Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el Domingo de la Resurrección

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

Hemos vivido una semana intensa en torno a nuestra fe; la semana mayor donde hemos vibrado con la vivencia de los grandes misterios cristianos, a saber, la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. El gozo que debemos reflejar en nuestra mente y corazón es porque Jesús venció la muerte. Un acontecimiento que nos sigue causando temor y ante el cual sentimos el vacío, es la pérdida de un ser querido, por su muerte; éste es un acontecimiento que Jesús ha vencido; Jesús nos enseña que la muerte no es lo último, caminamos hacia una vida plena en Dios y la muerte es un momento en el proceso que encamina hacia Dios. La muerte en Cristo, es la puerta de la vida. Qué difícil es entender esto. El Evangelio nos recuerda la situación que viven los seguidores más cercanos a Jesús. Están a puerta cerrada por miedo a los judíos; quizá en su mente revolotea lo que han vivido con Jesús, pero ya no está; no atinan a ver hacia el futuro; la muerte del Maestro los ha llenado de miedos, de dudas, de incertidumbres; las cosas habían cambiado en pocos días: la traición de Judas, la negación de Pedro, el abandono de todos, la persecución de los judíos. Todo eso generaba inseguridad en el grupo, los corazones estaban heridos, todos se sentían dignos de reproche; cada uno se refugiaba en sus propios pensamientos y sus miedos.

María Magdalena acude muy temprano al sepulcro; las dudas, los temores, le han robado el sueño y decide estar junto a la tumba de su Maestro, sólo para seguirlo llorando. Y se lleva la gran sorpresa, la piedra está removida, y piensa como todo ser humano: “Se han robado el cuerpo del Señor”. Es comprensible su manera de razonar, ya que era muy difícil pensar en la resurrección. Ella regresa a contar lo que ha visto, una tumba vacía. Pedro y Juan salen corriendo, pareciera que aquella noticia les quita los temores y encuentran la tumba como María

Magdalena les había contado, está vacía, el cuerpo del Señor no se encuentra.

De Pedro se dice que contempló los lienzos y el sudario. Del otro discípulo se dice además que “vio y creyó”, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras. Aquellos que han sufrido con la pasión de su Maestro, que han sentido sus esperanzas destrozadas, que han vivido la desilusión, ahora están frente a un sepulcro vacío; la incertidumbre se apodera de sus mentes y corazón; se dan cuenta que no es el fin, sino es el inicio de una vida con la presencia de Jesús de forma distinta, más no distante. Jesús sigue vivo, Jesús estará presente de una manera diferente en medio de ellos. La tumba vacía no es una prueba de la resurrección; lo primero que pensaron fue que habían robado el cuerpo.

Nos encontramos a dos mil años del acontecimiento de la Resurrección del Señor. Como cristianos decimos creer en Jesús Resucitado y en la vida eterna; sabemos desde la fe que para participar de la gloria del Padre debemos pasar por el acontecimiento de la muerte, sin embargo, nos seguimos aferrando a esta vida como si dudásemos que existe vida después de la muerte biológica.

Hermanos, las tumbas en nuestros días, nos sirven para recordar que guardan los restos de un ser querido; nos sirven para llevarles flores y recordar el cariño que les tuvimos en vida y les seguimos teniendo; nos sirven para agradecer por el bien que nos hicieron. También las tumbas nos ayudan para tener en cuenta que nuestros cuerpos un día reposarán en un lugar como ese, y esto no es fomentar el miedo, sino que nos ha de motivar para aprovechar el tiempo que Dios nos permita estar todavía en este mundo. La tumba vacía de Jesús, también nos recuerda a tantos hermanos por desgracia desaparecidos, que no cuentan con una tumba digna; tantas familias que no cuentan con un lugar para llorar a sus muertos, para llevarles una flor; esto por la falta de humanidad y de sensibilidad de quienes son responsables de que esto suceda.

Hermanos, Jesús nos ha enseñado que la muerte no tiene la última palabra; Jesús es la resurrección y la vida; nuestra vida en este mundo es pasajera, de allí que tengamos que aprovechar cada instante que Dios nos permita estar aquí, para pasar haciendo el bien, como lo hizo Jesús.

Hermanos vivimos la Pascua, tiempo de alegría y gozo, ya que Jesús ha resucitado; una tumba no pudo retener el cuerpo de Jesús, Jesús ha resucitado y esa alegría debe iluminar nuestras vidas, nos debe capacitar para enfrentar las distintas situaciones difíciles que la vida nos depare. Jesús venció la muerte y nosotros la venceremos con Él. El vencer la muerte no significa que ‘no moriremos’, no significa que ‘no sufriremos’, significa que gozaremos de su presencia cuando hayamos experimentado la muerte biológica, esto debe llenarnos de alegría.

No olvidemos, que la fe en que el crucificado está vivo, es la adhesión libre, espontánea y resuelta del corazón que acepta como verdadero lo que anunciaron los testigos creíbles. Creer es asociarse a Cristo, pero también es vivir. Creer que Jesús ha resucitado de entre los muertos, significa elegir la vida para siempre. La fe en la Resurrección es garantía de vida plena en el presente, aporta recursos satisfactorios de realización y criterios de innovación en nuestra vida y abre las puertas de la eternidad. Vivamos en esa fe, teniendo siempre presente que celebrar la Resurrección de Cristo, es celebrarlo a Él vivo entre nosotros. Es celebrar la esperanza que jamás el mundo nos podrá dar. Es tener esperanza de vencer lo invencible, de transformar lo intransformable, de romper las ataduras del pecado que muchas veces nos esclavizan.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

¡Felices Pascuas de Resurrección!

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan