Se acerca el día de su liberación

Editorial ACN Nº140

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Señales terribles y portentos extraordinarios, cosas que llenarán de horror y captarán el temor de todos. Esto no es una fábula, pasará y llegará el final de la historia, de nuestra historia personal y colectiva. El inicio del adviento en la Iglesia es el del tiempo en el que recordamos todos los acontecimientos previos al nacimiento del Señor Jesús en la carne, pero es el anuncio de un retorno seguro en el que las naciones de la Tierra se estremecerán porque el justo juez vendrá a impartir lo que muchos anhelan.

Nuestro tiempo está marcado por a particular indiferencia que hace que las cosas que conmemoran la Navidad sean despojadas de su sentido último: Cristo. Hoy, las nuevas generaciones crecen una especie de vacuidad en la que todo lo que implica este tiempo es puro egoísmo, superficialidad, frivolidad, ridiculez, vacío y consumismo como “virtudes” propias de la Navidad. ¿Hablar de Cristo? Imposible. ¿Anunciar la salvación? Impensable ¿Regreso de Cristo a juzgar a vivos y muertos? Una fábula.

El adviento, sin embargo, es un tiempo en el que nuevamente tenemos una oportunidad. La de reconocer que nuestro propio tiempo puede estar lleno de esas señales que, si bien en el Evangelio se anuncian como catastróficas para el mundo, son las que ahora suceden en el sentido personal o particular. Crisis familiares, vicios y pecados, falta de empleo o de una oportunidad para el desarrollo, las desavenencias entre cónyuges, carencia de recursos materiales, marginaciones o pobreza, enfermedades o la pérdida de los seres queridos. 

Pero en el mundo actual, los cristianos estamos llamados a ser testigos a pesar de los acontecimientos aterradores que puedan pasar en nuestra vida personal o colectiva. Una carta de la antigüedad muestra cómo es esta esencia del testimonio cristiano y que podría ser una magnífica brújula que dé el norte adecuado a nuestro adviento. Así, dice de los cristianos, que ellos: “Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes establecidas; pero con su vida sobrepasan las leyes. A todos aman y por todos son perseguidos. Se les desconoce y se les condena. Se les mata y en ello se les da la vida. Son pobres y enriquecen a muchos. Carecen de todo y abundan en todo. Son deshonrados y en las mismas deshonras son glorificados. Se les maldice y se les declara justos. Los vituperan y ellos bendicen. Se les injuria y ellos dan honra”.

Así, el adviento tiene un sentido distinto. A pesar de las señales terribles y catastróficas que nos puedan agobiar, la esperanza de este tiempo nos anima a dar vitalidad al mundo y una esencia distinta a pesar de todo, para que ese día no nos tome desprevenidos, como un ladrón en la noche, y “podamos estar delante del Hijo del hombre” cuando se acerque el día de nuestra liberación.

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