- Del santo Evangelio según san Mateo: 13, 44 – 52
En aquel tiempo, Jesus dijo a sus discípulos: “El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.
El Reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra.
También se parece el Reino de los cielos a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación.
¿Han entendido todo esto?”. Ellos le contestaron: “Sì”. Entonces él les dijo: “Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas”.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
COMENTARIO:
- En este domingo se nos proclama el evangelio según san mateo en el capítulo trece, un capítulo que nos reporta diversas parábolas de Jesús; recordemos que las parábolas son un modo que emplea Jesús para darnos enseñanzas profundas, enseñanzas de Dios, a través de comparaciones; una característica de las parábolas es que esas comparaciones nos dicen las cosas de un modo que nos permiten entender o “no entender”, es decir, nos permiten ejercer nuestra libertad, aceptando el mensaje de Cristo o bien diciendo falsamente “no entiendo” la comparación; por eso Jesús dice “el que tenga oídos que oiga” (Mt 13,9);todos tenemos oídos pero el que quiere oír escucha y el que no quiere argumentará que no entendió.
- Se nos proponen tres parábolas: la primera es la parábola del tesoro escondido; dice Jesus: “El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo”: el Reino de los cielos se parece a un tesoro, un gran tesoro que está escondido, y que puede ser descubierto por ti; y ello te genera una gran alegría en el corazón, al grado que estás dispuesto a hacer lo que sea necesario, aun privándote de otros bienes en tu vida, con tal de adquirir ese tesoro; estás dispuesto a obtenerlo a cualquier costo: “va y vende cuanto tiene y compra aquel campo”: esta expresión significa estar dispuesto a dar todo lo que sea necesario de la propia persona, su vida, su existencia, todo, con tal de lograr poseer el Reino de los cielos; y la característica que nos refiere la parábola, es que lo hace “lleno de alegría”: el que descubre verdaderamente este tesoro, que es el Reino de los cielos, será capaz de darlo todo en su vida con tal de ganar el reino de los cielos, y darlo “lleno de alegría”.
- “El Reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa,va y vende cuanto tiene y la compra”: esta segunda parábola que Jesús nos propone este domingo es muy semejante a la anterior: el Reino de los cielos es como una perla, se acentúa, una perla muy valiosa, que quien la encuentra “va y vende cuanto tiene y la compra”: es la misma idea que antes: poder ser capaces de dar todo, absolutamente todo, con tal de tener esa perla muy valiosa; una característica en esta segunda parábola es que se habla de “un comerciante de perlas finas”: en nuestra vida nos hemos ocupado de buscar cosas finas, lo mejor para nuestra vida, pero en el Reino de los Cielos ahora podemos encontrar “una perla muy valiosa”; el hecho de que se nos proponga “un comerciante” en la parábola nos da la idea de ganar el Reino de los cielos sabiendo “invertir” los recursos de nuestra vida en lo mejor y más valioso, en las cosas de Dios, que al final son nuestra felicidad en sentido neto, nuestra salvación. Ganar el Reino de los cielos amerita, y con creces, cualquier costo que tengamos que pagar en nuestra vida.
- “También se parece el Reino de los cielos a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces”: esta es la tercera parábola propuesta en el evangelio de este domingo: la red de los pescadores se llena de toda clase de peces, es decir, el Reino de los cielos es como una red que esta echada aquí en el mundo, somos los seres humanos que estamos compartiendo este mundo y este tiempo; pero llegará un “final de los tiempos”: “cuando se llena la red” da la idea de cuando se colma el tiempo, el tiempo y la historia en este mundo no son eternos, cuando se cumpla el tiempo entonces llegará el momento de que los pescadores la sacan (la red) a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos”: vendrán los ángeles, que en la parábola aparecen simbolizados por los pescadores, y de esa red “…separarán a los malos de los buenos…”: es lo que Jesús nos dice que sucederá al final de los tiempos.
- Y aquí viene una característica importante en la parábola, una revelación que de no proceder de Dios el hombre no podría conocerla: “… y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación”: es el destino de aquellos que no han sido dignos del Reino de los cielos; es la realidad tremenda, terrible, que nos describe Jesús. A veces pensamos que los sacerdotes o la jerarquía de la Iglesia han inventado el infierno, pero no, es una revelación que nos hace Cristo mismo; el infierno existe como una realidad terrible para aquellos que terriblemente han rechazado a Cristo, su salvación, y no una vez sino ya de manera definitiva, ejerciendo de forma suicida la libertad, aquella que Dios nos dio para amar y hacer el bien, usándola para despreciar a Dios, infringir sus mandamientos y hacer el mal a los demás, poniendo el egoísmo propio por encima hasta de Dios mismo.
- Al infierno van los que así lo deciden pues no aceptan seguir el camino de amor que Jesús nos ha mostrado en la cruz, “se comportan como enemigos de la cruz de Cristo” (Flp 3,18), y así hacen el mal al prójimo sin límite alguno, pues se han alejado radicalmente de Dios; y ellos mismos entonces se condenan a sí mismos, porque no quieren aceptar la salvación de Cristo; y el destino cuando sin arrepentirnos ofendemos a Dios y hacemos el mal al prójimo, y cuando nos oponemos a ser perdonados, el destino es el “horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación”: si no fuera eterno el infierno no habría tal desesperación, habría una esperanza de salir de allí, pero el infierno es eterno, y es una advertencia muy seria que nos hace Cristo porque Él nos quiere salvar, a tal grado que se entregó a su pasión y a la muerte con tal de salvarnos.
- La Iglesia ha retomado esta misericordiosa advertencia de Cristo, y siendo fiel al mensaje del Salvador también nos propone, no porque el infierno sea el objeto central del evangelio, pero si nos advierte del infierno. El centro del evangelio es precisamente la buena noticia de que en Cristo se nos otorga por tanta misericordia de Dios la salvación, se nos ofrece el regalo de la belleza del Reino de los cielos. Pero quien ejerciendo su libertad se atreve a realizar un acto tan malo como tan lleno de maldad como rechazar al mismo Salvador, rechazar su misma pasión, su misma salvación, rechazando todo lo de Dios mismo, su destino está puesto aquí: el “horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación”; y es un mensaje que no ha inventado la Iglesia, sino que es una revelación de Cristo.
- En nuestra oración siempre debemos orar por nuestra salvación y por la de nuestros seres queridos, recordando la muy sabia frase de San Agustín: “el que ora, se salva”, el que ora de corazón y sinceramente. Por supuesto que como dice el dicho “a Dios rogando y con el mazo dando”, activamente debemos procurar nuestra salvación: orando, cumpliendo con los mandamientos de Dios y de la Iglesia, confesándonos y pidiendo perdón de nuestros pecados, no esperando hacerlo hasta el final; participando en la Santa Misa, recibiendo la sagrada Comunión del Cuerpo de Cristo, santificándonos en nuestros deberes diarios para con Dios, con nuestra familia, y con el prójimo, ayudando a los pobres y necesitados, realizando las obras de caridad por las que seremos juzgados cuando dejemos este mundo, las del evangelio según San Mateo capítulo 25 (dar de comer y de beber al prójimo, ver por el enfermo y el encarcelado, etc.), expresando así nuestra fe en las obras del amor de Dios: nuestra salvación no es un “volado”, es fruto de nuestro interés y de nuestra acción responsable; depende de nosotros, de si aceptamos la gracia que Dios ya nos está dando, la que nos habla en nuestro corazón y nos impulsa a realizar todo lo bueno; ocupémonos en lo más importante en nuestra vida que es nuestra propia salvación, como nos dice Jesús:“¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” (Mt 16,26).
- Jesús pregunta a sus discípulos y a nosotros: “¿Han entendido todo esto?”. Ellos le contestaron: ‘Sì’ ”: también a nosotros corresponde responder si sí o si no hemos entendido el mensaje de Cristo, y si entendiendo nos queremos salvar, pedir perdón y de aquí en adelante amar a Dios y al prójimo; ello ciertamente será nuestra felicidad.
- Pidamos a la Virgen Santísima de Guadalupe, que nos vino a mostrar al “verdadero Dios por quien se vive”, y que es Reina del Cielo, que siempre nos ocupemos activamente en llegar, con la ayuda de su poderosísima intercesión a la vida eterna que Cristo nos ofrece.