No es la primera vez que Claudia Sheinbaum está en las entrañas del aparato eclesiástico, pero sí la primera con todo el poder del Estado en sus manos y frente al nuevo presidente de la CEM, Ramón Castro Castro, particularmente crítico y ahora en el marco de una nueva estrategia cuando la administración pública federal se ha reformado para dar a la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana nuevas facultades de inteligencia que recuerdan a la de los años del odiado CISEN, desaparecido por López Obrador.
A diferencia del último encuentro con el expresidente de la llamada 4T, no obstante los cuestionamientos, imperó la mesura de la presidenta Sheinbaum, la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez y la directora titular de la de Unidad de Asuntos Religiosos, Prevención y Reconstrucción del Tejido Social, Clara Luz Flores, tres mujeres del poder civil en medio de quienes detentan el poder espiritual, los jerarcas católicos, quienes no ocultaron diferencias y admitieron coincidencias.
Sheinbaum ahora no se tomó las cosas a la defensiva ni bajo reserva. Consciente de la delicada situación y de cómo la jerarquía cuestionó a su antecesor, su propuesta derivó en la solución conciliadora, quizá ya suavizada desde el viernes pasado cuando el saliente presidente de la CEM, Rogelio Cabrera López, y los integrantes del Diálogo Nacional por la Paz se reunieron en un esfuerzo previo que seguramente no dejó de lado la 117 Asamblea.
“Construcción de la paz en nuestras comunidades, el fortalecimiento del Estado de Derecho, así como la preservación del equilibrio entre los poderes de la nación”, fueron los ejes que la titular del Ejecutivo expuso para afrontar la creciente e inhumana violencia que azota al país; justificó la reforma judicial de AMLO, mientras que la jerarquía abundó las prioridades pastorales relativas a los derechos humanos y libertad religiosa: preocupaciones urgentes que afectan directamente a las familias mexicanas: la seguridad, pobreza, acompañamiento a las madres buscadoras, libertad para atender sin restricciones a los enfermos en hospitales, la defensa de la vida en todas sus etapas y la dignidad de la persona humana, un sistema educativo incluyente y libre de perniciosas ideologías.
Sheinbaum admitió el gran despliegue de la Iglesia católica a lo largo y ancho del país. Incluso ofreció, a través de la Secretaría de Gobernación, abrir canales a fin de que las autoridades cuenten, de primera mano, con la información estratégica que sólo pueden conocer los miles de sacerdotes y de comunidades en el país a través de las parroquias como células fundamentales y espacios de convivencia comunitaria.
En poco menos de 50 minutos, la reunión de Sheinbaum con la jerarquía católica puso en claro las desavenencias y las coincidencias. Un tono más mesurado que, en la habilidad política de la presidenta, pudo aplacar reclamos que no debe verse como la deposición de la tarea crítica que la Iglesia de México ha hecho en los últimos meses, particularmente con el nuevo presidente de la CEM, el obispo Ramón Castro.
“Agradecemos la visita de la titular del Poder Ejecutivo y valoramos su disposición al diálogo, así como sus propuestas de colaboración y coordinación en temas comunes que beneficien la construcción de la justicia y la paz”, concluyó el comunicado sobre la reunión presidencial. Sheinbaum cambia el rumbo deponiendo la altanería de campaña y sabe porqué. A pocos días del inicio de su mandato, la sangre de un sacerdote, activista de los derechos humanos e indígena, salpicó la fallida estrategia de los abrazos y no balazos. Más promesas sobre seguridad ya no son admisibles.