‘A ti te lo digo m’hija, óyelo tú, mi nuera’. Ese refrán popular bien podría aplicarse a las palabras de Jesús en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mt 21, 33-43). Originalmente dirigidas a los dirigentes judíos, para recordarles la historia de su pueblo y echarles en cara que no sólo rechazaron y mataron a los profetas sino que ahora rechazan y quieren matar al propio Hijo de Dios, también pueden aplicarse a la situación actual en nuestro mundo, en nuestro país y en nuestra vida personal. Veamos cómo:
1. El hombre del que nos habla Jesús se encarga personalmente de todo el trabajo pesado para echar a andar su viña. Podemos imaginar el cariño y cuidado que puso en plantar, en edificar la cerca, la torre, etc. Se metió a fondo, se ensució las manos, sudó, se cansó, como decimos en México: ‘le echó ganas’, ¿por qué?, porque la viña era suya, él era el propietario.
También nosotros somos hechura de Dios; dice el salmista: «Él nos hizo y somos Suyos» (Sal 100,3); cada uno le mereció toda Su atención; a nadie hizo ‘al aventón’, nadie ‘se le salió de la manga’; cada uno puede y debe sentirse creado con todo amor y cuidado por el Señor.
2. De entrada ya construye el lagar, es decir, da por descontado que su viña producirá uvas, cuenta de antemano conque dará frutos. No pospone hacerlo ‘por si acaso’, pues está seguro de que lo que plantó rendirá mucho. También Dios espera confiado algo provechoso de nosotros.
3. No vende ni regala su viña, simplemente la encomienda a unos administradores que sólo tienen que continuar el trabajo que él ya comenzó y darle, como quien dice, mantenimiento. Pero los que alquilan la viña cometen el error de sentirse dueños de ella. Hoy también muchos cometen el mismo error: se creen dueños de su vida y de la de los demás, amos únicos de su destino. Se equivocan. No poseen nada pues todo lo han recibido para que lo administren, y algún día tendrán que dar cuentas de ello al verdadero Dueño.
4. Cuando el dueño envía a empleados suyos a pedir a los administradores los frutos que le corresponden, éstos se enfurecen y los maltratan y matan. Hoy también son rechazados aquellos a quien Dios envía. Cuando la Iglesia Católica alza la voz para recordar a todos que nadie es dueño sino sólo administrador, por ejemplo, del don de la vida, de la salud, de los bienes, de la justicia, se la tilda de fanática, de retrógrada; se la critica, se la persigue, se orquesta una campaña en su contra.
5. El dueño de la viña cree que si envía a su hijo lo respetarán, pero también lo matan. Jesús habla entonces de constructores que desecharon la piedra angular (ver Mt 21,42), es decir, supuestos expertos que desestimaron lo que era, en realidad, fundamental y se deshicieron de la única base sobre la que podía asentarse firmemente la edificación, la única que garantizaba que ésta no se cayera.
Una conocida luchadora social declaró que despreciaba la religión pues creía que lo importante era lo material, que la humanidad sería feliz cuando todos tuvieran resueltas sus necesidades económicas, pero en sus viajes por ciertos sitios en los que se había logrado instaurar este aparente ideal, descubrió sorprendida que la gente no era feliz. Comprendió que garantizar lo material no sacia el anhelo más hondo del corazón ni garantiza que se destierre el rencor, la envidia, la ira, la soberbia, la avaricia, la maldad del ser humano. Que para que la humanidad sea en verdad plena hay que edificarla sobre un cimiento sólido, y el único cimiento sólido es Dios.
Lamentablemente hoy en día todavía muchos siguen queriendo desechar a Cristo para construirse a sí mismos sin Él. Se han empeñado en declararlo muerto en su corazón, en desterrarlo de la familia, de la escuela, del trabajo, de la vida política, económica, cultural y social, y cuando ven que aumenta la violencia, el robo, la mentira, la corrupción, se preguntan extrañados a qué se debe. No se les ocurre relacionar una cosa con otra y darse cuenta de que el caos que contemplan y en el que están metidos es el resultado de pretender apoderarse de la viña, edificar sin piedra angular, vivir sin Dios su vida.
Por Alejandra Ma Sosa E