Para comprender el mundo circundante es necesario adquirir el saber, en el entendido de que éste orienta el comportamiento y, por ende, el pensamiento. Por ello, esta columna se titula “Saberes y sabores”.
El fin de la búsqueda del conocimiento estriba en alcanzar la verdad objetiva, en saber de qué modo debo actuar, en cómo puedo vivir conforme a mi conocimiento y a mi naturaleza.
Cada uno pinta su trayectoria según el saber y la fantasía de esta vida, con referencia a algo o a alguien relevante, destacado o de mucha entidad.
El pensamiento humano pretende dar una explicación sobre la naturaleza del conocimiento como reflejo de la realidad objetiva, además de demostrar la posibilidad de conocer el mundo.
Aunque ideas erróneas rodean este asunto, quiero poner el acento en el papel preponderante que juega la inteligencia en cuanto al razonamiento y a la voluntad en el ser humano.
El hombre aprende a conocer el mundo exterior en el transcurso de su actividad práctica, al ejercer su acción sobre su naturaleza. Sin embargo, a lo que hoy me quiero referir es a la razón y a la voluntad para llegar al conocimiento.
Estoy convencido de que la ignorancia se puede vencer; todos pensamos, pero pocos se interrogan o cuestionan a sí mismos. Deseamos alcanzar la felicidad, no obstante, ignoramos la manera más adecuada para lograrlo.
El hombre que no se cuestiona y que no se preocupa para avanzar en su conocimiento corre el riesgo de caer en la indiferencia, en el sinsentido de la propia vida y esto, a su vez, ciega la posibilidad de llegar a lo trascendente, por ejemplo, al amor.
Si hablamos del amor, puedo decir que éste domina todo los afectos y pasiones, además de la voluntad y, por ello, ésta domina sobre el amor. La voluntad es la capacidad humana para decidir con libertad lo que se desea o no, de ahí deriva el hecho de que es importante saber qué deseamos y qué amamos, porque el amor precede a los gustos, a las aficiones e, incluso, a la misma esperanza y a los afectos, porque todo tiene su origen en el amor.
Podemos decir que el amor es la fuente de todo bien y buen deseo; éste provoca gozo, alegría por vivir, la razón de ser, el motivo de ser. Además, desvanece los temores y las tristezas. Cuando el amor es recto, está al servicio de la justicia y de la razón.
La voluntad no se mueve sin este magnífico afecto. El amor se puede considerar el primer móvil o el sentimiento que da pie a los demás afectos y movimientos.
La voluntad no ama más que a lo que se quiere amar y, entre muchas propuestas que se le sugieren, puede elegir. Dicha elección pasa por la razón que sopesa y manda la orden a la voluntad para que ella la ejecute.
Mientras estemos convencidos de que el amor prevalece en uno, esto no cambia hasta que la razón diga lo contrario. Entonces, cuando “el amor muera”, el entendimiento sabrá que es momento de trascender hacia otro amor.
Los afectos y las pasiones son distintos.
La expresión de afecto hace referencia a una caricia, a un gesto, una delicadeza, el cuidado por una persona; es decir, se trata de una demostración de cariño, una emoción positiva. Lo mismo sucede con una pareja o un ser querido, entonces este sentimiento trasciende hasta el Creador.
Sin embargo, ello no ocurre así con las pasiones, que significan sufrir o sentir. La pasión es una emoción que hace referencia a la parte sensitiva que engloba el entusiasmo de la persona o su deseo por algo.
Es posible comprender al amor como desinteresado realmente. Cuando se ama a algo o a alguien se busca el bien. También lo podemos entender como la verdad, una entrega sin reservas; se da cuando se rompe con el egoísmo. Consiste en el desprendimiento de mi ser y en querer el bien para alguien. ¡No hay amor más grande que el de quien da la vida por sus amigos!
Por RUAN ÁNGEL BADILLO LAGOS.