Reflexión. Venganza revirada

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Cuando alguien nos hace algo que nos enoja, indigna o duele, de inmediato surge la tentación de desquitarnos, de hacer que esa persona pague por lo que nos hizo.

Queremos tomar la justicia en nuestras manos, actuamos como si todo dependiera únicamente de nosotros, como si fuéramos los amos del mundo.

Se nos olvida algo muy importante y San Pablo nos lo recuerda en la Segunda Lectura que se proclama hoy en Misa: que «somos del Señor» (Rom 14,8).

¿Qué significa esto? Que no nos mandamos solos, que no podemos hacer lo que se nos ocurra, que debemos poner en manos del Señor todo lo que nos pasa, encomendarle a Él nuestras causas, dejar que sea Él quien actúe y, en este caso, nos haga justicia, como y cuando lo considere conveniente.

Cuando una persona decide vengarse de otra, cree que está haciendo lo justo, lo que la otra merece; cree que sentirá satisfacción y paz, pero no es así. El vengativo se daña a sí mismo y se aparta de Dios. Veamos por qué:

El vengativo desobedece el único mandamiento que nos dejó Jesús: amarnos unos a otros como Él nos ama (ver Jn 15, 12), vive a contrapelo de la vocación a la que Dios nos llama y así no se puede ser feliz.

El vengativo muestra una tremenda soberbia porque con su actitud está diciendo: ‘yo voy a hacer algo al respecto, voy a intervenir porque por lo visto Dios no hace nada’. En lugar de dejarlo todo en manos de Dios y confiar en Él, asume una responsabilidad que no le corresponde, pretende estar en un plano superior a Dios, saber mejor que Él lo que hay que hacer.

El vengativo se suelta de la mano de Dios, busca independizarse de Él, actuar por su cuenta; no comprende que lo único que gana es quedar atenido a sus pobres y limitadas fuerzas y a su miope perspectiva, y que cuanto haga fuera del ámbito de la luz de Dios es sólo tiniebla que lo dejará en la oscuridad. Todo el mal que haga se le revertirá porque para desearle o hacerle mal a alguien primero debe albergar ese mal en el corazón, pero quien hospeda voluntariamente al mal en su interior, luego no puede deshacerse tan fácilmente de ese huésped indeseable que acaba por destruirlo todo.

Quien pretende combatir al mal con mal inicia una espiral de violencia de imprevisibles y nefastas consecuencias no sólo para otros sino para sí mismo.

El vengativo se coloca fuera de la misericordia del Señor. Jesús prometió, en diversas ocasiones, que los misericordiosos serán tratados con misericordia (ver Mt 5, 7; Lc 6, 36-38).

En la carta de Santiago se afirma que «tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia; pero el misericordioso se ríe del juicio» (Stg 2,13), es decir, que quien ha practicado la misericordia enfrentará el Juicio Final con la tranquilidad de saber que será medido con la misma medida con que midió y será tratado misericordiosamente.

Como contrapartida, la Primera Lectura que se proclama hoy en Misa hace una afirmación como para poner los pelos de punta: “El Señor se vengará del vengativo y llevará rigurosa cuenta de sus pecados” (Eclo 28,1).

¿Qué significa esto? Que al vengativo le sale demasiado cara su venganza: se desquita de alguien que puede menos que él, pero ¡ay! luego enfrentará al que todo lo puede, a su Creador, al que conoce todas y cada una de sus acciones y faltas, y lo enfrentará sin la única arma que le hubiera conseguido Su misericordia: haber sido misericordioso.

Dios llevará rigurosa cuenta de los pecados del vengativo y éste no tendrá nada a su favor para atemperar ese rigor. ¡Qué terrible perspectiva!

Para comprender mejor esto hay que considerar que el Señor, que es el Dueño de toda misericordia, la tiene siempre en ‘promoción’, al ‘dos por uno’ las veinticuatro horas todos los días de la semana (y aquí sí que no ‘aplican restricciones’ y te sale gratis ¡sin límite de tiempo!): por cada tanto de misericordia que tú ocupes para borrar de tu corazón un rencor, un odio, un deseo de venganza, Él abona otro tanto igual a tu cuenta, y no pone reparos a lo que puedas usar: si usas un ‘titipuchal’ te abona un ‘titipuchal’.

Y como el manantial de Su misericordia es inagotable y no puede salir desfalcado, quiere que todo mundo aproveche la oferta y emplee en su trato con los demás la mayor cantidad de misericordia que le sea posible.

Este derroche aparentemente sin sentido cobrará sentido el día del Juicio. Toda persona que ejerció la misericordia descubrirá que tiene un saldo que se aplicará a su favor por la cantidad exacta de misericordia que tuvo para los demás: el muy misericordioso obtendrá una gran cantidad, el poco misericordioso obtendrá poca, pero ¡ay! el vengativo no obtendrá nada de nada. Entrará a ser juzgado con lupa. Enfrentará un juicio sin atenuantes.

El vengativo se cree muy poderoso porque puede hacer el mal y desquitarse de otros, pero la triste realidad es que sólo tiene el patético poder de asegurar que se le revire su venganza y que lo juzgue sin misericordia Aquel que es infinitamente Misericordioso.

Con información de: Alejandra María Sosa Elízaga

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