La falta de sentido sobrenatural lleva a la pérdida del deseo de transmitir la vida.

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El Congreso Católicos y Vida Pública se organiza desde 1999 con el objetivo de crear un foro de encuentro y reflexión, para así adecuar la sociedad a todas las dimensiones del ser humano. La finalidad de estos encuentros es ser punto de referencia y reunión de los católicos y a la vez promover su participación en el foro público, de forma que la fe no quede relegada sólo al ámbito privado. En él participan cada año expertos y profesionales de prestigio del mundo político, económico y social que ahondan en cuestiones de actualidad desde la perspectiva de la fe y a través de los valores cristianos.

Rafael Sánchez Saus es catedrático de Historia Medieval por la Universidad de Cádiz y director del Congreso Católicos y Vida Pública. Reflexionamos con él sobre los temas principales de la edición de este año que tendrá lugar del 13 al 15 de noviembre en la Universidad San Pablo CEU de Madrid.

¿Qué supone para usted estar al frente de este prestigioso Congreso?

Lo que supone, y no es un tópico, es un gran honor y una gran responsabilidad y compromiso. Hubo 20 ediciones antes de que lo dirigiese yo el año pasado y hay una historia a la que se tiene que hacer honor, responder de ella y estar al nivel. Tanto como organizador como desde un punto de vista espiritual, insisto, es una responsabilidad muy grande. Para que el Congreso salga bien tiene que haber una vida intensa, a lo largo de todo el año. Si no funciona el aspecto espiritual no funciona todo lo demás.

 

Un Congreso muy consolidado tras 22 años, ¿Hasta que punto es una referencia en el mundo católico?

El Congreso es una obra del CEU, que a su vez es una obra de la Asociación Católica de Propagandistas. Esta entidad es como una especie de barómetro, casi perfecto, sobre la situación de la Iglesia en cada momento. Una asociación de seglares, de gente de Iglesia, que vive mucho con la Iglesia y que por tanto la situación de la Iglesia, lo que la Iglesia es, lo que necesita en cada momento y lo que significa en la sociedad española se refleja extraordinariamente en la vida de la asociación. El Congreso en su vida, en sus temas, en las personalidades invitadas… refleja también mucho la evolución de la Iglesia en esos años, intentando por todos los medios que refleje la luz que la Iglesia arroja sobre la vida española. También es posible que, en algún momento, haya podido arrojar no solamente luz, sino dudas y perplejidades (no me gusta decir sombras).

Nuestra misión es recoger lo mejor de la Iglesia en cada momento sobre un tema que importe a la sociedad española y trasladar desde allí la luz que la Iglesia y los católicos podemos ofrecer en la vida pública. Esa es la misión del Congreso y si ha ganado a lo largo del tiempo prestigio y fiabilidad es porque ha sabido precisamente hacer eso.

El título que salió del lema de este año alude a que ahora es el momento de defender la vida, ¿Por qué es ahora especialmente el momento de batallar en este campo?

Tanto el lema, como el título impactante que de él se deriva se adopta cuando todavía no había pandemia, pero si que estaba en el horizonte de manera muy grave el proyecto de ley de eutanasia. Y era de temer además que con la llegada de este gobierno se tratase de endurecer más las condiciones del aborto en España. Y en ese sentido estábamos muy preocupados por estas iniciativas legislativas que ya estaban sobre el tapete. Eso fue lo que decidió a la Asamblea General de la Asociación de Propagandistas, en el mes de octubre pasado, tomar como el tema del año la defensa de la vida. Con la llegada de la pandemia el tema providencialmente se ve reforzado, pues ayuda a tomar conciencia sobre el carácter sagrado de cada vida y enlazar con todas las inquietudes y el enorme drama que ha supuesto la llegada de la pandemia en el mundo, pero especialmente en España. Muchas personas vivían en su mundo y de repente han visto que todo se les ha derrumbado y se han planteado el sentido de la vida.

La Iglesia nos ha enseñado a lo largo de toda la historia que evidentemente si hay alguien a quien proteger es precisamente a los más débiles, a los más necesitados y más vulnerables. Uno de los talleres de este Congreso va a tratar de mostrar como la Iglesia desde los primerísimos tiempos, sin desfallecer nunca, siempre ha privilegiado la vida de las personas en estas circunstancias, adaptándose siempre a las posibilidades concretas de cada momento. La Iglesia siempre ha estado ahí, muchas veces heroicamente, ofreciendo su mano, su acompañamiento y su vida por los más débiles y enfermos.

Esto no debemos de pensar que sea algo natural. En ninguna civilización hasta la llegada del cristianismo se producía ese fenómeno de ayudar a los débiles y a los desamparados, que eran despreciados en todo pueblo. Esa es la gran novedad del Evangelio.

Otro de los temas que abordan en el congreso es la demografía, que es ciertamente un tema cada vez más preocupante.

En alguna ocasión he escrito que el problema demográfico es el resultado de otra serie de fenómenos. A veces pensamos que no tienen que ver entre sí el aborto, la eutanasia, la crisis de la familia etc., pero después vemos que todo esto a lo que lleva es a la falta de sentido sobrenatural y del sentido de la vida y como consecuencia última tenemos la pérdida del deseo de transmitir la vida. Esto es un fenómeno inédito en la Historia de la Humanidad. Nunca se había dado antes con un carácter tan general. Un porcentaje altísimo de la población opta por un estilo de vida que conscientemente excluye la posibilidad de tener hijos. Y no sólo pasa en Occidente sino en el resto de continentes exceptuando a África.

El problema no es la pérdida de la población, pues el mundo puede funcionar con menos gente, sino el envejecimiento de la población. Nunca ha habido sociedades tan envejecidas como las actuales y esto acarrea un problema de insostenibilidad absoluto en muy breve plazo.

También ahonda acertadamente el Congreso en la pérdida del carácter sagrado de la vida humana.

Esa es la raíz profunda de todos los problemas que hemos mencionado y de los que tratamos en el Congreso. Aunque hay otros temas que no es posible tratar con la suficiente profundidad en el como es el caso del transhumanismo, en donde se ve claramente la pérdida absoluta del sentido sobrenatural. La vida es un don que recibimos y por lo tanto ni yo puedo ser el autor de mi propia vida ni darme el ser. Olvidar esto es perder el sentimiento de gratitud, de don recibido y tiene que ver con el ateísmo contemporáneo.

Desde la Revolución Francesa, diferentes revoluciones como la marxista o la de mayo del 68 han ido minando los cimientos de la civilización cristiana y por tanto el respeto a la moral y a la vida como don de Dios.

Sí es evidente que estas revoluciones han sido claves, pero también hubo un factor muy importante en el siglo XX, dos guerras mundiales, en donde se utilizaban a las personas como ganado o como menos que ganado y se disponía de la vida de millones de personas. A partir de ese momento la vida humana ya no se valora igual.

Para finalizar, ¿Cómo puede el católico, desde su profesión, tener presencia en la vida pública y combatir la agenda 2030?

Lo primero que tiene que hacer un católico siempre en estas circunstancias es rezar y reparar. Esto es algo fundamentalísimo porque si no hay oración y reparación lo que hacemos no vale para nada. Después hay que meditar en la parábola de los talentos y preguntarle al Señor en la oración que podemos hacer según nuestras habilidades. Hay que pedir con toda la humildad, pero con el arrojo de buscar donde podemos ser más necesarios.

Hay mucha gente que por muchos motivos, principalmente por cobardía, no se atreven a dar el paso adelante para implicarse en las luchas en defensa de la Iglesia, como mucho animan a los que luchan. Hacen falta muchas cosas (brazos, mentes, inteligencia, hace falta ayuda económica, consejo…). Cada uno tiene que ver en lo que puede ayudar. Si uno no vale para organizar, puede aportar su dinero o su tiempo. Si miramos a nuestro alrededor seguro que encontramos una comunidad en la que nos podemos insertar para hacer el bien.

La Iglesia anima a los católicos a influir en la política.

Dentro de lo que podemos hacer por el Señor, sin duda está implicarse en la vida política y debería estar porque hay muy pocas vocaciones políticas entre los católicos. Bien es verdad que ser católico en el ambiente político actual es una rémora para el que quiere hacer carrera política. Eso no debería echarnos atrás sino asumirlo como la cruz que nos toca.

Con infroamción de InfoCatolica/Javier Navascués

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