Razón de ser de la gracia

Eclesiástico 27,33-28, | Salmo 102 | Romanos 14,7-9 | Mateo 18,21-35

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

“Todo don perfecto viene de DIOS” (Cf. St 1,17), nos dice Santiago en su carta. La persona ya es un don de DIOS por sí misma, pero entendemos que el don natural de la vida, que nos hace posible la existencia en este mundo, necesita para perfeccionarse de un conjunto de gracias, o dones sobrenaturales. La vida presente la perfeccionamos con la ayuda de DIOS, y al mismo tiempo construimos ya en este mundo algo de la Vida Eterna. Lo que DIOS nos ofrece y da no se puede comprar. Como dice el Cantar de los Cantares, “se hace despreciable el que intente comprar el Amor” (Cf. Cc 8,7). Todos los dones o gracias que provienen de DIOS son fruto de su Amor incondicional. Hablamos aquí, siempre, desde nuestra condición de católicos, que, bautizados, hemos tomado la opción de seguir a JESUCRISTO. Como breve recordatorio, conviene traer a la memoria algunas de las gracias o dones con los que el SEÑOR nos asiste en este mundo para transformarnos y hacer espacio del Reino de DIOS en medio de los hombres. En primer lugar agradecemos a DIOS que se haya revelado. La inmensa Creación, en su grandeza, belleza y armonía, es el primer libro en el que DIOS escribe y se da a conocer. Pero además de mover al hombre a buscarlo a tientas en medio de la maravilla creada, DIOS decide hablar personalmente y revelarse como el DIOS creador, que ama al hombre y tiene un Plan eterno perfectamente definido. Comienza, entonces, la revelación de DIOS al Pueblo de Israel, al que se le hace saber de su elección gratuita para llevar a cabo dicha revelación, sin la concurrencia de los méritos propios como Pueblo (Cf. Dt 7,7). La revelación de DIOS compendiada en la Biblia es única en el conjunto de las religiones. La singularidad de la revelación bíblica llega a su punto máximo en la manifestación de JESÚS de Nazaret, que es hombre y DIOS, pues de la TRINIDAD, la Segunda Persona viene a nuestro encuentro, y se revela como el único HIJO de DIOS, en el que todos los demás hombres podemos llegar a ser hijos de DIOS, si creemos en su Nombre (Cf. Jn 1,12). Por medio de JESUCRISTO vamos recogiendo “gracia tras gracia” (Cf. Jn 1,16). JESUCRISTO se revela a los hombres salvando, sanando y perdonando. Lo expresamos así en presente continuo, porque la presencia del REDENTOR en este mundo se inició con esa identidad, y continúa haciendo lo mismo hasta el fin del mundo.

La realidad presente

DIOS se toma es serio lo que somos y hacemos. La prueba más sólida de lo anterior es la Encarnación del HIJO y el desarrollo de los acontecimientos posteriores. Contemplando a JESUCRISTO en la Cruz con el fondo de la Resurrección, encontramos las respuestas de la Fe a los interrogantes fundamentales. Desconcierta el dolor, sufrimiento y muerte de los inocentes -niños, discapacitados, millones de indigentes-, pero si miramos al INOCENTE en la Cruz es posible encontrar alguna vía de respuesta en la Fe.  El que está en la Cruz es el HIJO de DIOS, y repetidas veces hemos de preguntarnos el porqué, y esclarecer los motivos hasta donde nos sea posible. Puede ser que mirando la Cruz veamos la dignidad real del hombre-este es el hombre”, dijo Pilato- y el pecado que desfigura martirialmente al HOMBRE -“desfigurado no tenía apariencia humana” (Cf. Is 52,14). En la Cruz de JESUCRISTO, DIOS paga el precio de haber hecho libre al hombre, que puede volverse contra su Creador con una rebeldía más grande que en el Paraíso, cuando en gran medida en Eva la humanidad es engañada por Satanás para prevaricar: “la serpiente me engañó,” (Cf. Gen 3,13). Miramos la Cruz y se hace soportable, si vemos a la Divina Misericordia volcarse sobre la humanidad, y la Cruz se convierte entonces en un misterio de Amor. Mirando la Cruz el dolor y el sufrimiento de los hombres tiene motivos o causas, y también encuentra sentido. Una larga y penosa enfermedad vale también como aportación personal y extraordinaria de expiación, o padecimiento vicario, por grandes necesidades. Vemos que en estas instantáneas breves, el HIJO de DIOS es víctima y padece las consecuencias del pecado del hombre, y la Justicia que habría de ser descargada sobre el género humano recayó sobre ÉL. Estas grandes verdades y otras similares hemos de actualizarlas con relativa frecuencia, pues la memoria es frágil. DIOS responde al rechazo hacia su HIJO por parte de los hombres con una bendición sin límites. Así el perdón de DIOS, dice JESÚS, no se agota después de un número de pecados. Lo que se agota con gran facilidad es la fortaleza interior de la persona para pedir perdón. Pedro, en el evangelio de este domingo, plantea a JESÚS la cuestión del número de veces que debe perdonar al hermano. JESÚS le viene a decir, que ha de perdonar siempre, porque así perdona DIOS (Cf. Mt 18,21).

La cara oscura

El pecado es la cara oscura de cada persona y de los distintos grupos humanos.  El pecado sólo se imputa personalmente, pero las circunstancias ambientales pueden favorecer la violencia, la frivolidad, la mentira o la hipocresía. La “cizaña” de la parábola crece en el campo (Cf. Mt 13,24-30), que representa a la sociedad o al mundo en general. El pecado aunque su naturaleza sea macabra, sin embargo tiene que mostrar una vertiente amable para imponerse en cuanto sea posible. La pendiente por la que desliza la persona pronto encuentra justificación: “si esto no lo hago yo, lo haría cualquier otro”. De la acción personal se obtienen beneficios inmediatos de los que no quiere prescindir, y no se tiene en cuenta el perjuicio derivado a otros. Las redes de delincuencia ejemplifican muy bien los comportamientos personales que se mueven de forma permanente en el lado oscuro de la sociedad. El comportamiento de una red delicuencial es similar al de una secta en la que los actos de cada uno están determinados, los pensamientos en gran media inducidos y los sentimientos manipulados. La disidencia puede ser duramente castigada con la exclusión o la eliminación. La libertad en la secta o en la red delicuencial no existe, y el individuo puede vivir entregando cotas de su libertad personal. El pensamiento cristiano cuando se expresa en el ambiente se arriesga a sufrir la censura sectaria de la “cancelación”. Se condena a la muerte civil al que expresa una opinión que no resulta acorde con la red general del pensamiento establecido. El Evangelio o el Catecismo de la Iglesia Católica corren el riesgo de ser censurados y cancelados en nombre del progreso. Según algunas fuerzas sociales, el Evangelio ha dejado de ser “sal y luz de la tierra” (Cf  Mt 5,13-16). Pero el lado oscuro de la sociedad no va a decir la última palabra, pues la naturaleza humana tiene sus límites, y la acción salvadora de DIOS será obstaculizada, pero nunca impedida. Lo mismo que las grandes estructuras materialistas y ateas se resquebrajaron y evidenciaron su fragilidad, también la apariencia de ideologías que se imponen aventuran un temprano desmoronamiento sin tardanza, porque no se sustentan en la dignidad del hombre y menos aún en la Ley eterna de DIOS.

La violencia del pecador

El pecado altera la paz del corazón y se irradia alrededor. La primera lectura de este domingo del libro del Eclesiástico recoge algunos rasgos del que está dominado por violencia y el resentimiento. El evangelio de hoy continúa el texto de san Mateo, del domingo anterior, y proporciona dos verdades:  el hombre tiene una deuda impagable contraída con DIOS, y por otra parte la Divina Misericordia es infinita. Esta primer lectura del Eclesiástico gira en torno al comportamiento violento del hombre y sus consecuencias hacia él mismo, sus semejantes y en su relación con DIOS. Después de narrar la Biblia el pecado del hombre y sus efectos, aparece el primer homicidio producido entre hermanos de sangre (Cf. Gen 4,8). No es la violencia del que mata a su agresor en defensa propia, sino la muerte premeditada del hermano de sangre. El motor inicial de este gran pecado se atribuye a la envidia, lo mismo que la muerte diabólica introducida por Satanás en el mundo: “por la envidia del Diablo entró la muerte en el mundo” (Cf Sb 2,24). La muerte desde entonces está activa en el corazón de los hombres, ocasionando todo tipo de males: físicos, psíquicos y espirituales. Para establecerse de nuevo en el corazón de los hombres, DIOS tiene que convencernos de la necesidad imprescindible del mutuo perdón. La semana anterior consideramos como el poder de las llaves dentro de la Iglesia está destinado a abrir los Cielos para que desciendan Gracias sobreabundantes, destinadas principalmente al perdón mutuo de los pecados y al restablecimiento de la salud espiritual perdida. De forma reiterada, las lecturas de este domingo siguen abundando en la misma línea, resaltando la Divina Magnanimidad: DIOS perdona todo en el momento que alguien le pide perdón. Esta verdad está también considerada en los versículos siguientes del libro del Eclesiástico.

Rencor o resentimiento

“Rencor e ira son abominables, esa es la propiedad del pecador” (Cf. Eclo 27,33). El rencor alberga un alto nivel de venganza por un agravio recibido real o supuesto. El rencor aflora con mucha facilidad y adopta formas expresivas de gran violencia. El resentimiento es estado de agravio permanente, que proyecta su malestar sobre una amplia cantidad de personas. El resentido se mantiene latente en una intensidad de sentimientos hostiles, y de forma continuada. Pocos se libran del rencor hacia alguna persona concreta, y también son escasos los que caminan por la vida libres del lastre del resentimiento generalizado. La ira está considerada como uno de los siete pecados capitales. La ira como tendencia negativa dominante caracteriza al violento, colérico o al permanentemente irascible, que no conoce otro modo de responder en sus relaciones personales. Existe una sana indignación ante los abusos y las injusticias, que nos es lícita, y es síntoma de buena salud psíquica. La ira despertada en legítima defensa conserva toda la licitud moral. La ira gratuita que incendia la soberbia o la mentira es del todo reprobable. El iracundo psicópata destruye todo lo necesario para mantener su ego, y lo realiza sin el más mínimo remordimiento de conciencia. Mientras Roma se consumía por el fuego, que él mismo había provocado, Nerón tocaba estúpidamente su lira. El autor sagrado del Eclesiástico afirma que “la crueldad del pecador” está en su rencor e ira. Esta condena directa, que se encuentra avalada en numerosos textos, descubre al individuo que mediante el ejercicio de la violencia pretende imponerse y adquirir áreas de poder. La satisfacción profunda, si se logra, es el poder realizado mediante la ira o la violencia. Estamos ante una de las formas más peligrosas del “seréis como dioses” que sugiere siempre la serpiente primordial.

La ley de la venganza

“El que se venga, sufrirá venganza del SEÑOR, que llevará cuenta exacta de sus pecados” (Cf. Eclo 28,1). DIOS protege a Caín, que teme ser vengado por la muerte de su hermano (Cf. Gen 4,14-15). DIOS puso a Caín la pena que habría de sufrir y nadie, desde ese momento, tenía derecho a vengar la sangre de Abel. DIOS no quiere que la venganza, ni aún aquella que se pudiera ajustar a la “ley del talión”: “ojo por ojo, diente por diente” (Cf. Lv 24,20). Todavía muchos grupos practican la ley de la venganza de forma caprichosa. El que así procede trata de ocupar el lugar de DIOS que es el único juez sobre la vida de los hombres. Las sociedades tienen derecho a prevenirse frente a los que erosionan la convivencia y el orden social, pero al mismo tiempo esa acción protectora tiene que procurar la rehabilitación del delincuente. La vida del hombre le pertenece a DIOS y las sociedades organizadas cuentan con medios para preservar esa vida, al tiempo que protegen al resto de las personas. Tengamos presente que el autor sagrado cuando escribe, no sólo piensa en ofrecer unas consideraciones de carácter espiritual y religioso, sino que sentencia también en el orden social pues lo veía de su plena competencia.  La ley civil no era ajena y extraña a la ley religiosa, que ofrecía generosamente Sabiduría al gobernante.

Perdonar para ser perdonado

“Perdona a tu prójimo el agravio, y en cuanto lo pidas serán perdonados tus pecados” (v.2). JESÚS nos dice: “con la vara que midas, serás medido” (Cf. Lc 6,38). Las palabras del Eclesiástico manifiesta un conocimiento alto de la Divina Misericordia. El perdón desata los nudos que las deficiencias en las relaciones personales hayan provocado. La actitud de perdón hacia los prójimos atrae el perdón de DIOS a uno mismo. Pero en este versículo debemos incluir la facilidad del perdón del hermano ante nuestras propias faltas, si hacemos lo propio con las ajenas. En el Acto Penitencial de la Santa Misa, pedimos perdón ante los hermanos y solicitamos su intercesión por nosotros. Damos y recibimos perdón al comienzo de cada celebración de la Santa Misa para disponernos en las condiciones debidas a recibir la Palabra y la Presencia del SEÑOR en la EUCRISTÍA.

Voluntad de reconciliación

“Hombre que al hombre guarda ira, ¿cómo es que de DIOS espera curación? (v.3). El odio encerrado en la ira es un foco de enfermedad permanente.  Muchos odios y resentimientos se somatizan, porque el organismo no es ajeno a los pensamientos y los sentimientos. Otra cosa es el deterioro que el reloj biológico va marcando para cada persona. La vida en este mundo tiene un comienzo, el desarrollo adecuado, y el declive que cierra nuestros ojos a este mundo para abrirlos a una vida más allá del presente. Mientras tanto, es deseable mantenernos en un buen estado de salud física y espiritual, pues el presente estado de vida es suficiente motivo para dar gracias a DIOS. El propio temperamento traiciona con frecuencia a una persona, haciéndole difícil el perdón, pero el SEÑOR está dispuesto a venir en ayuda. El vengativo e iracundo no goza del “Shalom”, o la bendición de Paz del SEÑOR, que atrae otras muchas bendiciones y gracias.

Memoria de la Vida Eterna

“Recuerda las postrimerías, y deja ya de odiar. Recuerda la corrupción y la muerte y sé fiel a los Mandamientos” (v.6). Se recuerda algo que ha sucedido, sin embargo este versículo nos manda recordar lo que está por venir, y en concreto la vida Eterna. Como el momento final en este mundo llegará, el autor sagrado nos urge a desterrar la venganza y la ira. Aceptamos los creyentes que hemos sido modelados por el SEÑOR desde el seno materno (Cf. Slm 138,13; Jr 1,5) Para este autor sagrado, las postrimerías de la vida presente se concretaban en los distintos grados de Sheol, que estaban muy lejos de las moradas abiertas en el cielo por la Resurrección de JESÚS. La memoria o pensamiento de lo que está por venir cuando nos pase este mundo, nos ayudaría al restablecimiento de la paz interior.

Memoria de los Mandamientos

“Recuerda los Mandamientos y no tengas rencor a tu prójimo. Recuerda la alianza del ALTÍSIMO y pasa por alto la ofensa” (v.7). Los Mandamientos establecen las formas concretas para amar a DIOS y al prójimo, por tanto hay que desterrar el rencor. Un corazón que perdona quiebra el amor propio herido y resentido, pero ese sacrificio lo quiere el SEÑOR: “un corazón quebrantado y humillado, TÚ, oh DIOS, no lo desprecias” (Cf. Slm 50,17). Del recuerdo y meditación de los Mandamientos el creyente obtiene Sabiduría: “más estimo yo los preceptos de tu boca, que miles de monedas de oro y plata” (Cf. Slm 118,72). También el recuerdo del creyente tiene que considerar la Alianza establecida por el SEÑOR, que se fue renovando a lo largo de los siglos: “el SEÑOR es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas” (Cf. Slm 144,9). Los grandes profetas habían recurrido a la unión esponsal para establecer el modo de Alianza de YAHVEH con su Pueblo. Una gran verdad se deriva: el SEÑOR ama a su Pueblo y a cada uno de sus hijos; de tal manera que la fidelidad del SEÑOR dura por siempre y los proyectos de su corazón de edad en edad para su Pueblo (Cf. Slm 100,5). El rencoroso y vengativo se privaría de todas las gracias mencionadas anteriormente, porque “DIOS detesta al violento y se pone de parte del desvalido” (Cf. Slm 11,5).

El conflictivo

“El pecador enzarza a los amigos, entre los que están en paz siembra discordia” (v.9). Hay personas que no son capaces de vivir, si no es en permanente estado de conflicto con los de alrededor.  El autor de este libro sagrado las conoce bien y sabe que tienen una habilidad especial para sembrar malestar, inquietud, prejuicios y resentimiento con atribuciones infundadas. Con estas personas no se construye nada positivo y sólo queda pedir al SEÑOR su cambio o conversión, de la que en mayor o menor medida estamos todos necesitados.

Pedro pregunta sobre el perdón

“Pedro se acercó a JESÚS y le preguntó: ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿hasta siete veces? JESÚS le respondió: no te digo hasta siete veces, sino setenta veces siete” (Cf. Mt 18,21-22). Esta pregunta la haríamos cualquiera de nosotros sin tener en cuenta la época histórica, porque la cuestión nace del carácter limitado del corazón del hombre y al mismo tiempo por un cierto afán de seguridad. JESÚS había hablado del escándalo y la gravedad del mismo (v.6), y concede al grupo de discípulos y a la comunidad un poder especial para perdonar. Como en otras ocasiones de nuevo Pedro pregunta a JESÚS, en este caso sobre el perdón de los pecados, para tomar una postura oficial. ¿Cuántas veces tiene que perdonar la Iglesia al pecador? La respuesta dada por JESÚS viene a decir que ha de perdonar siempre; y ese perdón tendrá la cualidad del otorgado por el mismo DIOS, y por tanto será “para siempre”: setenta veces siete. “Setenta” para indicar la fuente inagotable de perdón establecido por JESÚS en su Iglesia; y “siete” indicando que el renacido del perdón es una criatura nueva.  Llenaríamos muchas páginas con los testimonios de personas que vieron su vida girar ciento ochenta grados después de una confesión general. La Iglesia tiene poder en el perdón que dispensa, abriendo el Cielo con el fin de proveer de nuevas gracias al hombre penitente, que en su humillación pide perdón a DIOS. Cada cristiano también ha de establecer el propósito del perdón incondicional y permanente, porque la vida es accidentada, y nadie pasa por este mundo sin herir y ser herido. También opera la Gracia de DIOS en el perdón recibido de un hermano: “si tu hermano peca contra ti, y te dice lo siento lo perdonarás” (Cf.  Lc 17,3). Tampoco establece JESÚS que el ofensor recorra de rodillas el santuario de Fátima, tan sólo con que manifieste un leve pesar, JESÚS dispone que sea perdonado.

El Reino de los Cielos y el perdón

El Reino de los Cielos que empieza a implantarse en este mundo es muy variado en sus manifestaciones, y JESÚS recurre a comparaciones para que nos demos una idea de la pluriforme acción del ESPÍRITU SANTO en medio de nosotros. En ocasiones el Reino de los cielos se comporta como el sembrador que echa semilla (Cf. Mt 13,24);  la mostaza primero como grano y después como planta sirve para ejemplificar su vigor (Cf. Mt 13,31; Lc 13,1819); san Marcos dice  que su crecimiento es misterioso como el de una semilla que crece en la noche (Cf. Mc 4,26-27) el Reino de los cielos está dentro o alrededor de nosotros (Cf. Lc 17,21); y en este caso el Reino de los Cielos tiene una acción judicial, que se puede interpretar en dos sentidos: al fin de la historia y en el curso de la misma.

Presentación de cuentas

“El Reino de los Cielos es semejante a un rey, que quiso ajustar las cuentas con sus siervos” (v.23). En otra parábola de san Mateo, el rey celebra la boda de su hijo (Cf. Mt 22,2); pero en este caso la fiesta y la esponsalidad quedan sustituidas por la supervisión de la responsabilidad personal de cada una de los siervos. Por razones que no detallan, el rey ve necesario hacer una auditoria para tener una idea de las responsabilidades de cada uno. Aplicando la parábola a la acción de DIOS en el mundo, que siempre es una Presencia amorosa, concluimos que esta acción judicial es permanente, y en ella el SEÑOR quiere contar con su Iglesia para llevarla a cabo. Nos viene a la memoria la tarea de Moisés y sus setenta colaboradores para poner orden y justicia en el Pueblo elegido mientras iban por el desierto camino de la Tierra Prometida (Cf. Ex 18,24-26). Las causas más complicadas eran reservadas para Moisés, y las de menor gravedad estaban destinadas a los setenta colaboradores y a los responsables de grupos de cien y de cincuenta, que prestaban apoyo.

Diez mil talentos

“Al empezar a ajustar las cuentas le presentaron uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con que pagar, ordenó el rey que fuera vendido él con su mujer y sus hijos, y todo cuanto tenía, y que pagase así. El siervo postrado a los pies del rey, decía: ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo. Conmovido aquel rey se lo perdonó todo y lo dejó marchar en libertad” (v.24-27). Este es el núcleo de la parábola, que nos interesa analizar, pues muestra de forma eminente la Divina Misericordia. DIOS es MISERICORDIA cuando juzga. La deuda era impagable: al cambio actual unos quinientos millones de euros. Esta deuda desmesurada es difícil saber de dónde había surgido, pero lo adeudado estaba ahí, y el hombre no podía pagar aunque lo vendieran a él con su familia y todos sus bienes. La parábola nos transmite que cada uno de nosotros tenemos una deuda impagable con DIOS, que nos dio la vida, la conserva y la quiere dignificar plenamente con la Vida Eterna. Nada de lo que poseemos sirve para para pagar a DIOS lo que le debemos. Sólo JESUCRISTO puede pagar por nosotros la deuda infinita contraída por el simple hecho de existir. Con gran torpeza se comporta el siervo diciendo que todo se lo pagará, y mientras tanto que tenga paciencia. Aquel rey se deja convencer de las palabras y propósitos poco convincentes de aquel siervo. El rey sabía que el siervo sólo podía pagar con buenas intenciones, porque lo que debía era impagable. Pronto se vería que la intención de aquel siervo carecía de valor moral alguno.

“Ten paciencia y te lo pagaré”

“Al salir de allí el siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; y agarrándolo lo estrangulaba diciendo: págame lo que debes. Su compañero cayendo a sus pies le suplicaba: ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo. Pero él no quiso y lo echó en la cárcel hasta que pagara lo que debía” (v.28-30). Esta segunda parte de la parábola ofrece una visión real pero muy triste de la condición humana: el hombre que no corresponde con el prójimo al perdón recibido gratuitamente por parte de DIOS. A veces decimos que para perdonar a otros hemos tenido que apreciar personalmente el perdón de DIOS. El de esta parábola tenía que estar en disposición de perdonar las pequeñas deudas de los compañeros con alegría y generosidad, pero muestra un corazón del todo endurecido impenetrable a la compasión que debía sentir por alguien que se dispone humillándose ante él.

La ausencia de compasión

“Al ver sus compañeros los ocurrido se entristecieron mucho y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor, entonces, lo mandó llamar y le dijo: siervo malvado, toda aquella deuda te la perdoné porque me lo suplicaste, ¿no debías hacer tú lo mismo con tu compañero, lo mismo que yo me compadecí de ti? Encolerizado su señor lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía” (v.31-34).  No todo está perdido en el comportamiento humano: aparecen los siervos que se entristecen por el comportamiento inmisericorde y déspota de aquel que había sido tratado de forma excepcional por su señor. Sobre el siervo endurecido recaerá la misma reacción por parte del señor, pero aún así, y de forma misteriosa, se dice que la deuda va a ser pagada en privación de libertad. Entre líneas da pie a entender que la deuda se va a pagar por el reconocimiento pormenorizado de toda la deuda en un estado de prolongado examen de conciencia a modo de purgatorio. El señor de esta parábola no exigió la reposición material de la deuda, y ante la falta de pago la perdonó por la súplica angustiada del deudor.  Los verdugos retendrán al siervo de corazón endurecido hasta que dé muestras de un arrepentimiento verdadero, y en su corazón se despierte la compasión y el amor fraterno.

Perdonar de corazón

“Esto mismo hará con vosotros mi PADRE celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano” (v.35). Perdonar con el corazón equivale al perdón sincero, compasivo y misericordioso. Este perdón es una Gracia especial que nace del Corazón de JESÚS. El PADRE quiere ver en nuestro frágil corazón el Corazón de JESÚS, que perdona incondicionalmente a los hombres deicidas. El pecado de Adán y Eva, tal y como lo relata el Génesis, se queda años luz de la magnitud del pecado cometido por los hombres al dar muerte al HIJO de DIOS, que con infinita paciencia mostró a los de su tiempo suficientes signos mesiánicos de carácter extraordinario. Es fácil que en la vida se presenten secuencias humanamente imposibles de perdonar por lo traumático de las mismas. En este punto tiene que aparecer el Corazón de JESÚS, sustituyendo el corazón de piedra personal (Cf. Ez 36,26); por el Corazón Misericordioso de JESÚS. Esa compasión y Amor prestados constituyen una de las mayores gracias o dones que podemos recibir. La deuda de nuestra existencia nunca se la podremos pagar a DIOS. Tampoco podremos pagar nunca el don de la Redención. Nunca podremos pagar a DIOS el perdón de nuestros pecados. Nunca podremos pagar todas las atenciones que la Divina Providencia realiza a lo largo de nuestra vida para conducirnos a ÉL, respetando la libertad personal. No podremos pagar nunca la Vida Eterna con los bienaventurados. Por estas y otras muchas razones nos viene bien aquellas palabras de san Pablo: “a nadie debáis nada más que Amor” (Cf. Rm 13,8). DIOS sólo quiere que le paguemos con la Acción de Gracias dada por JESUCRISTO. Por todos los dones: ¡Gracias PADRE!.

San Pablo, carta a los Romanos 14,7-9

El apóstol da por hecho que las cuestiones referentes a los alimentos son de carácter secundario; y por tanto cada uno tiene capacidad para decidir según le dicte su conciencia. “El Reino de los Cielos no es comida ni bebida, sino alegría y paz en el ESPÍRITU” (v.17); sin embargo el hermano que se considere fuerte en la Fe deberá extremar la comprensión con otros hermanos de comunidad que necesitan madurar y fortalecerse. De forma especial creaba problemas la carne sacrificada a los ídolos, que después se vendía en el mercado. San Pablo había establecido que todo lo que se vendía en el mercado era lícito comprarlo; ahora bien, si algún hermano avisaba que aquella carne procedía de ritos sacrificiales a los ídolos, por razón de la Fe del hermano se debía abstener de comprar esa carne pues se daría escándalo al hermano. La comida y otras prácticas ascéticas quedan en el ámbito de lo opinable, a preferencia del estilo de vida del creyente.  Los Hechos de los Apóstoles y las distintas cartas del Nuevo Testamento reflejan que la Iglesia de los comienzos no estaba uniformada, y presentaba cada comunidad características propias. El mismo JESÚS dio una aplicación más amplia al descanso sabático, que el prescrito por los rabinos de su tiempo; lo mismo que ocurría con el sistema de abluciones establecido en las comidas y cultos en el Templo. Está permitido todo aquello que acerque al SEÑOR, y prohibido lo que aleje del SEÑOR. San Pablo apela a la conciencia personal, que ira esclareciéndose en la medida que se fortalezca la Fe. La luz de la conciencia se empieza a oscurecer cuando JESUCRISTO deja de ser el SEÑOR, pero si esta verdad permanece viva el SEÑOR mismo guiará al creyente por los caminos de la Verdad y la vida (Cf. Jn 14,6).

Del SEÑOR somos

“Ninguno de nosotros vive para sí mismo, como tampoco muere nadie para sí mismo. Si vivimos para el SEÑOR vivimos, y si morimos, para el SEÑOR morimos, así que ya vivamos ya muramos del SEÑOR somos” (v.7-8).  La conciencia del señorío de CRISTO está unida a la conciencia de pertenencia. No estamos huérfanos en la existencia. Por encima de los lazos familiares y de los grupos humanos, está el señorío de CRISTO, que nos ha comprado con su sangre para DIOS (Cf. Ap 5,9). A DIOS le importamos cada uno de nosotros la vida, muerte y Resurrección de su HIJO. “Tanto amo DIOS al mundo, y a cada uno de los hombres en particular, que envió a su HIJO, no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por ÉL” (Cf. Jn 3,16). El cristiano es el que da testimonio de esta verdad fundamental, en medio de obstáculos, debilidades e incluso pecados. Nada ni nadie nos podrá separar del Amor de DIOS manifestado en CRISTO JESÚS (Cf.  Rm 8,39). CRISTO es el sentido de la vida para el cristiano, porque da razón de su inicio y de la perfección final. CRISTO esclarece suficientemente la razón de la existencia personal, y muestra un horizonte de eternidad pleno en la bienaventuranza eterna.  No vivimos solos, y tampoco morimos disueltos en el vacío, sino que la muerte a este mundo es la Resurrección con el SEÑOR, en el que vivimos y morimos. Tampoco nuestros errores, infidelidades, e incluso pecados nos separarán del SEÑOR, que muriendo en la Cruz se “hizo pecado por todos nosotros” (Cf. 2Cor 5,21). Sólo una descabellada negativa final puede apartarnos del mismo CRISTO, que nos ha hecho hijos adoptivos de DIOS (Cf. Jn 1,12; Ef 1,5).

CRISTO es el SEÑOR

“CRISTO murió y volvió a la vida para ser SEÑOR de muertos y vivos” (v.9).  La vida y la muerte del SEÑOR recorre cada uno de los discursos y testimonios de san Pablo. Nuestra vida también es una tensión continua entre algo que se va muriendo y lo que se espera en un futuro de vida y Resurrección. La plenitud de lo que ahora somos no está en este mundo, sino en la plenitud de Vida, que el SEÑOR nos tiene preparada gracias a su Resurrección. Todo lo humano que sea bueno, noble y veraz encuentra en el SEÑOR su continuidad en la Vida Eterna. No se perderá la Caridad, sino que se hará nueva; tampoco se perderá la comunión, sino que se establecerán lazos inéditos imposibles de imaginar en este estado de vida; se renovará la creatividad, porque el Cielo no es una pasividad indolente, sino la plenitud y perfección de la Belleza. Casi nada sabemos de la comunión personal de cada uno con la TRINIDAD y de las tres Personas Divinas por separado. Tampoco podemos imaginar gran cosa del papel que realizan las altas jerarquías angélicas de los Serafines, Querubines y Tronos. Y mucho menos podemos entrever algo de lo que DIOS tiene pensado para los hitos propios de una eternidad que nos desborda absolutamente.

Comparte: