Tengo miedo: el demonio maneja los miedos. lV parte.

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Otro enemigo del alma es «el mono de Dios», que, instrumentalizando la imaginación, «la loca de la casa», aunque no siempre logra con los miedos, privar al alma de la gracia, sí consigue que pierda la paz. Él es quien trata de despojarnos del Santo Temor de Dios, a la vez que infunde miedos infinitos, obsesivos, que forman parte de sus mentiras más grandes, de las cuales tiene toda la paternidad.

Mucho se esfuerza el demonio en infundir el miedo a pedir perdón y confesar los pecados. De esta manera, esclaviza muchas almas, arrastrándolas, con Judas a la desesperación. Libres y felices serían si con San Pedro confesaran sus negaciones con tres actos de amor, y oirían con San Dimas, que supo transformar su suplicio en propiciación, la promesa divina de su salvación. Confesarse es de valientes que venciendo el amor propio, el miedo al qué dirán y a ¡tantas cosas! contritos, confiesan su pecado, y el Señor que colma de bienes a los humildes, les concede la gracia de la reconciliación.

El demonio, capitán e inspirador de terroristas y tiranos, de tantos déspotas que ejercen autoridad jurídica sin ninguna autoridad moral que oprimen sociedades e individuos, ha encontrado en los miedos esa palanca de apoyo que descubrió Arquímedes, y su poder es proporcional al terror que logre provocar, método que aplican sus secuaces con mortífera eficacia en detrimento de la civilización católica.

En los libros abundan las historias que cuentan las hazañas de los misioneros que se enfrentaron a los hechiceros locales, a causa de la tiranía opresiva que ejercían, mediante el miedo sobre las tribus paganas que terminaban adorando al demonio: Dii gentia, demonia (los dioses de los paganos son demonios). Se palpaba incluso físicamente entre ellos, el imperio que producía el terror a todo, en todo y por todo.  Como si fuera un círculo vicioso que va «in crecendo» desde los acontecimientos más anodinos, avatares climáticos o el tiempo meteorológico, hasta culminar, a instancia de los brujos, en sacrificios humanos para contentar a los dioses más siniestros. Eso de que los paganos solo tienen «miedo de que el cielo caiga sobre sus cabezas», es algo que solo sucede en las historietas de Obélix y Astérix. San Pablo enseñó en el Areópago a los atenienses quién era ese Dios desconocido.  Ante la posibilidad de provocar la ira de un Dios ignoto, aquellas almas que aún vivían bajo el terror pagano, le habían levantado un altar por si las dudas. Pero nuestro Dios es amor y solo a Él debemos temer. No le ofendamos bajo ninguna circunstancia ni a causa de ningún miedo.

Se constata con frecuencia que muchos duermen intranquilos a sabiendas de que un pequeño ratón merodea por su dormitorio, o que detrás de la mesilla de luz puede vivir una araña. ¿Cuántos antes de dormir miran debajo de la cama, o ante el más leve ruido extraño pasan las noches en insomnio que se pueblan con más fantasmas, incluso, que en las mismas pesadillas? Sin embargo, son capaces de dormir tranquilos a pesar de tener muerta el alma, y dejan que les venza el sueño sin hacer un acto de contrición por las faltas graves, o leves, de la jornada. ¿Es porque nos da más miedo que el pecado, el ratón o una araña? Recemos bien las oraciones de la noche y no olvidemos que no debemos temer a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temamos más bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la Gehena. Un día con los rayos de la luz perpetua veremos cómo se desvanecen los miedos, igual que desaparecieron aquellos que nos aterrorizaban de pequeños, cuando con las primeras luces de la mañana se esfumaban todos los fantasmas y nos reíamos viendo lo tontos que habíamos sido. Así nos reiremos entonces, del mismo modo en que nos reímos ahora después del susto de algún amigo pícaro.

 

Rvdo. P. José Ramón García Gallardo,.

CIRCULO SACERDOTAL CURA SANTA CRUZ.

Periódico La Esperanza.

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