Estamos en un momento histórico en el que gracias a la tecnología, el internet, los medios de comunicación y las redes sociales, tenemos a disposición una basta cantidad de información a nuestro alcance. Sin embargo, a pesar de todo ese “conocimiento” pareciera que no bastara para conocernos más unos a otros como humanidad en nuestras necesidades y sufrimientos.
Vemos en los medios lo que ocurre en Ucrania y creemos que la guerra está allá, pero nos olvidamos de los niños que a diario son raptados para trata, de los cristianos perseguidos e incluso de los mendigos de la calle, y nos preguntamos dónde está Dios en todo esto.
Creemos que la guerra es un síntoma de unos pocos políticos que por sus ansias de poder hacen cosas atroces y nos olvidamos de la forma en que nosotros nos comportamos con nuestros seres queridos, muchas veces entre gritos y maldiciones.
Nos convertimos fácilmente en observadores de la paja en el ojo ajeno. Creemos que la responsabilidad de la guerra es de los poderosos y nos olvidamos de la viga que tenemos en nuestros hogares donde reina la soberbia y la rebeldía. Y aún así nos preguntamos dónde está Dios.
La psicología ha comprendido que, para poder vivir en un mundo lleno de dolor y maldad, nosotros endurecemos nuestros corazones para evitar sufrir y poder seguir con nuestras vidas.
Si bien este mecanismo de defensa del cerebro es benéfico para no sufrir y poder disfrutar de nuestras vacaciones, es nocivo cuando endurecemos nuestro corazón y perdemos la capacidad de amar. O en otras palabras, de ver al prójimo en sus necesidades y dolores.
No podemos cambiar la forma en que funciona el cerebro a punta de fuerza de voluntad. Después de todo, tenemos que sobrevivir en un mundo que nos invita a vivir entre comodidades y lujos, incluso si eso implica someter a otros para alcanzar el “éxito”. Sin embargo, sí podemos pedirle a Dios la gracia de que renueve nuestro corazón para que seamos como niños y volvamos a encontrarnos con nuestras emociones.
No podemos seguir culpando a los poderosos por lo que pasa en el mundo, cuando en nuestra vida personal seguimos actuando de manera soberbia, incluso con quienes decimos querer.
Por eso hoy quiero invitarte a que le des un vuelco a tu vida e inicies un proceso de conversión firme en el que logres identificar la viga que llevas en tu ojo y que se representa en soberbia, necesidad de ser admirado, de vivir tranquilo sin que nada o nadie te moleste.
Nuestro mundo necesita cristianos valientes y la única manera es aprendiendo a amar cada vez más a Dios. A entregarnos cada vez más a Él, desde la humildad de María.
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