Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único

- Domingo de la Santísima Trinidad -

  •  Del santo Evangelio según san Juan: 3,16-18

         Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.

Palabra del Señor.        R. Gloria a ti, Señor Jesús.

COMENTARIO: 

  1. El domingo posterior a la celebración de Pentecostés, la Iglesia nos invita a celebrar la solemnidad de la Santísima Trinidad, contemplando el misterio mismo de Dios, tal y como Cristo nos lo ha revelado, al hablarnos siempre sobre el Padre que lo envió, a él, su Hijo único, Mesías en el que creemos por la obra del Espíritu Santo, que el Resucitado nos ha enviado para convertirnos de pecadores en hijos de Dios.
  2. En el Antiguo Testamento Dios se reveló como un Dios inefable, sublime, pero por lo mismo para el hombre le resultaba un poco lejano. Pero la misericordia hace que ese Dios todopoderoso se acerque cada vez más al hombre, al grado de que se hace totalmente Dios con nosotros (Mt 1,23) cuando nace Cristo, el Hijo de Dios que, sin dejar de ser Dios, comienza a ser hombre como nosotros, para ser Dios y hombre verdadero, que nos hace hijos de Dios y nos lleva a Dios en el cielo.
  3. La revelación de que hay tres personas distintas en un solo Dios verdadero es exclusiva del Nuevo Testamento; es sólo Cristo el que nos ha revelado este hermoso y profundo misterio. Pero esa revelación no es para un mero conocimiento teórico, sino es para decirnos cuánto nos ama ese Dios que nos hace partícipes de su vida divina, y nos hace tener una comunión de amor con las tres personas divinas de la Santísima Trinidad. Fuimos bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (de la fórmula sacramental del bautismo), y así, fuimos hechos templos de la Santísima Trinidad, con un derecho que pocas veces valoramos, pero es un derecho enorme, el de poder santiguarnos diariamente en el nombre de la Santísima Trinidad, que indica que somos templos de la Santísima Trinidad.
  4. Por el bautismo, la mera vida humana, se transforma en vida sobrenatural de hijos de Dios. Por este hermosísimo y necesarísimo sacramento, del que ningún padre o madre deberían privar a sus hijos, somos realmente, no substancialmente o por esencia, sino por participación, verdaderamente hijos de Dios. Somos hijos en el Hijo, y por ello somos verdaderamente hijos de Dios (1 Jn 3,2), e invocamos con realismo a Dios como nuestro Padre, y somos Templos del Espíritu Santo.
  5. Al ser templos de la Santísima Trinidad por nuestro bautismo, toda nuestra vida está siempre en relación a nuestro Padre celestial, a nuestro Señor Jesucristo, a quien seguimos y amamos como nuestro Señor, y al Espíritu Santo que nos lleva a Cristo y habita en nosotros. Los santos no han sido aquellos que entienden mucha teología para entender a la Santísima Trinidad, sino los que con gran gozo viven diariamente en relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
  6. Se habla del misterio de la Santísima Trinidad. Obvio que la mente humana no puede agotar el misterio de Dios, no lo puede abarcar, es por ello que se habla de misterio, pero ello no quiere decir que este misterio sea contrario a la razón, o contradictorio en sí mismo. El misterio de la Santísima Trinidad nos lo enseñaron en el catecismo cuando éramos niños; recordemos un poco las preguntas de dicho catecismo y sus respuestas: ¿el Padre es Dios? R. Sí, el Padre es Dios; ¿el Hijo es Dios? R. Sí, el Hijo es Dios; ¿el Espíritu Santo es Dios? Sí, el Espíritu Santo es Dios; ¿son entonces tres dioses? R. No, son tres personas distintas en un solo Dios verdadero (cf. Roberto Guerra, S.I., Mi Primera Comunión. Catecismo del niño. Ed. Buena Prensa, 1970 México). Si nos fijamos bien, no hay contradicción, no se dice que son tres personas en una persona, ni tres dioses en un Dios, sino tres personas divinas distintas en un solo Dios verdadero.
  7. Así pues, con humildad hay que reconocer que no podemos abarcar a Dios con nuestra mente; el misterio de Dios no es contrario a la razón humana, es superior a ella. A este respecto, hay una narración hermosa que relata que el gran teólogo, San Agustín, con una gran mente brillante y profunda, queriendo entender lo que no es posible entender a la mente humana, meditaba así en el misterio de la Santísima Trinidad caminando a la orilla del inmenso mar, absorto en sus profundas meditaciones filosóficas y teológicas para entender el misterio divino; entonces encontró en su camino al lado del mar a un pequeño niño que metía agua del mar en un hoyo que había hecho en la arena de la playa, lo cual movió a San Agustín a preguntarle que qué hacía, a lo que el niño le contestó que quería meter toda el agua del mar en ese pequeño hoyo, respondiéndole San Agustín que ello era imposible, a lo cual el niño replicó, dejando totalmente sorprendido al santo, que sería más fácil meter el mar en ese hoyo que meter el misterio de Dios en la mente de un humano. La hermosa narración ilustra que aunque el misterio de Dios es totalmente verdadero, la mente humana jamás podrá abarcarlo.
  8. Si nos fijamos bien, cada domingo al recitar el Credo, renovamos nuestra fe en la Santísima Trinidad, pues confesamos creer “en un solo Dios, Padre todopoderoso…”; más adelante decimos que creemos “en Jesucristo, su único Hijo.. Dios de Dios”; y más adelante decimos: “creo en el Espíritu Santo …que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria…”.
  9. El evangelio de este domingo nos habla del misterio de la Santísima Trinidad, pero en relación a nosotros: Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único…”: esta sola frase es suficiente para contemplar ese inmenso e incondicional amor que nos tiene el Padre, que para redimirnos y hacernos sus hijos, entregó a la muerte a su Hijo único.  No nos cansemos de contemplar ese amor de Dios que lo da todo por nosotros.
  10.  “…para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna: ése es el fin con el que nos es enviado el Hijo amadísimo de Dios, para que creamos en él, y creyendo en él, no perezcamos en el pecado y lejos de Dios, sino que tengamos el gran don de Dios: la vida eterna.
  11. . Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él: el amor de Dios en Cristo, por los méritos de su pasión y su cruz, es incondicional para con nosotros y con toda certeza Dios quiere la salvación de cada uno de nosotros; san Pablo nos dirá esto mismo de otra forma: Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4).
  12.  El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios: al final, después de que Dios nos ha dado todo en su Hijo, ofrecido en la cruz, y resucitado por el Padre, después de tan gran don no queda otra respuesta más que la de recibir todo ese don, o rechazarlo; si decidimos rechazar a Cristo que es nuestra salvación, no queda otro panorama que el de la condenación, lo cual se puede terriblemente dar, puesto que Dios respeta nuestra libre decisión, y aunque no lo creamos hay quien libremente decide no aceptar a Cristo en su corazón.
  13.  En el mismo evangelio de San Juan, cuando se narra que Jesús se aparece a sus apóstoles el día de la resurrección, se dice que sopló sobre ellos y les dijo “Reciban el Espíritu Santo (Jn 20,22).  El don que Jesús nos gana con su pasión, muerte y resurrección es el Espíritu Santo. Toda la redención de Cristo en nosotros se realiza por obra del Espíritu Santo.
  14. Que la Santísima Virgen María, templo, trono y sagrario de la Santísima Trinidad, como decimos en el santo Rosario, nos ayude a vivir de corazón y en plenitud el ser hijos de nuestro Padre celestial, amando a Cristo, Hijo único de Dios, y siendo templos, como lo es ella, del Espíritu Santo.
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