El Evangelio de hoy es continuación del que escuchamos el domingo pasado sobre las antítesis proclamadas en el Sermón de la Montaña. Jesús desea actualizar la ley mosaica; no viene a abolir las enseñanzas del Antiguo Testamento; no viene a descalificar aquello que marcó al pueblo de Israel en el pasado; desea darle plenitud, llevar las normas o leyes a su pleno significado.
Hoy escuchamos dos antítesis que remarcan esa dicotomía entre el amor y el odio. Mientras que la ley antigua permitía de alguna manera la venganza, aunque fuera controlada, Jesús da el paso a la «ley del amor»; por encima de los actos está la persona. Escuchemos las dos antítesis:
a) Primera antítesis: «Han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente», ésta es la «ley del talión»; pero yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo…» recordemos que la ley del talión vino a poner un límite al deseo de venganza que existe en el ser humano, lo encontramos en el cántico de Lamec, el descendiente de Caín, en Gén 4,23. La ley del talión establece un principio de equidad: «Ojo por ojo y diente por diente». Por tanto, no propicia la venganza, sino que trataba de moderar los impulsos desenfrenados de la persona ofendida y determinaba la justa medida del castigo, sin excesos ni defectos. En tiempo de Jesús algunos defendían este principio al pie de la letra, pero en general se tendía a sustituir el daño físico por una compensación económica. En contraposición a esta ley o principio, Jesús invita a sus discípulos a no enfrentarse al hombre que les hace mal, es decir, a no responder con violencia a la violencia y evitar cualquier forma de represalia. Es una invitación a dominar el impulso interno de venganza, de desquite. Podemos decir que esa ley ha tenido su evolución: La ley de Lamec parecía la ley de la selva, una venganza desmedida. La ley dada por Moisés, es la ley que controla el deseo de venganza, una ley que parece equitativa. La ley de Jesús es la ley del amor.
b) Segunda antítesis: «Han oído que se dijo: «ama a tu prójimo y odia a tu enemigo». Yo, en cambio les digo: amen a sus enemigos…» Esta antítesis es la principal, ya que el mandamiento del amor al enemigo constituye el criterio fundamental para discernir la voluntad de Dios. Este mandamiento es el central entre todos los mandamientos, ya que es el que introduce un cambio en la práctica de la justicia, tal como la entendían los fariseos. Los discípulos de Jesús se deben asemejar al Padre, ya que su generosidad se extiende sobre todos, buenos y malos.
Y el Evangelio termina Invitando: «Si ustedes aman a los que los aman ¿qué recompensa merecen?… ¿qué hacen de extraordinario?… ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto». A quien se debe imitar es a Dios Padre, se debe luchar por alcanzar esa perfección, se debe dar paso de lo ordinario a lo extraordinario. El amor selectivo no es amor. El amor que excluye no es amor. El amor o es universal o no es verdadero amor. El amor no necesita que alguien merezca ser amado. La amistad sí puede ser selectiva, pero no el amor. Por eso mismo, Dios nos ama a todos, buenos y malos. La violencia es desamor. La exclusión habla de corazones recortados, la selección habla de corazones estrechos. Mientras el amor universaliza, la violencia y la venganza estrechan el horizonte de la humanidad. El amor es capaz de fortalecer y de dar vida incluso en los momentos más difíciles, incluso cuando uno es tratado injustamente. Quien excluye a alguien de su amor, pregúntese si realmente ama a alguien, porque amamos a todos o no amamos a nadie.
Con las seis antítesis que aparecen en el Evangelio de Mateo, nos damos cuenta del sentido que Jesús les da a las leyes del Antiguo Testamento. Jesús deja claro que el proyecto de Dios está centrado en el amor. Hoy escuchamos dos antítesis que más que superar el sentido de venganza, conducen a un amor total, hasta amar al enemigo. No basta dominar el deseo de venganza, hay que amar; no es que Jesús esté de acuerdo con los actos de ofensas, reprueba el pecado, pero no al pecador.
Hermanos, quizá resulte fácil explicar y predicar sobre el «amor a los enemigos», esto es lo más difícil y admirable de la doctrina que nos dejó Jesús. Todos tendemos a irnos por la justicia y aceptamos una forma de venganza, como dicen algunos: ‘un desquite’. Jesús también reprueba todo acto de injusticia e invita a evitarlos, y aunque reprueba las injusticias, ama a la persona que las comete. Recordemos que Jesús esta ley del amor la vivió hasta el extremo, nos invitó a perdonar setenta veces siete; Jesús vivió el perdón desde la cruz «perdónalos, porque no saben lo que hacen». Jesús nos enseña que se puede perdonar, que es mejor vivir sin resentimientos u odios, que lo que debe caracterizarnos como comunidad cristiana es el amor. Como diría un día el filósofo Sócrates: ‘El que hace el mal es por ignorancia, ya que el mal siempre se aparece con la careta del bien’. ¿No saben lo que hacen, cuando llevan meses y meses planeando minuciosamente su muerte? ¡Lo que hace el amor!, para llegar a decir: «Perdónalos Padre, no saben lo que hacen».
Hermanos, quien perdona vive más ligero, se libera de una carga que le amarga la vida. Les invito para que nadie carguemos con resentimientos o corajes; que no permitamos que en nuestro corazón se anide el odio y menos que se maquinen sentimientos de venganza. Dios nos concede un tiempo en este mundo y debemos vivirlo de la mejor manera. Vive de la mejor manera aquel que decide amar a todos.
Hermanos, les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!