Inválidos, enfermos incurables y ancianos a quienes los nazis querìan aplicar la eutanasia, tuvieron un defensor: el obispo Van Galen.

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La ciudad alemana de Münster estaba destrozada después de la guerra, en 1946. El 16 de marzo de ese año, su obispo monseñor Clemens August Graf von Galen regresaba a la ciudad vitoreado y aplaudido por todos tras recibir el birrete cardenalicio de manos de Pío XII. “El León de Münster”, como era conocido, tenía las espaldas curtidas tras denunciar las injusticias nazis, en primer lugar, y tras la guerra, las de los aliados contra la población alemana. Con los nazis sufrió arresto domiciliario y no fue llevado a un campo de concentración gracias a que Hitler no quería más mártires entre los católicos, y matar a su obispo habría sido la puntilla para la población de Westfalia contra el III Reich. Y con los aliados no fue tratado mucho mejor: le quitaron el coche, le impidieron su tarea pastoral e, incluso, se le exigió su dimisión. En su lucha por la justicia y por la paz destacaba de forma especial su oposición frontal a la eutanasia. En su homilía del 3 de agosto de 1941, von Galen afirmaba: “Para la doctrina moral de la Iglesia Católica, hay obligaciones sagradas de las que nadie puede liberarnos porque debemos respetarlas aunque nos cuesten la vida misma: nunca, bajo ninguna circunstancia, a no ser en estado de guerra o de legítima defensa, ningún hombre tiene derecho a matar a un inocente”.

Ciertamente, desde inicios de 1941 se estaban recibiendo informes sobre traslados forzosos de enfermos mentales y enfermos considerados incurables, así como la posterior recepción de actas de defunción a los parientes y la posibilidad de recuperar sus cenizas: “Es general la sospecha, cercana a la certeza, de que tantos decesos imprevistos de enfermos mentales no ocurren naturalmente -denunciaba el obispo-, sino que son el resultado de una deliberada decisión, resultado de adscribir a la doctrina que afirma que habría derecho a eliminar la ‘vida no digna de ser vivida’, es decir matar a personas inocentes, cuando se considere que su vida carece de valor para el pueblo y el Estado. Una doctrina atroz que pretende justificar el asesinato de los inocentes y legitimar el homicidio violento de todos aquellos que ya no pueden trabajar, sean inválidos, mutilados, enfermos incurables o ancianos débiles”.

Los nazis escucharon su voz

Su voz discordante contra la eutanasia fue escuchada en los órganos centrales del Partido Nacional Socialista alemán: se propuso que fuese colgado y su cuerpo expuesto en la torre de la torre de la catedral. Sin embargo el ministro de propaganda, Goebbels, y el propio Hitler decidieron no crear un nuevo obispo mártir y esperar al final de la guerra para ajustar cuentas y únicamente aplicarle un arresto domiciliario.

Paradójicamente, en un primer momento, sus palabras sí tuvieron un eco positivo entre los gobernantes nazis, pues el 24 de agosto, los asesinatos se detuvieron, si bien es verdad que más adelante el programa de eutanasia se reinició en estricto secreto, pero de una forma mucho más inhumana y considerada “salvaje”: ya no en las cámaras de gas, sino con inyecciones letales o simplemente por privación de alimentos.

Hitler autorizó la eutanasia en 1939, lo llamó
El denominado Decreto Eutanasia que da inicio al «proceso de purificación de la raza alemana»

La aplicación de la eutanasia en Alemania se conocía como “Aktion T-4” fue el primer programa de asesinatos en masa de la Alemania nazi. En 1939, Hitler facultaba a los médicos a otorgar una “muerte piadosa” a “pacientes considerados incurables según el mejor juicio humano disponible sobre su estado de salud”. Por ello, miles de epilépticos, esquizofrénicos o personas con trastornos del comportamiento fueron recogidos en hogares y hospitales, y en unos discretos autobuses grises transportados a cámaras de gas.

La verdad que se ocultaba detrás de esta “orden” no era aliviar el sufrimiento, sino eliminar a todas aquellas personas con alguna discapacidad mental o física con el fin de “limpiar” la raza aria de personas consideradas genéticamente defectuosas que suponían una carga financiera para el Estado y su productividad.

Con estas indicaciones, las autoridades sanitarias de forma voluntaria u obligada consiguieron que muchas familias entregarán a hijos en clínicas pediátricas de Alemania y Austria, donde personal médico especialmente contratado los asesinó. Ante el éxito obtenido, estos asesinatos se expandieron rápidamente a pacientes adultos en hospitales públicos y privados, instituciones mentales y hogares para enfermos crónicos y ancianos.

Un hospital infantil durante el régimen nacional socialista.
Un hospital infantil durante el régimen nacional socialista.

La productividad y el ahorro económico del Estado

La valiente voz León de Münster se ofreció para defender a los judíos después del pogromo del 12 de noviembre de 1938, conocido como la “Noche de los cristales rotos”, pero la comunidad judía temió más represalias si se producía tal declaración. Además de la persecución de los judíos, Von Galen se enfrentó a otro problema en enero de 1941: la confiscación de bienes a la Iglesia y a las congregaciones religiosas. Y a ellos se sumó el problema de la eutanasia: “Si es así, solo tenemos derecho a vivir mientras seamos productivos”. Pero qué se necesita para ser reconocido productivo, se preguntaba el prelado: “Si uno establece y aplica el principio de que uno puede matar al prójimo ‘improductivo’, ¡ay de todos nosotros cuando envejezcamos!”.

Según los propios cálculos internos de Aktion T-4, 70.273 personas murieron en seis instalaciones de gaseado, entre enero de 1940 y agosto de 1941. Sin embargo, las estimaciones más cautelosas elevan las cifra a 100.000 e, incluso, 200.000 o 300.000 víctimas. La propaganda llegó a los libros escolares: cada uno de los “30.000 locos, epilépticos, etc.” costaban “una tasa diaria de cuatro marcos: ¿cuántos préstamos a familias de 1.000 marcos cada uno podrían emitirse con este dinero?”, se les preguntaba con total descaro a los niños.

Esta publicidad tuvo sus frutos antes de la aplicación de la eutanasia, ya que en 1933 se creó la “Ley para la prevención de la descendencia con enfermedades hereditarias”, ordenándose la esterilización obligatoria de enfermos mentales, ciegos o alcohólicos, la cual tuvo, desde el primer momento, la oposición frontal de la Santa Sede.

Memorial en Viena a las víctimas del hospital psiquiátrico infantil.
Memorial en Viena a las víctimas del hospital psiquiátrico infantil.

La población alemana difundió el sermón

La situación en Alemania, de forma soterrada, era caótica. Y el 3 de agosto de 1941, aunque ya había pronunciado dos homilías similares anteriormente, Von Galen pronuncia su contundente denuncia de la eutanasia. Los católicos de su diócesis lo copian, imprimen y distribuyen por toda Alemania, leyéndose incluso desde muchos púlpitos protestantes. Las secretarias escriben copias en secreto en la oficina por la noche, en las familias las copias se hacen a mano y se envían a los amigos, los pasajeros dejan el texto en el tren… Su sermón fue el primero que imprimió el famoso grupo de La Rosa Blanca e, incluso, los ingleses también la imprimen y la lanzan desde los aviones sobre las tropas alemanas en el frente.

Los que pagaron la valiente denuncia del obispo de Münster fueron los sacerdotes, los pastores, los impresores y sus familiares, los cuales acabaron en campos de concentración y muriendo muchos allí. “La mayoría de nosotros, sacerdotes de Münster, fuimos recibidos por las SS en Dachau con un ‘Oh, eres otra víctima de Herr von Galen’“, explicó el pastor Johannes Sonnenschein, de Ahaus, una de las víctimas.

Frente a los abusos de los aliados

Si su voz ante los nazis fue clara, también lo fue ante los abusos de rusos y británicos después de la Segunda Guerra mundial. Denunció las violaciones sistemáticas a mujeres y niñas por parte de los soldados soviéticos, las raciones de hambre y los pillajes de los ingleses contra la población civil… Su defensa fue tal que los británicos le quitaron el automóvil e hicieron cuanto pudieron para que no pudiera llegar a las parroquias ni tener contacto con los fieles. Incluso cuando fue nombrado Cardenal, todo tipo de problemas se le impusieron para que no viajara a Roma con el Papa.

Grupo escultórico sobre la crucifixión en Münster, del artista Bert Gerresheim: al pie de Cristo están la religiosa María Eutimia Üffing, la mística Ana Catalina Emmerick y el cardenal Clemens August Graf von Galen, que sostiene las notas de un sermón
Grupo escultórico sobre la crucifixión en Münster, del artista Bert Gerresheim: al pie de Cristo están la religiosa María Eutimia Üffing, la mística Ana Catalina Emmerick y el cardenal Clemens August Graf von Galen, que sostiene las notas de su sermón

Su sermón del 1 de julio de 1945 contra las atrocidades de los aliados, como en los años del nazismo, también fue secretamente copiado y distribuido por toda la Alemania. Las autoridades británicas le ordenaron renunciar de inmediato, a lo que él, evidentemente, se negó.

A su vuelta a la plaza de la catedral de Münster, donde los fieles lo recibieron como cardenal, confirmó que durante todo este tiempo solo se había permitido “luchar por Dios y su reino”. Seis días después, el 22 de marzo de 1946, Clemens August von Galen murió a la edad de 68 años, de una infección en el apéndice. Fue beatificado el 9 de octubre de 2005 por el papa Benedicto XVI.

 

Fernando de Navascués.

ReL.

 

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