal (Cf. Lv 16,8-10). Por otra parte, el que va al desierto lo hace para encontrarse con DIOS, venciéndose a sí mismo, pues en el desierto va a aflorar lo que guarda el corazón, al remitir la mayor parte de los estímulos externos que son habituales. Algo así sucede cuando una persona decide entrar en una vida religiosa de clausura o retiro permanente, cortando con una gran cantidad de reclamos externos; sin embargo aparece con más claridad aquello que reside en el propio corazón. El desierto lo empezamos a considerar como un ámbito espiritual y no por ello menos real, que aquel desierto de Judea, que en su momento sirvió a JESÚS de medio para su preparación a la predicación del Evangelio.

El Espíritu Santo

“JESÚS lleno de ESPÍRITU SANTO se volvió del Jordán, y era conducido por el ESPÍRITU en el desierto” (Cf. Lc 4,1). De forma especial los evangelios de Juan y Lucas señalan la perfecta comunión entre JESÚS y la Tercera Persona de la santísima TRINIDAD: el ESPÍRITU SANTO. Desde el momento de la Encarnación (Cf. Lc 1,26-38), la presencia del ESPÍRITU SANTO confiere a JESÚS su carácter de ENVIADO para anunciar a los hombres -los pobres- el Evangelio (Cf. Lc 4,18). También JESÚS necesita contemplar desde el lado de los hombres las fuerzas que se despliegan por parte del mal, o Azazel, y encontrar la mejor opción para mantener la unión con el PADRE. El aprendizaje de JESÚS durante estos días resulta para nosotros desconocido, pero no se interrumpió lo señalado por el propio san Lucas: “JESÚS iba creciendo en estatura, sabiduría y Gracia ante DIOS y los hombres” (Cf. Lc 2,52). En ningún caso debemos simplificar la personalidad de JESÚS o darlo todo por hecho porque es el HIJO de DIOS. Algo que a JESÚS le fue llegando es la experiencia del Malo con sus redes de sicarios. Había que venir al desierto para tocar algo de la maldad en estado concentrado, pues después resultaría travestido en muchos rostros y personajes. “Durante cuarenta días fue tentado por el diablo, y no comió nada en aquellos días y al cabo de ellos sintió hambre” (v.2).

Primera tentación

“Entonces el diablo le dijo: si eres HIJO de DIOS, di que esta piedra se convierta en pan. JESÚS le respondió: no sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de DIOS” (v.4-5). JESÚS afronta el reto del tentador con la Palabra de la Escritura, sin la más mínima concesión a las insinuaciones del tentador, en contraste con el diálogo o coloquio establecido en el origen (Cf. Gen 3,1ss), al que conviene referirse en este caso, pues quedan marcados dos comportamientos diferentes. Dice Santiago en su carta: “enfrentaos al diablo que huirá de vosotros” (Cf. St 4,7); y JESÚS con anterioridad a Santiago procede de esa forma. Nuestro enfrentamiento no puede hacerse a título personal, pues siempre llevamos las de perder; pero sí lo podemos llevar a término cuando lo hacemos en el Nombre de JESUCRISTO. En las tres tentaciones, aquí expuestas, el tentador apela a la posible soberbia del que desea tentar: “si eres HIJO de DIOS”. JESÚS en ningún caso tiene que mostrar al diablo cuál es su identidad, y cuando los diablos en los posesos lo identifican, los manda callar y reduce al silencio.

Segunda tentación

“Llevándolo a una montaña alta, le mostró todos los reinos del mundo y le dijo: te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me la entregaron y la doy a quien quiero; si, pues, me adoras, toda será tuya. JESÚS le respondió: al SEÑOR DIOS adorarás, y a ÉL sólo darás culto” (v.6-8) Varias mentiras intenta colar el tentador: el domino sobre todos los reinos, todo lo posee porque se lo han dado, su potestad de otorgar lo que en realidad no le pertenece. Además su engaño es de corta caducidad y pronto prescribe lo que prometía para siempre. Aquí late el grito de Lucifer: “!Quién como yo!”, y desea con ardor febril algo de postración o adoración aunque sea falsa. A lo largo de los siglos se sigue dando el intercambio entre el poder maléfico otorgado y el pacto o servil adoración luciferina. De nuevo JESÚS presenta la Palabra de la Escritura con eficacia exorcizadora: “al SEÑOR adorarás y a ÉL sólo darás culto” (Cf. Dt 6,13).

Tercera tentación

“El tentador llevó a JESÚS a Jerusalén y lo puso sobre el alero del Templo, y le dijo: si eres HIJO de DIOS, tírate de aquí abajo, pues está escrito: a sus Ángeles mandará para que te guarden. En sus manos te llevarán para que tu pie no tropiece en piedra alguna. JESÚS le dijo: no tentarás al SEÑOR tu DIOS” (v.9-12). La inclinación religiosa de JESÚS era manifiesta. Dado que no mostraba interés por la actividad política, había que probar si era quebradizo mostrando ambición de poder religioso. El tentador se vuelve exegeta de pronto y le dice a JESÚS como debe interpretar la Escritura. El salmo noventa y uno es el que recoge la  propuesta del tentador. Por otro lado, el padre de todas las mentiras buscaba la espectacularidad para la manifestación mesiánica de JESÚS en Jerusalén: ¿Cómo se iban a quedar todos viendo a JESÚS tirándose del alero del Templo? El tentador muestra en este punto que es un poco torpe y zafio, aunque no conviene menospreciarlo, porque su inteligencia para el mal es muy superior a la nuestra. JESÚS responde de forma concisa: “no tentarás al SEÑOR” (Cf. Dt 6,16). Para algunos la aparición del MESÍAS viniendo del Cielo era algo plausible, evocando la manifestación del Hijo del hombre del libro de Daniel (Cf. Dn 7,13). JESÚS va a padecer unas relaciones conflictivas con los sumos sacerdotes, fariseos y escribas ligados al Templo de Jerusalén. JESÚS no seguirá la línea del sacerdocio levítico, ni aarónico, ni tampoco el tipo saduceo, que fue el principal causante de su muerte en la Cruz. JESÚS, en palabras de la carta a los Hebreos, es “SACERDOTE para siempre según el rito de Melquisedec” (Cf. Hb 7,21).

El tentador espera su tiempo

“Acabada toda tentación, el tentador se retiró hasta una nueva ocasión” (v.13) Satanás también planea el mal a realizar, y prepara sus estrategias. El tentador juega con nuestros tiempos, sabe esperar y adaptarse. Lo que el evangelista nos ha descrito es un tiempo de tentación: por el momento se completó la tentación, pero habrá otras ocasiones con distintos agentes del mal actuando. El tentador pretende desestabilizar y romper la relación del hombre con DIOS; y eso mismo pretendía conseguir en el caso de JESÚS. Vendrán otros momentos en los que JESÚS toma de forma resuelta las riendas de su destino.

San Pablo, carta a los  Romanos 10,8-13

JESÚS de Nazaret muerto y resucitado es el núcleo de la predicación de san Pablo. Nos salvamos gracias a la Justicia de DIOS que tiene en JESÚS la medida para cada uno de los hombres. San Pablo encontró grandes dificultades para hacerse entender de los que antes eran sus compañeros en el Judaísmo “testifico que tienen celo de DIOS, pero no conforme a un pleno conocimiento” (v.2). Para alcanzar su conocimiento de CRISTO, san Pablo recibió la gracia singular de su conversión camino de Damasco (Cf. Hch 9), y la repercusión personal de la predicación en el Nombre de JESUCRISTO. Debe darse una gracia muy especial para descubrir que “el fin de la Ley es CRISTO para la justificación de todo creyente” (v.4). San Pablo con la doctrina de la justificación nos quiere decir que la propia perfección no viene por el esfuerzo personal del cumplimiento de la Ley, sino por la Gracia o Don amoroso de DIOS. La alternativa del Evangelio radica en desplazar el propio ego en favor de la acción transformadora de la Gracia, que hace posible el hombre nuevo.

El  Don de DIOS

“La Justicia que viene de la Fe dice así: no digas en tu corazón, ¿quién subirá al Cielo para hacer bajar a CRISTO?, o ¿quién bajará al abismo para hacer subir a CRISTO de entre los muertos?” (v.6-7). DIOS se ocupa directamente de acercarse a los hombres para hacernos el bien, aunque no lo merezcamos, porque “ÉL hace salir el sol sobre malos y buenos y hace bajar la lluvia a justos e injustos” (Cf. Mt 75,45-48). Si DIOS tuviera que esperar a que fuésemos santos para darnos su Gracia nunca lo lograría. Si llegamos a la santidad es debido a la entrega generosa de su Amor para nuestra santificación o perfeccionamiento. DIOS emplea con nosotros un orden inverso a la lógica humana: primero nos ama y transforma, y más tarde nos exige si ese es el caso. La Ley preveía su perfecto cumplimiento para decir de la santidad de alguien: Moisés escribe a cerca de la Justicia que viene de la Ley: “quien la cumpla vivirá por ella” (v.5). Pero la Ley estaba imposibilitada para perfeccionar al hombre, pues no aportaba la transformación personal, sino que reforzaba la conciencia de pecado.

Cercanía de la Palabra

“Si confiesas con tu boca que JESÚS es el SEÑOR, y crees en tu corazón que DIOS lo resucitó de entre los muertos, serás salvo” (v.9). La Ley no modificaba el corazón y las profecías (Cf. Jr 31,31-34; Ez 36,26) esperaban el tiempo de la Nueva Alianza para establecer una nueva relación con DIOS. La boca y el corazón tienen que coincidir y estar de acuerdo: JESUCRISTO es el SEÑOR resucitado de entre los muertos, y esto es algo que se reconoce con el corazón y proclamo, o confieso, con la boca o la predicación. La comunidad cristiana sabe que el SEÑOR ha resucitado, porque cada uno de sus componentes lo ha vivido y tiene constancia del hecho. “Con el corazón se cree para conseguir la Justicia; y con la boca se confiesa para obtener la salvación” (v.10). Un corazón en el que reina JESÚS el RESUCITADO es un verdadero tesoro de gracias incontables, que espera ser participado por la predicación o testimonio del que sabe y dice haberse encontrado con el SEÑOR. No existe mayor cercanía de un corazón a DIOS que el de un corazón cristificado o totalmente tomado por la presencia de CRISTO. “Todo el que cree en ÉL no quedará confundido” (v.11). La certeza personal reside en el corazón de aquel que se encontró con el SEÑOR, y ve que la Palabra se cumple, al tiempo que sabe de la transformación que la Gracia Sacramental de forma eficaz, sin que ello signifique una presuntuosa perfección, que en esta vida es imposible: “el justo peca siete veces al día” (Cf. Pv 24,16). La Gracia alcanza a todos los que la quieran recibir, pues en CRISTO no hay diferencias de razas, ni acepción de personas: “no hay distinción entre judío y griego, pues uno mismo es el SEÑOR de todos, rico para todos los que lo invocan” (v.12). En esto último reside una clave muy importante: la invocación del Nombre de JESÚS.

La Salvación

“Todo el que invoque el Nombre del SEÑOR se salvará. Pero, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? (v.14-15). Estos versículos no corresponden a la segunda lectura de este domingo, pero completan los anteriores y les dan todo su sentido: la Salvación de los hombres ha sido confiada a la predicación por personas que habiéndose encontrado con el SEÑOR son enviadas a anunciarlo.

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