La ternura de Dios que palpita intensamente es denominada misericordia por el hombre; ésta debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona, sin excluir a ninguna. Los hombres tienen la tarea de darla a conocer. La primera verdad del hombre es el amor, porque por él encontramos el perdón y, del mismo modo, somos capaces de perdonar. Por ende, en donde hace presencia un hombre con esta experiencia, también se hace palpable la credibilidad y certeza de dicha misericordia, cada vez con mayor entusiasmo.
El hombre siempre tiene la necesidad de compartir la misericordia porque es fuente de alegría, de tranquilidad y de paz; ella habita en el interior de cada persona. Se manifiesta cuando miras con ojos sinceros a las personas en el contexto en el cual nos toca vivir y actuar. Se trata de una responsabilidad grande, ya que, si no se da a conocer en las realidades del presente, se pueden desencadenar procesos de deshumanización que será necesario revertir más adelante.
Es preciso plasmar con gestos, palabras y hechos la gran ternura de Dios, haciendo de lado el rencor, la violencia, la venganza y todo aquello que corroe a la humanidad, porque cuando todo esto se abandona, se crean las condiciones necesarias para ser felices. La misericordia es “la estructura que sostiene el techo de la casa” y la persona que se afianza a ella procede con un trato amabilísimo, más allá de la justicia y de lo que ésta es capaz de justificar, ya sean los yerros propios o de los demás.
En la sociedad se viven momentos complejos, así como incertidumbre en el ámbito de la salud, de la educación y de las comunicaciones, sin embargo, no podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo viven precariamente en el día a día y, si éste se torna “áspero”, sin misericordia de parte de quienes nos relacionamos unos con otros, se filtra el miedo, la desesperación, así como las rivalidades y el desamor, incluso entre los llamados “creyentes”.
El oasis de los hombres misericordiosos, diseminados en la sociedad, hace la diferencia, porque muestra de ellos un rostro de la misericordia, y en ella se experimenta la ternura de Dios en cada actuar; por consiguiente, los actos se deben de traducir en comprensión y ayuda, poniendo especial empeño en el perdón. La disculpa cotidiana, sin temor a otorgarla, demuestra a consciencia que la misericordia viene más allá de un corazón bueno.
La actividad económica no puede resolver todos los problemas sociales, pues debe estar ordenada a la consecución de la ayuda mutua como parte de la misericordia, siendo esto responsabilidad de todos y, de forma especial, de la vida política. En efecto, la economía y las finanzas, al ser instrumentos, pueden ser mal utilizadas cuando quienes las gestionan poseen únicamente referencias egoístas; así, dañan el rostro de la misericordia personal y social.
Por ello, sostengo que se pueden vivir relaciones auténticamente humanas, de amistad, de solidaridad y de reciprocidad, dentro de la actividad económica, articuladas con un rostro de misericordia, más allá de la justicia, pues ésta afecta toda fase de la actividad. Estoy convencido de que una economía con rostro de misericordia es la solución.
Las ciencias sociales de trascendencia y la economía contemporánea exigen de quien la administra que se tenga vivencia de la misericordia. Finalmente, considero que la sociedad civil es el ámbito más apropiado para el desarrollo de una economía con rostro de misericordia.
Por tanto, sin la misericordia de Dios el hombre no sabe a dónde ir, ni logra entender quién es. El hombre gobierna su propio progreso, porque él solo no puede fundar un verdadero humanismo. Como hombres pecadores, es necesario forjar un pensamiento nuevo y sacar energías renovadas al servicio íntegro y verdadero, con el fin de crear una nueva sociedad con rostro de misericordia.
RUAN ANGEL BADILLO LAGOS.