Por: Consuelo García de Angulo
Secretaria del Centro de Jerez de la ACdP
Ante el aval dado por el Tribunal Constitucional a la ley del aborto del gobierno de Zapatero, con el sorprendente asentimiento de quienes hace diez años la recusaron, no podemos callar. Con esta ley avanzamos un tramo más en la pendiente resbaladiza de la irracionalidad por la que vamos descendiendo debido a las leyes, ideológicas y deshumanizantes, que el actual gobierno está aprobando una tras otra.
Que el acabar con la vida de un ser humano, el nasciturus como le denomina la Constitución, sea un derecho y que sea precisamente en la etapa de la vida en la que, teóricamente, su protección está garantizaday, más aún, que esta aniquilación se haga de una manera cruel y sanguinaria, va contra todo lo que por la ley natural tiene el hombre inscrito en su corazón, así como contra lo que el sentido común dicta a su entendimiento. Ciertamente parece que en el mundo que estamos viviendo la ley natural y el sentido común ni se conocen, ni se cultivan, porlo que se produce un oscurecimiento moral que lleva a la sociedad a no ver el holocausto silencioso de millones de seres humanos.
Cuando permitimos el exterminio de la vida de cien mil niños al año en España no somos conscientes de los otros dos niveles en los que además repercute el aborto: en primer lugar, a nivel personal, supone una herida indeleble en el corazón de sus padres, sí, de sus padres; no olvidemos que el padre también queda herido. Las consecuencias que esta herida provoca se manifiestan en forma de depresión, insomnio, suicidio, tristeza, secuelas físicas, reacciones violentas… En segundo lugar también supone una herida a nivel social: una sociedad que no respeta la vida y que acaba violentamente con ella, es una sociedad que se instala en la violencia con los efectos que tiene esta en la convivencia. No podemos olvidar, finalmente, el desastre demográfico que supone una sangría tan desmedida y constante de vidas humanas.
Quiero recordar lo que dijo la filósofa judía H. Arendt, autora del libro “Eichmann en Jerusalén: un informe sobre la Banalidad del Mal” refiriéndose a que la pérdida del sentido común y la incapacidad de pensar e imaginar las consecuencias de los actos que chocan con él hacen al hombre espectador y colaborador del mal.
Es momento de recobrar el sentido común y empeñar nuestro esfuerzo en recuperar el valor inmenso de la paternidad y de la maternidad, insistamos en la dignidad de la vida humana, que debe ser cuidada, respetada y amada en todas sus etapas. Seamos constructores y colaboradores activos y decididos de una civilización de la vida, que defienda la dignidad de todos los seres humanos y de todo el ser humano.