La cuarta y última revelación a Santa Margarita María de Alacoque sucedió durante el curso de la octava de Corpus Christi, del año 1675. La primera revelación se había dado el 27 de diciembre de 1673, fiesta de San Juan apóstol, cuando Nuestro Señor Jesucristo hizo que Santa Margarita también reposara sobre su pecho, como el apóstol, para darle a conocer las maravillas y los secretos de su Sagrado Corazón.
Delante del Santísimo sacramento acontecieron estas revelaciones a Santa Margarita, como muchos otros encuentros íntimos que el Señor ha tenido con hombres y mujeres a lo largo de la historia. Y, hoy como ayer, Jesús sigue abriendo su corazón cuando está expuesto en el Santísimo sacramento del altar.
Como decía el P. John Hardon, sj: “Mientras todos los sacramentos confieren la gracia, la eucaristía contiene al autor de la gracia, Jesucristo mismo”.
San Agustín sostenía que: “El corazón de Cristo es la Biblia”. Ahí no sólo conocemos a Dios, sino que somos asumidos en un misterio de amor que inunda de paz y alegría nuestra vida. Cuántas cosas quiere compartirnos el corazón de Cristo; cuánto amor quiere derramar, en la medida que lo busquemos en su presencia sacramentada.
La petición que hoy como ayer seguimos haciendo al Señor es llegar a sentirlo, poder contemplar su rostro y experimentar su amor misericordioso. No nos basta saber que Dios existe, sino que se hace apremiante ese encuentro íntimo donde el Señor se muestre y nos abra los secretos de su Sagrado Corazón.
Las revelaciones a Santa Margarita María de Alacoque y la consiguiente devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que se ha venido propagando en nuestra Iglesia, es la respuesta a ese anhelo y profunda necesidad que tenemos de experimentar el amor de Dios.
En el Sagrado Corazón de Jesús encontramos a ese Dios amoroso con su pueblo; a ese Dios que perdona las culpas de su pueblo; a ese Dios compasivo y misericordioso; a ese Dios que es capaz de cualquier cosa por recuperar a los extraviados; a ese Dios que incluso ofrece su misma vida para la salvación de todos; a ese Dios que nos sorprende cada vez más por la forma tan paciente y apasionada como nos sigue esperando para permitirnos entrar nada menos que en su Sagrado Corazón.
Además de ser una devoción, el Sagrado Corazón de Jesús es un misterio de amor que reconocieron los cristianos desde los inicios mismos de la Iglesia; misterio de amor delante del cual se siente el impulso de corresponder con nuestra vida.
Desde el nacimiento de la Iglesia el corazón de Cristo es una fuente de revelación del amor de Dios. Los evangelios sinópticos señalan que en el momento de la muerte de Jesús el velo del templo se rasgó, es decir lo oculto de Dios, lo que era invisible para el hombre, se ha rasgado mostrando su gloria.
En cambio, San Juan cuenta que un soldado con la lanza traspasó el costado de Cristo. De esta forma, Dios ha corrido el velo y se ha dejado ver, se ha dejado contemplar en su misterio de amor a través del corazón abierto de Nuestro Salvador.
Ya no hay secretos entre Dios y nosotros. Por eso, Jesús había dicho a sus apóstoles en la última cena: “A ustedes les llamo amigos porque les he dado a conocer lo que le he oído a mi Padre” (Jn 15, 15). En el Antiguo Testamento Dios se fue revelando de manera paulatina, pero en Jesucristo se ha dado a conocer corriendo el velo y dejando ver su Sagrado Corazón. Los únicos secretos que guarda el corazón de Cristo están por revelarse a quienes se acercan a Él.
El Señor Jesús mostró su corazón a Santa Margarita un siglo antes de la revolución francesa (1789). Y dos siglos después, Ernest Hello, en 1875, reflexiona sobre la vitalidad y centralidad de esta revelación que ha llegado a generar esperanza a un mundo cansado y confrontado.
“«Cuando la ciudad se haya enfriado en el mundo envejecido -dijo san Juan a santa Gertrudis- yo le revelaré los secretos del Sagrado Corazón». El mundo ha envejecido; el caso ha llegado”.
Para no sucumbir ante la realidad de sufrimiento y muerte que vivimos, la reflexión de Hello llena de esperanza y tiene la capacidad de llevarnos a la contemplación de este misterio:
“Dios posee recursos que sólo aparecen cuando todos los demás han concluido. La Omnipotencia juega con las imposibilidades, y este juego es su victoria. Por esto bajo la planta temblorosa de la vieja humanidad se abren manantiales de vida, que no descubrió la mano del hombre, sino la de Dios: no los abrió el progreso, sino la misericordia divina, omnipotente e invencible”.
Ernest Hello se refiere directamente al Corazón de Jesús y a la Inmaculada Concepción: “La Concepción Inmaculada y el Sagrado Corazón son manantiales que nada deben a la industria humana y de los que la humana naturaleza puede recibir mucho. Las situaciones desesperadas reclaman inesperados recursos; y como los secretos de María y los de Jesús son inagotables, la Concepción Inmaculada y el Sagrado Corazón no son dones cuya eficacia termine en el acto, sino manantiales abiertos que hay que ahondar, ahondar siempre, y que dan tanto más cuanto más han dado ya. En otros órdenes de cosas, cuando más se toma, menos queda por tomar; en éste, al contrario: los manantiales se enriquecen en proporción a los dones que prodigan, y cuanto más dan, más tienen para dar; cuanto más se les profundiza, más fecundos son y su abundancia crece bajo el deseo que los penetra”.
Cuando todo parece acabado Dios es capaz de hacer lo imposible y derramar sobre ésta agotada humanidad nuevos torrentes de vida que nosotros, con nuestras solas fuerzas, éramos incapaces de descubrir. El Sagrado Corazón y la Inmaculada Concepción son el gran don de Dios que remedia nuestros males y que, lejos de agotarse, crece cuanto más recurrimos a él.
Dios ha corrido el velo y podemos refugiarnos en su Sagrado Corazón y en la Inmaculada Concepción. ¡El Corazón de Jesús! Una herida, una corona de espinas, una cruz, una llama: “He aquí este Corazón, que ha amado tanto a los hombres, que no se ha reservado nada hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y en respuesta no recibo de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sus sacrilegios, ya por su frialdad y desprecio con que, me tratan en este Sacramento de Amor…”
Jesús nos ha dado todo: su doctrina, sus milagros, sus dones, la eucaristía, su Madre María. Pero el hombre permanece todavía insensible a tantos dones. Su soberbia les hace olvidar el cielo, sus pasiones les hacen descender al fango. Fue entonces cuando Jesús mismo dirigió una mirada piadosa sobre la humanidad; se apareció a su hija predilecta, Margarita María de Alacoque, para manifestarle los tesoros de su corazón.
Dios no deja de amarnos y de ser fiel, a pesar incluso de nuestra infidelidad, maldad e indiferencia. Por eso, México se ha vuelto a consagrar al Sagrado Corazón para que reine la paz y estemos pendientes de lo que el Señor quiera revelarnos delante de los tiempos críticos que vivimos.
Conviene, por eso asumir el desafío que nos presenta el cardenal Robert Sarah: “¿Quién se levantará hoy por Dios? ¿Quién se enfrentará a los modernos perseguidores de la iglesia? ¿Quién tendrá el coraje de levantarse sin otras armas que el rosario y el Sagrado Corazón, para enfrentarse a las columnas de la muerte de nuestro tiempo que son el relativismo, el indeferentismo y el desprecio de Dios? ¿Quién dirá a este mundo que la única libertad por la que merece la pena morir es la libertad de creer?”