En este I domingo de la Cuaresma, el evangelista Marcos es muy parco en cuanto a la narración de las tentaciones, sólo nos dice: “Jesús fue tentado por Satanás”; no describe las tentaciones, como Mateo y Lucas. Nos recuerda que después del bautismo “el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto, donde fue tentado por Satanás”. No nos dice con qué tipo de tentaciones trató Satanás de disuadirlo de seguir el proyecto de Dios. Ciertamente las tentaciones no podemos reducirlas a un momento en la vida de Jesús. Satanás aprovechó cada instante de la vida del Maestro para tentarlo.
Deseo destacar tres elementos del Evangelio: Primero el desierto, después las tentaciones y por último la predica de Jesús.
Empecemos diciendo qué es el desierto y cuál es el sentido que tiene. El desierto es el lugar donde la realidad es despojada de las apariencias; allí se encuentra con un cielo sin límites, frente a la arena inabarcable y frente a uno mismo. Hay un gran silencio. En el desierto el ser humano se ve obligado a encontrarse consigo mismo; de allí que el desierto fascine, pero también asuste. En el desierto se encuentra la usencia de personas, no hay encuentros, el único encuentro es consigo mismo. Por tanto, el lugar propicio para un encuentro con Dios. Para el judío es un lugar excepcional para encontrarse con el Señor; recordemos que, ante las infidelidades del pueblo a Dios, el profeta Oseas expresa: “Por eso yo la voy a seducir: la llevaré al desierto y hablaré a su corazón” (Os. 2,16).
En este nuestro mundo, cada vez más inhóspito porque en él conviven la mentira y el crimen que configuran los dinamismos sociales, ya que “Satanás es padre de la mentira y homicida desde el principio” (Jn. 8,44), debemos propiciar esa travesía del desierto para encontrarnos con nosotros mismos y con Dios. No busquemos descampados, arenas interminables; el desierto que debemos cruzar es el desierto de los días monótonos y ordinarios de nuestra vida. Cada día debemos encontrar un espacio, un tiempo para encontrarnos con nosotros mismos y con Dios. Al inicio de nuestra Cuaresma, démonos cuenta de la necesidad del silencio, démonos ese espacio para el encuentro con nosotros mismos; dejemos el ruido por un momento, veámonos cara a cara sin miedos, sin prejuicios, allí encontraremos a Dios, quien nos librará de esos dinamismos sociales que provocan muerte.
Nos dice Marcos que Jesús fue tentado por Satanás. Recordemos que Satanás no descansa, como dice san Pedro, en su primera carta 5,8: “Anda como león rugiente buscando a quien devorar”; su deseo es descarriar a toda persona del camino trazado por Dios. No olvidemos que tentación es un estímulo que induce al deseo de algo, ese algo se encuentra al margen de los planes de Dios. Como dirá Sócrates: ‘Todos
hacen el mal bajo la apariencia de bien’. Así Satanás presenta la tentación como algo bueno, algo atrayente, algo que seduce. El demonio pretende desviar a Jesús del proyecto del Padre. Por su parte, Jesús rechaza las sugestiones del tentador, ratificando su determinación de cumplir la propia misión en la línea establecida por el Padre.
Hermanos, tenemos un gran modelo que es Jesús, quien venció todo tipo de tentaciones en el desierto y durante toda su vida. Cada uno de nosotros somos diferentes, por tanto, el tentador nos puede mostrar sus estímulos de acuerdo a nuestros deseos. El maligno nunca nos mostrará su cara, buscará la mejor manera para tentarnos, hasta puede aprovechar al mejor amigo; se aprovechará de la situación que estemos viviendo, se fijará en nuestro estado de ánimo y allí vendrá el estímulo. La sabiduría nuestra consiste en desenmascarar al tentador, no dialogando con él, sino que con gracia divina podremos vencerlo. En nuestro desierto, en el cara a cara con nosotros mismos y frente a Dios, debemos descubrir nuestras debilidades, para saber por dónde puede llegar el tentador; sabemos que solos no podemos, de allí que necesitamos la gracia de Dios. No nos hagamos los fuertes y no pensemos que solos podemos; el maligno se combate con la armadura de la gracia.
Hermanos, aprovechemos esta Cuaresma para darnos un poco de desierto, un poco de silencio; tengamos la valentía de vernos cara a cara, allí en lo ordinario de la vida, para analizar si nuestro proyecto de vida corresponde al proyecto de Dios. La Cuaresma es para todos y la invitación a la conversión también. Por eso, invito a todos los que forman parte del crimen organizado, hagan su desierto y analicen si su proyecto está conforme al proyecto de Dios, aún es tiempo de recapacitar, de convertirse. Hermanos de cualquier partido político, que se preparan para las campañas, analicen si su proyecto de partido y personal, responde al proyecto de Dios o sólo responde a un proyecto egoísta e individual, con ventajas sólo personales.
La prédica de Jesús: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio”. Es el llamado que nos hace el Señor a todos, a un cambio de mente, que implica evidentemente a un arrepentimiento del mal cometido, un deseo de enmendar el camino, viviendo de acuerdo a las enseñanzas de Jesús.
Cada Obispo, cada sacerdote, religioso, religiosa, laico, en la condición que nos encontremos, debemos escuchar el llamado a la conversión. Para saber de qué debemos convertirnos; debemos vernos cara a cara, con todo realismo y sinceridad. Todos estamos invitados a crear nuestro desierto, darnos la oportunidad del encuentro con Dios; analizar de manera consciente nuestro proyecto de vida, si corresponde al proyecto de Dios. Es tiempo de darnos cuenta si estamos atrapados en alguna práctica errónea que desdiga el proyecto de Dios. Analicemos pues nuestra vida y veamos si hemos caído en alguna seducción del tentador. Es tiempo de enderezar el camino.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
¡Feliz domingo para todos!