Ser uno como el Padre y Él son uno

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el Domingo de la Santísima Trinidad

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

El domingo pasado, hemos terminado el tiempo de Pascua y retomamos el tiempo ordinario que habíamos dejado al iniciar la Cuaresma; el color litúrgico de este tiempo es el verde, hoy usamos el color blanco por la solemnidad que celebramos, La Santísima Trinidad. Éste es el misterio central de nuestro cristianismo, que aprendimos desde muy niños, cuando nuestras madres nos enseñaron la doxología que recitamos al trazar una cruz en nuestro cuerpo y nos santiguamos: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Los grandes teólogos de los primeros siglos lucharon por escribir fórmulas sencillas para hacer alusión a grandes misterios, con la finalidad de que se aprendieran con mayor facilidad. Cuando hablamos de misterio, desde el punto de vista de la fe, hacemos referencia a realidades divinas reveladas y que nuestra mente no puede comprender del todo; eso no implica que no podamos reflexionar en ellas, sabiendo que Dios es más grande que nuestra capacidad humana. Así crearon lo que llamamos doxología, que hace alusión al gran misterio cristiano: “Dios que es Uno y Trino”. Un Dios en Tres Personas distintas. Qué difícil querer explicar el misterio trinitario en una homilía, por el tiempo y por los términos, por el sistema filosófico que está detrás y por la amplia reflexión teológica a través de los siglos. No pretendo profundizar en las procesiones trinitarias, en sus relaciones, en las misiones. Adoro el misterio e invito a contemplar la grandiosidad de Dios que ha querido manifestarse en Jesucristo y que nos deja su Espíritu Santo que nos impulsa en el mundo.

La fórmula trinitaria la aprendemos desde muy niños y la repetimos al levantarnos y al acostarnos; cada vez que empezamos nuestros trabajos nos encomendamos a la Santísima Trinidad. Todo lo emprendemos con esta fórmula, la celebración de los sacramentos, los sacramentales, nuestras reuniones, etc. El gran peligro que corremos es que, es tan sencilla y tan repetitiva, que llegamos a hacerlo sin ser plenamente conscientes de lo que estamos recitando; llegamos a hacerlo de manera mecánica. Sería maravilloso que empecemos a valorar esta expresión tan sencilla y tan llena de sentido.

Sigamos reflexionando en el mandato que Jesús nos deja y que escuchamos hoy en el Evangelio. Jesús indica con toda precisión cuál ha de ser la misión de sus discípulos, esa misión que tiene sus exigencias, pero también se da a los enviados una certeza:

Las exigencias son:

  1. “Vayan pues y hagan discípulos a todos los pueblos”. No sólo son enviados a enseñar y a anunciar al Resucitado, claro que deben cuidar esos aspectos: dar testimonio del Resucitado, proclamar el Evangelio, implantar comunidades… pero todo estará orientado a un único objetivo: hacer discípulos de Jesús, es decir, hacer seguidores de Él, que conozcan su mensaje, que sintonicen con su proyecto, que aprendan a vivir como Él y reproduzcan su presencia en el mundo.
  • “Bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Una de las actividades concretas y fundamentales es bautizar; un bautismo que lleva a un compromiso de adhesión a Jesús. Es un rito a la iniciación del discipulado; de profundización en sus enseñanzas para poder entender su proyecto y plasmarlo en la realidad concreta.
  • Enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado”. Jesús nos dejó una enseñanza y quiere que se transmita a todo aquel que desea ser su discípulo. Bautismo y enseñanza van de la mano para hacer discípulos, para hacer seguidores de Jesús. No basta aprender de memoria fórmulas, hay que vivir conforme a lo aprendido.

La certeza es:

Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. Jesús hace una promesa y la cumple; promete su presencia y ayuda constante. No estarán solos o desamparados, aunque sean pocos o sean muchos. Su presencia es una garantía.

En esta festividad de la Santísima Trinidad nos queda claro el deseo de Jesús, que es el mismo deseo de Dios su Padre y sólo se podrá llevar adelante por sus discípulos gracias a la acción y la fuerza del Espíritu Santo. Podemos decir que toda la Trinidad está involucrada en hacer discípulos a los pueblos.

Hermanos, el próximo domingo votaremos, por aquellos candidatos que queremos que sirvan a nuestra Nación. Lo haremos desde la democracia,

con un voto libre y secreto. Como Obispos, pastores del Pueblo de Dios que peregrina en esta querida Nación, nos preocupa la situación que estamos viviendo de inseguridad y de violencia, de polarización; de desplazamientos y de pobreza; de decadencia y de deshumanización. Nos entristece que a muchas personas les arrebataron la vida mientras se desempeñaban como candidatos y muchos otros declinaron. Estamos promoviendo la oración en los Santuarios, en las Catedrales, en las Parroquias, para que las elecciones se lleven en paz, respetando la voluntad de cada persona, sólo así la democracia tendrá sentido. Oremos mucho para que estas próximas elecciones se realicen en paz, en libertad, en transparencia, y oremos para que tengamos unos buenos gobernantes, que se preocupen y se ocupen de los problemas de nuestra Nación. Recordemos el deseo de la Virgen del Tepeyac: “Construyan una casa”, ese lugar donde se viva la fraternidad, donde podamos vernos como hermanos. Aunque tenemos un santuario de piedra y cemento, nos falta construir esa casa donde se viva la fraternidad y dejemos de vernos como adversarios, enemigos.

Contemplemos el misterio de la Santísima Trinidad y encontraremos allí el fundamento de nuestra vida. La Trinidad es la imagen perfecta del Amor en el que todos debemos sumergirnos; es el espejo en que todo ser humano hemos de mirarnos para encontrar nuestra identidad, conocer nuestra naturaleza y el poder que llevamos en nosotros mismos para amar a los otros y cumplir el mandato de Jesús: “Ser uno como el Padre y Él son uno”. Estamos todos llamados a construir la comunidad y la familia, como máxima expresión de la presencia de Dios que acampa entre nosotros. La gloria de Dios, es la comunidad de los hombres que se aman y permanecen unidos en su nombre.

Preguntémonos: ¿Cómo hacerle para sumergirnos y ayudar a otros a que se sumerjan en la vida de la Santísima Trinidad? Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan