Hay muchos hombres y mujeres en el mundo de hoy que siembran entre lágrimas; ahí es evidente el sufrimiento, pero quienes siembran con su dolor cosechan con alegría.
Las personas, a lo largo de la historia, han sembrado con un ímpetu interno, por el cual nada ni nadie es capaz de extinguir el fruto de su cosecha.
Las lágrimas son vistas como signo del sufrimiento humano y éstas han suscitado las relaciones consiguientes. Se habla del llanto y de las lágrimas. Las lágrimas tienen cierto sentido de súplica, de plegaria y de reclamo ante la divinidad.
¿Quién de nosotros no ha derramado lágrimas? Ellas tienen una afluencia especial cuando los sentimientos dolorosos dominan en el ánimo.
Las lágrimas son frecuentemente derramadas por los niños, por las mujeres y, aunque en ocasiones suelen ocultarlas, los hombres también lloran; sin embargo, igualmente las lágrimas son derramadas por alegría. Es algo natural.
Ciertas realidades se notan mejor con los ojos limpios después de derramar lágrimas. Todo el mundo llora, pero pocos lo hacen al mirar la desgracia de los demás; más bien, lloran viéndose a sí mismos, con lágrimas que se tornan egoístas.
Se llora cuando se nace, en el momento de una despedida, a la hora de la muerte, por caprichos no concedidos, por dolor, por sufrimiento, o por emociones encontradas.
“¡Al mundo de hoy le falta llorar! Lloran los marginados, lloran aquellos que son dejados de lado, lloran los despreciados, pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidad no sabemos llorar” (Papa Francisco).
Sembrar con lágrimas en el camino en donde el sudor se confunde con éstas, en una senda fatigosa en la cual se va regando la semilla, es una tarea sublime y siempre justa de pagar. Cuando se siembra con lágrimas se cosechará con alegría, aunque en muchas ocasiones no alcancemos a ver los frutos de esta siembra.
Se cuenta la historia de una madre que le suplicaba al creador por su hijo, porque éste llevaba una vida disoluta. Diariamente, con lágrimas en sus ojos, suplicaba por su restitución, sin embargo, nunca vio culminada esa petición en vida. Después de morir el hijo reflexionó y volvió al “camino del bien”. La madre sembró entre lágrimas, aunque no pudo ver los frutos de la conversión de su hijo en esta tierra; pero, desde el cielo, Dios le permitió mirar el fruto de sus lágrimas.
Ese llanto enseña a sentir, como propio, el dolor de los demás al ser partícipes del sufrimiento y de las dificultades de las personas que viven en situaciones más dolorosas.
Ojalá que, en los momentos sombríos, cuando nos sentimos impotentes frente a las circunstancias, las injusticias y la violencia, frente a la corrupción y a la estupidez que se ve en ocasiones hasta en la misma familia, nosotros podamos dar el regalo de las lágrimas: la semilla de la súplica y la alegría de la siembra.
Al conducir a los hijos por el camino del bien no se debe olvidar que cada uno de nosotros ha recibido muchos bienes y que los hemos obtenido de la familia. No trasmitir vida y educación a una nueva generación es no pagar una deuda pendiente y enajenar el destino propio.
Cuando se da la libertad a los cautivos se resuelven los problemas y cambian las circunstancias a favor. Ciertamente nos parece estar soñando; nuestra boca se llena de risa y nuestra lengua de alegría. Así, podemos exclamar que ¡los que siembran entre lágrimas cosecharán con alegría!
Para concluir, quiero afirmar que existen dos tipos de lágrimas, el primero se trata de las lágrimas de arrepentimiento; cuando se analiza el proceder propio nos arrepentimos de las faltas cometidas. El segundo tipo son las lágrimas de purificación, pues así como el agua para consumo pasa por un proceso mediante el cual se eliminan microorganismos y residuos con el fin de obtener agua de mayor pureza, las lágrimas purifican el alma para mostrarse transparente y cristalina ante los demás. Ésta es otra forma de sembrar entre lágrimas para cosechar con alegría.
Por RUAN ÁNGEL BADILLO LAGOS.