Cuando una sociedad ha sido educada durante décadas a percibir la vida bajo los sentidos, no le queda otra alternativa que dejarse llevar por ellos.
Cuando las personas ponen en alza los sentimientos para valorar la realidad que «percibe» a su alrededor, en base a esos sentidos, lo hace por encima de la conciencia racional, o sea, de la inteligencia.
Cuando nos dejamos llevar por lo que cada situación a la que nos enfrentamos nos provoca en nuestro estado anímico sin más justificación que lo que nos suscite en ese momento.
Entonces, nos están robando nuestra capacidad de ser libres.
Si nuestra vida no está sujeta a unas raíces fuertes, ante la primera ola, nos hundimos.
Esto es lo que está ocurriendo con esta pandemia.
Nos han encerrado en una burbuja que nos mantiene prisioneros, pero a quienes no quieren salir de ahí. Porque esa burbuja es el miedo.
El miedo es un arma muy poderosa. Es capaz de, hasta al más fuerte, hacerlo débil.
A los niños en el colegio, se les enseñan las emociones, tremendamente valoradas. Está bien conocer tus propias emociones. El peligro, entre otros que veo, es que, por ejemplo, el miedo, es enseñado como algo normal que se siente y no pasa nada.
Y esto es una gran mentira.
El miedo paraliza, anula la capacidad de decisión lógica y racional, provoca respuestas rápidas sin ser meditadas, impide sopesar la realidad con objetividad. Puede llevar a un estado de nerviosismo y ansiedad que provoque problemas psíquicos, emocionales y físicos.
Actualmente la sociedad está sostenida por personas que se dejan llevar por lo que apetece, lo que agrada, lo que se siente que da más placer, más felicidad, más alegría, más emoción… sentimientos. Una sociedad, por lo tanto, líquida. Personas con reacciones líquidas, volátiles, porque los sentimientos no son estables, vienen y van según las circunstancias personales.
Para lograr el control tan sólo es necesario someter a una persona al miedo y ya la tienes bajo tus órdenes. Acatará todo lo que le pidas que haga con tal de evitar que aumente esa situación que le provoca miedo. Y lo hará mientras se le prometa que se le va a quitar.
Podemos encontrar el miedo bajo muchas formas. Miedo a ser tachado de homófobo, racista y un largo etc. Como bien estamos presenciando con las leyes totalitarias del género. Muchas personas no están de acuerdo con ellas, pero no abren la boca por «miedo» a ser etiquetadas, apartadas del grupo de amigos, insultadas, despreciadas por los compañeros de trabajo o familiares que opinen de otra forma, y al fin y al cabo, a ser señaladas.
¿Qué consiguen así? Que no abran la boca como un corderito fiel. Pero también están consiguiendo robarle su libertad. Esa persona se convierte en una pieza más de su juego.
Sin embargo, el miedo no viene de Dios. Viene de su enemigo, ese que quiere que seamos su esclavo y se vale de sus aliados, sus siervos, para ello. Sí, sí, el mismo demonio, diablo, satanás, o como lo quieras llamar. Ese que provoca el mal en el mundo. Porque recuerda, Dios todo lo creó bueno y bello. El miedo viene de la falta de confianza en Dios. Y un cristiano que se digne llamar así, descansa en la voluntad de Dios cada día. El cristinao sabe que detrás de todos los acontecimientos está Su mano poderosa.
La fe te da sabiduría e inteligencia para ver más allá. Para ver las obras del demonio. Los cristianos no debemos de tener miedo, porque hasta el más débil se hace fuerte. O si no recuerda a David, que, con un simple tirachinas, pudo derrotar a Goliat. Fue valiente, no tuvo miedo, porque se apoyaba en Dios.
Cuando consigues superar el miedo empiezas a descubrir la realidad tal y como es, sin dejarte manipular por engaños.
Alza la mirada más arriba y contemplarás todo un mundo de verdadera libertad, eterno y verdadero. Donde Dios quiere que estés con Él algún día. Sólo teniendo los ojos puestos en el Cielo, podemos vivir sin miedo.