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Tomemos un sacerdote, un obispo o un cardenal según el espíritu de hoy y traduzcamos en la práctica médica lo que, en la mayoría de los casos, dice y hace: el resultado será paradójico, como tratamos de ilustrar en esta historia…
El Sr. Adán Fiel llevaba un tiempo sufriendo dolores en el pecho. Preocupado, y siguiendo el consejo de su médico de cabecera, realizó algunas pruebas. Con los resultados de estas pruebas en la mano, pidió cita para ver a una lumbrera de la cardiología, el Dr. Juanprimo Pastor. Pastor recibió calurosamente al Sr. Fiel, le invitó a sentarse y luego leyó cuidadosamente los resultados de las pruebas.
El Sr. Fiel preguntó entonces con cierta inquietud: “Bueno, doctor, ¿qué me pasa? Confieso que intenté leer esos documentos, pero no entendí nada”.
“No tienes que preocuparte por nada, querido”, respondió el afamado médico, y el señor Fiel respiró aliviado.
“Verá -continuó Pastor-, aquí se evidencia, con la habitual rigidez de los técnicos de laboratorio que ciertamente no saben lo que es la vida real, un importante estrechamiento de las arterias del corazón”. Esta vez Fiel contuvo la respiración. “Pero sólo la medicina tradicional lo califica de patología”, continuó el médico, “los estudios recientes, a raíz de las enseñanzas del II Congreso Cardiológico, nos dicen que es sólo una variante normal de la estructura de las arterias. ¿Y quién soy yo para juzgar que es una patología?”.
– ¿Cómo una variante normal? No me parece normal que se estrechen, respondió Fiel.
– Tiene demasiadas certezas. Debe cultivar la duda, mi querido Fiel, la duda sistemática -replicó el médico-.
– Está bien, pero ¿qué pasa con mis dolores de pecho? Esos, sin duda, están ahí.
– Esos dolores son psicosomáticos, son una reacción emocional a un determinado entorno sanitario que detesta situaciones como la suya. Así que no se preocupe.
– Pero, doctor, perdóneme. Si quisiera tratar ese estrechamiento de todos modos, ¿cómo debería hacerlo?… para quedarnos más tranquilos.
– Bueno, en ese caso, trátese según el espíritu de la medicina.
– ¿Perdón?
– Querido Fiel, no debemos aferrarnos a los viejos modelos del pasado, sino abrirnos a lo nuevo, a esa medicina que escucha los tiempos modernos. O más bien, deje que el espíritu de la medicina resuene en usted y ese espíritu sabrá dirigirle de la mejor manera posible.
– Lo siento, pero eso me parece un poco vago como consejo.
– No es así, querido. No hay que cerrarse en un rigorismo según el cual, por ejemplo, una miocardiopatía es una patología. Me dirá usted que eso es lo que está escrito en los textos sagrados de la medicina. Pero es necesario ir más allá de la letra de estos textos, para escudriñar los signos de los tiempos en la ciencia, porque el espíritu de la medicina sopla donde quiere, incluso donde nosotros, pobres médicos, nunca hubiéramos esperado que soplara. Y entonces no tenemos que imponer nuestras curas al paciente porque, si lo hiciéramos, sería discriminatorio, como si sólo los sanos pudieran decir que están bien.
– Pero entonces, doctor, ¿debo vivir con ese estrechamiento de las arterias? ¿No será peligroso?
– ¿Peligroso? Basta ya de terror y de medicina despiadada. La medicina es alegría, paz, acogida del diferente -¿quién es más diferente que el enfermo? – Abre un destino de felicidad y prosperidad. Con la medicina actual, ningún paciente verá la muerte, sino que todos se salvarán.
– Pero yo, doctor, antes de esa salvación, sigo sintiendo dolor en el pecho.
– Puedo ver que es usted un hombre ansioso. Entonces hagamos esto. Caminemos juntos, querido Fiel, usted y yo.
– ¡Pero yo no quiero caminar con usted, quiero curarme!
– Eso es lo que intento explicarle. Caminemos juntos y entonces el camino nos mostrará la cura. ¿Lo entiende ahora?
– Pero perdone, ¿qué significa esto en términos concretos?
– Significa que el médico, antes de explicar y aconsejar, debe escuchar al paciente, porque puede aprender mucho de él. Así que, en primer lugar, dígame lo que piensa, y tomaré sus valiosas sugerencias con espíritu de servicio. En resumen, dialoguemos, comparemos notas, no nos encerremos en nuestro propio patio, sino que tendamos la mano unos a otros. Sólo así podremos curarnos, porque las diferencias de opinión sólo pueden enriquecernos.
– Pero yo no estudié medicina como usted. ¿Qué peso pueden tener mis opiniones?
– Usted también es médico, tiene el mismo papel que yo. No creemos separaciones, vallas y muros. ¡Qué arrogante es pensar que los médicos tenemos la verdad científica en nuestras manos! Todo el mundo puede descubrirla por sí mismo, simplemente siendo dócil a las sugerencias del espíritu de la medicina, como le dije antes. Así que sea valiente y muéstreme la terapia, pero debe venir de sus necesidades más profundas, de sus deseos más verdaderos, porque esas necesidades y deseos son expresiones de lo que su cuerpo necesita.
El Sr. Fiel, entre asombrado y aturdido, balbuceó entonces algo: “Bueno… si tengo que decirle cuáles son mis deseos y antojos… bueno… como puede ver, estoy un poco pasado de peso. No voy a ocultar que soy un buen comedor”.
– Bueno, bueno, la comida es salud, nuestro organismo por naturaleza exige ser alimentado, así que ¿cuál es el problema?
– ¿Quiere decir que puedo seguir comiendo todo lo que quiera y lo que me apetezca?
– ¡Por supuesto! ¡Qué pregunta! Mire, un colega dietista me dijo que recibe con los brazos abiertos a los obesos y su obesidad. Dígame, comer así, ¿no le da alegría y serenidad?.
– Bueno… sí.
– Entonces siga así. Veamos, ¿qué más sugiere?
– Odio moverme y hacer ejercicio, me gusta la vida cómoda, si realmente quiere conocer mis necesidades profundas, como usted las ha llamado.
– ¡Claro! Nuestro cuerpo no debería estar estresado, pero, de nuevo, por su inclinación natural, busca el descanso, la tranquilidad. ¿Ve que no está cometiendo ningún error? ¿Ve que usted también es médico?
El Sr. Fiel salió de la consulta del especialista bastante satisfecho, a pesar de haber tenido que pagar 230 euros, y contento de que sus autoprescripciones coincidieran en todo con los recientes estudios de la nouvelle médecine, tal como la había definido el Dr. Pastor. Y así siguió dándose el gusto de comer mucha fritura y apoltronarse en el sofá. Poco después murió.
Por TOMMASO SCANDROGLIO.
ROMA, italia.
lanuovabq.