Sígueme

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

Las lecturas de este domingo marcan el camino de la vocación, del llamado que Dios hace al ser humano para vivir su vida en plenitud. Dejemos que Dios entre a nuestra vida y respondamos con un si sostenido. A Dios debemos decirle SI.

La llamada: «Sígueme».

Dios es quien llama, él toma la iniciativa y se hace responsable del llamado. Llama a los que Él quiere, cuando quiere y para la misión que quiere. Dios cuida la vocación, la protege y pone los medios para realizarla. Nadie le impone a Dios su decisión de llamar a alguien, Él tiene el derecho y la libertad de escoger, su único criterio es el amor por el ser humano. En este texto del Evangelio escoge a Mateo, un publicano, pecador y cobrador de impuestos, pero jefe y amigo de muchos. Al llamarlo, le quita un trabajador al imperio romano; Mateo se queda sin trabajo pero Jesús le ofrece una visión más amplia del servicio al compartirle su proyecto por el Reino de los Cielos. Dios llama a Abraham, a Moisés, a David, a Pedro y los demás apóstoles, su llamada es una invitación a vivir una vida en plenitud estando en comunión con Él. Dios nos llama a la vida, al amor, al trabajo, a la santidad.

La respuesta: «Él se levantó y lo siguió»

La respuesta es un acto de fe, un acto de confianza fundamentado en el amor. Mateo deja su puesto de trabajo, deja un trabajo que le genera una vida cómoda y buena, para seguir el proyecto de Jesús, que hasta cierto punto es incierto e inseguro. Mateo ha quedado embelesado por el plan de Cristo, el proyecto del Reino de los Cielos y la vida eterna.  Mateo se levanta, lo que quiere decir, abandona la seguridad de su puesto, se pone en condición de igualdad y se dispone a caminar. Mateo sigue a Jesús, lo que significa que toma su proyecto de salvación, el camino de la cruz, de renuncias y sacrificios. Seguir a Cristo es el camino del Discipulado, es el camino de la sinodalidad, es querer configurarse con el Maestro, tanto en sus pensamientos como en sus actitudes y obras. Seguir a Cristo no es fácil, pero es el único Camino que nos lleva al Padre.

La exigencia: «Yo quiero misericordia y no sacrificios»

El discípulo tiene un camino por delante, el camino de la misericordia, del amor, la justicia y la paz. Dios no quiere la actitud de los fariseos: de indiferencia, de envidia, coraje y corrupción. La misericordia es el amor compasivo de Dios por el ser humano, quien entrega a su Hijo para salvar al mundo (cf. Jn 3,16-17). Jesús nos pide ser misericordiosos, como su Padre celestial (cf. Lc 6,36), y las obras que nos propone son: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, asistir al enfermo, visitar al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Dejemos a un lado los sacrificios vacíos y tomemos la actitud de las buenas obras. Ser misericordiosos es ver al otro como igual, como persona, como un hermano. Ofrezcamos a Dios el culto de nuestra vida.

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