“Señor, con tu auxilio, lucharé”

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* El canto humilde y gozoso de María, en el «Magnificat», nos recuerda la infinita generosidad del Señor con quienes se hacen como niños, con quienes se abajan y sinceramente se saben nada. (Forja, 608)

No me olvidéis que santo no es el que no cae, sino el que siempre se levanta, con humildad y con santa tozudez.

Si en el libro de los Proverbios se comenta que el justo cae siete veces al día (Cfr. Prv XXIV, 16.), tú y yo –pobres criaturas– no debemos extrañarnos ni desalentarnos ante las propias miserias personales, ante nuestros tropiezos, porque continuaremos hacia adelante, si buscamos la fortaleza en Aquel que nos ha prometido:

venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que yo os aliviaré (Mt XI, 28.).

Gracias, Señor, quia tu es, Deus, fortitudo mea (Ps XLII, 2.), porque has sido siempre Tú, y sólo Tú, Dios mío, mi fortaleza, mi refugio, mi apoyo.

Si de veras deseas progresar en la vida interior, sé humilde.

Acude con constancia, confiadamente, a la ayuda del Señor y de su Madre bendita, que es también Madre tuya.

Con serenidad, tranquilo, por mucho que duela la herida aún no restañada de tu último resbalón, abraza de nuevo la cruz y di:

Señor, con tu auxilio, lucharé para no detenerme, responderé fielmente a tus invitaciones, sin temor a las cuestas empinadas, ni a la aparente monotonía del trabajo habitual, ni a los cardos y guijos del camino.

Me consta que me asiste tu misericordia, y que al final hallaré la felicidad eterna, la alegría y el amor por los siglos infinitos. (Amigos de Dios, 131)

Por SAN JOSEMARÍA.

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