Solo la luz de Cristo ilumina. Todo el resto es ceguera.

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Todo ser humano siempre aspira a algo hermoso y mejor.

¿En qué basa sus expectativas? En pocas palabras, en lo que cree.

Qué puedo creer: ideas o cosas.

Si creo en Dios, confiaré en una religión.

Si creo que es una ideología, confiaré en ese marco teórico.

Si creo que es una persona o una organización, confiaré en lo que dice.

Si creo que el instrumento es el dinero, confiaré en lo que me aporta.

Si creo que la salud es el instrumento, confiaré en los médicos.

Etcétera. Etcétera. Nada nuevo bajo el sol: siempre ha sido así.

¿Qué dice el cristianismo de manera diferente? ¿Cuál es la fe cristiana?

La luz de la fe en Cristo abre la mirada a una realidad invisible a los ojos materiales.

La fe en Él es una luz que nos permite ver lo invisible, pero que ya está a mi lado y en mí.

Es una luz que hay que alimentar, porque puede apagarse: el mundo no la da y no la aprecia.

Muy importante: una vez cumplido todo deseo, esta fe cesará.

Entonces, TODAS las demás creencias son una forma más o menos grave de ceguera.

En la finitud humana sólo es posible una visión más o menos confusa, un reflejo como en un espejo.

Nuestra vida es un quitar lo que impide (penitencia) y un comprender y realizar la voluntad de Dios.

La visión perfecta se refiere a una ulterioridad y el último enemigo a vencer será la muerte.

Nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en el encuentro cara a cara con Dios.

Ese es el fin: esa es la bienaventuranza eterna, hasta el infinito, sin más obstáculos.

El cristianismo, la revelación de Cristo, es la fe en esto.

Esta fe no se basa en ideas personales, sino en Cristo: y es una fe que da pruebas fehacientes de sí misma.

Esta fe es la sustancia de “las cosas que no se ven”. No se basa en ideas mías o de otros como yo.

La esperanza cristiana nace de la fe en Cristo: espero lo que no veo y confío en poder verlo.

Como no puedo llegar allí sólo con mis propias fuerzas, confío en quienes pueden guiarme: Jesús y la gracia.

Esta esperanza aún no es entendida individual o colectivamente en medidas humanas: es también divina.

Si no fuera así, sería una esperanza más que decepciona o que, si se cumple, es efímera.

Una vez que se haya alcanzado la visión plena, la esperanza, al igual que la fe, también cesará.

La caridad es lo que queda. Es la unión con Dios, posible también en esta vida, definitiva luego, para quien la tiene.

La caridad es algo tan grande que sólo aquellos que no son cristianos pueden reducirla a la creación de hombres.

Hombres que no sabrían qué hacer con Cristo y la vida eterna con Él.

Por eso el mundo es cada vez más infernal, en manos de su príncipe, muy hábil para confundir las cartas.

El Adviento es la llegada de quien está por regresar, según su misma promesa.

La caridad es unión con Dios, en Cristo, para Cristo y con Cristo.

La caridad es el destino final de la acción del Espíritu Santo en nosotros.

No es la unión con nadie para obtenerla. Si fuera necesario ocultar a Cristo, podría incluso avergonzarme de Cristo.

Bienaventurado el que no se escandaliza de mí, dice Jesús: de los modos y de los tiempos, que escapan a todos nuestros esquemas.

Porque ningún hombre puede usar a Cristo, encerrándolo en su propio reclamo.

Debe seguirlo y servirlo, a Jesús, teniendo el coraje y la voluntad de perder la propia vida.

Es la única manera que tenemos de salvarla, multiplicando la alegría.

Por R.S.

Traducción al español por: José Arturo Quarracino.

stilumcuriae.

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