Solemnidad de bautismo del Señor.

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

La toma de decisiones

Los cambios internos y externos terminan por situarse en una línea de causalidad. Los escenarios externos influyen en las actitudes y en la toma de decisiones, lo mismo que las determinaciones fruto de una concienzuda deliberación modifican el conjunto de las relaciones personales; y en determinados momentos hacen cambiar los lugares habituales de vida y relación. No es un ejercicio vacío pararse a pensar en las circunstancias, personas y acontecimientos vividos diez años atrás, y comprobar los cambios sucedidos. Algunas cosas permanecen, pero una cantidad importante de situaciones se han modificado. Muchos cambios comprobados no se han debido a la decisión directa por nuestra parte, pero otros han tenido su origen en las inapreciables decisiones, que en un principio no les habíamos dado una importancia significativa. En medio de la vida tejida de una gran trama que suponemos rutinaria se esconden poderosas fuerzas que no cesan en producir cambios en la vida propia y en las de los que nos rodean. Cuanto mayor sea el número de decisiones tomadas con firme voluntad y claro discernimiento, en esa misma medida estaremos siendo agentes de cambio a nuestro alrededor. Una gran tentación es el pensamiento mágico: pensar que los cambios tienen lugar por efecto de una varita mágica o acontecen por la intervención de un genio que cumple al instante el deseo o la ocurrencia. La respuesta adulta al impaciente adolescente, que camina a nuestro lado o dentro de nosotros es la reflexión serena que evalúa y comprueba por un momento la realidad de las cosas.

JESÚS toma sus decisiones

El episodio de JESÚS a sus doce años, que desconcierta a los padres, quedándose de incógnito en Jerusalén, es una muestra de la importancia que tienen los actos que obedecen a una orientación bien reconocida. JESÚS actuó de aquella forma porque su primer deber estaba en ocuparse de las cosas de su PADRE (Cf. Lc 2,49). En este domingo, solemnidad del Bautismo del SEÑOR, leemos entre líneas, que JESÚS vuelve a repetir una decisión similar, a la que protagonizó cuando iniciaba la adolescencia. Ahora salía de Galilea al encuentro de Juan Bautista para dar comienzo a un giro de ciento ochenta grados en su vida: de un apacible artesano en Galilea se iba a convertir en un MAESTRO de sabiduría que de forma paulatina se revelaría como el MESÍAS esperado. Las decisiones de JESÚS tuvieron repercusión en multitud de personas: las que pertenecieron al círculo más estrecho del discipulado, pero también a los amplios grupos, entrando en contacto con ellos a lo largo de su ministerio público. Pero también las reacciones y conductas de los que se movían a su alrededor modificaron su toma de decisiones como reflejan en más de una ocasión los propios evangelios. Un buen número de textos de la Escritura reflejan que el lugar propio de manifestación del MESÍAS estaba en Jerusalén, pero la cosa no se pudo desenvolver según lo previsto, y JESÚS desarrolla su ministerio público en Galilea, modificando los escenarios sin dejar de ajustarse al Plan de DIOS. Una vez más comprobamos como los designios de DIOS, en determinada fase de cumplimiento, cuentan con las decisiones que los hombres tomemos para bien o para mal. El juego de libertades es un reto divino y humano, y nuestra responsabilidad se encuentra comprometida.

Acudimos al SEÑOR

La liturgia de hoy nos ofrece la opción de elegir entre dos textos de Isaías diferentes para la primera lectura; y otros dos para la segunda lectura, que corresponden a Hechos y a la carta primera de san Juan. Aquí nos hacemos eco de Isaías cincuenta y cinco, versículos del uno al once; pues el correspondiente al primer cántico del Siervo de YAHVEH (Is 42,1ss) lo vamos a encontrar varias veces entre la Cuaresma y la Semana Santa. El motivo central de la Liturgia para optar por este texto de Isaías está en el anuncio de la Nueva Alianza, en un descendiente de la casa de David. Este argumento es lo suficientemente potente para atraer la devoción de cualquier fiel israelita. Pero alrededor de esta revelación fundamental, el texto se rodea de unas expresiones que nos acercan de lleno al contenido del Nuevo Testamento.

“Todos los sedientos id por agua; y los que no tenéis dinero venid, comprad y comed sin plata vino y leche” (v.1). Esta palabra del profeta Isaías puede hacerse poderosa en el corazón del creyente, que la escucha con atención reverente: “Id por agua de balde”, o “venid, comed y bebed leche de balde”. DIOS se constituye en la fuente de toda providencia y consuelo. Habrá una gran verdad contenida en estas sencillas palabras que evocan la Gracia emanada del Corazón de CRISTO: “Venid a MÍ todos los que estáis cansados y agobiados, porque YO os aliviaré” (Cf. Mt 11,28). Isaías se adelanta varios siglos a las palabras cumbre expuestas por JESUCRISTO. La sed de agua y la escasez de alimento no eran extrañas en una época con altos niveles de pobreza extrema. Los ricos o los muy adinerados poseían plata y oro para adquirir bienes, pero la mayoría vivía de otra forma desposeídos de casi todo. Las palabras del SEÑOR son pertinentes para todo tiempo, y se convierten en anuncio profético por dos razones: los pobres no están excluidos de la relación con YAHVEH aunque no conozcan ni practiquen la minuciosidad de la Ley; y, por otro lado como hemos dicho, constituyen el anuncio de la Gracia realizada en la persona misma de JESUCRISTO.

“Aplicad el oído y acudid a MÍ, y vivirá vuestra alma. Pues voy a firmar una Alianza Nueva, las fieles promesas hechas a David” (v.3). Pasaron diez siglos desde que el profeta Natán anunció a David el establecimiento por parte de YAHVEH de una descendencia mesiánica en su linaje, hasta que el profeta Isaías vuelve a recordar esta promesa mantenida en la memoria, a pesar de los grandes contratiempos sufridos por el Pueblo elegido. De nuevo la promesa proclamada con autoridad renovada. Para percibir la veracidad y poder de aquella palabra era necesario aplicar el oído al modo de los discípulos, como sugiere el tercer cántico del “Siervo de YAHVEH” (Cf. Is 50,4-10). La palabra profética actualiza y confirma la Alianza antes de la aparición de JESUCRISTO, y de forma similar después de su venida y manifestación a los hombres. Las palabras de DIOS no se las lleva el viento; por el contrario, tienen una solidez que resiste el paso del tiempo y la infidelidad de los hombres. Hoy este profetismo lo ejerce la Iglesia de JESUCRISTO en su conjunto de Pueblo de DIOS y Cuerpo de CRISTO. Hoy también habremos de aplicar el oído para escuchar lo que el ESPÍRITU dice a las Iglesias (Cf. Ap 2,29).

“Mira que por testigo de las naciones lo he puesto, caudillo y legislador de las naciones” (v.4). En otros pasajes se dirá de forma explícita, que el Siervo de YAHVEH traerá el “derecho que esperan las islas”; y ÉL mismo será “Luz de las naciones” (Cf. Is 49,6). Hay que devolver al Pueblo elegido y al hombre en general, el recto discernimiento sobre “el bien y el mal”. Esta ciencia pierde con facilidad sus fundamentos. Todo se tambalea cuando se niega la existencia de DIOS, o se promueve el pensamiento contradictorio sobre la divinidad. El relativismo ético presenta una prehistoria de relativismo teológico: el hombre puede adorar a cualquier DIOS que considere oportuno o negar su posibilidad de existencia y adoración. DIOS no tiene prisa y no se va a imponer a la conciencia humana. Los cultos idolátricos fueron establecidos muchos siglos antes de la Encarnación del VERBO, y siguen entre nosotros, porque la Providencia Divina ejerce un escrupuloso respeto por el crecimiento espiritual del hombre en particular y de los pueblos. Pero todo ello no impide que DIOS sea DIOS, y su revelación no haya cambiado un ápice. Todos los vaivenes históricos resultarán procesos de purificación para encontrar la LUZ verdadera, porque una vez manifestada y no se apagará, aunque parezca que todos los poderes fácticos de este mundo se conciten para demoler los cimientos de las conciencias y la misma identidad del género humano.

“Buscad a YAHVEH mientras se deja encontrar; llamadlo mientras está cercano” (v.6). DIOS no se hace presente mediante un código exacto y preciso conocido y accesible al hombre en cualquier instante. Los periodos de manifestación y ocultamiento, vienen a ser lo resaltado por los entendidos en las cosas del espíritu como tiempos de consolación y otros de oscuridad o desolación. La presencia de DIOS no es monolítica, sino dinámica; y no permanece monocorde, sino que utiliza todos los lenguajes en los que el hombre puede recibir sus signos y mensajes. Las señales de los tiempos están al servicio de la manifestación divina, y JESÚS reclama observación y análisis a sus discípulos para encontrar las claves de lectura, en las que DIOS muestra sus acciones y mensajes.¿Es real el llamado silencio de DIOS? Dice el profeta Amós: “No realiza DIOS alguna cosa, sin comunicarla a sus profetas” (Cf. Am 3,7). La Presencia trascendente de DIOS causa una sensación de molestia en un buen número de personas, que optan por la negación de la Presencia e incluso de la existencia de DIOS. La trascendencia conjuga la proximidad y la imposibilidad de ser atrapado por la actitud controladora del hombre. Al hacerse DIOS inaprensible para el hombre, no pocas veces éste se dirige por las sendas del espiritualismo, el ocultismo o cualquier otra ocurrencia esoterista; porque en esos terrenos las fuerzas paranormales o parapsíquicas dan la impresión de obedecer a la manipulación humana. El sujeto se cree un importante diosecillo manejando la guija o adoptando una pose de médium, que sirve de canal a pretendidos espíritus reconocibles por él, y sujetos a sus dictados. En el mejor de los casos, lo conveniente es que todo se quede en una ficción fantasiosa; pero el peor escenario ocurre cuando algo cierto sucede, y el que presume de dominar la situación, en realidad es dominado por ella. Sólo DIOS garantiza la libertad al hombre; y en este campo estamos llamados a buscarlo para encontrarlo.

“Vuélvase el hombre inicuo hacia el SEÑOR, que será grande en perdonar” (v.7)Lo extraordinario de la Misericordia Divina queda muy bien expresado en las palabras de san Pablo: “ por un hombre de bien, podría haber alguien que diera la vida; pero por un malhechor nadie lo haría. Pues DIOS ha enviado a su HIJO cuando todavía éramos pecadores” (Cf. Rm 5,7-8). DIOS no eligió el mejor grupo humano para establecer con él una Historia de Salvación. Tampoco hemos de suponer que el Pueblo elegido era el que tenía el mayor número de condiciones negativas. Lo que trasmite el Deuteronomio es el Amor incondicional con el que DIOS eligió al Pueblo: El inicuo o el impío carente de resquicios para el bien no es capaz de aceptar la Misericordia Divina. Tan sólo la libre opción contra DIOS impide que la Misericordia sea ejercida por parte de DIOS.

“Porque no son vuestros pensamientos mis pensamientos; ni vuestros caminos son mis caminos“ (v.8). Afortunadamente, nuestra semejanza con DIOS tiene un alcance mínimo aunque suficiente para nosotros; pero en ningún caso la mente del SEÑOR es transferible a sujeto alguno. Cualquier criatura por magnífica que esta sea, no representa más que un infinitésimo de la mente de DIOS. El MISTERIO es absoluto y desbordante para siempre. Toda la ciencia teológica se mueve en la estrecha franja de un rayo de LUZ que abrió el Cielo y llega a nosotros para vislumbrar algo de lo que DIOS es. La proximidad del VERBO de DIOS en JESÚS de Nazaret no impidió que los discípulos fueran calificados por el propio JESÚS de “torpes y tardos para entender” (Cf. Lc 24,25). DIOS es siempre infinitamente más grande. De forma recurrente me viene la imagen real de la desproporción entre un hombre cualquiera, que representa la siete mil millonésima parte de la humanidad, en un minúsculo planeta alrededor de una estrella, dentro de un conjunto de doscientos mil millones de estrellas, en la galaxia de la Vía Láctea; que a su vez se mueve en una danza cósmica junto con doscientos mil millones de galaxias. Las magnitudes que aparecen ante nuestros ojos son mareantes e inabarcables; y, sin embargo, toda esta inmensidad es como polvo en la balanza ante DIOS (Cf. Is 40,15).La estupidez humana puede adquirir dimensiones cósmicas, sin lugar a duda. Hay quien opina que el noventa y cinco por ciento de los científicos de alto rango son agnósticos o ateos. Estos mismos señores cuando observan su campo científico constatan que nada está en la naturaleza al margen de una estructura mental: la naturaleza se ha escrito en lenguaje matemático. Pero a la hora de dar el salto a que esa mente pensante y planificadora sea el DIOS personal revelado por JESUCRISTO; ahí, en ese punto dan marcha atrás y prefieren considerar que la materia se ha dotado a sí misma de verdaderos caracteres inteligentes y divinos. La estupidez de los sabios de este mundo no tiene límites. Los creyentes no podemos y no debemos renunciar a leer en el libro de la Creación la acción directa de DIOS; del mismo DIOS que lo creó todo por su VERBO y se manifestó de forma inaudita en JESUCRISTO. Cuando acontece la Encarnación, los caminos de los hombres coinciden con las caminos de DIOS, porque ÉL viene a nuestras encrucijadas. Actualmente nos encontramos en un verdadero cruce de camino, y DIOS será fiel a su compromiso, si no por nosotros, por fidelidad a sus promesas.

“Cuanto aventajan los Cielos a la tierra, aventajan mis caminos a los vuestros, y mis pensamientos a los vuestros” (v.9). Los Cielos bíblicos no representan una adaptación del mundo platónico de las ideas necesario, según el filósofo, para que las realidades de este mundo se ajusten a modelos preestablecidos. En los Cielos creados existen libertades angélicas que mantienen con nosotros buena vecindad gracias a la concordia establecida por la sangre de JESUCRISTO (Cf. Col 1,20). Podemos rezar el Padrenuestro con gran libertad y seguridad, al reconocer que el cumplimiento de la voluntad de DIOS tiene un primer mundo en el que el Amor preside ese cumplimiento por parte de los Ángeles. El acompañamiento angélico que nosotros podemos aceptar es una característica más de la autonomía y libertad humana con respecto a los Cielos, que por otra parte se presentan como modelos. DIOS no se define como un solitario empedernido, sino que en SÍ es TRINIDAD, y su ejercicio creador sigue siendo un misterio también. No echemos en olvido el testimonio de la carta a los Hebreos: “Una ingente multitud de espectadores nos rodean” (Cf. Hb 12,1). El cristiano debe mejorar el criterio que mantiene sobre la identidad de los Ángeles con una buena guía bíblica.

“Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos, y no vuelven allá sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que de simiente al sembrador y pan para comer. Así será la Palabra que salga de mi boca: no volverá a MÍ de vacío” (v.10-11). No se agotará la riqueza de interpretaciones, que parten de esta gran metáfora dada por el profeta con respecto a la Palabra. Tampoco agotaremos los humanos los beneficios de la palabra humana cuando es verdadera y los perjuicios si se altera su veracidad, y la palabra se convierte en un antilenguaje. Podríamos decir que para mentir, mejor no utilizar la noble capacidad del lenguaje. Nuestra semejanza divina se extiende también al lenguaje. DIOS alcanza al hombre en su mismo modo de ser y relacionarse mediante la Palabra; de ahí el gran poder transformador de la Palabra contenida en la Biblia. El trigo que nace en los campos sirve para el alimento físico absolutamente necesario, y la Palabra que sale de la boca de DIOS (Cf. Dt 8,3) actúa de forma poderosa en el corazón humano cuando éste le abre la puerta. Estas imágenes de Isaías no pueden ser más fecundas, pues la Palabra no viene al margen de la unción del ESPÍRITU SANTO, a modo de lluvia o rocío que empapa la tierra. La simbiosis de Palabra de la Escritura y la unción del ESPÍRITU SANTO realizan milagros de conversión, rehabilitación de los accidentes espirituales que el pecado origina, o conceden nuevas gracias de conocimiento y sabiduría tan necesarias para un buen discernimiento. No olvidamos en estos dos versículos la alusión en último término al propio VERBO de DIOS, que por causa de la Encarnación entró en el punto más íntimo y elemental de la condición humana para hacerla germinar desde dentro. La PALABRA no volvió al PADRE vacía, sino que lo hizo acompañada de una multitud de hijos para la Vida.

El bautismo del SEÑOR

Con la fiesta del Bautismo del SEÑOR termina el tiempo de Navidad, en el que hemos asistido a las etapas iniciales de la manifestación del HIJO de DIOS entre nosotros. Los dones espirituales de estas fiestas navideñas seguro que han contribuido a renovar algo la propia conciencia de pobreza ante el MISTERIO, que de nuevo se ofreció a la adoración entrañable. Nos disponemos a contemplar a JESÚS en el hito que marca el inicio de su ministerio público. Hasta ahora el HIJO de DIOS vivió “como una persona cualquiera” (Cf. Flp 2,7), como bien nos recoge el himno de Filipenses; pero a partir del Bautismo en el Jordán con la intervención del Bautista, la vida de JESÚS sale del anonimato, y va mostrando la excepcionalidad de su persona y misión. No estamos ya ante un hombre cualquiera: quien ahora habla y actúa es el ENVIADO del PADRE, al que los judíos examinarán como verdadero MESÍAS. El Certificado de fiabilidad lo extendió el PADRE resucitando a su HIJO de entre los muertos, cosa que la comunidad cristiana experimentó de forma viva y testimonial. Hacia los treinta años, inicia JESÚS su etapa de MAESTRO itinerante para anunciar con obras y predicación el Mensaje del Reino. Pero ahora volvamos al Bautismo del SEÑOR.

En esta fiesta no celebramos el día de nuestro propio bautismo, aunque de forma indirecta tenga sus connotaciones. A lo que asistimos, sin embargo, es a la declaración solemne de la identidad de JESÚS: “TÚ eres mi HIJO amado, en TI me complazco” (v.11). El bautismo que recibe JESÚS es el preámbulo del Bautismo cristiano. Juan mismo lo declara: “yo os bautizo con agua, pero ÉL os bautizará con el ESPÍRITU SANTO” (v.8). La pregunta, entonces, ¿para qué se bautizó JESÚS? La respuesta correcta a esta pregunta tiene una importancia capital, aunque estemos al comienzo de la vida pública de JESÚS.

En un bautismo general (Cf. Lc 3,21)

El esquematismo del evangelio de san Marcos obedece a una intencionalidad teológica, que iremos vislumbrando a lo largo de este año litúrgico; por eso conviene acudir a los otros evangelistas para conformar el perfil de “¿quién es JESÚS?”

El Jordán se convierte en la frontera que separa las dos etapas de la vida de JESÚS: el tiempo en Nazaret como artesano, y el tiempo que cubre la predicación y manifestación a todas las gentes. JESÚS entra en el Jordán como un hombre cualquiera para ser bautizado. Los evangelios, incluido Marcos, señalan que Juan sabía de su proximidad, que en cualquier momento ÉL aparecería, aunque no necesariamente pasando por el bautismo general con todos los del Pueblo. Sin embargo ÉL lo hace así, porque desde el inicio el Siervo de YAHVEH carga con el peso del “pecado del mundo” simbolizado en las mismas aguas del Jordán”, que era el escenario utilizado por el Bautista para realizar su acción profética. Juan predica un bautismo de conversión mediante un rito conocido, pero que discurre de forma alternativa a los rituales para los sacrificios en el Templo. La exhortación del Bautista es al arrepentimiento, conpunción o dolor de los pecados cometidos para abrir el corazón al perdón que está próximo a ser dispensado. Las gentes confesaban en el Jordán su pecados de forma pública, y Juan los bautizaba. JESÚS no tenía pecados para confesar, pero iba a cargar sobre SÍ los pecados de todos los hombres de aquel tiempo y de todos los tiempos. Se acaba de marcar el primer centro de la elipse, que dibujaría la vida ministerial de JESÚS. El otro centro va a estar fijado en la Cruz. De forma paralela se establece la manifestación trinitaria inmediatamente de ser bautizado, y la Resurrección después de la muerte expiatoria, que dio pleno sentido al acto solidario y expiatorio del Jordán. En la Cruz, JESÚS es verdaderamente el CORDERO de DIOS que quita el pecado del mundo (Cf. Jn 1,29).

Una de las últimas producciones cinematográficas presenta de forma muy torpe el bautismo de JESÚS en el Jordán, manteniendo un diálogo entre JESÚS y Juan, en el que JESÚS debía confesar también sus pecados. Un JESÚS de esas características no podía llevar adelante la obra de la Redención del género humano; y como consecuencia estaríamos todavía por redimir y sin posibilidad de acceder a las regiones celestes abiertas y preparadas por el RESUCITADO para todos los hombres que crean en su NOMBRE (Cf. Jn 1,12).

El ESPÍRITU SANTO al inicio de la vida pública

“Una vez bautizado, Juan Bautista, vio que los cielos se rasgaban y el ESPÍRITU SANTO, en forma de paloma, bajaba a ÉL. Entonces se oyó una voz que desde el Cielo decía: éste es mi HIJO amado, en quien me complazco” (v.10-11) Aquí nos topamos de frente por primera vez con la manifestación a los hombres de la acción trinitaria de DIOS, que revela su misma identidad. La unción del ESPÍRITU SANTO se manifiesta de forma visible, y de una manera nueva en JESÚS de Nazaret. Estamos ante el doble misterio de DIOS en SÍ MISMO y la doble naturaleza del HIJO de DIOS, que no deja de ser divino al incorporar de forma plena la humanidad de JESÚS de Nazaret. San Lucas se encarga por dos veces de señalar en el evangelio de la infancia, que JESÚS iba creciendo en estatura, sabiduría y Gracia ante DIOS y los hombres (Cf. Lc 2,52). La exención del pecado en JESÚS no evitó las limitaciones propias del crecimiento y el desarrollo humano; de ahí que afirmamos que JESÚS es verdaderamente hombre, y no un DIOS con apariencia humana. Por esta ley de crecimiento, siendo el HIJO de DIOS desde el momento de la concepción, estamos ahora en una fase adulta, en la que el ESPÍRITU SANTO se manifiesta en JESÚS según su etapa de revelación a los hombres. Todavía faltará una fase en la manifestación del ESPÍRITU SANTO, pero esa vendrá después de la Resurrección, y cumplirá de forma efectiva la profecía del Bautista: “El que viene detrás de mí, ese os bautizará en el ESPÍRITU SANTO” (v.8)

Primera carta de san Juan, 1Jn 5, 1-9

Esta primera carta de Juan propone algunos temas presentes en el evangelio, pero ahora con un estilo más próximo y directo dirigido a los miembros de sus comunidades. Los versículos de la lectura de hoy contribuyen a comprender el primer acto público de JESÚS, en su bautismo en el Jordán. La Fe para san Juan tiene nombre y apellido: la Fe verdadera está en la comprensión y aceptación de JESÚS de Nazaret como el CRISTO.

“Todo el que cree que JESÚS es el CRISTO ha nacido de DIOS” (v.1). Hay que ir más allá de la estricta etimología para reconocer a JESÚS como el CRISTO, y eso es lo que intenta san Juan en estos versículos. El término “cristo” equivale a “mesías”, que es lo mismo que “ungido”. Pero el caso de JESÚS ofrece rasgos únicos, pues ungidos como es el caso de los reyes o de los sacerdotes, ya están presentes en la Antigua Alianza. También ocurre con el sentido de liderazgo social que acompañó a los jueces movidos por el ESPÍRITU para guiar al Pueblo. La unción de JESÚS está muy por encima de cualquier categoría espiritual dada con anterioridad. El líder carismático ofrecía signos de un toque extraordinario por parte de DIOS, y eso era suficiente para rodearse de discípulos y encabezar alguna acción de carácter social. Pero el caso de JESÚS de Nazaret tiene otras dimensiones, que en cierta medida excluyen las ahora mencionadas. La unción poderosa con la que JESÚS es investido no está en función de reivindicaciones políticas, sino que va de modo directo al campo estrictamente espiritual. La Fe en JESÚS exige seguimiento, en cuanto que describe un estilo de vida propio de los hijos de DIOS: “todo el que cree, que JESÚS es el CRISTO ha nacido de DIOS. “Nacer de DIOS”, no de la carne, la sangre o de la relación conyugal normal (Cf. Cf. Jn 1,13), como corrobora el Prólogo del evangelio de san Juan. La Fe en JESUCRISTO es generadora de una corriente de Vida que envuelve al creyente dentro de la misma esfera de DIOS.

La Fe, que es vínculo y relación, ofrece el puente para que el Amor y la Vida de DIOS se transfieran con carácter de vínculo permanente al sujeto de la Fe, creando lazos de estrecha fraternidad con todos aquellos participantes de la misma Fe: “todo el que ama al que da el ser, ama también al que ha nacido de ÉL” (v.1b)

El Amor propuesto por san Juan no es cualquier ilusión o fantasía, sino que se apoya también en algunos mandamientos, derivados como exigencias del mismo Amor, por lo que no se hacen pesados. El Amor, que es adhesión a JESUCRISTO por la Fe y el Amor hace fácil el cumplimiento del Amor al hermano. En esta misma carta sobresalen la misericordia y el perdón, la atención y acogida de los miembros de la comunidad de creyentes, que no dejan al margen los principios dados en el Sermón de la Montaña (Cf. Mt 5, 6 y 7). Es una constante en el Nuevo Testamento el principio comunitario de la fraternidad para certificar la identidad cristiana: “el que no ama al hermano a quien ve, no puede amar a DIOS a quien no ve” (Cf. 1Jn 4,20).

Victoria sobre el mundo

“Todo el que ha nacido de DIOS vence al mundo; y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra Fe” (v.4) Los aspectos personales no se deslindan de la vertiente comunitaria donde surge la Fe y se vive el Amor a DIOS y al hermano. San Juan en sus escritos no deja de plantear una oposición muy enfrentada entre la LUZ que es JESÚS de Nazaret y las fuerzas contrarias, que pretenden sumir en las tinieblas. Sin embargo la victoria será de la LUZ, que surgirá actualizada en medio de la comunidad de creyentes.

El debate de las ideas, de las doctrinas o de las ideologías, puede adquirir el nivel de un verdadero combate espiritual, pues los agentes de las tinieblas que mueven los hilos en este mundo pertenecen a otro rango de realidad. La Fe se convierte, por tanto, no sólo en un renacimiento personal, sino también en un escudo o armadura frente a fuerzas espirituales muy poderosas. Cualquier época presenta motivos para este combate espiritual, y el presente no lo es menos. Se quiere hacer de JESUCRISTO algo tan líquido como todo lo demás, con lo que desaparece la fuerza interna para el individuo mismo y para la comunidad en general. Volvemos a reiterar, que el CRISTO presentado por Juan en estos versículos no es un calmante anímico, sino que viene acompañado del carácter radical que ofrece el sacrificio: “este es el que vino por el agua y por la sangre, JESUCRISTO. No sólo en el agua y con la sangre; y el ESPÍRITU es el que da testimonio, porque el ESPÍRITU es la Verdad” (v.6). El agua del Bautismo cristiano ha sido posible gracias al bautismo de sangre protagonizado por JESÚS mediante sus padecimientos y muerte en la Cruz. La Cruz de JESÚS se transformó en victoria, pero eso no le resta un ápice del dramatismo vivido, del que el ESPÍRITU es testigo de excepción, pues sólo ÉL midió el calado de la ofrenda a favor de los hombres. El ESPÍRITU SANTO actuó de notario en todo el proceso que llevó a JESÚS a dar su vida a favor de todos los hombres; y es quien validó el nacimiento de la Iglesia y los sacramentos a partir de aquella ofrenda total del CORDERO de DIOS, el único que podía quitar el pecado del mundo. “Tres son los que dan testimonio: el ESPÍRITU, el agua y la sangre” (v.8). Estos tres testigos moran en cada creyente, dice san Juan por la Fe en JESUCRISTO (v.10). Del acontecimiento histórico del Bautismo de JESÚS hemos llegado con el testimonio de san Juan al reconocimiento de una presencia especial en el cristiano iniciada allí en el Jordán y llevada a su culminación en la Cruz y Resurrección. No vamos a disminuir el valor infinito de todos estos tesoros de Gracia, dando más protagonismo a las fuerzas del mal, que aún estando operantes, tienen los tiempos contados, y ninguna legitimidad para perder a los hijos de DIOS.

Por Pablo Garrido Sánchez

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