* Necesitas vida interior y formación doctrinal. ¡Exígete! –Tú –caballero cristiano, mujer cristiana– has de ser sal de la tierra y luz del mundo, porque estás obligado a dar ejemplo con una santa desvergüenza.
–Te ha de urgir la caridad de Cristo y, al sentirte y saberte otro Cristo desde el momento en que le has dicho que le sigues, no te separarás de tus iguales –tus parientes, tus amigos, tus colegas–, lo mismo que no se separa la sal del alimento que condimenta. Tu vida interior y tu formación comprenden la piedad y el criterio que ha de tener un hijo de Dios, para sazonarlo todo con su presencia activa. Pide al Señor que siempre seas ese buen condimento en la vida de los demás. (Forja, 450)
Un cristiano no puede detenerse sólo en problemas personales, ya que ha de vivir de cara a la Iglesia universal, pensando en la salvación de todas las almas.
De este modo, hasta esas facetas que podrían considerarse más privadas e íntimas –la preocupación por el propio mejoramiento interior– no son en realidad personales: puesto que la santificación forma una sola cosa con el apostolado. Nos hemos de esforzar, por tanto, en nuestra vida interior y en el desarrollo de las virtudes cristianas, pensando en el bien de toda la Iglesia, ya que no podríamos hacer el bien y dar a conocer a Cristo, si en nosotros no hubiera un empeño sincero por hacer realidad práctica las enseñanzas del Evangelio.
Impregnados de este espíritu, nuestros rezos, aun cuando comiencen por temas y propósitos en apariencia personales, acaban siempre discurriendo por los cauces del servicio a los demás. Y si caminamos de la mano de la Virgen Santísima, Ella hará que nos sintamos hermanos de todos los hombres: porque todos somos hijos de ese Dios del que Ella es Hija, Esposa y Madre.
Los problemas de nuestros prójimos han de ser nuestros problemas. La fraternidad cristiana debe encontrarse muy metida en lo hondo del alma, de manera que ninguna persona nos sea indiferente. María, Madre de Jesús, que lo crió, lo educó y lo acompañó durante su vida terrena y que ahora está junto a Él en los cielos, nos ayudará a reconocer a Jesús que pasa a nuestro lado, que se nos hace presente en las necesidades de nuestros hermanos los hombres. (Es Cristo que pasa, 145)
Por SAN JOSEMARÍA.